El rol mediador de lo cognoscitivo se vincula coherentemente con el sentido de la breve anotación que Bethoven Medina hace sobre su arte poética: “La poesía es conocimiento, no solo sentimiento. Cada poeta es el arquitecto de su propia arte poética”.
Éxodo
a las Siete Estaciones (Cajamarca,
Martínez Compañón Editores, 2016) de Bethoven Medina es un libro literariamente
ontológico; propone una alternativa en el tránsito existencial del ser humano, metaforizado
en el éxodo, como imagen de salida,
emigración, o paso de un estado a otro. Un sujeto colectivo -la humanidad- ha de transitar hacia otras condiciones
de existencia y tomar posición en un mundo conformado por siete estaciones. Las estaciones
designan puntos de permanencia, detenciones, residencias, espacios hacia donde
el sujeto colectivo debe caminar en su búsqueda de una mejor opción existencial.
El siete, por su parte, conserva su
referencia a la perfección, un
sentido histórico que nace de la relación humana con la naturaleza y que la
tradición fijó y universalizó, extendiéndolo hacia otras prácticas y sectores
de realidad. Por ende, la posibilidad existencial poéticamente sugerida está
marcada desde el título del libro: alguien (la humanidad) tiene la posibilidad
de emigrar (éxodo) hacia un lugar marcado por la perfección (siete estaciones).
Dice el poeta: “Perfección humana
-enredado destino- / entre sauces que lloran busco la luz, / y animo a los
arrieros a vivir intensamente” (p. 35); “Fantásticas
se mueven estaciones de la Existencia, / caen alambradas tardes, / cuando el
hombre cumple su palabra, anhelados sueños” (p. 36); “¡Oh humanos! Busquemos la superación total cual gracia de girasol”
(p. 37).
En
los cuarenta y nueve poemas que conforman el libro, agrupados en siete bloques (siete estaciones) compuestos por siete poemas cada uno, cada poema con
tres estrofas de siete versos cada una, más los epígrafes o citas situados
previamente al inicio de cada bloque, más una síntesis explicativa de su arte
poética con base numerológica, más las referencias y glosario de significados
ordenadas en 115 notas anexas, en todo ese conjunto, armónicamente distribuido
e interrelacionado, el poeta diseña intensamente las condiciones del éxodo
humano y de las matrices que definen las estaciones deseadas. Formalmente, el
centro ordenador del libro son los 49 poemas; y el núcleo de esos 49 poemas es
el número 7. “Este libro nace a partir del número Siete, considerando que la
poesía también se sustenta en la numerología” (pp. 113-114), afirma el poeta en
la nota en que añade breves explicaciones sobre su arte poética, nota que, por
cierto, lleva como título: “Siete veces siete”, a modo de síntesis conceptual de
la organización formal, en clave, de los poemas que componen el libro. Las
estaciones son siete, y su denominación está marcada por el sentido universal y
particular del séptimo número: I.
Siete días de la creación del universo. II. Siete notas musicales. III. Siete
días de la semana. IV. Siete cuerpos del hombre. V. Siete palabras de
Jesucristo. VI. Siete colores del arco iris. VII. Siete ensayos de la realidad.
El
éxodo y las estaciones configuradas por Bethoven Medina -decíamos- deben
satisfacer ciertas condiciones, y la fuerza poética del libro se asienta,
precisamente, en esos requerimientos que el sentir del poeta demanda para el
trayecto y el punto de destino que, respectivamente, ha de emprender y
conseguir la humanidad. Las condiciones que el poeta establece para las
estaciones son tres: natural, corporal y social; y la condición señalada para el éxodo es una: el Saber.
Cada
condición asignada a las estaciones incide en una relación: lo natural, en la
relación hombre-naturaleza; lo corporal, en la relación hombre-consigo mismo;
lo social, en la relación hombre-sociedad, configurándose, con ello, tres
tópicos centrales que discurren en la armonía conjunta del poemario: NATURALEZA-CORPORIDAD-SOCIEDAD.
Dado que los órdenes de condición no son yuxtapuestos sino estructurados -vinculados
y vinculantes- conforman una gran estructura interna en que lo corporal asume
la función nuclear, y lo natural y social ejercen funciones dimensionales. Es
decir, la CORPORIDAD (corporal) es el núcleo en torno al cual se ordenan la NATURALEZA
y la SOCIEDAD. De ahí que, de las siete estaciones de poemas, la cuarta
estación, la central, la ocupa la CORPORIDAD (Siete cuerpos del hombre); la primera,
segunda y tercera estaciones las ocupa la NATURALEZA (Siete días de creación
del universo; Siete notas musicales; Siete días de la semana); la quinta, sexta
y séptima estaciones, las cubre la SOCIEDAD (Siete palabras de Jesucristo;
Siete colores del arco iris; Siete ensayos de la realidad). Cada sector dispone
de una marca distintiva: la continuidad
es la marca de la relación hombre-naturaleza; la multidimensionalidad, de la relación hombre-consigo mismo; la historicidad, de la relación
hombre-sociedad. En este plano se configuran las condiciones de las estaciones:
continuidad natural (“Descubro el mar
lejano abrazado al firmamento”, p. 20); multidimensionalidad corporal (“Emocionado busco mi otra mitad que perdí al
nacer”, p. 63); historicidad social (“En
el Perú, los maíces se levantan insatisfechos”, p. 103).
Esta
distribución de las estaciones también se vincula con la tensión existencial
entre lo universal (la continuidad) y lo particular (la historicidad). Lo
universal está representado por la primera estación (el mundo: siete días para
crearlo) y lo particular está configurado por la séptima estación (la realidad
peruana: siente ensayos para interpretarla). El centro articulador de esa
contrariedad es el ser humano, lo somático, representado en la tercera estación
(siete cuerpos del hombre).
Las condiciones
de continuidad, multidimensionalidad e historicidad están regidas por un
componente regulador: el Saber. Si no hay Saber con función de control, no hay
condiciones que se cumplan y, por tanto, no habrá éxodo satisfactorio. El Saber
es el gran operador de transformación en el camino hacia las siete estaciones,
es el factor que instaura la continuidad, multidimensionalidad e historicidad,
haciendo tomar conciencia de ellas. La perfección de las estaciones anheladas
se fundamenta en la intervención de las potencialidades cognoscitivas humanas.
En todo caso, el Saber tiene Poder para iluminar el Ser. El libro comunica el ansia
por un giro en la actitud humana para recategorizar el marco de conocimiento
respecto a la existencia. Sólo el Saber permite RE-CONOCER LA NATURALEZA en su
continuidad; RE-CONSTITUIR LA CORPORIDAD en su multidimensionalidad; RE-CONFIGURAR
LA SOCIEDAD en su historicidad. Es decir, el éxodo es cognoscitivo, sugiere un
giro en los modos de entender la realidad como base para una nueva condición
existencial. No hay éxodo de un sujeto colectivo físico, sino de un sujeto
colectivo mental. Éxodo, sí, pero en el plano de las mentalidades, en las
visiones humanas acerca de la naturaleza, del cuerpo y de la sociedad. Dicho de
otro modo, acceder a una nueva existencia pasa por realizar una operación de transformación
en las concepciones, en los modos de pensar. El éxodo hacia la perfección, por
tanto, se inscribe en el plano del Saber. El nuevo Ser ha de pasar por los
filtros del Saber.
El
rol mediador de lo cognoscitivo se vincula coherentemente con el sentido de la
breve anotación que Bethoven Medina hace sobre su arte poética: “La poesía es
conocimiento, no solo sentimiento. Cada poeta es el arquitecto de su propia
arte poética” (p. 113). Según este enfoque, la poesía escinde su quehacer. De
un lado, como creación artística (arte poético), cuya base es el sentimiento, y
su acción consiste en construir versiones sensibles acerca del mundo. De otro
lado, como concepción artística (arte poética), cuya base es el conocimiento, y
su acción consiste en construir versiones acerca de sí misma. Esta es la
plenitud de la voz poética, la conjunción de la creación y la concepción (“es
conocimiento, no solo sentimiento”). De tal modo, el Saber deviene en inherente
a la práctica poética, y el poeta se posiciona como un Ser que ejerce un Saber
(conocimiento) en el acto de diseñar y dar forma, efecto y dirección a su
Sentir (sentimiento), es “arquitecto”. Esta idea Bethoven Medina la proyecta
sobre su poemario, haciendo de éste un acto de su arte poética, en que la expresión
es numerológica a través de la metaforización del misterioso siete, y en que el
contenido es ontológico-existencial y cognoscitivo-gnoseológico. Otro rasgo
formal de esta arte poética se relaciona con la coexistencia en el libro, de un
lado, de poemas “habitualmente ligados a la expresión del sentimiento”, y de
otro lado, de gráficos, epígrafes, anexos, prosa y notas “habitualmente ligados
a la expresión del conocimiento”.
El
Saber que propone el libro es gnoseológico, explora los fundamentos generales
de la relación sujeto-objeto (objeto natural, corporal, social). Esos
fundamentos, sin embargo, no son conceptos nuevos y desconocidos para la
humanidad, al contrario, son formas de conocer el mundo que el hombre ya las
tuvo consigo en las instancias en que concibió su existencia como resultado de
un acto de “creación divina”, y la operación consiste, por ende, no sólo en
apropiarse de nuevos saberes sino también en reapropiarse y revitalizar viejos
saberes.
Así,
en el plano de la relación hombre-naturaleza el éxodo gnoseológico apunta a recuperar
las formas míticas del conocimiento, ir hacia los orígenes, reencontrarse con
las esencias existenciales, retomar aquellas instancias en que el hombre y la
naturaleza eran concebidos como constitutivos de una sola entidad; reanimar las
épocas en que el saber humano miraba y captaba totalidades, sin cortes ni
discontinuidades: “Mundo y Hombre, Señor,
Mundo y Hombre, / el Saber deja caer parábolas al fondo del tiempo, / ahí donde
melodía inédita es el sol” (p. 25). Emigrar gnoseológicamente hacia los
orígenes significa para el hombre refundar lo sustantivo de su condición
existencial, es un buscarse a sí mismo, volver a caminar por caminos ya
caminados: “No me extraña ser espacio,
latido, nota musical, / y buscarme con linterna desde orígenes del Bing Bang, /
si escritos están en el viejo testamento los pasos peregrinos” (p. 38); “aprieto mi corazón hasta mis latidos, / ya
que volverte a ver, es nacer de tu Ser” (p. 47); “Solo, encerrado en celda de años, giro ¡Oh, Luna Diana!” (p. 48).
La
condición humana, el Ser, debe hacer el éxodo hacia lo que siempre fue
movimiento y continuidad eterna, pues en la recuperación de sus auténticas
formas primigenias se fundamenta la transformación anhelada: “MI Ser y los ríos, continúan su cauce hacia
lo eterno, / y me convocan a la línea recta de la Esperanza, / el silencio
balancea y fluye” (p. 35). La continuidad se formaliza en un procedimiento
gráfico integrador que permite escribir palabras con guiones que sustituyen
comas y dan cuenta de entidades totales, no fragmentadas: “Tierra – Cielo”; “Infierno –
Purgatorio – Paraíso” (p. 21); “Sabiduría
– Fuego – Belleza” (p. 23); “Madre –
Padre – Hijo” (p. 24). La función iluminadora del Saber, en sentido
existencial mítico, permite recuperar la condición integradora del mundo
natural.
En
este orden, el ser humano se categoriza como “zoo humano”, entidad
humano-natural ligada al universo, cuya condición continua determina que el Ser
ha de ser redescubierto e iluminado por el Saber: “y el día entre garúas baja a dar vida a los totorales, / abre ojos a
gaviotas enamoradas / y alumbra luciérnagas el interior del zoo humano” (p.
20); “Con una lámpara encendida busco a
Siete Santos durmientes de Efeso, / hasta ser voz del ande que recorre fatigado
venado, / y despierta iluminado como un niño / ¡Saltando límites, saltando,
límites saltando!” (p. 34). Sólo desplazándose hacia los orígenes
continuos, el Saber podrá construir la identidad del Ser: “Hermandad de siete rayos – Madre – Padre – Hijo / mañana, tarde y
noche, ante el tiempo y toda especie, / se renueva la natura en las eras y
desde el origen / reverdecen prados y vacunos los recorren bramando. / Descubro
crustáceos en playas inéditas, a imagen y semejanza, / -soy criatura del
universo- / …” (p. 34); “Alucinado
desciendo del sueño antes que la aurora, / despierto a la conciencia, / y
descubro olas que el tiempo escribe en el mar, / y al sentarme, y pensar de
dónde vine, suspiro iluminado” (p. 50); “El
Arca de Noé descansó / al sétimo mes y siete días. Desde entonces los Hombres, / reman mar adentro con la intención de
desentrañar el mar profundo. / En animales y vegetales reside lo perdurable, y
el amanecer con su lucero ordena mis andanzas” (p. 50).
La
condición gnoseológica apela por la superación de los saberes fragmentados
impuestos por la racionalidad moderna, pues los límites fijos e infranqueables,
proyectados sobre el mundo, tienden a desustanciar la realidad, construyendo un
mundo dividido que empaña la vitalidad del mundo totalizante, y con ello el
Saber termina imponiendo un Parecer sobre la auténtica condición del Ser. Aquel
estado en que vivimos, en que el Parecer sustituye al Ser, ha de ser invertido
mediante el éxodo gnoseológico, cuyo elemento de control es el Saber: “la única obligación humana es iluminar el
espíritu / aunque retumbe la lluvia sobre los techos” (p. 51). El Saber
interviene para que el mundo sea lo que
es y no para que el mundo parezca lo
que no es. La recuperación del Ser mediante el Saber es una dimensión del
éxodo existencial poéticamente sugerido: “vuela
mi Ser y me siento río feliz, creciendo” (p. 49); “E insto a recuperar lo nuestro / hasta caer abrazado a la piedra / que
encierra las claves del Saber” (p. 19).
Las
parcelas conceptuales derivan de un exceso de racionalización del mundo, y la
alternativa consiste en sustituirlos por integraciones conceptuales que
proyecten una captación holística del mundo. Según esto, el éxodo conlleva el
paso de un estado conceptual que segmenta la realidad a otro estado conceptual
que totaliza la realidad. El libro de Bethoven Medina, en este orden, reprueba
que la condición humana sea entendida desde posiciones extremas que trazan
límites cerrados en la esfera del saber, y propone que la vía del conocimiento
debe poner atención a la continuidad como concepto a través del cual se
visualice el mundo.
El
nuevo espacio ocupado por la existencia humana se vincula, además, con dos
dimensiones integradas -o inherentes- a ella: la Vida y el Tiempo, dimensiones que participan en el nuevo estado
humano, dándole extensión de condición absoluta: “LUNES: mi alegría se origina y traduce en gesto amable, / me levanta a
leer albas a través de ventanas; / descubro el sol, la vida. / Al ascender
senderos, caminando madreselvas, / no encuentro calma, sólo riscos abruptos, /
ahí la luz aparece como antorcha / al sentir la Vida en continuo aliento”
(p. 48); “Devoto del sol me arremolino en
la Vida” (p. 35).
Las
figuras que dan cuenta del Saber son verbales y nominales. El poemario contiene
una alta frecuencia de verbos que refieren
“actos de conocimiento”, significados verbales en cuyo contenido se activa el
proceso de conocer: reflexionar; meditar; contemplar; buscar; descubrir; preguntar. A ello se añaden figuras nominales reunidas en torno al
significado “luz”: sol; día; nuevo
día; lucero; iluminación; linternas; lámparas; fluorescentes; luciérnagas;
y en torno al significado “orgánico”: cerebro,
ojos. Dice el poeta: “Con Disco Solar busco azorado el origen como si me siguieran. / Supero la Geografía de
la Luz y sus nacimientos, / y celebro el primer día / en el camino que se abre
e ilumina. (…) Hecha la Luz.” (p. 19). El éxodo implicado por el iluminado
Saber se metaforiza en significados vinculados con “caminar”: andanza, recorrer, ascender, descender,
venir. Dice el poeta: “En animales y vegetales reside lo perdurable,
/ y el amanecer con su lucero ordena mis andanzas” (p. 50).
Así,
el ser humano vive en un mundo delineado por fronteras fijas que separan y
confrontan lo universal y lo particular; la ciencia y la religión; el saber
epistémico y el saber mítico; la naturaleza y la cultura. Todo es choque regido
por una actitud de resistencia a la coexistencia. La sensibilidad poética de
Bethoven Medina descarta este mundo de confrontación para pasar -hacer el “éxodo”-
hacia un mundo de reconocimiento en que las parcelas conceptuales no sean
asumidas como fijas y compartimentadas sino como dimensionales y dinámicas, como
formantes de una sola totalidad existencial. En este sentido, la contrariedad
conceptual no consiste solamente en ser diferente uno de otro, sino en ser diferente
y semejante a la vez. Un caso. ¿Es la ciencia absolutamente contrapuesta a la
religión? ¿La modernidad no impuso, acaso, un endiosamiento de la ciencia? ¿No
es también la ciencia un instrumento utilizado por el poder? ¿No fue, acaso, la
religión el nexo, la ligazón -de ahí su nombre- que estableció el hombre con la
naturaleza para explicarla e interpretarla? ¿No es también la religión un
instrumento manipulado por el poder? Religión y ciencia, una y otra se
intersectan y comparten sectores, son dimensiones de la condición humana, son “estaciones”
vinculantes y vinculadas, y tal vez, englobantes, que han marcado el tránsito
del ser humano. Este carácter lo registra el libro de Bethoven Medina situando
como primera estación “Siete días de la creación del universo” (semánticamente,
“lo religioso”), y como séptima estación “Siete ensayos de la realidad”
(semánticamente, “lo científico”). El contenido de la primera estación (“Siete
días de la creación del universo”), “religiosa”, contiene los signos de la
ciencia: “Existencia, hasta mis siete
años infantes formé cerebro / y abrí los
ojos; calcé pies nómades y carne celular. / Ahora, gozoso de vivir recorro
calles y montes. Hecha la luz” (p. 19). El contenido de la séptima estación
(“Siete ensayos de la realidad”), “científica”, contiene los signos de la religión:
“Abrazado al Sol, ingresaré al paraíso, /
al cubierto edén que llevamos adentro, energía en Unidad, / como luz en ojos
todos” (p. 109). De este modo, el poeta define el sentido humanamente
totalizador e integrador de su canto:
“mi voz que canta al hombre: a su creación y evolución” (p. 109).
Presentación organizada por el
Colectivo Cultural “Cuarto Menguante”.
Auditorio
de la Dirección Desconcentrada de Cultura, Lambayeque.
Chiclayo, 2 de setiembre de 2016.
MILTON MANAYAY TAFUR. Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo. Lambayeque,
Perú.
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