Comencé a escribir poesía a los 16 años. A los 17, guiado
por no sé qué impulso juvenil y turbulento, decidí fundar una revista. Como es
lógico, no tenía ni la menor idea del trabajo, las horas de sueño espantadas,
los fracasos y las decepciones de ambos oficios. Más grave todavía: no me
interesaba. Quería escribir y escribía, quería tener una revista y la tenía. En
un inicio las cosas son así de simples.
Se crea ciertamente por imitación, y también se ejecutan
proyectos culturales por imitación, siguiendo modelos semivictoriosos y
persiguiendo los pequeños triunfos. También buscamos llenar huecos, fundar lo
que no hay y dar el pistoletazo de salida con la esperanza de que todos se
pongan se correr.
Les
platico ahora, no carente de turbulenta juventud y a un par de años de ese inicio,
que con el paso del tiempo comprendí los motivos que me llevaron a precipitarme
en la difusión literaria: Mérida, la ciudad en la que vivo, está prácticamente
muerta en ese ámbito. Es decir, existen dependencias municipales y estatales
que han logrado en mayor o menor medida un par de cosas; el problema es que por
cada paso hacia adelante dan veinte hacia atrás. Los apoyos económicos para
artistas se van desmoronando, “un peso partido por la mitad no tenemos”, dicen.
Por eso existen los proyectos independientes en buena parte, por el rotundo
fracaso de los que llevan en las manos el poder económico, existen por el
apoderamiento de los espacios y por esa falta de compromiso.
Ante esto, vale la pena detenerse. Dice Umberto Eco que
la cultura necesita de la crisis para seguir avanzando y creo que, tomando esa
idea, el proyecto independiente parte de la crisis para renovar el corpus
literario y artístico. Si hablamos de todo
lo que aporta al ambiente cultural, el proyecto independiente resulta básico
para entender los panoramas actuales. He visto, por ejemplo, ciertos grupos de
poder copiar descaradamente modelos originales de este tipo; hay otros más
sofisticados que suelen fichar el proyecto y lo transforman, claro, de lo
independiente a lo institucional. En cierto sentido, existe una enorme
necesidad de que existan estos dos tipos de propuestas, y no como si una fuera
la correcta y la otra el doppelgänger monstruosamente repetido sino que,
pienso, son absolutamente complementarias. Cada una tiene sus aportes, sus
propuestas particulares cuya magnitud depende de dos cosas: persistencia y
dinero.
Si algo posee el proyecto independiente es una enorme
dosis de persistencia, unas ganas (esa palabra mágica) de romperlo todo y
mejorar a cuentagotas; del otro lado, el proyecto de institución tiene la
capacidad económica de mover casi cualquier cosa, traer, llevar, elevar, todo
puede hacerse, desde ese ángulo, con el factor económico. También es cierto que
las grandes propuestas editoriales mexicanas, las más apreciadas y valiosas, son
las independientes. Los motivos, me parece, son por demás obvios: los grupos de
trabajo poseen confianza, rigor crítico y en ellos habita un espíritu de equipo
combativo y por ello el fin del camino se ve lejano.
Cuento ahora una amarga experiencia: hace un par de años,
cuando inició el proyecto de revista electrónica que dirijo, recibí una
invitación de cierta parte del órgano gubernamental para una reunión. Extrañado,
acepté. Pasaron los días, los intercambios de correos y mensajes, hasta que
llegó el día: la propuesta de aquella institución era darme dinero para hacer
de la revista “algo serio, algo que valga la pena, algo que sí se vea bien,
algo que interese y puede ser repartido de mano en mano”, esas fueron sus
palabras. Su idea era brillante: imprimir la revista a condición de tapizar los
contenidos de cuestiones políticas. No tengo ni la menor idea de a quién se le
ocurrió, en ese grupo de gentes, semejante genialidad. Les contesté amablemente
que no porque considero que imprimir una revista que en el formato electrónico
ya tiene cierto impacto es un franco retroceso, además de lo aberrante de
colocar propaganda de partidos políticos junto a textos literarios. Ya
suficientes tenemos en el país. Como es lógico, perdí cualquier contacto con
esa institución.
Si a los 16 y los 17 años más de un abuelo de las letras
yucatecas –de esos que no escriben pero alguna vez lo hicieron detrás de su
puesto burocrático– se burló de la propuesta de revista que preparé con un
equipo de trabajo, cuando a los 18 decidimos agrandar la idea y llevar un
proyecto de publicación periódica al de un sello editorial digital, nos llovieron
todo tipo de pedradas. Hasta este punto y tomando en cuenta el contexto,
aquello (las mentadas de madre, la grosería) resulta ser una señal de buen
camino en Yucatán. Al afianzar y formalizar nuestro proyecto, comenzaron a
surgir otras revistas y, junto a las poquísimas existentes, termina formándose
algo similar a una resistencia, y digo similar porque al menos desde mi visión
no estoy resistiendo, sino generando un algo desde cero, plantando algo en un
terreno falsamente infértil.
Junto a las revistas y sellos editoriales, comenzaron a
surgir más foros, algunas galerías y festivales independientes; proyectos
ajenos a Mérida comenzaron a asentarse en el estado. El asunto comenzó a fluir
mejor. En el mismo contexto, el Ayuntamiento decide casi acabar con su famosa
convocatoria de Fondo Editorial, llevándola de mala a ridícula. Otras
propuestas medianamente valiosas de la institución van en declive. Es ahí donde
explotan los proyectos culturales como las únicas formas de verdadera difusión
y encuentro con la literatura: porque la sinceridad suele darse en lo
independiente, lejos del dinero y el poder de los gigantes.
Ahora bien, nosotros, quienes ejecutamos el proyecto cultural
en el plano independiente, también nos equivocamos. Es cierto. Nuestros errores
suelen no exponerse tanto e incluso se perdonan por su raíz de emprendimiento. Lo que sí resulta imperdonable, atroz y
absurdo es que la institución explote la cultura para su beneficio, como ha
pasado recientemente en la ciudad blanca, blanquísima, donde cada mes hay
festivales culturales de gobierno bajo la ilusión de promover la cultura Maya,
cuando el hombre de los pueblos originarios está fuera del panorama no sólo
cultural sino social, es manipulado y degradado en su propio nombre. En esta
misma ciudad tan blanquísima y pura, solemos quejarnos también de la
centralización y norteñización de la cultura, pero claro que a nivel estatal
existe una centralización: Yucatán, en materia de cultura, se reduce a Mérida.
La
propuesta independiente tiene el don de la diversidad y de la fundación de lo
que parece ser imposible.
Existirá una alianza entre lo institucional y lo
independiente cuando resulte necesario y el diálogo entre ambos caiga en manos
de gente cuerda y preparada. Pienso que, al menos en la actualidad cultural,
estamos perfectamente bien habitando los extremos. Ni tú, ni yo sino ellos y la
materia artística. Mientras no se genere una crisis tan poderosa como para provocar
la unión, los dos polos seguirán ostentando su lugar aunque pendientes del
otro, siempre vigilantes, aprendiendo de lo que se debe y no se debe hacer por
la cultura. Hasta que eso pase, seguiremos trabajando guiados por la intuición,
el deseo y una enorme dosis de lo que llamamos persistencia.
DANIEL MEDINA (Mérida, 1996). Estudia la licenciatura en Literatura Latinoamericana por la Universidad Autónoma de Yucatán. Ha colaborado en diversos medios digitales e impresos como Periódico de Poesía, La Gualdra (suplemento cultural de La Jornada Zacatecas) y Blanco Móvil. Obtuvo el Premio INBA-CEDART de Poesía 100 Años de Letras Mexicanas 2014, el Premio Nacional de Poesía Joven Jorge Lara 2014, Mención Honorífica en el Premio Internacional Caribe-Isla Mujeres de Poesía 2015 por Casa de las flores (BDV, 2016) y el Premio Peninsular de Poesía José Díaz Bolio 2017 por Una extraña música. Poemas suyos han sido traducidos al inglés y al italiano. Dirige Ediciones O
[1] El presente texto fue presentado en la mesa panel “El fuego de
Prometeo: Nuevos proyectos independientes”, en el marco del VIII Encuentro
Nacional de Escritores Jóvenes realizado en Monterrey, Nuevo León, México, en
octubre de 2017.
0 Comentarios
Recordamos a nuestros lectores que todo mensaje de crítica, opinión o cuestionamiento sobre notas publicadas en la revista, debe estar firmado e identificado con su nombre completo, correo electrónico o enlace a redes sociales. NO PERMITIMOS MENSAJES ANÓNIMOS. ¡Queremos saber quién eres! Todos los comentarios se moderan y luego se publican. Gracias.