OPINIÓN Nietzsche y el instante imaginado | Lorenzo Shelley


Si el mundo es relaciones de cosas, entonces la mejor manera de caracterizar es contrastar. Aquí se pretende probar esta suposición con el propósito de comprender los aportes del dibujo al hálito vital del hombre: el arte. Entendiendo que se ve mejor sobre los hombros de gigantes y porque algunos conceptos de su teoría le vienen bien al intento de contacto que es este escrito, El nacimiento de la tragedia de Friedrich Nietzsche, fungirá como marco de referencia para elegir otras formas de arte gracias a las cuales será posible el ya mencionado objetivo.
En su intento por romper el discurso que su época tenía sobre los griegos y sus tragedias, el joven Nietzsche construye, casi sin notarlo, secuencias de sucesos que, conjuntadas, explican la poesía lírica, la música y, obviamente, la tragedia griega. A este texto no le corresponde desarrollar cada una pero sí que es necesario para el buen tránsito de este ensayo describirlas brevemente  y, aunque no lo parezca, esta explicación tendrá relación con el objetivo del trabajo y el arte que le compete: el dibujo. Lo anterior porque evidenciará que, a diferencia del dibujo, los tres casos son procesos de creación que buscan reflejar, con o sin contribución del mundo de las apariencias, el Uno primordial, la voluntad, el abismo más íntimo de las cosas.
En primer lugar, siguiendo el orden de aparición en El nacimiento de la tragedia, está la poesía lírica. El poeta lírico recibe una intuición dionisíaca (en términos teóricamente muy relajados, lo dionisíaco es caos, unicidad, dolor primordial, desenfreno, vino y reconciliación con la naturaleza) del Uno primordial en forma de música, que posteriormente se transforma en símbolo apolíneo (onírico, categorizador, atenuador del horror de la existencia, individualizador y aparencial). Lo que se crea en este arte es un reflejo, una réplica de lo Uno primordial, inicialmente solo hay un ánimo musical que luego se organiza gracias al lenguaje. El poeta describe desde una postura apolínea (la palabra) el estado de ánimo musical (dionisíaco) que apareció primero.
Luego viene la música, aquí Nietzsche se apoya en Schopenhauer para enunciar que ésta es el lenguaje universal de la voluntad y por esto es imposible tratar de entenderla con ejemplificaciones, con particulares que inicialmente aparecen al escuchar una sinfonía pero que luego no se sienten como elementos constituyentes adecuados.Tan cargada está la música del lado dionisíaco que se vuelve una fuerza aniquiladora de individuos. El que escucha una pieza musical excelsa, súbitamente queda destrozado, su aparente diferenciación del mundo queda casi destruida por un contacto tan cercano con la voluntad. Comienza a vislumbrarse la similitud antes mencionada, la música no es más que el ser primordial hablando.
Con la tragedia sucede algo peculiar, en un primer momento, Nietzsche explicita que no es un reflejo de la naturaleza ya que el artista trágico crea figuras, individuaciones, apariencias que encubren la realidad tal como es; esto cambia con el necesario arribo de la música, que engulle todo ese mundo ficticio. ¿Cómo lo hace y por qué le está permitido? Los mitos de la tragedia adquieren un deseable nivel de impacto al fijar la gravedad de las intuiciones dionisíacas en narrativas universales Al mismo tiempo, la profundidad que logra el entendimiento, aumenta al escrutarlas con la guía de la música. En un primer momento, la tragedia parece separarse de las artes que reflejan los elementos primordiales, pero termina subyugada ante ellos para conseguir elevar la explosividad de su contenido mítico.
Es aquí donde el dibujo consolida su papel como forma alternativa de expresión humana. En el dibujo se ignora la unicidad, la atención está puesta sobre símbolos individuales que interactúan entre sí: un par de manos, un hombre herido en plena guerra, cubos, ojos,una prostituta sentada al borde de la cama. El Uno primordial puede o no hablarle al dibujo pero éste lo niega al diversificar los juegos del mundo de la apariencia, el mundo apolíneo.
Pero el dibujo va más allá, no solamente individualiza su representación sino que le da al artista una posición privilegiada. Las características del autor que se ven reflejadas en la obra no son distintas formas de llegar a la representación de la voluntad, son imposiciones del creador. El músico resuelve su dolor primordial traduciéndolo a notas musicales, el dibujante lo somete al mundo que él crea, lo destaza. Esto puede entenderse como un cambio en la dirección de la acción, mientras que en la tragedia cede por el deseo de la confluencia entre fuerzas creadoras distintas y al la música no logra domarla porque es realidad poseyendo al arte, en el dibujo, aunque es indebatible que construye basándose en lo que percibe, el artista elige a su gusto los elementos sensibles que utiliza para crear una escena con su impronta personal.
Lo que se sigue de estas observaciones es que el dibujo es el arte apolíneo por excelencia ya que, al viviseccionar el mundo que percibe el artista, remarca la subjetividad del mismo y complejiza el universo de las apariencias, dándole así nueva vida y reafirmando el principium individuationis. El dibujo nos recuerda, mejor que otras artes, que su creador es un particular específico, en un lugar específico, en un tiempo específico.
Aunado a esto, existe otro atributo que comparten la poesía lírica, la música y la tragedia, que diferencia al dibujo y que, tal vez por no tratarse del tema principal de su obra, evade al ojo teórico de Nietzsche: la espacio-temporalidad. La poesía lírica recorre las crestas y los valles de la emoción, la música hace el camino al correr o al pasear y la tragedia tiene la anchura de la vida de un dios, el dibujo, por otro lado, es un instante, un instante de movimiento, de humanidad, de paradoja pero un instante al fin y al cabo.
A aquellos seguidores de Heráclito que objeten que un oficio que retrate instantes no merece ser validado porque jamás se asemejará al continuo movimiento que es todo y que este arte trata de imitar, se les puede decir que no han entendido el valor del dibujo, la razón para teorizarle desde Nietzsche. El dibujo es un acto de rebelión, de enaltecimiento de la condición humana. Es gritar que el artista no necesita el vacío de sus orígenes ni el silencio de su destino final, tiene todo lo que el humano ha dado a luz y con eso le basta. El dibujante no busca entender el comportamiento de la cosa en sí, el centro de su obra es el hombre y la capacidad creadora que posee y que es la razón y el motivo de su supervivencia milenaria.
Los hallazgos que aquí se muestran, quieren ser manos apolíneas para tensionar las cuerdas que delimitan al dibujo dentro del campo artístico. El dibujo debe ser, para aficionados y creadores, el grito de guerra que utilicemos los días que no pretendamos arrodillarnos ante el yermo silencioso que es lo inefable, la ventisca que nos devuelva la apropiada inclinación de cabeza para enfrentar los ojos vacíos que a veces no queremos aclamar. 

Referencias
Nietzsche, F. (1872/2014) El nacimiento de la tragedia. Madrid: Alianza Editorial.


LORENZO SHELLEY. Nació en el Ciudad de México, creció en sus alrededores. Es estudiante de tiempo completo en la Facultad de Psicología, Ciudad Universitaria, UNAM. Cursa la licenciatura en las áreas de Psicobiología y Neurociencias y Procesos Psicosociales y Culturales. También se considera apasionado de la filosofía, la vida cotidiana, el amor, la literatura y los videojuegos, además de ser aficionado del cine, la televisión, la música (como escucha o como pésimo pianista) y el anime. Ocasional merodeador de museos. Ferviente creyente de que el aprendizaje puede surgir de diversas fuentes.

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