Se cumplen cinco años del asesinato del hijo de Javier Sicilia, Bitácora de vuelos, les ofrece esta crónica.
*Juan Francisco Sicilia fue hallado con los pies y manos atados, y con huellas de tortura y asfixia. Leer más: Almomento Noticias.
El pequeño Francisco lleva cinco horas esperando con el retrato de su padre. Es casi de su tamaño. Lo carga con ambas manos. A sus espaldas los vecinos levantan letreros escritos a mano: “no más muertos”, “no más fosas clandestinas”, “no más desapariciones”. Los agravios del país desbordan el camino. El último sol hace sombra en las montañas de roca.
*Juan Francisco Sicilia fue hallado con los pies y manos atados, y con huellas de tortura y asfixia. Leer más: Almomento Noticias.
El pequeño Francisco lleva cinco horas esperando con el retrato de su padre. Es casi de su tamaño. Lo carga con ambas manos. A sus espaldas los vecinos levantan letreros escritos a mano: “no más muertos”, “no más fosas clandestinas”, “no más desapariciones”. Los agravios del país desbordan el camino. El último sol hace sombra en las montañas de roca.
La camioneta donde viaja el poeta Javier Sicilia frena a su
encuentro. Detrás vienen los trece autobuses que cruzan México en la Caravana
del Consuelo. El niño se acerca de la mano del tío. Una lágrima le llega a la
punta de la nariz.
Se lo mataron. El minero Fernando Rodríguez Maturino
apareció muerto hace tres meses. Su cuerpo enrollado en una cobija. Atado con
cinta canela. Tirado en medio de un descampado. Sicilia tomó a Francisco en sus
brazos, lloraron juntos. El poeta perdió a su hijo, el niño a su padre.
Dos meses atrás Sicilia preparaba su último libro titulado
Los Restos. Estaba de viaje en Filipinas, a donde voló con una inquietud
profunda: sentía que iba a morir. Por eso, antes de despedirse de su hijo Juan
Francisco le encomendó sus cuentas, escrituras y demás papeleos. Pero fue el
joven, un estudiante de administración de 24 años, quien murió. La mañana del
28 de marzo apareció asesinado en un automóvil deportivo con cuatro amigos y
dos adultos. Asfixiados, torturados, la cabeza envuelta en cinta adhesiva, con
las manos y pies atados.
Con su muerte el padre dio nombre a los 40 mil caídos
anónimos de la guerra que el presidente Felipe Calderón declaró al crimen
organizado. Lo empujó a las calles a exigir justicia para todas las víctimas y
el cambio de la estrategia de guerra. Sicilia pudo encerrarse a llorar a su
muerto. No lo hizo. Marchó en la ciudad de Cuernavaca donde Juanelo, como le
llamaba, vivió y murió. Emprendió una caminata a pie de 80 kilómetros hasta la
ciudad de México donde 120 mil personas se unieron a su clamor y continuó con
una caravana de más de 3 mil kilómetros hacia Ciudad Juárez, “el epicentro del
dolor”, donde se firmó el Pacto Ciudadano para refundar al país.
Sicilia no volvería a escribir poesía.
El mundo ya no es digno
de la palabra
Nos la ahogaron por
dentro
Como te asfixiaron
Como te desgarraron a
ti los pulmones
La caravana lo trajo hasta aquí, a unos cuantos kilómetros
antes de llegar a Durango, al encuentro con el pequeño Francisco que viste una
playera más grande que su flaco cuerpo. Silencio. Sólo el llanto de los
dolientes y el aleteo de las cámaras fotográficas que persiguen el abrazo.
–Me dice que quiere crecer para matar a los que asesinaron a
su papá –interrumpe María Cirila Flores de los Santos, la madre. Se deja
consolar por los desconocidos.
Alrededor el pueblo se guarda. No es lugar para vivos.
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