Estaba
en la cama, apacible, sin buscar problemas. Nadie puede buscar problemas
mientras estás en la cama, y menos durmiendo. Algún hijo de puta puede estar
acostado en su cama, sin llegar a conciliar el sueño, mirando al techo e
imaginándose genocidios, crímenes pasionales, desmembramientos y agujeros de
bala entre ceja y ceja; todo ello para conciliar el sueño. Una vez dormido,
eres inofensivo. La humanidad solo es buena mientras duerme, y os lo dice un
tipo que padece de insomnio.
Ahí estaba yo, tirado, destapado, en ropa
interior, mirando el techo con la mente libre de crímenes o planes malvados.
Solo yo, despierto, vacío, aburrido, las 4:00 de la madrugada.
Cuando voy a la cama siempre pongo el
móvil a cargar, con los datos quitados y en silencio. No llego a apagarlo.
Vi la pantalla iluminada. Me llamaban. El
enchufe más cercano a la cama está junto al escritorio, teniendo que sentarme
al borde de la cama y alargar el brazo para atraparlo.
Lo cogí.
—¿Si...?— pregunté con voz ronca.
—¡Hijo de puta! ¡Te has tirado a mi
esposa, cabrón de mierda! ¡Pienso matarte esta misma noche! ¡Sé dónde vives! ¡Te
llamas Gregorio Blanco! ¡Te estoy llamando a tu número personal! ¡Sé todo sobre
ti! ¡Eres un hijo de puta que va a morir esta noche! ¡Te has follado a Sara! ¡Sé
dónde vives!
—Vale— respondí.
Colgué.
Me levanté de la cama en silencio, me
rasqué la barriga y anduve hasta la puerta con sigilo. Bajé las escaleras, fui
a la cocina, encendí la luz, abrí el frigorífico y cogí una lata cerveza. Me
dirigía la mesa. Levanté la silla para no arrastrarla por el suelo. Me senté.
Me habría jodido si hubiera estado
durmiendo y me despertara para esa llamada. Por suerte, tengo insomnio y gracias
a ello, irónicamente, pude cogerla.
Me encendí un cigarro.
El tipo que me llamó sabía mi nombre, con
apellido incluido. Solo el primero, pero sabía quién era yo.
Le di un trago a la cerveza.
No tenía ni sueño. Era una noche realmente
aburrida, no cabía duda alguna. La calle estaba muda, los perros dormían mejor
que yo, los vecinos estaban de vacaciones. Mi última novia se había olvidado
completamente de mí.
Di otro trago a la cerveza.
Pensaba en la muerte, en cuánto la deseaba;
si me daba algún tipo de miedo encontrarme con ella cara a cara. Dudaba sobre
el sentido que tendría seguir viviendo. Después, pensé en el sentido que
tendría morir. Llegué a la conclusión de que cualquiera de las dos me daba
igual. Que me diera todo absolutamente lo mismo podría significar que la muerte
ganaba a la vida, al menos en puntos técnicos. No sé si se me entiende.
Rematé la cerveza. Me levanté, cogí otra y
volví a mi sitio.
Las cosas que me quedaban por hacer y de
las que no me arrepentía para nada. Ni me arrepentía de las que no había hecho
ni de las realizadas. La absoluta ausencia de pavor confirmaba la victoria de
la muerte.
Comencé la nueva cerveza. Pegué un trago
largo.
Ni me había llegado pero la sola idea de
la muerte ya había borrado en mí todo rastro de sentimentalismo. Ni placer, ni
rabia, ni pena, ni nada. Cuando llegue, será bien recibida.
Otro trago. Apagué el cigarro en la lata
vacía de la anterior.
El cabrón de la llamada tenía mi número.
No sabía de dónde demonios lo podría haber sacado. Se lo tuvo que dar otra
persona que también deseaba verme muerto.
Alcé la lata y la cabeza. La rematé de un
plumazo.
Me levanté.
El que dio mi número no tenía cojones.
Abrí el armario superior y cogí una
botella de vino tinto. Miré en el lavaplatos y atrapé dos copas. Apagué la luz
de la cocina y me fui al salón, donde estaba la entrada principal. Coloqué el
vino y las copas en la mesa y me senté en el sillón. Encendí otro cigarrillo.
Sara se asomó por las encima de la
barandilla de las escaleras. Iba desnuda. Se restregaba los ojos y se la notaba
cansada, medio dormida.
—Gregorio, ¿estás ahí abajo?
—Sí, nena— respondí.
—¿Qué haces? ¿Estás bebiendo sin mí?— preguntó
desde mitad de la escalera.
—Sí. Aún no he empezado con el vino. Baja
si quieres. Te tengo que contar una cosa.
—Vale, me pongo algo y bajo.
—Sí, mejor será.
Volvió a la habitación.
Me levanté y fui a la cocina por una copa
para Sara.
ARTURO ZAFRA MORENO
(1996, Caravaca de la Cruz, Murcia). Finalista en I Antología Internacional
de Poesía Contemporánea de Estudios Universitarios, finalista en I
Premio Internacional de Poesía Experimental Barco Ebrio, finalista en el II
Concurso de Poesía ¿Versamos?, seleccionado en Por Amor a la Poesía,
y seleccionado para aparecer en la antología poética V.E.R.S.O.S,
promovida por el concurso +Poesía de Ediciones DeLetras. Ha colaborado
con varias revistas y sitios web: Letralia, Almiar, la antología
universal de poesía Arte Poética: Rostros y Versos, Resonancias, Poesi.as,
Espacio Luke, La poesía alcanza, El Humo, Lengua Suelta,
Poesía Cuatro, Bitácora de vuelos, Letras Salvajes y
artículos en Opulix. Autor de los poemarios Réquiem del licor
(2015), Viento embriagado (2015), y Delirios y ataduras con el nudo
mal hecho (En Huida, 2018)
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