RELATO En el amor | Isaac Treviño


I

Nuestra particularísima situación, señora mía, se explica por sí misma: estamos hartos del amor.

Así es, el amor también fatiga luego de haber abordado todas sus aristas. Más allá de sus litorales hemos encontrado esa obscura pendiente que desciende hacia un asco mortal, inaudito para todo el que ama; un asco perfectamente camuflado por la costumbre y los compromisos que nos unen (que nos hunden). Me atrevo a conjeturar que éste es el cause natural de todo amor veraz, pues la pasión se libera naturalmente hacia un estado de reposo absoluto que antecede al rechazo ineludible.

Ya no te amo (¡lo más indigno es que nunca te he amado como deseo, como lo representa mi aspiración más elevada!). No amo esto que somos, a lo que el tiempo nos ha reducido, esta repetición envolvente y extensiva del propio tiempo. Me encuentro abrazado a ti porque me es ajena cualquier otra manera de vivir ¡Por miedo! ¡Por miedo no os libero! ¿Qué el miedo no es ultimadamente un funesto presentimiento de una fatalidad inminente?

Tampoco quiero hacerte el amor como en otras veces (ni si quiera por mero formulismo). Estoy cansado de ello. Estoy dispuesto a compartir tu cuerpo con todos aquellos que van delante de mí desfilando por los violentos arrebatos de una juventud a punto. Quiero que tu cuerpo se deteriore en materia y noción para que ya no ejerza sobre mi espíritu una atracción uniforme, monótona. Voy a esparcir la fragancia de tu belleza (aun intacta y sublime) para excitar el interés de otros espíritus, pues no pretendo dejarte en el desamparo sin una sola razón, aunque sea ilegítima.

II

¡Has envejecido! No solamente tu cuerpo resiente los efectos del tiempo, también tu espíritu, ¡Lo que me duele todavía más! ¿A dónde fue a parar esa osadía que te hizo tomarme de la mano para enfrentar juntos los peligros de la vida? Ahora la soledad te consume. Tus manos son pesadas cadenas que nos mantienen cautivos a ambos; los grilletes nos sujetan bien, pero también oprimen el corazón y las costillas. A tiempo te vuelves ajeno a todo placer mundano, andas tras la caza de quimeras que decoren tu propia mitología, y tu ciencia y conciencia gravitan sobre esferas inexistentes y ciertamente nada gratas ¡pero guárdate de no encontrar nada que no se encuentre sujeto a las leyes físicas y los dominios de Dios! Ya no me amas, lo sé sin ningún margen de error ¿Por qué no me lo dices? ¿Por qué no me dejas ser feliz? Yo voy a responder por ti: no actúas porque en el fondo temes perderme. Sabes que afuera no hay algo destinado para ti. Ves en mí un objeto del que puedes ufanarte y de paso justificarte; una propiedad que una vez adquirida es difícil de desprenderse, aunque a la larga te resulte intolerable ¡Esta línea de razonamiento es propia del más inicuo de los rufianes! Te avergonzaría si develara cada uno de tus pensamientos, señor mío, pues leo en la inteligencia de tu frente como en un libro abierto.

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Isaac Treviño. Egresado de la Escuela de Escritores, generación 2012. Torreón, Coahuila. Es responsable del blog: Las serpientes de medusa

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