RESEÑA ¿Quién ofrece las manzanas? | Adán Echeverría


Aquí están los rencores.
Los escribí pensando en ti.
Juan Domingo Argüelles

Siempre hay un peligro incierto en la búsqueda de la igualdad. Los aires de libertad a perseguir nos producen sueño. La pesadilla amanece sobre los cuerpos y, así como una noche dos se prometen amor en ceremoniales arcaicos, en otro sitio se suda la gota gorda cuerpo a cuerpo, o hay alguien detrás de la estufa mirando a su madre sufrir los improperios que deja la borrachera, o crece el absurdo de sentirse menos en esta cotidiana vida que nos antecede: un hombre le dispara a su mujer, y luego se quita la vida en medio de la calle. Imberbe suicidio en que hombres y mujeres se enajenan por sus voluntades sexistas del sufrimiento pasional a que son susceptibles.

          Mucho se dice sobre la violencia doméstica, y nadie puede dudarlo. La tradición nos cuenta de una madre que miró a su hijo morir en la cruz luego de seguir paso por paso el río de sangre de su criatura, y nos la hemos creído. Quién que se diga madre puede permitir en silencio que su hijo sea torturado. Una espada te atravesará el corazón. Me quedo con las mujeres presentes en el Decamerón, la Beatriz que tanto tiempo nos ha infundido la locura del amor imperecedero, círculo a círculo, de arriba hacia abajo de las tradiciones. Porque no será la primera vez que miramos brillar por las noches la luz del cuchillo de Judith mientras en la mano lleva la cabeza de algún estúpido rey. Todos sabemos el ignominioso acto de Eva, al pie del manzano, con aquel lenguaje viperino seduce al tímido y responsable macho primerizo que nos representan.
          Cuánto habría de odiar a mi madre si la mirara huir en lugar de luchar por que me suelten los torturadores. ¿Acaso no la mujer cría los pensamientos cuando apenas caminamos el mundo? Tiene que buscarse con cautela, sin hablar de fes y desvaríos; de ahí colgamos el mito de Lilith, creada junto con Adán en el principio. ¿Cuáles son las bestias que me pertenecen, esposo mío? Expulsada del paraíso por no ser mujer florero. Extraer de la costilla a la sumisa Eva, que todo lo consume, hasta la vida eterna. Pero no pudiendo huir a su destino, lleva en el vientre sus vicios, sus propias intenciones, su búsqueda constante de la inteligencia. Su igualdad a todas luces necesaria.
          Alguien inventó el amor en algún punto de la prehistoria para que la fidelidad permitiera a los genes fuertes heredarse en las poblaciones humanas. Si no se hubiese inventado el amor, el sexo por si mismo hubiera sido cubierto por aquellos hombres débiles que no iban de cacería, y la simiente genética hubiera decrecido. Todo lo demás han sido tan sólo tradiciones.
          Eso puede uno concebir al tener ante los ojos el poemario Días de viento de Alexandra Botto. La visión de la igualdad en este rodaje del amor. Una postura estética más allá del reclamo o el odio significativo de una batalla insulsa por la dominación del género. La mujer que dicta a su pareja: si estoy contigo es porque se me da la gana, tengo deseos de matar, de violar, de gritar, de amar hasta que el hueso se desgaste. Saberse llorosas y cabronas y de nuevo pa delante. Saber el destino simplista de los vicios y condecoraciones sobre el macho contemporáneo, ese que puede detenerse a morir entre las piernas, en esa persecución del orgasmo con que hay que premiar a cada hembra que se aduce necesaria. El erotismo desgajado verso a verso, en el sudor de la letra: A la fuente han ido todos a besarse / bajo un cielo plomizo de semen, nos dice la autora.
          Con un lenguaje cotidiano, Alexandra va destejiendo el análisis de las vivencias humanas, para armar su entramado poético: Él me dejaba dormir sobre su hombro / sin anunciar la fosa abierta de su noche. La mujer que se deja seducir en la ternura y genera conciencia ante el cambio de las máscaras que siempre se producen. Pero el personaje que la autora nos presenta va más allá. Marca en su relación de pareja las igualdades que tienen que quedar esclarecidas: Tuvieron nuestras risas el mismo canto subversivo / nuestros cuerpos el aroma de los amantes satisfechos.
          La autora maneja su ideograma con una soltura necesaria para brindar el toque lúdico a su poética: Al que llama se le abre la puerta / al que pregunta se le responde: / Antes que tú hubo otro.
          El poemario Días de viento se encuentra dividido en tres apartados, lo que nos permite ir entrando en la psicología con que la autora nos quiere enriquecer el pensamiento y el conocimiento mutuo; entre su forma de mirar el mundo, y lo que podemos sentir desde dos aspectos: el confrontarnos con sus tesis, y el disfrute por sí mismo de los poemas. En el primer apartado nombrado "Álbum", la autora plantea de golpe la figura refulgente en la que hará hincapié al adentrarse en su universo: Aunque no suelo ser perversa… ¿dónde firmo? Es desde este punto de partida con que la autora comienza a desnudarnos su entusiasmo por no ceder en esa búsqueda; sin embargo, se da el espacio para que en este primer momento, el lector pueda ir sopesando los mundos que fueron conformando su ser; es en el poema "El hogar puro" donde esboza con arte sus memorias de la familia, de aquella mirada niña que comienza por analizar el mundo, las primeras sensaciones que conllevan al retiro hacia su propio mundo ¿Qué hubiera sido de mí en el escaparate de un balcón?, a su ensimismamiento tan cerca de mis recuerdos de gitana triste, y el tener conciencia que siempre hay un sitio a dónde se puede volver cuando se agitan los demonios internos, el primer hogar: Ésta es mi habitación, la de la Luz Siemprencendida.
          Esta añoranza de la juventud temprana, del reconocimiento primero del amor y del amor constante en que se ha ido reflejando, dan lugar a la aparición del segundo apartado "Ellos y yo", en el cual la autora se vuelca toda para y por la poesía experincial y sale bien librada de esta entrega: Qué / No me mires así. / Aún es un maleficio desearnos, / y volver a morir / en el mismo recuerdo que nos incendia. La poeta se ofrece ella misma como símbolo de pertenencia hacia su propio mirar el mundo de sus relaciones, de las pertenencias en estas batallas inconclusas entre sexos, entre cuerpos, en que todos caminamos siempre de puntitas hacia la muerte, la muerte pequeña de no mirarnos solos. Yo era aquella y ahora soy esta piedra. En este verso está definido el destino de su postura: antes era esa niña tierna y ahora no hay distancia entre nosotros, grita en su dulzura ingobernable. Somos apenas la cicatriz que otros / miran con curiosidad. La autora puede reconocerlo y lo discute: no hay diferencia entre el nosotros y el aquellos, todos pasamos por los mismos aspavientos y la separación siempre ha de estar presente. Habrá que saber aceptarla. Hombro con hombro / algo comienza a doler. El abandono, y el recuperarse en el siguiente punto exacto del enamoramiento venidero, el esperar construir otra historia. Conozco el amor, / todos su trucos. No claudicar, no sentirse derrotada. Saberse presente construyendo hacia adelante. Detrás de un hombre no hay una mujer ardiente, ella siempre debe permanecer adelante: qué me van a importar a mí los lugares comunes, / o que mi silencio te desangre. 
          Alexandra Botto se detiene en la contemplación de ese mundo que ha construido en sus poemas, se ha revisado completa, desde la punta de los dientes, hasta la luz en la entrepierna. Y a partir de ese lenguaje cotidiano en el cual todos nos hemos inmerso alguna vez, al recordarnos el rostro de nuestras propias pasiones, es donde ella, con esa capacidad creativa nos ofrece la voz intensa de su poesía.
          Y es desde esta reflexión donde la autora se detiene para cerrar el libro con el apartado "Apocalipsis" en el cual, su personaje lírico mira el mundo desde la experiencia vital y asume la derrota de los tiempos, la derrota social en la que todo espacio de libertad para ser uno mismo se mira clausurado. Era mi muerte el rapto de una historia, / la hipnosis compartida de una flor cortada. Y así, con los versos últimos la autora nos muestra el decadente final de la esperanza: amar la muerte como último principio de vida. El saber que no ha sido fácil la aceptación de esa tesis de igualdad entre los géneros. El saber que Lilith acabará siempre siendo desterrada del paraíso. Y que la promesa que se le hizo a Eva, la inconsciente, tardará los años en ser encaminada: Pondré enemistad entre tú y la serpiente. Tú le pisarás la cabeza, mientras ella te morderá el talón. Nuestra autora sabe que su mordida ha quedado bien marcada. Esa mordida de luz en que se ha vertido la palabra.
Botto, Alexandra. (2007). Días de viento. Poesía. Homo Scriptum. Colección Suite. Monterrey, Nvo. León. 61 pp.

ADÁN ECHEVERRÍA. Mérida, Yucatán, (1975). Premio Nacional El Búho 2008 en poesía, Nacional de Poesía Tintanueva 2008, Nacional de Poesía Rosario Castellanos, (2007), Estatal de Poesía Joven Jorge Lara (2002). Becario del FONCA en Novela (2005-2006). Poemarios: El ropero del suicida (2002), Delirios de hombre ave (2004), Xenankó (2005), La sonrisa del insecto (2008) y Tremévolo (2009); Cuentos: Fuga de memorias (2006) y la novela: Arena (2009). Compiló en Disco Compacto Del silencio hacia la luz: Mapa poético de México. Autores nacidos en el período 1960-1989 (2008).


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