CATA LITERARIA María Luisa Ruiz Maestre | Ignacio Ballester Pardo



Entre el pensamiento y sus consecuencias media la palabra. Un pentagrama soporta el sonido. Un boceto, la pintura. Entre el hambre y la existencia se encuentra la madre. Todas las artes requieren la lengua.
       MaríaLuisa Ruiz Maestre (1845-1916) tomó nota de los pasos que debía seguir para lograr un buen plato. Cien años después de estos apuntes, Rafael Poveda i Bernabé publicó el libro Recetario de cocina de la madre de Azorín.1898 (1999). Lo hizo en el Ayuntamiento de Petrer, municipio en el que nació la cocinera. En la presentación de este homenaje, José Miguel Payá Poveda (como Concejal de Cultura) hace hincapié en que «ante nosotros aparece una obra que refleja, incluso mejor que una novela, lo que era la alta sociedad rural de una época ya perdida» (7). Como vimos con el menú que describía Vicente Blasco Ibáñez, a continuación buscaremos la fuerza que pudo recibir el monovero universal para canalizar su motivación literaria.


El mesonero Norberto Jorge, en el prólogo, sabe de buena tinta que «[e]stamos ante una colección de apuntes que no se han escrito para ser impresos y produce casi pudor el adentrarse en su intimidad» (10). Solo las mejores cocinas están a la vista. El poeta comparte la exégesis de su obra de la misma manera que ahora, sin saberlo, María Luisa Ruiz Maestre nos cuenta el truco. No ya el truco de por qué Azorín escribió, por ejemplo, La ruta de Don Quijote (1905), con ese detenimiento gastronómico que prueba Juanjo Payá, sino los andamios de una casa, la de Monóvar, que cuenta las costumbres de una generación que inaugura el siglo XX.
       El mismo Rafa Poveda, en la introducción, destaca las medidas caseras de uso regional (jícara, arroba, mijeta…), metáfora del peso que tuvo la madre: «me fue cautivando la figura de doña Luisa, y no porque fuera la madre de Azorín, sino porque me daba cuenta de que desde su posición, si se quiere aparentemente secundaria, había sido sin duda el centro de la familia, el eje sobre el que pivotó la formación y la personalidad de sus hijos» (13). En estas recetas encontramos guisos complejos, pues los platos cotidianos se sabían de memoria y no era necesario conservarlos en papel. Pese a carecer de pescado (presente, por otro lado, y más por presunción que por abundancia, en la mentada Arroz y tartana), no le faltó qué llevarse a la boca al tercero de los nueve hijos que María Luisa Ruiz Maestre tuvo con el yeclano Isidro Martínez Soriano, alcalde de Monóvar y diputado provincial.
       Doña Luisa, hija única (debido a la temprana muerte de su hermana mayor, Josefa María Roberta) logra cocinar para una familia numerosa a la vez que plasma cada detalle con dulzura en unos cuadernos todavía aceitosos que transcribió otro de sus hijos, el quinto, Amancio.
       Las recetas, breves, en prosa, si se leen con la ironía que sin duda tuvo, podrían pasar por microrrelatos o minificciones. Una sola frase en segunda persona, en futuro, reza la receta de «Pichones Asados en Papel»: «Tomarás el pichón con unas lonjas de jamón o tocino dentro, un trozo de sal y manteca y envuelto en pan rallado, perejil picado, una hoja de laurel y agrio de limón y envuelto en papel untado con manteca ponlo a la parrilla» (43). La naturalidad de la escena se basa en el ritmo apresurado que permite el fuego. La idea se transmite directamente al papel íntimo que ahora se publica. Las variables provocan hasta una sonrisa a la vez que te relames, paradójicamente, con la «Lengua Rellena», una de las recetas más extensas en la que el tiempo y el progresivo color lo dicen todo: «cuando la cebolla está rojita se pone la lengua, se da un par de vueltas y cuando se pone roja se le echa un poco de caldo limpio y si no de su caldo» (49). Los consejos para el aprovechamiento más nimio contrastan con la influencia de la alta cocina francesa. Hasta cuándo se «revolteará» la pasta con una cuchara de madera: «por espacio de una hora hasta que salgan ampollas» (60). Los postres ocupan, con diferencia, la mayor parte del relato. Son descritos con más pausa y libertad, «pues en esto no hay regla fija» (83). «Para hacer el Panquemado» «[l]a masa se bate hasta que haga ojos» (130). Azorín (en boca de su madre) coincidiría con Blasco Ibáñez en su predilección por los dulces, especialmente las tortas. Este podría ser el menú de la casa Ruiz-Martínez:

Entrantes
Sopada
Calabacitas rellenas

Primer plato
Mondoguillas[1] de Bacalao

Segundo plato
Fricandó

Postres
Bizcochetes de almendra
Requesón de Monjas
Arroz con leche

La cocinera y escritora María Luisa Ruiz Maestre compaginó los estereotipos y los estigmas de una época rural y conservadora con la libertad para escribir recetas que destilan iniciativa, curiosidad, talento y la reivindicación de un espacio decisivo. De esta manera, con creatividad, se rebela ante la mecánica de las costumbres y, con Rafa Poveda, amplía los espacios domésticos y artísticos que ofrece la cocina.
       En dicho contexto, Azorín trasladó el interés gastronómico a su obra literaria. De nuevo gracias a Juanjo Payá sabemos que el 6 de octubre de 1905 el monovero publicó en ABC su artículo «Lacocina ideal», donde reconoce una gastralgia que cura la señora Martín, «nuestra amiga», autora de un libro que da nombre a esta nota de agradecimiento y reivindicación culinaria del autor de La voluntad: «Ella nos enseña cómo se hace el cocido castellano, el cocido andaluz, la olla podrida, el pote gallego, la escudella catalana, la sopa de ajo, la sopa de pan con almejas, el arroz seco casero» (4). Azorín, seis años después, de alguna manera, también está releyendo las recetas que aparecen, con sus variantes, en las notas de doña Luisa. Después de degustar los mejores restaurantes europeos, se vuelve «á estos platos primarios, sólidos, castizos, suculentos y sanos» (4). Es en dos libros donde el monovero más alude a la gastronomía: Valencia y Madrid (1941). En el primero destaca el pescado más común en un rico plato alicantino con bacalao, además de los tradicionales gazpachos, la paella valenciana y, en menor medida, el pan o las especias que daban lugar a postres con membrillos, serbas o nísperos. Por otro lado, en la capital rememora el hambre que pasaba en sus inicios literarios. Esta carencia la advertimos en Recetario de cocina de la madre de Azorín. 1898, pues apenas llegaban alimentos frescos. La picaresca del pan y el vino acompañará más adelante nuevas especias, carnes, arroces y hortalizas junto al cocinero y pintor Agustín Lhardy.
       En 2018 tuvimos la oportunidad de degustar un menú que perfectamente pudo haber comido Azorín mientras escribía. Lo hicimos leyendo algunos textos que revelan las «Formasmúltiples de expresión de la rebeldía en la literatura hispánica».



[1] Esta, en su derivada, es una de las palabras que se incluyen en el Glosario que Rafa Poveda presenta al final: «Almondaguillas (del catalán mandonguilla): Albóndigas» (159). 


IGNACIO BALLESTER PARDO (Villena, Alicante, 1990). Es doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Alicante, con una tesis sobre poesía mexicana que dirige Carmen Alemany Bay. Es miembro del Centro de Estudios Literarios Iberoamericanos Mario Benedetti y del Seminario de Investigación en Poesía Mexicana Contemporánea. Con Alejandro Higashi coordina el número 23 de la revista América sin Nombre (2018), dedicado a la «Madurez de la joven poesía mexicana». Cada domingo comparte sus líneas de investigación en el blog Poesía mexicana contemporánea

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