Si el mundo es relaciones de cosas, entonces la mejor manera
de caracterizar es contrastar. Aquí se pretende probar esta suposición con el
propósito de comprender los aportes del dibujo al hálito vital del hombre: el
arte. Entendiendo que se ve mejor sobre los hombros de gigantes y porque
algunos conceptos de su teoría le vienen bien al intento de contacto que es
este escrito, El nacimiento de la
tragedia de Friedrich Nietzsche, fungirá como marco de referencia para
elegir otras formas de arte gracias a las cuales será posible el ya mencionado
objetivo.
En su intento por romper el discurso
que su época tenía sobre los griegos y sus tragedias, el joven Nietzsche
construye, casi sin notarlo, secuencias de sucesos que, conjuntadas, explican
la poesía lírica, la música y, obviamente, la tragedia griega. A este texto no
le corresponde desarrollar cada una pero sí que es necesario para el buen
tránsito de este ensayo describirlas brevemente
y, aunque no lo parezca, esta explicación tendrá relación con el
objetivo del trabajo y el arte que le compete: el dibujo. Lo anterior porque
evidenciará que, a diferencia del dibujo, los tres casos son procesos de
creación que buscan reflejar, con o sin contribución del mundo de las
apariencias, el Uno primordial, la
voluntad, el abismo más íntimo de las cosas.
En primer lugar, siguiendo el orden
de aparición en El nacimiento de la
tragedia, está la poesía lírica. El poeta lírico recibe una intuición
dionisíaca (en términos teóricamente muy relajados, lo dionisíaco es caos, unicidad,
dolor primordial, desenfreno, vino y reconciliación con la naturaleza) del Uno
primordial en forma de música, que posteriormente se transforma en símbolo
apolíneo (onírico, categorizador, atenuador del horror de la existencia,
individualizador y aparencial). Lo que se crea en este arte es un reflejo, una réplica de lo Uno primordial,
inicialmente solo hay un ánimo musical que luego se organiza gracias al
lenguaje. El poeta describe desde una postura apolínea (la palabra) el estado
de ánimo musical (dionisíaco) que apareció primero.
Luego viene la música, aquí Nietzsche
se apoya en Schopenhauer para enunciar que ésta es el lenguaje universal de la
voluntad y por esto es imposible tratar de entenderla con ejemplificaciones,
con particulares que inicialmente aparecen al escuchar una sinfonía pero que
luego no se sienten como elementos constituyentes adecuados.Tan cargada está la
música del lado dionisíaco que se vuelve una fuerza aniquiladora de individuos.
El que escucha una pieza musical excelsa, súbitamente queda destrozado, su
aparente diferenciación del mundo queda casi destruida por un contacto tan
cercano con la voluntad. Comienza a vislumbrarse la similitud antes mencionada,
la música no es más que el ser primordial hablando.
Con la tragedia sucede algo peculiar,
en un primer momento, Nietzsche explicita que no es un reflejo de la naturaleza
ya que el artista trágico crea figuras, individuaciones, apariencias que
encubren la realidad tal como es; esto cambia con el necesario arribo de la
música, que engulle todo ese mundo
ficticio. ¿Cómo lo hace y por qué le está permitido? Los mitos de la tragedia
adquieren un deseable nivel de impacto al fijar la gravedad de las intuiciones
dionisíacas en narrativas universales Al mismo tiempo, la profundidad que logra
el entendimiento, aumenta al escrutarlas con la guía de la música. En un primer
momento, la tragedia parece separarse de las artes que reflejan los elementos
primordiales, pero termina subyugada ante ellos para conseguir elevar la
explosividad de su contenido mítico.
Es aquí donde el dibujo consolida su
papel como forma alternativa de expresión humana. En el dibujo se ignora la
unicidad, la atención está puesta sobre símbolos individuales que interactúan
entre sí: un par de manos, un hombre herido en plena guerra, cubos, ojos,una
prostituta sentada al borde de la cama. El Uno
primordial puede o no hablarle al dibujo pero éste lo niega al diversificar
los juegos del mundo de la apariencia, el mundo apolíneo.
Pero el dibujo va más allá, no
solamente individualiza su representación sino que le da al artista una
posición privilegiada. Las características del autor que se ven reflejadas en
la obra no son distintas formas de llegar a la representación de la voluntad,
son imposiciones del creador. El músico resuelve su dolor primordial
traduciéndolo a notas musicales, el dibujante lo somete al mundo que él crea,
lo destaza. Esto puede entenderse como un cambio en la dirección de la acción,
mientras que en la tragedia cede por el deseo de la confluencia entre fuerzas
creadoras distintas y al la música no logra domarla porque es realidad
poseyendo al arte, en el dibujo, aunque es indebatible que construye basándose
en lo que percibe, el artista elige a su gusto los elementos sensibles que
utiliza para crear una escena con su impronta personal.
Lo que se sigue de estas
observaciones es que el dibujo es el arte apolíneo por excelencia ya que, al
viviseccionar el mundo que percibe el artista, remarca la subjetividad del
mismo y complejiza el universo de las apariencias, dándole así nueva vida y
reafirmando el principium individuationis.
El dibujo nos recuerda, mejor que otras artes, que su creador es un particular
específico, en un lugar específico, en un tiempo específico.
Aunado a esto, existe otro atributo
que comparten la poesía lírica, la música y la tragedia, que diferencia al
dibujo y que, tal vez por no tratarse del tema principal de su obra, evade al
ojo teórico de Nietzsche: la espacio-temporalidad. La poesía lírica recorre las
crestas y los valles de la emoción, la música hace el camino al correr o al
pasear y la tragedia tiene la anchura de la vida de un dios, el dibujo, por
otro lado, es un instante, un instante de movimiento, de humanidad, de paradoja
pero un instante al fin y al cabo.
A aquellos seguidores de Heráclito
que objeten que un oficio que retrate instantes no merece ser validado porque
jamás se asemejará al continuo movimiento que es todo y que este arte trata de
imitar, se les puede decir que no han entendido el valor del dibujo, la razón para
teorizarle desde Nietzsche. El dibujo es un acto de rebelión, de enaltecimiento
de la condición humana. Es gritar que el artista no necesita el vacío de sus
orígenes ni el silencio de su destino final, tiene todo lo que el humano ha
dado a luz y con eso le basta. El dibujante no busca entender el comportamiento
de la cosa en sí, el centro de su obra es el hombre y la capacidad creadora que
posee y que es la razón y el motivo de su supervivencia milenaria.
Los hallazgos que aquí se muestran,
quieren ser manos apolíneas para tensionar las cuerdas que delimitan al dibujo
dentro del campo artístico. El dibujo debe ser, para aficionados y creadores,
el grito de guerra que utilicemos los días que no pretendamos arrodillarnos
ante el yermo silencioso que es lo inefable, la ventisca que nos devuelva la
apropiada inclinación de cabeza para enfrentar los ojos vacíos que a veces no
queremos aclamar.
Referencias
Nietzsche, F. (1872/2014)
El nacimiento de la tragedia. Madrid: Alianza Editorial.
LORENZO SHELLEY. Nació en el Ciudad de México, creció en sus
alrededores. Es estudiante de tiempo completo en la Facultad de Psicología,
Ciudad Universitaria, UNAM. Cursa la licenciatura en las áreas de Psicobiología
y Neurociencias y Procesos Psicosociales y Culturales. También se considera
apasionado de la filosofía, la vida cotidiana, el amor, la literatura y los
videojuegos, además de ser aficionado del cine, la televisión, la música (como
escucha o como pésimo pianista) y el anime. Ocasional merodeador de museos. Ferviente
creyente de que el aprendizaje puede surgir de diversas fuentes.
0 Comentarios
Recordamos a nuestros lectores que todo mensaje de crítica, opinión o cuestionamiento sobre notas publicadas en la revista, debe estar firmado e identificado con su nombre completo, correo electrónico o enlace a redes sociales. NO PERMITIMOS MENSAJES ANÓNIMOS. ¡Queremos saber quién eres! Todos los comentarios se moderan y luego se publican. Gracias.