Pocos libros consiguen, con verdadera eficacia, transmitir la universalidad de un sentimiento humano. Y es que no se trata de manipular temas sensibles y darles cabida en el molde de un poema, tampoco de “poetizar” a la ligera nuestros miedos más terribles, sino de hablar desde una pulcra construcción poética que, generosamente, logre contener por completo la emoción y honestidad del hablante y su discurso.
El poeta de
No Quimio (H. Ayuntamiento de Toluca, 2015)
conoce la muerte, sabe de sus movimientos y sus insinuaciones; ha conocido su punzón amargo a través de la memoria, del reconocerse en los otros que, amigos y cercanos, han tenido a la muerte demasiado próxima. Así, gracias a estas experiencias –que sí dolorosas, sí lamentables–, Luis Aguilar edifica este libro a manera de almanaque enfermo, de testimonio y nuevo saber de la finitud humana: poner los pies en la tierra y procurar verla desde arriba por un buen tiempo.
El primer apartado, que da nombre al volumen, parte del misterio y lo sombrío; una enfermedad aparece de forma inesperada en la rutina de un hombre y va poblando la red léxica de los poemas:
Y sin embargo, / de pronto, / es necesario deletrear / condrosarcoma / periostio, angiografía.
Y es que lo maravilloso de estos primeros poemas es su continuo movimiento y gran poder a la hora de establecer la comunión enfermedad-texto, es decir, su acertadísima forma de, como literatura, apoderarse de una realidad humana para adaptarla a la medida exacta de una página. En este primer conjunto, que funge como una especie de introducción a estas
puertas de apariencia intacta, Aguilar nos muestra lo difícil que es no sólo enfrentar la muerte sino la titánica tarea de detectarla y, posteriormente, aceptarla.
Un dictamen médico lo cambia todo, dice con la voz del desahuciado. Un par de poemas después recorre la no aceptación del cáncer –bautizando la universalidad que representa la enfermedad en este libro– y, para concluir, hay un extraordinario poema que recurre a la alteridad, al accionar de los otros para aceptar la muerte:
unos compran postales / en un país que no conocen / y a otros, / dentro, / en silencio / nos va creciendo / la muerte.
Para la segunda parte,
Prerrogativas terminales, se delinea la siguiente estación que habremos de andar junto al hablante lírico: la del reconocimiento del mundo sobrante y su encaramiento. En estos poemas, sí prerrogativas, hay un cambio de actitud ante la existencia, un cambio producido por la cercanía del final del camino. Con una actitud más conmovedora, más nostálgica con la que consigue crear la empatía del lector, la voz poética arroja una serie de comentarios finales en torno a su vida; da lugar, pieza por pieza, a sus fragmentos sobrantes y, además, se sirve del verso para dar un último vistazo del amor, la memoria y los sueños. Forja un testamento y se hiere, mira por la ventana de un autobús y se reconoce en los ojos de un infante. Y el arrepentimiento sigue, la sed de más vida y, mejor aún, ese dolor que nos dice que es culpa nuestra, que no vivimos cuando era nuestro turno:
Para ser héroe hace falta dejar / más que un nombre / y ya no tengo tiempo / lo malgasté.
En este segundo apartado, el hablante está mucho más cercano a la contemplación y la reflexión que a los lamentos; se detiene y hace un listado de lo que ha ocurrido con su vida y procesa, finalmente, el final del túnel.
Cuídese mucho, el tercer apartado, aborda la viabilidad de un suicidio. Más allá de una discusión sobre el suicida, Aguilar toma de éste su perfil de buscador,
porque el suicida es feliz a su manera y es que, al concluir este apartado, lo creemos, compartimos esta certeza. Nos habla desde el
nosotros los muertos, y justo es esta parte en que se revela una nueva propuesta: la dignidad del enfermo. El poeta no escribe el suicidio sino la vida, el correcto vivir en ciertas circunstancias: la eutanasia no es otra cosa que esa pequeña luz al final del túnel, al final de terribles tratamientos que, más que dar una esperanza, provocan ganas de rendirse.
Hay que destacar un guiño a la obra poética de Luis Rosales, quien en cierto verso sentencia:
todo será divino al perder la memoria. Y suponiendo que
No Quimio se construye a partir de la memoria vivida, este verso de Rosales cobra un sentido terrible. Y valga la interpretación.
El libro cierra con un brevísimo poema en el apartado
Dicen que esto es así, texto que, a manera de conclusión total del sufrimiento, nos dice que, efectivamente, el futuro es un lugar con el que no contamos.
Luis Aguilar confirma el por qué es considerado uno de los poetas más relevantes de nuestra poesía reciente, y esa confirmación, amigos, hay que celebrarla.
DANIEL MEDINA (Mérida, Yucatán, 1996) es autor de
Mímesis para gusanos (2015) y
Casa de las flores (2016). Poemas suyos forman parte de la antología
Karst. Escritores de la península yucateca en 2016, compilada por Adán Echeverría y Mario Pineda; así como en diversos medios digitales e impresos como
Blanco Móvil,
La Gualdra (Suplemento cultural de La Jornada Zacatecas) y
Parteaguas. Recibió el Premio Nacional de Poesía Joven Jorge Lara 2014 y una Mención de Honor en el Premio Internacional Caribe-Isla Mujeres de Poesía 2015. Escribe en el blog
Ensayo primitivo.
1 Comentarios
Buena nota.
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