En
este país cualquiera
Brota
la sangre en las montañas
Gente
del Sur cubre su rostro
La
literatura provoca la extrañeza, el temor y la pasión, desdobla al
ser humano de su realidad; la transforma o construye o deja que brote
de manera primigenia, como esos hoyos azules que han sido testigos de
todos antes de los siglos y siglos. Un ser humano se adentra como un
buzo explorador en la quimera de sus pensamientos, y así va
impregnando sus efusiones en un tiempo y en un lugar. Nace así la
poesía como una interpretación de un carácter que bulle entre
grafías que se hacen versos. El poemario de Ingrid Valencia, Blue
Holes, es
un texto que va encanillando un
lugar quizá distópico o más real que esta tierra que estamos
habitando; hay una relación filosófico política que sostiene que
nada puede escapar a la razón del ser. ¿Qué es lo que somos
mientras nos hacemos con el verso o la palabra?
Esa
voz interna de Blue Holes
es como un batidor inconformista que va dando señales a quienes ven
y no miran o a los que hablan pero no escuchan. Sus poemas son
miríadas que claman la libertad, lo interno y lo calmoso del tiempo,
ese tiempo en que se sume la incierta existencia, fortuita
permanencia de los cuerpos. Valencia mantiene una dualidad, un
binomio que involucra al ser y aquello ininteligible, nos encontramos
con versos de finitud, naturaleza, milagro, rabia, tierra, alegría,
cielo, tristeza; una composición instintiva, un blues desalmado que
armoniza la tristeza y la depresión: Un viaje onírico y terrenal de
inmanencia trascendental.
Tal
vez el sol se deslice en las bocas con lepra
Los
cabellos de los niños brillan
El
equipaje de sal brota de los muros,
Incendia
la reja de la prisión. Soy libre
Porque
la libertad construye muros propios. (Valencia p.25)
Hay
una forma de ser propia de cada escritor, recuerden, que esto que yo
les relato es mi identificación con el texto, pero jamás será la
que ustedes logren, porque el texto después de Valencia se convierte
en el texto de aquel que le lee y le escudriña; no, no todos
sentimos de igual manera, en este viaje lector, como si fuese un
viaje en donde no pasa nada, temo decirles que pasa de todo.
En
Blue Holes hay un desfile de disidentes. La alfombra no es roja,
sino
azul, de sangre azul como la transparencia de la vena
en
la piel blanca y traslúcida
en
la piel negra
y el
destello amarillo
de
los ojos alargados. (p. 25)
Una
cueva profunda y azulada, treta de aquello que nos nombra humanos,
una frontal mentira a lo establecido por las fronteras y las etnias,
donde el embuste del potentado nos llama a todos iguales, un aparente
sin clasismo, pudor sobrado, ahí donde los primeros blues, con
insistencia, tomaban la forma de una narración, la cual se solía
transmitir mediante la voz del cantante, ahí donde sus penas
personales derivaban en un mundo de cruda realidad. No pretendo
encasillar el poemario en un ismo, nada hay más terrible en esto de
la intelectualidad, poner cerrojos a la voz de la poeta, pero asomó
a mis emociones el sentido infrarrealista,
una constante voluntad de asociar ideas y echarlas al vuelo, un
arrojo de explorar las formas que no excluyen para nada ni la
sutileza ni el silencio de un eco desde lo más profundo del hoyo
azul que ha creado Ingrid Valencia.
En
otro lugar, alguien habla del rostro que ha muerto. En este paraíso
colgante, los incendios abren la piel, las orillas rojas y errantes
son volcadas en el horizonte, allí el cuerpo danza entre disparos
sobre la hierba de fuego. (p.28)
La
escritora Olga Orozco recalcaba que quien hace poesía ve lo poético
aun en las cosas más cotidianas. Lo homérico es el cómo se
impregna el silencio estruendoso de la realidad colectiva; ya que es
imposible separar al ser humano del poeta, por eso me encontré con
una abrumadora presencia de conciencia social.
La
diáspora es un dominio
Una
facilidad
De
aprehender la palabra.
Lo
visible es el traslado,
la
música.
Uno
expulsa la muerte,
La
cadencia.
El
amor es azul. El horror es azul. El miedo es azul.
La
vida ocurre drástica
Y
feroz. La vida arranca.
Uno
pierde, uno es el obrero
del
tiempo gastado.
Mi
atrevimiento de confluir un estilo en la poética de Ingrid Valencia
será vano si yo no continuo recorriendo sus otras publicaciones,
poeta joven que bien retoma las consecuencias de su tiempo y sí,
pudiera parecer pueril o desatinado juzgar su poesía sin conocer el
todo, por ello me propuse ir deseando conforme iba leyendo una
sonoridad, un tono y cadencias comunes, hubo un mí una sensible
impresión de complicidad doliente.
Rubia
de mentira,
Arco
iris de látex,
Callejones,
bolsas negras con trozos de gente
sincera.
Amigos
triturados en las montañas;
El
cerebro sazonado.
Gente
desaparecida. Cuerdas de
Músicos
en los ahorcados. Calcio en pastillas.
Fórmulas
Para
no morir
Demasiado,
Noches
para correr cuando te persiguen.
Asesinos
con el mismo rostro
Y
pertenencias.
Hay
gente que mata por el mismo
motivo. (p. 35)
Blues
Holes
pareciera que emerge de un nosotros errante, llevado por caminos
sinuosos, como manos presas o esclavas para reventarse, es un
continuum de voces rotas, cantadas a capella
o
bien, a inhumanos
tiempos.
El
tren rodea Blue Holes y en
Mi
habitación crecen las ramas,
Los
insectos mueren de vez en vez,
el
horizonte y las pieles
se
abren con la música. (p.46)
México
es un país roto, esparcido de pasos buscadores, es así que somos un
país al que se le hace necesario seguir nombrando, contando,
viviendo en la poesía y un inicio bien podría ser asomarse al Blue
Holes de Ingrid Valencia.
Ingrid
Valencia. (2018). Blue Holes.
México: Instituto Sinaloense de Cultura.
BLANCA VÁZQUEZ
Correo electrónico: itasavi1@hotmail.com
Facebook: Blanca Vázquez
Instagram: itasavi68
Twitter: @Blancartume
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