ACERCAMIENTOS Escisión del sujeto lírico en la poesía confesional de Ángel Escobar | Julio César Aguilar

Un homenaje a Ángel Escobar / Armando Añel

Conocidos por sus amigos fueron los intermitentes períodos depresivos y episodios psicóticos que padeció Ángel Escobar, especialmente durante los últimos diez años de su vida, que se caracterizaban por el mutismo que le producían y por las alucinaciones auditivas que lo incitaban a inmolarse, a llevar a cabo el suicidio. Debido a este síntoma típico de la esquizofrenia paranoide, Escobar intentó repetidas veces suicidarse de diversas formas: ya sea mediante la sobredosis de medicamentos psiquiátricos, cortándose las venas de las muñecas y lanzándose al vacío (método conocido como defenestración).
         Con la intención de consumar el suicidio, el recurso de la defenestración fue el más utilizado por el poeta, quien dejó constancia en su obra literaria de esas alucinaciones, voces relacionadas con su pasado familiar que lo acechaban, y que a veces son mencionadas como ruidos en su poesía: “Voces que dan, como campanas, golpes” (187), “Sólo las voces / que poco a poco anulan los emblemas” (212), “Sé que sólo los ruidos en que ardo se suceden” (223), “Fragmentos soy, y ruidos” (231), “Hacen su ruido y caen, muertos y vivos caen” (250), “pero me siguen la pestilencia, y voces / de borrachos” (372), “qué ruido me enarbola. Este que va a morir / ya está bien muerto” (386). Los anteriores son sólo algunos ejemplos de las menciones a ese síntoma desgastante de la esquizofrenia —las alucinaciones—, entre muchos otros más que se encuentran en su obra. Como bien lo ha detallado Efraín Rodríguez Santana, la poesía de Escobar es “copiosa y convulsiva y trata de voces acompañantes en la disparidad, voces de aliento y de arrebato, voces ancladas en el infierno de la familia y voces que vuelan por pinares y ríos de amor. Voces que detienen su recorrido con el último aliento de la madre muerta que lo viene a buscar” (439). Rodríguez Santana hace mención a la muerte de Cándida Varela, madre de Escobar, la cual fue asesinada a manos del propio padre del poeta, cuando éste era pequeño. Dicha tragedia familiar fue decisiva, sin duda alguna, en el desarrollo de su padecimiento psiquiátrico, del cual deja constancia a lo largo de su obra. Así, de acuerdo al psiquiatra Navratil, el arte puede ser un síntoma de la esquizofrenia, actuando como “procesos que contribuyen a la estabilización de la personalidad del enfermo” (28).
         Ángel Escobar tenía casi siempre una sonrisa dibujada en el rostro, pero no de alegría sino de timidez y ternura, según rememora Cira Andrés en conversación en línea. Para ella, como para María Elena Diardes y otra gente que lo conoció, el tono vital de Escobar era elevado, a pesar de todo: cuando no se sentía perturbado por la enfermedad, solía estar alegre y durante las reuniones con sus amigos bailaba muy bien. En su época de juventud tenía éxito con las mujeres, pues era un conquistador nato, pero cuando caía en la depresión se encerraba; sus crisis eran muy intermitentes, a veces se prolongaban durante meses, otras, en cambio, duraban sólo un rato. Sin embargo, tras las crisis surgía un nuevo libro de poesía, aunque al final de sus días ya le suponía mucho trabajo escribir. Por consiguiente, ya con los años y el deterioro causado por la enfermedad y el alcohol, Escobar era una sombra frágil. En la contraportada de uno de sus libros póstumos, El examen no ha terminado,[1] se informa que “[l]os versos de Ángel Escobar expresan de modo magistral la incertidumbre y la ansiedad que lo agobiaban ante la imposibilidad de asumir plenamente su identidad y su ser, aquejado por un profundo mal. Los recorre también la zozobra de existir en un convulso y desafiante fin de siglo”.
         Ese profundo mal al que se hace referencia arriba, es el diagnóstico de la esquizofrenia de tipo paranoide principalmente, a la que se sumaban la depresión y el trastorno de ansiedad; sin embargo, muy poco se ha hablado sobre el asunto en el caso específico de Escobar; nadie lo ha documentado abiertamente hasta la fecha, ya que sus amigos y familiares con celo guardan silencio sobre la patología psiquiátrica del poeta, para no enturbiar quizás su imagen ni empañar tampoco el concepto de la Revolución Cubana. Al parecer, el estigma que presuponen los trastornos mentales aún sigue siendo muy fuerte, permaneciendo muy arraigado así en algunas sociedades, por lo que muchas personas optan por quedarse calladas ante esta realidad, aunque las consecuencias puedan ser muchas veces devastadoras.
         De todas maneras, la propia obra de Escobar presenta múltiples indicios de esa escisión del yo poético, como consecuencia, en primer término, de su esquizofrenia: “Marchito, doble mí, cunde en la sala” (386), “sin un solo peldaño que omita / la memoria de ti, ni tu contrario” (370), “Tengo eczema en el alma. / La regaría con ácido muriático, / con un poco de seconal o de paciencia” (371), “Soy sí, soy no: un tal vez, / la carestía, y me apego al fracaso” (373), “El día cesa, / cae lo oscuro al alma, el corazón revienta / en su ceniza” (374), “Si soy un leproso, sólo tú me acompañas. / Si soy otro, te veo. Y la visitación / del mundo es a través de ti. Pones / mi rostro, contrario a toda máscara” (376), “pon la mano, bohemio, haz que se quede / la realidad y su doble, caja de figuras” (377), son sólo apenas unos cuantos ejemplos, de muchos que se observan dentro de su obra, que aluden al yo dividido del poeta. Leo Navratil sostiene que la psicosis de los pacientes con esquizofrenia puede estimular el desarrollo de aptitudes para la creación artística, independientemente de que la enfermedad fomente o no el talento (20). Por lo tanto, con esas crisis psicóticas de la esquizofrenia, el talentoso Escobar se vio beneficiado desde el punto de vista de la creación poética, pero la presencia atroz de la enfermedad le cobró los dones con su propia vida.



En correspondencia por correo electrónico personal con Juliet Lynd,[2] con respecto a que muchos críticos abordan la obra de Escobar desde el punto de vista de la enfermedad psiquiátrica, Ana María Jiménez escribe: “Yo creo que poner énfasis en esto [su esquizofrenia] desmerece su obra, su exquisita sensibilidad y originalidad. Él es un gran poeta, enfermo o no, aunque sus vivencias lo hayan marcado como a todos los mortales” (127). Indudablemente, Escobar es un poeta con obra de reconocida calidad literaria, su prestigio y su merecido lugar en el ámbito de las letras hispanoamericanas de los últimos años está, en realidad, fuera de cualquier discusión.
         Sin embargo, no hay ni puede haber ningún desmerecimiento en su poesía si se la lee en relación a las perturbaciones mentales, pues habría que recapacitar tan sólo en los más sobresalientes artistas que las han sufrido, para darse cuenta —o recordar— que en muchos casos es precisamente ese universo interior desquiciante el que le otorga a la obra una visión original; además, como bien lo ha dicho André Malraux, “el arte de los enfermos mentales es la más expresiva de todas las artes no ligadas a la tradición” (citado por Navratil 19). Por lo tanto, las anteriores son razones por las cuales es importante eliminar el estigma de la enfermedad mental, pues es precisamente ésta la que ha contribuido a que la obra de Ángel Escobar sea genial. El siguiente fragmento del poema titulado “Difícil”, confirma lo anterior:

Salgo de mí a ver las cosas.
En su infancia infinita los nombres
se convierten en sus dobles—
el desdén que los cubre nos subvierte.
Somos aquella ruina que nos consume tanto.
Esperamos una estación cualquiera.
La frialdad y el murmullo de las horas
nos han vuelto por siempre melancólicos […] (189).

La expresividad de estos versos es resultado de la natural amalgama de las imágenes poéticas. Ya desde el primer verso —y aun antes en el título, vocablo de evidente connotación negativa que lo anticipa— se intuye el sentido desolador del poema. El hablante lírico se aparta de su ser, se desdobla, para merodear a través de su entorno y observarlo de un modo objetivo. Si se analiza el lenguaje utilizado, se ratifica que la carga semántica que prevalece en el texto es cualitativa y notoriamente negativa. Sólo en ese fragmento, además del título, se encuentran las siguientes palabras que apoyan la afirmación suscrita: “dobles”, “desdén”, “subvierte”, “ruina”, “consume”, “frialdad”, “murmullo” y “melancólicos”. El paciente esquizofrénico generalmente “experimenta el derrumbamiento total de su yo, y con él el del mundo” (Navratil 28). De la obra poética de Escobar, Rodríguez Santana ha dicho que
es la fuente de un completo desarreglo de los sentidos. Es allí donde el poeta no podrá mentir a sus rarezas, a su incómoda cohabitación con la realidad real que lo malogra y lo tienta con la pista de una ilusión cada vez más dilatada e inasible. No es solamente que Escobar descubra caminos formales mayores, innovadores, inusitados, de lo que se trata, sobre todo, es que asistimos a la aparición de una escritura que se encarna físicamente en la persona, en el poeta, y a través de sus virtudes y males se explica, se refiere, se hastía y se inconcluye. Como si fuera una transcripción perfecta que se desliza de la palpitación humana a la sonoridad y tensión de la palabra (73).
La poesía de Escobar es, en ese sentido, el paradigma de una obra construida desde una sensibilidad atormentada por la insania. En su ensayo sobre tres generaciones de poetas cubanos, Reina María Rodríguez[3] afirma que Escobar es uno de los más lúcidos poetas de la isla, y agrega que él le dejó unos poemas que pertenecen a La vía pública, los que encontró entre otros papeles de aquellos años, ya amarillentos. En su opinión, el estilo de la obra de Escobar es conversacional y “se enfrenta al tema de la locura al tratarla contra la razón [...] Los normales, sanos y cuerdos tienen normas que mantener, él sabe que sus puertas estarán cerradas para él, el “huérfano abollado””, como el mismo autor se autodenomina cuando escribe en su poema “Las puertas” que ellas son las que lo golpean “con el trasero en pleno rostro” (150), texto de enrarecida atmósfera que conduce a la despersonalización del sujeto poético.
         En el mes de julio de 2009, Juliet Lynd conversó con Ana María Jiménez en Santiago de Chile. La entrevista se realizó en la oficina donde laboraba Jiménez como secretaria para el Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos de la Universidad de Chile. Durante esa conversación, la que fuera esposa del poeta, se refirió —entre otros asuntos— a su relación con Escobar y a ciertos hechos biográficos, relevantes, del poeta cuya obra, según la profesora universitaria:
es un arte fragmentado, uno que empuja al lector a forjar conexiones entre las referencias históricas, culturales y literarias, imágenes de profundo significado personal para el poeta, y a menudo voces poéticas en competencia. Esto, junto con el trágico suicidio del poeta, ha llevado a muchos críticos a contemplar la lucha de Escobar con la enfermedad mental (Lynd 126-127).[4]
Ese arte compuesto por fragmentos —en los que imperan los versos confesionales— del que habla Lynd, es a su vez la obra donde se refracta la identidad en crisis del poeta. Es un yo por supuesto fragmentado el que habla en su poesía, y que se evidencia a través de contradicciones, antítesis, paradojas, figuras retóricas que desestabilizan el discurso poético causando extrañeza en el lector: “Y otro miró por mí en mis ojos a otro” (235), “Yo me voy y me quedo y nada aguanta / mi permanencia o mi partida” (246), “Soy antiguo y reciente” (251), “Oh, estrella del sur, qué quiere decirme / tu silencio. Estas palabras traicionan mi mudez” (252), “Quieren chuparme el rostro, mi alegría y mi sangre / Y yo no tengo rostro ni alegría, ni sangre” (266), sólo por citar algunos ejemplos. En esos versos se observa, reiterativamente, la perpetua discordancia en la que vive luchando toda su supervivencia el esquizofrénico. Al autor de las imágenes poéticas anteriores, en las que se percibe un resplandor alucinante desde la primera lectura, un otro lo habita. Un otro, o varios “yoes” que contienden por apoderarse de la identidad real de Escobar.

Ángel Escobar, poeta

Para el Dr. Sergio Peña y Lillo, el paciente esquizofrénico, en especial el crónico, “es un enfermo esencialmente poético, ya que es su propio mundo alienado el que aparece como una metáfora vaga e inequívoca” (325).[5] Sin embargo, Jiménez, la viuda de Escobar, se alarma de que la crítica literaria se interese en indagar las huellas de la enfermedad mental en la obra literaria. Según Jiménez, el poeta nunca reveló los antecedentes que subyacían en su literatura (Lynd 126-127). En efecto, Escobar casi nunca conversaba sobre su padecimiento ni de sus antecedentes familiares, nada más con algunos amigos muy íntimos se atrevía a explayarse y a dialogar sobre esas cuestiones. No obstante, aunque era muy tímido, el poeta podía ser a veces muy escénico e histriónico si se encontraba confiado.
         Efraín Rodríguez Santana, amigo muy cercano de Escobar y de Ana María Jiménez y de su círculo de amistades, se ha hecho presente casi siempre en lo que se ha publicado sobre el poeta, ya sea a través de prólogos y compilaciones o con la escritura de La cinta métrica (2011), novela que aporta interesantes datos sobre la vida, la enfermedad y la obra de Escobar. Refiriéndose a los textos de Todavía, poemario publicado en 1991 y uno de los menos extensos del poeta junto con Malos pasos, también editado el mismo año, Rodríguez Santana comenta que esos poemas
poseen esa rara mezcla de tersura expositiva y dureza y negación de lo significado. Logra ser uno de los cuadernos más rigurosamente equilibrados en sus imágenes y en la abundancia medida y escogida de sus asociaciones, pero insiste en la indagación del yo —nuevamente ese sujeto lírico escindido y excluido. Para el poeta no hay descanso y busca en esas fracturas existenciales la fuente inagotable de una inspiración que se torna, por momentos, agónica (83).
Desde La vía pública, libro de 1987, la obra de Escobar se vuelve más personal, es decir se construye a partir de una temática en donde su autor dialoga con su pasado, tratando tal vez de reconstruirse a sí mismo. Ese sufrimiento que lo doblega, que divide con atrocidad su ser y que lo aterra, cobra voz en sus versos de un modo magistral, como se advierte en el poema “Susurro”, que dedica a Juan Carlos Flores, incluido en Cuando salí de La Habana (1996):

Si pudiera convertirme en mi nombre—
no cavaría este foso; no pediría una pala
y un pico para cavarlo afuera, allá, junto
a la costa: no estaría enterrado vivo, como dice
mi espejo, mi doblez atroz que sufre, y sale y entra—
cómo pediría la comida y el café;
cómo sería de impávido y remoto—
pintaría esta habitación de negro, y roto
me convertiría en una piedra, en una piedra sola—
no me darían píldoras ni me inyectarían
esas costumbres, maneras y malos tratos
ni todas esas formas de razón razonable—
ni me creerían vivo, o loco, o sucio, o bastardo
arrepentido digno de un manicomio blanco—
yo no tendría deseos—
sólo la realidad real con sus dones—
así, sin más, la contemplaría (287).

En los versos de este poema resalta la in-identidad del hablante, quien sólo ambiciona la integridad de su ser, de su yo que sufre cruelmente una doblez que lo obliga a recurrir al hospital psiquiátrico. Sitio ése donde le inculcan otra manera de ser, por medio de los fármacos orales e intramusculares, y el maltrato e indiferencia con los que médicos y enfermeros racionales a menudo atienden a los pacientes. El poeta se sabe enfermo de un padecimiento que le impide poseer una identidad única, esa doblez —término que también equivale a fingimiento, simulación, falsedad— mencionada en uno de los versos anteriores se refiere a su yo dividido, a ese rompimiento interno que se suscita en su mente y por el que muchas veces ha tenido que estar hospitalizado en esos manicomios blancos, según nombra él a los sanatorios que se mencionan a lo largo de su poesía.


Bibliografía
1. Andrés, Cira. “La muerte del ángel.” Ángel Escobar: El escogido. Textos del coloquio homenaje al poeta Ángel Escobar. Ed. Efraín Rodríguez Santana. La Habana: Unión, 2001. Impreso.
2. Escobar, Ángel. Poesía completa. La Habana: Unión, 2006. Impreso.
---. El examen no ha terminado: (Santiago de Chile, 1993-1994, La Habana, 1995). La Habana: Letras cubanas, 1999. Impreso.
3. Lynd, Juliet. “Reflections on a Conversation with Ana María Jiménez, Wife of Ángel Escobar.” Sirena: Poesía y Crítica 2 (2010): 126-136. Impreso.
4. Navratil, Leo. Esquizofrenia y arte. Trad. María Teresa Vallés. Barcelona: Seix Barral, 1972. Impreso.
5. Peña y Lillo, Sergio. “El desconcertante hablar poético de la esquizofrenia.” Psiquiatría universitaria 8.3 (2012): 322-325. Web. 2 diciembre 2013. http://goo.gl/3PTqQq
6. Rodríguez, Reina María. “Poesía cubana: Tres generaciones.” LL Journal 7.1 (2012).  http://goo.gl/lzw8Bm
7. Rodríguez Santana, Efraín. Ángel Escobar: El escogido. Textos del coloquio homenaje al poeta Ángel Escobar Ed. Efraín Rodríguez Santana. La Habana: Unión, 2001. Impreso.
---. La cinta métrica. Sevilla: Espuela de Plata, 2011. Impreso.
---. “Los espacios saturados: La obra poética de Ángel Escobar, 1957-1997.” Déjame ser
tu orilla: Homenaje a Ángel Escobar. Santiago: La Cópula, 1999. Impreso.
---. “Prólogo.” De Ángel Escobar. Fatiga ser dos sombras: (Antología poética). Ed. Efraín Rodríguez Santana. Madrid: Betania, 2002. Impreso.

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[1] En la dedicatoria de este libro, se lee: “Para Anita Jiménez / porque yo sé buen Machado, / que hoy es siempre todavía” (308). Contiene también un epígrafe de San Juan de la Cruz: “Un no sé qué / que quedan balbuciendo” (308). Ana María Jiménez fue la última pareja de Ángel Escobar.
[2] Profesora investigadora de Illinois State University.
[3] (La Habana, Cuba, 1952). Poeta. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 2013.
[4] “Ángel Escobar’s poetry is a fragmented art, one that pushes the reader to forge connections between historical, cultural, and literary references, images of deep personal significance for the poet, and often competing poetic voices. This, along with the poet’s tragic suicide, has led many critics to contemplate Escobar’s struggle with mental illness” (126-127).
[5] Peña y Lillo, Sergio. “El desconcertante hablar poético de la esquizofrenia.” Psiquiatría universitaria 8.3 (2012): 322-325. Web. 2 diciembre 2013. http://goo.gl/3PTqQq



JULIO CÉSAR AGUILAR (Jalisco, México). Poeta y traductor de inglés. Es médico por la Universidad de Guadalajara; cursó una maestría en Artes en Español en la Universidad de Texas en San Antonio y un doctorado en Estudios Hispánicos en la Universidad de Texas A&M. Su obra se ha traducido a varios idiomas y ha sido publicada en diversos países. Es autor, entre otros títulos, de Rescoldos, 1995; Brevesencias, 1996; El desierto del mundo, 1998; Orilla de la madrugada, 1999;La consigna y el milagro, 2003; El yo inmerso, 2007; Barcelona y otros lamentos, 2008; Alucinacimiento, 2009, y Aleteo entre los trinos, 2014. Traducciones suyas son Con ansia enamorada, de Irving Layton, 2004; Camino del ser. Antología: 24 poetas anglosajones, 2006; Pintando círculos, de Luciano Iacobelli, 2011; La costurera y el muñeco viviente, de Beatriz Hausner, 2012, y Pascal va a las carreras, de Janet McCann, 2015.

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