En Gombrowicz lo privado es un espacio de tensión con el mundo, centrado en una idea antisentimental de la vida personal. Mantenerse siempre a distancia, ser el observador de sí mismo y de los otros, no permitir nunca que nadie se acerque demasiado.
La
situación de Gombrowicz comienza lentamente a mejorar, y en 1952 la economía y
la literatura se cruzan de otra manera. Empieza a colaborar en la revista Kultura, que los exiliados
polacos publican en francés en París, y luego en Preuves. Le proponen una
colaboración periódica y tiene una idea luminosa. Envía sus artículos bajo la
forma de un diario. Así, puede dejar el banco y dedicarse exclusivamente a
escribir. Pero además el Diario se convierte en el gran laboratorio de
Gombrowicz. Descubre una forma amplia y existencial, como él la llama.
El Diario de Gombrowicz (como el de Kafka o el
de Musil) es un ejemplo de la lectura de los escritores. «Alguien que no lleva
diario no es capaz de valorar un diario correctamente», escribió Kafka.
Fue la
lectura del Diario de Gide, publicado en esos años, lo que decidió a
Gombrowicz a usar esa forma. Obviamente, quería ser el anti-Gide y
por lo tanto usar sus escritos íntimos para intervenir públicamente. El de
Gombrowicz es un diario en público, para decirlo con Vittorini. Escribe sus
lecturas, sus opiniones, interviene, polemiza, habla de su vida en Buenos
Aires.
Desde
luego, en esa obra única, en esas páginas que lo darán a conocer, registra el
azar y la pobreza que definen sus lecturas.
Estoy
condenado a leer únicamente los libros que me caen en las manos, ya que no
puedo permitirme el lujo de comprarlos; me rechinan los dientes al ver a
industriales y comerciantes que se compran bibliotecas enteras para adornar sus
despachos, mientras yo no tengo acceso a las obras de las que haría un uso
diferente.
Me hizo
pensar en Auerbach, en las condiciones precarias que hicieron posible Mimesis, el gran texto de
crítica del siglo XX, escrito en el exilio. Auerbach, el erudito sin
bibliotecas; el crítico sin libros, que quizá por eso pudo escribir la obra
maestra que escribió.
El Diario de
Gombrowicz está unido al exilio, a la desposesión. El Diario es el
resultado de esa desposesión: el anti-Gide, el anti-Bioy Casares.
Ninguna renta, ninguna propiedad territorial. El diario define su poética. «Mi
diario quiere ser lo contrario de la literatura comprometida, quiere ser
literatura privada».
Lo
privado en Gombrowicz es el centro de su poética. Y a la vez no hay nada menos
privado que ese Diario. En
Gombrowicz lo privado es un espacio de tensión con el mundo, centrado en una
idea antisentimental de la vida personal. Mantenerse siempre a distancia, ser
el observador de sí mismo y de los otros, no permitir nunca que nadie se
acerque demasiado. Lo que Gombrowicz llama los «sentimientos entre comillas».
Hace
unos años en Buenos Aires circulaba una historia que contábamos siempre y que
habíamos convertido en una consigna, una historia que nos permitirá, creo,
acercarnos a la relación entre escritura y vida cotidiana en Gombrowicz. Todas
las semanas, Gombrowicz se encontraba con el poeta Carlos Mastronardi, en un
bar de Buenos Aires que se llama El Querandí. Carlos Mastronardi, uno de los
grandes poetas argentinos, muy amigo de Gombrowicz, un hombre muy discreto, muy
sutil; un noctámbulo, un admirador de Valéry. Cuando Mastronardi llegaba al
bar, Gombrowicz ya estaba tomando el té y Mastronardi, muy calmo, muy tranquilo
—no es posible imaginarlo de otro modo—, le decía «Buenas tardes, Gombrowicz».
Entonces Gombrowicz le contestaba «Cálmese, Mastronardi», porque ya decirle
«buenas tardes» le parecía un exceso de sentimentalismo latinoamericano. Cada
vez que Mastronardi le decía «¿Cómo le va, Gombrowicz?», le respondía «¡Calma,
Mastronardi!». Y nosotros usábamos esa expresión, «¡Calma, Mastronardi!», como
una consigna política, como una especie de remedio para las pasiones desatadas
en la Argentina.
Pequeños
experimentos con la forma y la experiencia que van y vienen de su obra a su
vida. El Diario es eso, una suerte de experimentación
continua con la experiencia, con la forma, con la escritura. Y será el Diario, básicamente, el que dará a conocer a Gombrowicz. Y es uno
de los grandes documentos de lo que podemos llamar el escritor como lector.
Porque es también la historia de sus lecturas, de esos pocos libros que
conseguía por azar, de los cuales hace un uso extraordinario, y en ese sentido
es, yo diría, una obra única, quizá su obra mayor.
Recién
ahora el Diario se ha publicado completo en
castellano, por fin. Estaba completo en inglés, en francés, en italiano y en
polaco desde luego, pero no en español hasta este año, y me parece que es una
deuda que tenía nuestra lengua con ese libro. Porque para volver a la relación
de Gombrowicz con el castellano, que está en el origen de esta conferencia, y
para terminar estos apuntes, hay una escena que me gustaría recordar. Es otra
vez una escena lateral, menor, que sin embargo condensa redes múltiples de la
cultura argentina, y no solo de la cultura argentina.
En 1960,
Gombrowicz tiene una entrevista con Jacobo Muchnik, uno de los grandes editores
en la Argentina, el director de Fabril Editora, que publicó lo más interesante
de la literatura europea y norteamericana de esos años, como El cazador oculto de Salinger o La modificación de Butor y también El astillero de Onetti. Entonces, por recomendación
de Ernesto Sabato, que iba a publicar Sobre
héroes y tumbas en esa
editora, Muchnik recibe a Gombrowicz y le propone publicar Ferdydurke, que no se había
reeditado desde 1947, en Los Libros del Mirasol, una de las primeras
colecciones de libros de bolsillo en América Latina, una colección popular muy
buena, donde entre otras cosas habían aparecido El sonido y la furia de Faulkner y El largo adiós de Chandler. Muchnik, que cuenta esta
historia con mucha sinceridad en sus recuerdos de Gombrowicz, le propone hacer
una edición de diez mil ejemplares y le ofrece como anticipo un tercio de los
derechos. «Eso es lo de menos», le contesta Gombrowicz. «Yo estoy dispuesto a
autorizarle esa edición, si usted se compromete a editar otro libro muy
importante que estoy escribiendo. Ustedes me hacen un contrato de edición del Diario argentino, y yo les
autorizo a editar Ferdydurke».
Muchnik le responde que no puede comprometerse sin haber leído el libro. Y
entonces, cuenta Muchnik, «sin quitarme los ojos de encima, Gombrowicz se llevó
las manos al bolsillo del saco, extrajo un par de páginas escritas a máquina y
me las alcanzó por encima de mi escritorio». Muchnik le sugiere que se las deje
para leer. «No», insiste cortante Gombrowicz. «Dos páginas se leen en un
momento, léalas ahora, yo espero». Entonces Muchnik se pone a leer, con
Gombrowicz delante, y «ese texto», dice Muchnick,
me
atrapó desde la primera frase. Pero cuando terminé de leerlo le dije, bueno, es
extraordinario, pero no puedo comprometerme a publicarlo sin conocer todo el
libro. Gombrowicz no me respondió, se puso de pie. Por encima del escritorio me
quitó sus dos hojas, murmuró algo que no sé si fue un insulto o un saludo de
despedida, y sin más giró sobre sus talones y se fue.
Prefirió
no reeditar Ferdydurke, no
recibir el dinero del anticipo que seguro necesitaba porque quería ver
publicado el Diario argentino.
Y están esas dos páginas escritas en castellano. Un pequeño enigma: ¿qué
páginas eran esas, quién las había traducido?, ¿o Gombrowicz las escribió
directamente en castellano?…
Algo de
la ética de nuestra literatura está en esa escena. Y algo que nos incumbe a
todos nosotros y a nuestra tradición literaria está en la historia de la
relación de Gombrowicz con la lengua argentina.
Del libro Antología
personal (2014).
RICARDO
PIGLIA nació oficialmente en Adrogué, Buenos Aires, en 1942. Cuando aún no
había cumplido los dos años de edad, imitando a su abuelo, cogió un libro de la
biblioteca y salió a leerlo a los escalones de la casa. En algún momento se
acercó un señor y le hizo ver que sostenía el volumen al revés. Un señor que
podría ser Borges. En ese momento comenzó una de las escisiones más fértiles de
la literatura contemporánea. Por un lado, Ricardo Piglia, el futuro escritor y
crítico y profesor, que leía a contracorriente, que leía al revés. Por el otro,
Emilio Renzi, el personaje, el protagonista de tantas ficciones, pero también
del diario, el otro, el mismo. Piglia es autor de ensayos, relatos breves y
novelas, caracterizándose en estas últimas por su lirismo. A lo largo de su
carrera ha recibido numerosos premios y galardones, como el Planeta de
Argentina, el José Donoso, el Rómulo Gallegos, el Hammet de Novela Negra, el
Konex o el Formentor de las letras, entre otros. De entre su obra habría que
destacar títulos como Jaulario,
Blanco Nocturno, Respiración artificial o Plata quemada, entre otros.
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