Desde hace tiempo he venido preguntándome cuál es la función de la poesía en la sociedad actual. Si bien la literatura, desde principios del siglo XX, ha encontrado en otros medios de comunicación fuertes competidores, el espectro de un público que se acerque a la poesía, como género literario, ha ido disminuyendo francamente contra otros públicos, que prefieren el cine, la televisión, la música masificada, entre otros productos propios, primero de la era industrial, luego de la era digital.
Con todo, creo que jamás se podría hablar de la muerte de la poesía. La poesía es como un estado connatural al ser humano. La poesía es una forma de entender el mundo, de representarlo y de vivirlo.
Lo anterior no lo digo al estilo del cliché del poeta que en todo ve poesía y de todo quiere hacer poesía; una muy romántica —y hasta gastada— forma del quehacer poético que rindió sus mejores frutos durante las primeras décadas del siglo pasado con las llamadas Vanguardias literarias.
Si lo vemos desde una perspectiva más objetiva, quizá podamos entender las formas y las nuevas propuestas de la poesía actual.
No es atrevido, para comenzar, decir que todo lenguaje humano es poético, en tanto que en sí lleva un sentido metafórico. Borges decía que para hablar del círculo amarillo en el cielo usábamos la palabra “sol”; y así cada cosa, cada evento, cada emoción que nos rodea y nos hace ser y estar en este mundo. Aunque el discurso científico se esmere en dictar leyes contundentes mediante un lenguaje irreductiblemente objetivo (esto apelando al uso denotativo del mismo), lo cierto es que nuestro lenguaje siempre estará sujeto a la tendenciosa interpretación de quien lee o escucha. Quien interpreta un mensaje, ya participa también en la construcción del mismo. En el caso del discurso declaradamente poético, la relación entre emisor y receptor es esencial.
Ahora bien, que el lenguaje en sí mismo esté siempre cargado de metáforas y, además, de un fuerte grado de emotividad, no necesariamente implica que todo mundo pueda hacer poesía con apenas abrir la boca o esgrimir la pluma. Creo que siempre ha sido y será deber del poeta saber ordenar las palabras para emitir un mensaje y, así, lograr un contacto real con su público.
Octavio Paz y Jorge Luis Borges |
La relación entre poesía y nuevas tecnologías no es nada nueva y, al contrario, a estas alturas ya tendrá toda una tradición. En México, Octavio Paz imaginó con Blanco un poema visual, un texto que pudiera ser reproducido en una pantalla de televisión. El famoso texto de Paz ahora tiene una versión electrónica que el lector/espectador puede leer y ver una vez descargado desde la tienda virtual iTunes. La edición es, sin duda, un trabajo que da pleno sentido a todo lo esperaba el autor de Blanco.
La referencia a Octavio Paz nos invitaría a seguir por la senda de la ya larga tradición de la poesía visual y, en un terreno un poco más general, del libro electrónico. Dejando como promesa futura, ahora, más bien, me gustaría hablar de una vertiente en la poesía que ha renacido en nuestro tiempo y que tiene voces verdaderamente importantes en lengua castellana, particularmente en México: la poesía oral.
La era industrial permitió la masificación de las artes, se quiera o no verlo de esta manera. El cine, ejemplo angular, es ya una arte plenamente industrial. En el caso de la poesía, si bien la larga tradición de la imprenta permite largos tirajes de las obras, el siglo XX logró que las mismas se reprodujeran y viajaran a una velocidad que el Futurismo sabría apreciar. Bien o mal, podíamos leer a autores cuyo rostro quizá ni siquiera nos importaba. Nos importaban los versos, la fama del autor. A la par, el libro impreso nos acostumbró a una lectura solitaria y callada.
Me interesa delimitar los medios de los que se sirve la poesía en siglos pasados, porque es de ahí donde vamos a partir para entender nuestras nueva poesía oral. He dicho que la masificación de las obras nos llevó a una lectura silenciosa y solitaria. Hoy día la idea, la falsa idea, que de la poesía tienen muchos es que es esencialmente escrita. A ese tenor, alabamos a un poeta que ha publicado uno o más libros, aunque poco o nada los leamos. Parece importarnos que alguien escriba algo, aunque no sepamos bien a bien qué es lo escrito; tan arraigados estamos a la cultura de la letra impresa, a veces la tan sobradamente alabada e incomprendida letra impresa que si escuchamos a un poeta recitar en la calle o en el transporte público, y no tiene en su haber un libro impreso, no le damos el trono de poeta consagrado. Tal parece que un poeta se consagra en un libro impreso y no en su voz, en sus versos.
La verdad es que si miramos un poco en la historia, en la verdadera historia de la poesía, sabremos de sobra que toda poesía, de toda cultura, nace de manera oral. El papiro, el papel, el libro digital son, apenas, medios de los que se vale la poesía, pero no el fin último.
Yo conocí las nuevas vertientes de la poesía oral de la mano de Rojo Córdova, ahora referente obligado en las dinámicas de Spoken Word y Slam Poetry en México. A partir del Slam fui conociendo voces de todo el país: Sara Raca, nacida en Guadalajara y ahora radicada en la Ciudad de México; Edmeé, la Diosa Loca, de la Ciudad de México; Adrián Esparza, de Guadalajara; Canuto Roldán, Carlos Titos Barraza y Mauricio Jiménez entre muchas otras voces verdaderamente valiosas, algunos conjugando su trabajo oral con publicaciones impresas y digitales.
Para hablar de un poeta que se interesa particularmente por la poesía social, me gustaría, antes, hablar de las diferencias entre la antigua poesía oral y la nueva. Como el avispado lector entenderá, antes no existían soportes de resguardo para la poesía oral. El poeta recitaba en un recinto o en la plaza pública y no quedaba registro de su voz. Muchas veces las obras podían pasar de voz en voz y de generación en generación, pero, de esta forma, el mensaje original podía modificarse y hasta perderse la intención del primer orador. Quienes posteriormente se encargan, desde siempre, de recuperar, transcribir y resguardar las obras se enfrentan a un problema natural: el paso de una tradición oral a una escrita, con los altibajos que esto pueda representar.
Actualmente las nuevas tecnologías y los nuevos medios nos han permitido hacer un resguardo inmediato de la poesía oral e, incluso, se hacen grabaciones de audio o video ex profeso para la transmisión de la poesía.
Conocí al poeta Karloz Atl (Ciudad de México) en el contexto del Slam Poetry. Con mi pregunta de base, ¿cuál es la función de la poesía en la sociedad actual? poco a poco fui interesándome en el trabajo del joven Atl. Supe entonces que, además de poeta, dirige Poesía y trayecto, un colectivo que convoca distintas voces y conjuga varias disciplinas artísticas.Las actividades de Poesía y trayecto, según afirma el mismo Atl, recorren buena parte de la republica mexicana e, incluso, ya rebasan fronteras.
El trabajo de Karloz Atl resuelve en buena medida mi duda original sobre la poesía actual. Con el espectro geográfico que tiene Poesía y trayecto, nos enteramos de que Karloz es un viajero incansable que lleva la poesía en sus pasos. Creo que muchos poetas viajan con su palabra y la vierten en los oídos de sus escuchas. Atl da un paso más allá y se empapa y se compromete con el lugar que visita. Atl está interesado en las lenguas indígenas, en su recuperación, en su vida y en su cultura.
Una de las formas de presentar a Poesía y trayecto que pueden llamar más la atención es la de “intervención de espacios”. Y es que eso es lo que hace Karloz, intervenir espacios públicos. Es como si de pronto, en medio de la cotidianidad, el poeta te hiciera detenerte para escuchar lo que él toma de la misma realidad. Así, los temas más importantes para Atl son los que tienen que ver con los espacios públicos: la preservación de las lenguas indígenas, los grupos sociales en condiciones de marginalidad (como los niños en condiciones de calle), la convivencia entre personas en los mismos espacios públicos.
Al final, espero haber convencido al posible lector de que poesía, nuevas tecnologías y nuevos medios se conjugan para vivir y representar una sociedad actual, sin que esto implique una total ruptura con la tradición.
ANDRÉS GALINDO. Hispanista por la Universidad Autónoma de México. Autor de Veinte poemas de la furia (Endora, 2010) y La oficina del olvido (Ediciones y Punto, 2015). En 2011 conoce el formato Slam Poetry y, desde entonces ha participado en el mismo, bien como poeta o como espectador. Actualmente escribe cuentos fantásticos, minificciónes y es aficionado a la fotografía. Puedes ver más de su trabajo en http://misimposturas.blogspot.mx/p/blog-page.html o seguirlo en la cuenta de Twitter @andresrsgalindo
Fotografías tomadas de: elregional, domingouniversal, culturacolectiva y chopo.unam.mx. Las imágenes fueron modificadas para la revista BV.
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