TEXTOS CARDINALES La estrategia del payaso | Rafael Estrada


Con su Nikon digital, el payaso recorría la playa, deteniéndose de vez en cuando para hacer algunas fotos en las áreas infantiles. Exageraba sus gestos, cuando se plantaba delante de un niño y le hacía una foto tras otra, tropezando torpemente y ejecutando forzados equilibrios para intentar no caerse. Cuando los padres se acercaban les pedía el domicilio, prometiendo enviarles una muestra sin ningún compromiso de compra y rechazando el anticipo que algunos le ofrecían. Habría sido un buen negocio de temporada si hubiera enviado las fotos, pero el payaso prefería utilizarlas como catálogo para su selecta clientela.
A esa hora de la tarde, la playa ya estaba desierta. Alba empezaba a cansarse de subir una y otra vez por el laberinto de barras azules y amarillas, fingiendo que tenía una misión muy importante, en la que salvaba a su imaginario muñeco de caer al vacío. Un muñeco que en esos momentos se encontraba en su habitación, adornando y dando calor a su solitaria almohada. Había perdido de vista a su hermano, que jugaba al balón más allá, tras la caseta de la Cruz Roja.
Observó un movimiento fugaz en el cercado multicolor del área infantil. No sintió miedo, ¿por qué habría de sentirlo?, cuando la mano del payaso la agarró y, con un gesto de complicidad, tiró de ella hasta la acera. Alba le siguió muy excitada, pensando que aquello formaba parte de un juego. Corrió emocionada por la arena, porque no tenía que imaginar a su muñeco, ya que un muñeco de verdad estaba jugando con ella. No se sorprendió en absoluto cuando el payaso se detuvo junto al camión de la lonja y se agachó hasta que sus cabezas estuvieron muy juntas. La niña sonreía, una preciosa sonrisa que se desvaneció cuando comprobó que aquel muñeco era un hombre.
—¿Eres un payaso de verdad?
—¿Acaso parezco un lirón o una liebre?
—No. Pareces un payaso. ¿Has visto a mi hermano?
—¿Tu hermano? Esa es una sorpresa, pero no puedo decirte más porque entonces dejaría de ser sorpresa.
Aquello parecía tener sentido.
—Entonces ¿eres su amigo?
—Mucho más que eso.
—¿Más que un amigo?
—Soy el payaso del circo y me he escapado antes de que empiece la función.
—¿De verdad?
—Pues claro, y sólo para venir a buscarte. ¿Ves ese coche de allí?
—Sí.
—Pues en realidad es una carroza disfrazada de coche. Cuando nos montemos en ella oirás los relinchos de los caballos. Porque va a llevarnos al circo.
—Yo no quiero ir al circo.
—Sí que quieres, porque allí nos esperan los monos, los elefantes y un montón de delfines.
—¿Delfines?
—Tenemos una enorme piscina para que los delfines naden y todos los niños del pueblo puedan verlos y jugar con ellos.
—Pues yo no quiero ir al circo sin mi hermano.
—¡Pero es que tu hermano ya está allí! —gritó el payaso—. Vaya, acabas de estropearme la sorpresa.
Alba se removió inquieta, porque el grito del payaso la había pillado desprevenida y la había sobresaltado.
—¿Te estás haciendo pis? —La niña no contestó—. Déjame que te ayude. Es mejor que lo hagas ahora, antes de que subas al coche.
—No —respondió la pequeña—. No me estoy haciendo pis.
Pero el payaso pareció no escucharla. Con evidente mal humor iba a bajarle el pantalón del chándal cuando vio que a sus pies se estaba formando un charquito.
—¿Ves como tenía razón? —dijo el hombre sonriendo.
Eso fue lo último que vio la pequeña: una sonrisa desprovista de calor y la gigantesca mano presionando su nariz con un pañuelo que olía muy mal. Intentó abrir la boca para gritar, pero la presión del pañuelo se lo impidió. Sabía dulce y olía tan fuerte que Alba intentó aguantar la respiración sin conseguirlo. Sentía que se ahogaba, de manera que aspiró una gran bocanada que la hizo marearse. Instantáneamente perdió el sentido. Cuando se quedó dormida, la mano del hombre estaba sobre su pecho conteniendo los atropellados latidos de su pequeño corazón. Pesaba muy poco, recostada entre sus brazos. Sin apenas esfuerzo, la introdujo en una bolsa de viaje que llevaba escondida bajo la falsa barriga del disfraz, cerró la cremallera y se la cargó al hombro. Entonces se dirigió tranquilamente hacia el Mercedes negro, que se encontraba aparcado detrás del camión. Abrió el maletero y, con mucho cuidado, depositó la bolsa en su interior.


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RAFAEL ESTRADA. Es un escritor y dibujante español. Empezó dibujando tiras de humor para La Codorniz y Segundamano. Como dibujante de cómics ha colaborado con Comix Internacional, Cimoc, 1984, Rambla, Zona-84, El Ecologista, Creepy, Makoki y Heavy Metal. Actualmente se dedica a la literatura y la ilustración de libros. Ha dado cursos en el CAP de Getafe y la Universidad de Oviedo e impartido clases de dibujo y pintura durante más de 10 años en los colegios Francisco Arranz y Joan Miró. Algunos de sus trabajos han sido publicados en Alemania, la antigua Yugoslavia, Francia, Italia, Grecia, Portugal, Ecuador, Venezuela, Chile, Turquía, Corea y EE. UU. Ángeles de sangre (2012), es su brillante debut en la novela negra, con el que ha resultado ganador del I Premio Megustaescribir.com.

Ilustración | Bernard Buffet 

2 Comentarios

  1. Muy agradecido, Nadia. No había visto este capítulo como un cuento en sí mismo, que puede leerse independientemente de la novela. Es un cuento infantil de terror, pero esa escena está inspirada en la realidad.

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    1. Rafael, un placer. Me encantó esta historia y, efectivamente, la leí como un texto independiente. Un abrazo.

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