ENTREVISTA Verónica Gerber Bicecci, homenajes a Tablada y a Amparo Dávila | Perla Velázquez


[Reescribir dos libros básicos de nuestra literatura tiene para Verónica Gerber una intención visual para modificar el lenguaje del pensamiento…]

A Verónica Gerber Bicecci (Ciudad de México, 1981) le gusta describirse como una artista visual que escribe. Su formación profesional está en la Escuela Nacional de Escultura y Grabado La Esmeralda, pero esto no la ha limitado a sólo dedicarse a exponer en espacios como el Museo Universitario de Arte Contemporáneo: su trabajo la ha llevado a publicar libros en donde se relaciona la imagen y el texto.
      Verónica Gerber acaba de publicar dos libros: La compañía (Almadía, 2019) y Otro día… (poemas sintéticos) (Almadía, 2019). Ambos tienen puentes que los unen, pero el que más le importa a la artista resaltar es la idea de “la crisis climática” que ha trabajado. Ambos textos los ve como pedazos:
      —Una serie de distintos ámbitos que entre todos dan cuenta de una situación del presente. Son como pequeños pedacitos que van armando un collage.


Un día

Sólo hay una palabra que Verónica Gerber cambió al título del libro de José Juan Tablada: quitó “un” y puso “otro”. Cien años después las alabanzas que escribió y pintó el poeta modernista para exaltar la naturaleza fueron reescritas por la artista. Un día… (poemas sintéticos) fue publicado en septiembre del 1919.
      —Me gusta mucho el libro de Tablada por su experimentalidad, por su juntura de imagen y texto. Entonces yo me preguntaba: ¿cómo había que escribirse un libro como ése hoy, exactamente cien años después de que fue publicado? Me pareció que lo más pertinente era pensarlo en clave: crisis climática. Ahí es en donde sucedió la reescritura.
      El respeto a la obra de Tablada fue esencial para Verónica. Ella no cambió la estructura, el poemario está dividido en cuatro apartados: “La mañana”, “La tarde”, “Crepúsculo” y “La noche”; también se quedó con el diseño y con los nombres de los haikús, pero cambió el contenido y las imágenes porque “el ganso de hace cien años, no es el ganso de hoy”. A esto la escritora lo llamó un homenaje crítico.
      Tablada también dibujó cada imagen que acompaña a los haikús, él encerró en un círculo cada ilustración para ejemplificar lo que estaba enalteciendo.
      —¿Cómo intervino las imágenes porque éstas no son las de Tablada?
      —Partimos de la idea del homenaje crítico. Yo pensé: “Bueno, los dibujos de Tablada son hermosos, pero son ilustrativos, tienen esa relación con el tema del haikú”. Así que me cuestioné. ¿Qué era lo que tenía que hacer desde el presente y desde mi práctica artística? Ahí fue que pensé en imágenes que pudieran sobrevivir a la extinción de la raza humana. ¿Qué imágenes van a sobrevivir cuando todo eso se acabe?
      Bajo este criterio, la artista escogió las imágenes que están en el disco de oro de las Voyager, que se encuentra a un costado de la sonda que viajó en 1977 al espacio para acercarse a los planetas del Sistema Solar. El escenario a Verónica le pareció el adecuado:
      —Aunque aquí se acabe la vida humana, la sonda espacial va a seguir dando vueltas allí. Porque no sé cómo está hecho el satélite, pero va a continuar funcionando. Por eso utilicé esas imágenes. Retomé algunas que me parecieron que anotaban algo respecto a lo que se está diciendo… ¿pero cómo reescribo un dibujo de Tablada? Lo hice quedándome con el título y volviéndolo a escribir. Sin embargo, un dibujo era volver a hacer sus líneas sobre otra imagen y borrándolo. Pensando un poco en la idea de la extinción.


El huésped

En 1959 Amparo Dávila —que el próximo 21 de febrero cumple 92 años de edad— publica su cuento “El huésped”, que retomara Verónica Gerber para publicar La compañía, un libro que para ella es “coral”, mismo que dividió en dos partes: en el lado A está la intervención al cuento de Amparo Dávila acompañado de una serie de fotografías de las ruinas de una mina en Zacatecas; hay, asimismo, una apropiación de elementos de la obra plástica “La máquina estética” de Manuel Felguérez (zacatecano también, como Amparo Dávila)… y el lado B se compone de “pedazos” de tesis de la Escuela de Minas, documentos de Estados Unidos sobre el uso del mercurio en México y la forma en que el material viajaba de México al país vecino:
      —A diferencia de Tablada, que es una reescritura total, en este caso hice intervenciones: elegí cambiar un personaje por otros, en lugar del huésped es la compañía. Me parece que el cuento tiene una dimensión posible para seguir hablando del presente desde otro lugar. El solo hecho de hacer este experimento al fantástico cuento de Amparo Dávila nos refleja un problema grave del presente. Entonces, por una parte, “la compañía” es una manera de referirse a cualquier industria o empresa, pero también abre la lectura a que puede ser la compañía que tienes al lado, o esa gran compañía petrolera que acaba con los pueblos por los que pasa.
      Cada página del libro tiene una imagen y sobre ésta viene escrito el cuento, es por eso que a la primera parte Verónica Gerber prefiere llamarla “fotonovela, porque en su juntura con las fotos hay una especie de narración”. Algunas de las imágenes fueron tomadas por ella misma, porque visitó las ruinas de San Felipe Nuevo Mercurio, en Zacatecas; otras tantas son del archivo de un investigador que muestra el estado de la mina en 1980:
      —Es un enorme coro de pedazos. Me pareció que tenía que hacerlo así para que se notara cuál era su registro inicial. Por ejemplo, en el Lado B respeté los términos académicos, las frases en inglés, porque son su ADN, y así el lector encontrará esos pedazos como fósiles de la historia de una minería de mercurio en México.

Cambiar el lenguaje

Las dos publicaciones se suman a Mudanza (AUIEO, 2010) y Conjunto vacío (Almadía, 2015). En este último Verónica Gerber empezó la relación que distingue su obra: imagen-texto. Ella se adscribe a esta tradición que ha propuesto otra manera para entender la literatura:
     —Pero también pienso que estamos en el siglo XXI y tenemos que repensar esa tradición experimental y tratar de hacer estrategias de escritura más justas con nuestro presente.
      Los lectores, dice la autora, “son los motores de mi escritura”:
     —Tenemos que cambiar nuestra estructura de pensamiento, porque es la única manera de encontrar un futuro posible. Al final, hablar de la crisis climática y de las ruinas de una mina es tratar de imaginar y recuperar nuestras posibilidades de que haya un futuro para todos. Creo que si seguimos viendo y pensando el mundo como hasta ahora lo hemos hecho no vamos a encontrar salida. Yo, que me dedico a las artes visuales y a la literatura, lo que puedo hacer es proponer un libro que tenga una estructura distinta que te confronte para tratar de ver las cosas desde otro lugar. Ojalá eso ayude en términos de lo que al lenguaje refiere. No creo que un libro vaya a cambiar al mundo, pero sí puede cambiar nuestra manera de entender el lenguaje.
      —Entonces, ¿qué cambió provocar desde estos libros?
      —El tema principal del que tendríamos que hablar es la crisis climática, porque está íntimamente ligado a otros problemas que nos preocupan. No es tan evidente, pero si uno lee un par de notas te darás cuenta del mundo en el que vivimos hoy. Entonces, es pensar en todos los problemas, o al menos ese es el intento que hago desde el humilde lugar de estos dos libros.

Fotografía de la autora: thewilddetective

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