CUENTO Sin canguelo y con vino tinto | Arturo Zafra Moreno


Estaba en la cama, apacible, sin buscar problemas. Nadie puede buscar problemas mientras estás en la cama, y menos durmiendo. Algún hijo de puta puede estar acostado en su cama, sin llegar a conciliar el sueño, mirando al techo e imaginándose genocidios, crímenes pasionales, desmembramientos y agujeros de bala entre ceja y ceja; todo ello para conciliar el sueño. Una vez dormido, eres inofensivo. La humanidad solo es buena mientras duerme, y os lo dice un tipo que padece de insomnio.
     Ahí estaba yo, tirado, destapado, en ropa interior, mirando el techo con la mente libre de crímenes o planes malvados. Solo yo, despierto, vacío, aburrido, las 4:00 de la madrugada.
     Cuando voy a la cama siempre pongo el móvil a cargar, con los datos quitados y en silencio. No llego a apagarlo.
     Vi la pantalla iluminada. Me llamaban. El enchufe más cercano a la cama está junto al escritorio, teniendo que sentarme al borde de la cama y alargar el brazo para atraparlo.
     Lo cogí.
     —¿Si...?— pregunté con voz ronca.
     —¡Hijo de puta! ¡Te has tirado a mi esposa, cabrón de mierda! ¡Pienso matarte esta misma noche! ¡Sé dónde vives! ¡Te llamas Gregorio Blanco! ¡Te estoy llamando a tu número personal! ¡Sé todo sobre ti! ¡Eres un hijo de puta que va a morir esta noche! ¡Te has follado a Sara! ¡Sé dónde vives!
     —Vale— respondí.
    Colgué.
     Me levanté de la cama en silencio, me rasqué la barriga y anduve hasta la puerta con sigilo. Bajé las escaleras, fui a la cocina, encendí la luz, abrí el frigorífico y cogí una lata cerveza. Me dirigía la mesa. Levanté la silla para no arrastrarla por el suelo. Me senté.
     Me habría jodido si hubiera estado durmiendo y me despertara para esa llamada. Por suerte, tengo insomnio y gracias a ello, irónicamente, pude cogerla.
     Me encendí un cigarro.
     El tipo que me llamó sabía mi nombre, con apellido incluido. Solo el primero, pero sabía quién era yo.
     Le di un trago a la cerveza.
     No tenía ni sueño. Era una noche realmente aburrida, no cabía duda alguna. La calle estaba muda, los perros dormían mejor que yo, los vecinos estaban de vacaciones. Mi última novia se había olvidado completamente de mí.
      Di otro trago a la cerveza.
      Pensaba en la muerte, en cuánto la deseaba; si me daba algún tipo de miedo encontrarme con ella cara a cara. Dudaba sobre el sentido que tendría seguir viviendo. Después, pensé en el sentido que tendría morir. Llegué a la conclusión de que cualquiera de las dos me daba igual. Que me diera todo absolutamente lo mismo podría significar que la muerte ganaba a la vida, al menos en puntos técnicos. No sé si se me entiende.
     Rematé la cerveza. Me levanté, cogí otra y volví a mi sitio.
     Las cosas que me quedaban por hacer y de las que no me arrepentía para nada. Ni me arrepentía de las que no había hecho ni de las realizadas. La absoluta ausencia de pavor confirmaba la victoria de la muerte.
     Comencé la nueva cerveza. Pegué un trago largo.
     Ni me había llegado pero la sola idea de la muerte ya había borrado en mí todo rastro de sentimentalismo. Ni placer, ni rabia, ni pena, ni nada. Cuando llegue, será bien recibida.
     Otro trago. Apagué el cigarro en la lata vacía de la anterior.
     El cabrón de la llamada tenía mi número. No sabía de dónde demonios lo podría haber sacado. Se lo tuvo que dar otra persona que también deseaba verme muerto.
     Alcé la lata y la cabeza. La rematé de un plumazo.
     Me levanté.
     El que dio mi número no tenía cojones.
     Abrí el armario superior y cogí una botella de vino tinto. Miré en el lavaplatos y atrapé dos copas. Apagué la luz de la cocina y me fui al salón, donde estaba la entrada principal. Coloqué el vino y las copas en la mesa y me senté en el sillón. Encendí otro cigarrillo.
     Sara se asomó por las encima de la barandilla de las escaleras. Iba desnuda. Se restregaba los ojos y se la notaba cansada, medio dormida.
     —Gregorio, ¿estás ahí abajo?
     —Sí, nena— respondí.
     —¿Qué haces? ¿Estás bebiendo sin mí?— preguntó desde mitad de la escalera.
     —Sí. Aún no he empezado con el vino. Baja si quieres. Te tengo que contar una cosa.
     —Vale, me pongo algo y bajo.
     —Sí, mejor será.
     Volvió a la habitación.
     Me levanté y fui a la cocina por una copa para Sara.

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ARTURO ZAFRA MORENO (1996, Caravaca de la Cruz, Murcia). Finalista en I Antología Internacional de Poesía Contemporánea de Estudios Universitarios, finalista en I Premio Internacional de Poesía Experimental Barco Ebrio, finalista en el II Concurso de Poesía ¿Versamos?, seleccionado en Por Amor a la Poesía, y seleccionado para aparecer en la antología poética V.E.R.S.O.S, promovida por el concurso +Poesía de Ediciones DeLetras. Ha colaborado con varias revistas y sitios web: Letralia, Almiar, la antología universal de poesía Arte Poética: Rostros y Versos, Resonancias, Poesi.as, Espacio Luke, La poesía alcanza, El Humo, Lengua Suelta, Poesía Cuatro, Bitácora de vuelos, Letras Salvajes y artículos en Opulix. Autor de los poemarios Réquiem del licor (2015), Viento embriagado (2015), y Delirios y ataduras con el nudo mal hecho (En Huida, 2018)

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