POESÍA Al final de esta medianoche | Alberto Quero


Una vez me fue otorgada una marca terrible:
como pertenecía a un linaje maldito,
era heredero de una batalla incandescente.
Me oponía al mundo
y a sus muchos tumultos,
era un interminable pleito
contra los charlatanes
y su insoportable lisura.
Caminé por todo el repudiable laberinto
que es esta ciudad,
desafié su lodo, su polvo
y su ruido abundante;
confronté su calor insufrible
y sus acordeones desgarradores.
Impugné a sus arrogantes habitantes
y a su incontrolable letargo.
Evidentemente, nunca gané:
ellos no tenían la menor coartada
pero eran tantos
que me vencieron incesantemente
y su pereza fácilmente devoró
el arpa que había entonado.
De verdad quise compartir mi confianza,
pero fue en vano:
con su ira
mi prójimo apuñaleó mi más limpia sonrisa;
fieras aullantes,
aman construir oscuridad y ecos.
Así que encontré abismos y trampas,
puestos por mis propios compatriotas;
decepción y engaños:
me etiquetaron y fui extranjero
en mi propia patria,
un exiliado.
Yo era inocente,
yo era diferente.
E inocente.
Guerra y persecuciones:
tal fue mi destino;
traté de ignorarlo,
porque ansiaba alterarme a mí mismo
y también los muchos rugidos
que usé para encubrir mi verdadera búsqueda:
yo era ingenuo, y dócil, y ampliamente inofensivo,
como lo son todos los mártires.
Debo confesar que sollocé a veces
porque mi raíz más profunda comenzó a temblar,
mientras enfrentaba las hordas estridentes.



II

De todos modos el tiempo se ensanchaba,
pero seguía siendo un área nebulosa
y no podía sujetar mi mansedumbre.
Mientras tanto,
yo quise dirigir a las multitudes
un discurso impredecible
pues firmemente creía que tesoros nuevos
estaban a punto de llegar:
pensaba yo en guitarras y en amistad,
en quietud y en una fresca emancipación
que pudiera ser construida sin vértigo.
Soñaba con una aurora inminente
y traté de organizar
una magnífica conspiración,
una que pudiera restaurar la grandeza perdida
de las celebraciones bajo la luz de la luna.
Yo fui un nómada,
diestro en mudanzas
y fue así cómo el mundo vino 
muy rápidamente
y yo sólo yacía, tan inerte como un cuchillo.
Pensé que era lo suficientemente sabio
como para soportar premoniciones:
irreprochable como el viento,
comencé a acaudalar innumerables crucifijos:
la certitud me obsesionaba, y la indemnidad,
mis últimos vínculos irrelevantes.



III

Ahora me he vuelto
predecible pero cauto:
en este instante me puedo desvanecer,
y espero que mi memoria también lo haga;
antorchas y escudos,
son los únicos recuerdos de esta travesía
y juro que así habrán de permanecer,
espesos e irrompibles
como la bajamar o una piedra blanca.
He aprendido todo acerca de las durezas
y cómo reaparecer
después de algún evento destrozado
Mi furia se ha convertido
en insignificante y clandestina,
pero me alegra que así sea
pues el fuego y el pavor
ya no abarcan su falsa sombra
y si acaso lo hicieran,
soy suficientemente sordo para no traicionarme
caminando tras una nube de polvo.
Estoy esperando una mujer,
una hecha de nieve y susurros;
debería llegar muy pronto,
durante el ocaso
me llamará por mi nombre
en un idioma que sólo nosotros entendemos,
detendrá mis disturbios con su clarividencia.
Constructora de simplicidad,
me enseñará a entender
lo que es la tranquilidad
y viviremos dentro de una pirámide
de cuarzo blanco.
Me doy cuenta que he sido un predicador,
uno ciego, y tonto,
un peregrino y quizá algún tipo de mago.
Como tuve que disfrazar mis esperanzas
en medio de la noche,
de alguna manera sobrevivieron, y regresaron.
Estoy quieto y silente:
intacto, me encuentro a mí mismo
pensando en el amanecer
y sigo soñando con él,
aunque se haya retrasado un poco.
Ninguno de los innumerables vestigios del mundo
me volverá a hechizar,
así me lo juro a mí mismo.
Lejos de mi umbral trataré de respirar,
lejos de las exhaustas huellas que una vez dejé,
lejos de los ásperos subterfugios
y de los muchos desfiladeros ignotos.



Creo haber encontrado a Dios
al final de esta medianoche:
miraré de nuevo la estrella bajo la cual nací.




Alberto Quero. Nació en Maracaibo, Venezuela. Narrador y poeta. Es Licenciado en Letras, Magister en Literatura Venezolana y Doctor en Ciencias Humanas por la Universidad del Zulia. Miembro de la Sociedad Iberoamericana de Escritores, el Parlamento Internacional de Escritores de Colombia y la Asociación Venezolana de Semiótica. Ha publicado cinco cuentarios: Dorso (1997), Esfera (1999), Fogaje (2000), Giroscopio (2004) y Aeromancia (2006) y Borde (2016). También ha publicado un poemario: Los que vinieron (2013). Ha obtenido  los siguientes premios: Mención de honor en la XII Bienal de Literatura “Eduardo Sifontes”(1997), Segundo premio en el concurso estudiantil de poesía de LUZ (1998), Primer premio en el concurso estudiantil de cuentos de La Universidad del Zulia (1999), Primer premio en el concurso de poesía de La Universidad del Zulia (2001), Premio “Andrés Mariño Palacio”, otorgado por la Gobernación del Estado Zulia a escritores noveles (2002), Primer premio en el concurso de poesía “Por una Venezuela literaria”, Editorial Negro Sobre Blanco (2013).Textos suyos han sido recopilados en Los espejos plurales (Poesía, Universidad del Zulia, 2000) y en Cuentos de monte y culebra (Cuento. Universidad de Los Andes, 2004). Ha sido incluido en dos diccionarios de personalidades Diccionario General del Zulia (1999) y en Quiénes escriben en Venezuela (2005).


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