Nunca seremos tan libres como en ese momento
en que lo hemos perdido todo. Lo dijo Tyler Durden, ratero de Derridá. Así
enunciado, el ser y el estar pueden convertirse en cosa terrible. La clásica
dicotomía fenomenológica entre la conciencia y el mundo. La nada se la juega en
la noche, y no es un comercial de Bacardí.
Es la conciencia lo que cristaliza la nada en
el mundo.
Condenados a la libertad, el desagravio
supone encontrar maneras de darnos a la satisfacción. Quizá pasamos más tiempo
intentando ser felices que siéndolo. Quizá nos creemos que la plenitud se
encuentra a un suspiro de distancia. Quizá nos damos al fundamentalismo del
«todo-está-bien» que nos induce a la sumisión.
Pero se pierde la gracia. Se pierde el
verano. Ser feliz no es una obligación.
Como en el poemario de Jonatán Reyes, Perdíamos la gracia y el verano.
En
la casa tibia de espantos. Manchada
de polen. Entre la luz nerviosa.
Ahí.
El
pan se corta como se cortan los dolores. O
como se cortan los versos que no se pintan para quedar bonitos. Persiste esa
extrañeza en la poesía de Jonatán Reyes que rebasa el sentido. Como en
Mallarmé, las palabras son tanto entes autónomos como unidades de contenido
como igual son parte de una sintaxis mayor que, al final, ampara sabiduría.
Misterio. Juego. El sol se cae.
La dureza del verso de Reyes se suscita por
la ausencia de una apología metafísica. Lo que prima es la cosa y su presencia
en los sentidos o en los pensamientos. El modo en que se capta supera lo que se
capta.
En «rumor de la bahía», el poeta dice: «Míranos allí, fermentados/ entre la
madrugada/ y sus escalofríos». Las cosas que se pudren gozan de cierto
glamour. Todo duele. Todo es bello.
La ilusión de la materia es un engaño
metálico. Sin duda: preciamos tanto la sensación de felicidad, que nos perdemos
en el acto de ser felices, sin nunca serlos. Pero un vaso escalofriante lleno de mar puede serlo todo, nos dice la
voz en «En la habitación». La posibilidad de morir en cualquier momento no
debería ser una tragedia.
Así, el libro viene en dosis de liberación
prolongada. Uno lo lee y todavía al rato es que patea. En fin, que son 36
poemas orquestados en cuatro movimientos. Vivaldi nunca estuvo aquí, y menos en
medio de un verano.
El verano, caracterizado por el solsticio que
anuncia al sol en su punto más cercano a la tierra, no es motivo de
celebración. No saber nada no significa
nada. Aquí no se corrompe un sistema. Aquí se desbarata la experiencia
personal como en un lirismo punk de ese con el que Sid amaba a Nancy.
“Germina
la penumbra sobre/ la penumbra/ el cosmos en su constante masturbación/ de
átomos/ gotea/ y destila/ el ardor de su belleza”.
Sin duda, por ser boricua, poeta y latinoamericano,
Jonatán parecería que no podría escapar del romanticismo -de un orden biológico-
hasta que nos dice “esta generación
pixelada no me duele/ ni el líquen raro de una nostalgia” («Año trópico»).
Lo que cautiva de estos poemas es que es
escatológico sin remitirse a aporías freudianas. O quizá sí. Mas, qué importa.
El poemario de Jonatán se levanta de entre la bruma de las paradojas.
Hay un incesto en todo. En cada chispa. En cada triza («Monólogo»). Hay que buscar la
explosión exacta. A veces escucho a Jim Morrison. Otras, a Rimbaud. En su mejor
momento, la poesía de Jonatán alcanza un decadentismo que prima la belleza
sobre cualquier fundamento moral. Puro esteticismo. Puro Kant.
Los poemas de Perdíamos la gracia y el verano no
se descosen por irreverentes. Al contrario, el poeta que hila estos textos
procura enhebrar guiños de métrica clásica por el ojo de la aguja. En
«Año.tropico», se nos cuela el yámbico latino en heptámetro: «Tras bastidores vivo una infancia
mugrienta…/entre la amnesia de los objetos desalmados». Se alternan las
palabras graves de tres y cuatro sílabas con invasiones de esdrújulas. Por su
plurivalencia métrica, el poema decanta con efecto modernista y nada de esto es
aleatorio.
La poesía siempre es riesgo cuando insiste en
desubjetivizarse. «Año de la cosecha», «Año ligero» y «Año otra tarde» se
enuncian desde un plural en primera persona. Quien recibe estos textos es un
otro significativo. En el penúltimo movimiento del poemario, los poemas entran
en su cuenta regresiva. «A las 15 horas del final», «A las 11 horas del final»,
y así en regularidad numérica impar hasta deshacerse.
Hasta que los cuerpos se hacen otros cuerpos.
Hasta que la nada se hace todo. Hasta que la experiencia se imprime en su lecho
de memorias. Todo desenlace tiene su encantamiento bruto. Hasta que la palabra
casi, tan solo casi, la alcanza. De otra manera, dejaría de ser literatura.
Si para Foucault la locura se encontraba solo
en la vida en sociedad, nunca en la vida salvaje, para Jonatán Reyes la vida
solo transcurre como coda de la devastación. Tiene que haber muerte.
Destrucción. Cenizas, para que algo nuevo emerja. En ese lugar fértil, en el
solsticio de diciembre o en un ocaso cualquiera, «los objetos dan a luz/ y penumbra».
Perdíamos la gracia y el
verano es un poemario escrito en la frontera
entre el ser y el lenguaje. La condición lingüística del poema, no obstante,
nunca logrará coadyuvar con su aspiración de conciencia. Por ser poesía, el
poeta solo puede presumir el artificio.
Dejar ir la gracia. Despedir el verano. Quema el alma como se debe.
(Repita cuantas veces sea necesario).
ELIDIO
LA TORRE LAGARES es
poeta, ensayista y narrador. Ha publicado un libro de cuentos, Septiembre
(Editorial Cultural, 2000), premiada por el Pen Club de Puerto Rico como uno de
los mejores libros de ese año, y dos novelas también premiadas por la misma
organización: Historia de un dios pequeño (Plaza Mayor, 2001) y Gracia (Oveja
Negra, 2004). Además, ha publicado los siguientes poemarios: Embudo: poemas de
fin de siglo (1994), Cuerpos sin sombras (Isla Negra Editores, 1998), Cáliz
(2004). El éxito de su poesía se consolida con la publicación de Vicios de
construcción (2008), libro que ha gozado del favor crítico y comercial. En el 2007 recibió el galardón
Gran Premio Nuevas Letras, otorgado por la Feria Internacional del Libro de
Puerto Rico, y en marzo de 2008 recibió el Primer Premio de Poesía Julia de
Burgos, auspiciado por la Fundación Nilita Vientós Gastón, por el libro Ensayo
del vuelo. En la actualidad es profesor de
Literatura y Creación Literaria en la Facultad de Humanidades de la Universidad
de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Ha colaborado con el periódico El Nuevo
Día, La Jornada de México y es columnista de la revista de cultura
hispanoamericana Otro Lunes.
JONATÁN
REYES (San Juan, Puerto Rico, 1984). Ha publicado Hologramas
Exiliados (plaquette, 2012) y los libros Actias Luna (2013), Aduana (2014),
Sunny Sonata (2014) Filmina (2016), Perdíamos la gracia y el verano (2017). Su
poesía ha sido publicada en diversas revistas internacionales de literatura y
poesía, de países como, Colombia, Argentina, Venezuela, España, Grecia, Italia,
Brasil, Ecuador, Estados Unidos, y México. Parte de su trabajo ha sido un
incluido en varias antologías internacionales, como la Antología de Poetas
Latinoamericanos (Imaginante Editorial, Argentina, 2015) y Voces de América
Latina (Mediaisla Editores, New York, 2016). Lo han invitado a diversos
festivales y encuentros de poesía, entre ellos, al I encuentro latinoamericano
de poetas del Itsmo y II Festival Internacional de lectura Agua Dulce Caracola
(México, 2015), al IX Festival Internacional de Poesía del Caribe (PoeMaRío) en
Barranquilla, Colombia, al V Festival Latinoamericano de Poesía Ciudad de Nueva
York, y al próximo XVII Festival internacional de poesía de Cali (Colombia). Es
finalista del III y del IV Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández
Labrador, y también es finalista del Premio de Poesía Internacional Francisco
de Aldana con su libro El oleaje que nos deshace. Recientemente preparó la
antología bilingüe (español/portugués) “Del Triángulo de las Bermudas a Lisboa:
18 poetas puertorriqueños” que se publicó en la revista colombiana Otro Páramo.
Su poesía ha sido traducida al italiano, griego, inglés y portugués.
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