DIÁLOGOS DEL MIEDO Armando González Torres «La poesía contribuye a darle un significado distinto al dolor de la enfermedad» | Víctor Roura


Invitamos ahora al poeta y ensayista Armando González Torres (ciudad de México, 1964) a conversar sobre la calamidad sanitaria que nos ha tocado vivir. Hablamos con el autor de libros como La sed de los cadáveres, Las guerras culturales de Octavio Paz, La traición de los clérigos y Sobreperdonar, un autor atento, curiosamente, a los términos médicos para incorporarlos a su escritura...


Desde los tiempos de Homero

-En algunos episodios literarios, Armando, tratas la enfermedad con hilo y aguja escriturales. Por ejemplo, en tu libro La peste te sumerges en ello. Tú mismo me has dicho que dicho volumen, además de ser un tributo a Camus, es tu “homenaje a la literatura de epidemias”, un tema que te ha atraído siempre porque, me dices, “estas enfermedades súbitas, contagiosas y enigmáticas ponen al individuo ante su radical fragilidad y soledad”. ¿Pensaste vivir en la realidad una calamidad de esta magnitud?
      -Las epidemias han estado presentes en la literatura desde Homero hasta Camus pasando por Bocaccio, Defoe o Giono y han permeado todos los géneros: la épica, la tragedia, el relato y la novela modernos. Como homenaje a esta tradición literaria y, por mi propio interés en el impacto de este tipo de enfermedades en la sociedad y en el comportamiento individual, comencé a tomar apuntes (me acerqué no sólo a la literatura, sino a textos de historia y de divulgación científica) sobre el tema pestífero y hacia 2009 tenía un libro casi terminado. Ese año tuve la certeza de que la realidad siempre supera la ficción, pues muchas de las escenas que yo había visto en libros (el cierre de ciudades enteras, la histeria de la población, el auge de rumores) las comencé a observar en nuestra propia ciudad. De cualquier manera, sin duda esa contingencia fue mucho menos grave que la actual. Sin ser historiador, me atrevería a decir que ninguna pandemia en el pasado ha tenido el impacto planetario de ésta. Si bien puede pensarse en episodios mucho más devastadores, éstos se circunscribían a regiones y continentes mientras que esta pandemia se ha globalizado y ha alcanzado una dimensión en la que un porcentaje significativo de la población mundial se halla enclaustrado y sometido a un cambio radical en sus usos y costumbres. Por eso, tu pregunta me parece muy acertada: ni en mis mayores delirios hubiera imaginado una situación como la que priva actualmente.

Las más hondas culpas y temores

-Durante la pandemia anterior, la de hace un siglo, la denominada “gripe española”, no estábamos inundados de medios electrónicos, Armando, de modo que las muertes no se iban sabiendo en el instante mismo en que ocurrían. En lugar de apaciguarnos en esta incertidumbre mundial, las redes han aumentado, me parece, el miedo en la humanidad. ¿Esto podía esperarse de la invención tecnológica? Creo que ni con la espantosa Influenza se percibió tal temor, a pesar de lo que cuentas acerca de las escenas aterradoras en la ciudad…
      -Tienes toda la razón sobre el efecto multiplicador del miedo y la desinformación que pueden provocar las redes. Como todo desarrollo tecnológico, tienen sus ventajas y sus aterradoras “externalidades”: por un lado, permiten el contacto, la organización más horizontal y el procesamiento de información ajeno a gobiernos y grandes conglomerados de comunicación; por el otro, propician la atomización de la información, la circulación de noticias falsas y, como dices, elevan el nivel de alarma y miedo. Pienso, sin embargo, que más allá de las tecnologías que hoy la magnifican, cada epidemia trae sus propios miedos y, glosando a Susan Sontag, sus metáforas.
      “Las epidemias, en este sentido, sirven para que los individuos y las sociedades proyecten sus más hondas culpas y temores. Por eso, es muy frecuente que las enfermedades se conciban como un castigo divino frente a la conducta humana, o como la censura de los dioses a determinados personajes (muchas epidemias han generado etapas de agitación y cambio político). De ahí, también, la búsqueda de culpables y chivos expiatorios.
      “Recuerdo ahora esta historia que recupera René Girard: Apolonio, un mago de la antigüedad, llega a una ciudad griega afectada por la peste y le piden que les dé un remedio, al mago no se le ocurre nada hasta que ve a un mendigo contrahecho entre la muchedumbre, entonces le pide a la multitud que lo apedree pues él es el culpable de la enfermedad. Algunos dudan, pues están familiarizados con ese ser débil e inofensivo, pero el mago insiste en que detrás del pobre pordiosero se oculta un demonio. Comienzan a lapidarlo y cuando, tras la masacre queda un despojo sanguinolento, el mago dice que ese era el demonio que traía la enfermedad.
      “Las pestes desatan el ansia de pensamiento mágico. Defoe narra cómo en la peste del siglo XVII en Londres proliferan los predicadores del fin de los tiempos, los adivinos y los magos. Los testimonios en torno a las pestes están llenos de muchos relatos pavorosos de superstición y crueldad (las sospechas contra los judíos, las prostitutas, los vagabundos, los extranjeros, los diferentes) y me atrevo a decir que no están muy lejos de los episodios contemporáneos en nuestro país en que seres despreciables agreden al personal médico que salva vidas. Sin duda, a diferencia de otras catástrofes, un temblor o una inundación, por ejemplo, esta catástrofe lenta, a cuentagotas, basada en el contagio, tiene mucho menos potencial de despertar la solidaridad social, pues, como dice Canetti, la clave para la supervivencia en este tipo de tragedias es el apartamiento del otro. Por eso, quizá la primera manifestación que debemos vencer en este tipo de epidemias es el miedo y el egoísmo”.

 La belleza de lo grotesco

-Sí, no es posible mirar las agresiones al personal médico que arriesga su vida por salvar la ajena, pero tampoco es posible mirar los vítores a genocidas como Hitler o Mussolini, o escuchar el estrépito fulgurante de la gente aclamando a Trump cuando habla de la invención del calentamiento global. Lo cierto es que esta epidemia es tan verídica que los muertos se cuentan por millares en el planeta, aunque las redes incluso rebatan las concepciones científicas. En tu poesía, sobre todo, hallamos interés por las enfermedades que trastornan a la humanidad, ¿por qué inmiscuirse en tratados tan complejos en la poética, Armando?
      -En efecto, tengo una no tan extraña propensión a considerar la enfermedad como un material poético. Sin duda, el fenómeno de la enfermedad pone a la especie contra las cuerdas, le recuerda al ser humano su corporalidad, su enorme fragilidad, su condición transitoria y mortal. Acaso esta conciencia de la anomalía, la finitud y la morbidez te conecta de manera más auténtica y te brinda una forma peculiar de lucidez atormentada, como la de Poe, Baudelaire o Rimbaud.
      “El tema de la enfermedad te permite bucear en una de las fuentes del dolor humano. Por lo demás, la poesía contribuye a darle un significado distinto al dolor de la enfermedad. Uno de los mayores sufrimientos que aquejan al enfermo es la inexpresabilidad y falta de sentido de su dolor y el hecho de que el lenguaje y la lógica convencional sirvan de muy poco para expresarlo. En este sentido, el lenguaje poético permite transformar el dolor mudo del enfermo y darle una nueva significación.
      “Baudelaire, preso de la infamante enfermedad de la sífilis, transfiguró su visión de enfermo en una nueva cosmovisión que descubría la belleza en lo grotesco y lo mórbido. Así, la poesía transfigura la enfermedad e, incluso, puede ser curativa. Hace algunos años, yo daba un taller que se llamaba precisamente ‘¿Cura la poesía?’ y que se llevó a cabo en ciudades traumatizadas por la violencia, como Ciudad Juárez, en el que la actividad consistía en leer el tratamiento de la gran poesía ante determinadas calamidades (las guerras, los desastres, la enfermedad). Leíamos fragmentos de grandes obras (los adioses de Héctor y Andrómaca en la Ilíada, partes de la Tierra Baldía de Eliot, fragmentos de Hospital británico de Héctor Viel o de Cadáveres de Néstor Perlongher) y la respuesta era sorprendente, pues más que ser un taller de formación o recreación era un espacio de catarsis.
      “Insisto, pues, en que la enfermedad puede ser un material poético y que una enfermedad colectiva, una catástrofe insidiosa y colectiva como la pandemia que ahora nos acecha enfrenta por primera vez a la humanidad en su conjunto con su orfandad y su miseria”.

 La poesía doliente

-Pero también está, acaso, la ausencia de la musicalidad en los términos médicos, como Coronavirus o viruela o hipotermia que en una poesía tienen que ajustar sonoramente en el contenido. Sí, varios escritores se han enfrentado con las enfermedades, pero no con el lenguaje de las enfermedades, riesgo que has tomado casi desde el inicio de tu carrera literaria. Enfrentar el lenguaje inaccesible poético es un reto que no cualquiera quiere tomar…
      -Tienes razón, Víctor, en la falta de lenguaje para denotar y expresar la enfermedad: la terminología clínica es muy pobre y técnica, mientras que el lenguaje común cuenta con pocos recursos para mostrar el dolor y la aflicción de la enfermedad. Cuando uno quiere explicar un dolor ante un médico a menudo debe acudir al lenguaje figurado (“me duele como si me clavaran un puñal”, “me arde como si me estuvieran quemando vivo”). De hecho, en muchas figuras ejemplares de la gran poesía (Paul Celan, César Vallejo, Héctor Viel Temperley) abundan las metáforas dolientes y sus palabras producen un sacudimiento físico.
      “Creo que frecuentar esta poesía doliente puede pulir nuestra sensibilidad, nuestra cultura del dolor. Y no lo digo como un culto al masoquismo, sino al contrario: como una forma de entender y expresar mejor nuestras sensaciones. De hecho, tomo el término del libro de David Morris: La cultura del dolor, en el que señala que, si para los médicos el dolor es un mero impulso nervioso, toca al individuo darle un significado propio, reapropiárselo. Ser dueño de tu dolor, saber expresarlo es también una manera de encauzarlo y mitigarlo. En momentos como éste, de crisis y contagio masivo, es importante que, más allá de las alharacas e histeria colectivas, cada quien haga un ejercicio de introspección y reflexiones sobre su propia aflicción”.

Se anulan los contrapesos sociales…”

-Adentrarse en uno mismo también puede causar demasiado conflicto, como el surgimiento del escepticismo, como lo miramos en ciertas colectividades. Como observador del comportamiento intelectual, este sector, ante el despertar de una crisis severa como la que vivimos, por lo regular reacciona de manera política en uno u otro bando. Para acabarla, justo en estos momentos críticos se da el anuncio del traspaso del Fonca a la Secretaría de Cultura para diluirlo como fideicomiso. Y las reacciones han sido variadas, diversas, irónicas, iracundas… mientras la enfermedad nos permea de incertidumbre. ¿Ni siquiera en las catástrofes se arropa la eficacia de la lucidez, Armando, de la reflexión mesurada, del interés colectivo?
      -Sin duda, en momentos límite, en estados de excepción como los que generan las epidemias, afloran como nunca las pasiones humanas y se agudizan los instintos de conservación y egoísmo primordiales. Recuerdo nuevamente los “Diarios” de Samuel Pepys, que era un hombre rico que vivió la peste de fiebre bubónica que azotó a Londres en el siglo XVII y en ellos se expresa de manera descarnada el cinismo y el egocentrismo de un hombre acomodado que lo único que le preocupa es que con la peste cerraron sus tabernas y burdeles favoritos y que, una vez que pasa la epidemia, se pregunta si podrá usar sus pelucas o éstas quedaron infectadas.
      “Creo que en esta coyuntura también estamos viendo, en todo el mundo, comportamientos antagónicos y señales encontradas. Podemos observar las tensiones entre las prescripciones de la clerecía médica, los intereses de la clase política y empresarial y las pulsiones de la gente común. Por lo demás, en circunstancias como una epidemia, se anulan los contrapesos sociales y el poder se vuelve más omnímodo que nunca. En ese sentido, dependemos del carácter y los humores de unos cuantos.
      “Yo también me conmuevo observando, desde mi refugio (tengo la suerte de poder trabajar en casa), todos esos contrastes sociales que una crisis epidémica como esta hace evidentes y las reacciones de egoísmo y desconsideración de la mayoría. Sin embargo, aun en esta atmósfera viciada, llego a observar detalles de solidaridad, pequeños gestos amistosos que hacen abrigar una pizca de esperanza en estos tiempos oscuros”.

 La literatura, profundamente curativa y catártica

-Tienes razón, Armando, los contrastes son evidentes. Después de disminuirlo e incluso negarlo, en TV Azteca se entrevistó al científico López-Gatell, sin acotar ninguna disculpa, sobre todo para cuestionarlo acerca del recomienzo empresarial. Los medios han exhibido estar bastante distanciados de la ilustración y muy cercanos a la furia, a tal grado que yo he dejado de mirar los noticiarios que acostumbraba. Nadie se acerca a la poesía, ni hay memoria sobre el pasado: ¡pura culpabilidad política! ¿Dónde queda en estos momentos el arte, las letras, la poesía, la Historia?
      -En efecto, ya lo mencionabas muy bien al principio, la profusión de medios de información está muy lejos de crear conciencia y muchas veces, por los más intrincados intereses personales, se desinforma deliberadamente. Por lo demás, este tipo de situaciones genera un natural temor y nerviosismo y no es extraño que incluso con lo que se supone un avanzado estado de conocimiento científico prolifere la superstición y el pensamiento mágico en todas las capas de la sociedad y en muchos actores sociales y políticos.
      “Precisamente, yo creo que en momentos como éste la literatura puede ser profundamente curativa y catártica: acercarse a una novela como La peste de Camus o leer las referencias a la epidemia en Atenas de Tucídides nos muestra que las actitudes humanas ante este tipo de amenazas siguen siendo muy parecida por más que transcurran los milenios y evolucionen el conocimiento y la medicina. En este sentido, la literatura ayuda a romper el círculo vicioso del solipsismo (creer que somos los únicos que sufrimos, que tenemos incertidumbre, etcétera), ayuda a reconocerse en otros y a condolerse del sufrimiento de otros.
      “Leer la respuesta de la gran poesía y la gran narrativa ante los estados límite de sufrimiento, ante la proximidad de la muerte, educa las emociones, abre los ojos y, al mismo tiempo, puede abrir el corazón”.

Deseos contrafácticos

-Quizás hasta junio retomemos la normalidad ciudadana, pero evidentemente las cosas no van a ser las mismas, ni cultural ni políticamente. Incluso aun con la emergencia encima se han ido reestructurando, o ajustando, o modificando ciertos emprendimientos culturales. Finalmente, con el miedo a nuestro lado, ¿seremos los mismos culturalmente, Armando, después de este feroz cataclismo en el que estamos aún inmersos?
      -Tengo la impresión también de que la normalidad que recuperaremos será radicalmente distinta a lo que vivimos antes. Las repercusiones políticas, económicas y sociales todavía son difíciles de calcular y, como siempre, afectarán a los más vulnerables.
      “En el campo de la cultura, sin duda, habrá una contracción en el mercado y el consumo cultural, menores apoyos y una situación mucho más difícil para los artistas. Sin embargo, más allá de estos perjuicios inmediatos, me gustaría imaginar que este episodio traumático también puede generar una conciencia más amplia de temas fundamentales para la supervivencia de la especie como la conservación del medio ambiente y el crecimiento sustentable.
      “Epidemias como ésta responden a una situación aleatoria, pero también revelan un desequilibrio latente y ya prácticamente insostenible entre el individuo y la naturaleza. Me gustaría también pensar que esta pesadilla colectiva puede despertar sentimientos de solidaridad y empatía y hacer reflexionar sobre las inaceptables disparidades y desigualdades sociales. No es un optimismo fundado, pero me gustaría que estos deseos contrafácticos contrapesen el natural pesimismo que provoca esta circunstancia”.

Fotografía: Palabras urgentes

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