ENTREVISTA Lenguas originarias. De la oralidad a la escritura: Nadia López y José Antonio Flores Farfán | Perla Velázquez


[La Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó que durante los doce meses de 2019 se conmemorara el Año Internacional de las Lenguas Indígenas, Y el 9 de agosto es el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, grande razón para volver a hablar de estos inacabables temas.]

Los kumiai decidieron que su lengua tipai se extinguiera. El pueblo está asentado en Ensenada, Baja California, y según datos del Sistema de Información Cultural del Gobierno Federal son 243 hablantes los que quedan.
      ―Cuando ellos quieren que muera la lengua es doloroso, pero es aceptable ―expresa la poeta Nadia López―. Sin embargo, cuando la lengua muere por cuestiones ajenas, como la falta de reconocimiento de los hablantes por parte de un sistema educativo, no es válido. Porque la lengua no muere a petición de la comunidad, sino se extingue porque el mundo castellano que vivimos así lo exigió.
      Mucho se ha dicho de la preservación de las lenguas originarias, ¿pero cuánto se ha escrito sobre ellas?, ¿cuántos libros se han impreso con historias en lenguas originarias?, ¿cuál fue el último libro que se adquirió de un escritor de un pueblo originario? La escritura es una forma de preservación de la lengua y de identificación entre su comunidad.

Prohibido hablar y escribir

Nadia López creció en el Valle de San Quintín, a unas tres horas en automóvil de Ensenada, donde habitan los kumiai; pero cuando era niña ella no pensaba en los pueblos originarios, ni mucho menos en sus lenguas. Sus recuerdos, dice, son en español, la lengua que se le impuso en casa a pesar de que su madre hablaba tu’un savi.
      ―Algo que he estado pensando en los últimos meses es que mucho dicen de la lengua materna. Lo que yo digo es que quizás el mixteco no sea mi lengua materna, pero sí es mi lengua de sangre porque es una lengua que ha heredado mucha violencia en mi familia; desde la historia de mi mamá, de ser monolingüe hasta los 15 años, hasta todos los jalones de patilla, que la dejaran sentada afuera del salón, que no tuviera permiso para ir al baño, porque le sembraron la idea que hablar mixteco era algo que estaba mal y que si lo hablaba iba a recibir castigos.
      Cuando la Premio Nacional de la Juventud 2018 regresó a su tierra natal en Oaxaca reconoció el entorno en que su familia creció:
      ―Por eso digo que es una lengua de sangre ―que ella se apropió a los ocho años, cuando le pidió a su familia que le enseñaran a hablarla―. Mi tía abuela es monolingüe. Hasta la fecha el tu’un savi es la lengua con la que nos comunicamos. Yo tenía la necesidad de aprender rápido, porque pensaba que si mi bisabuela se moría no iba a hablar con ella tampoco y quería conocerla.
      Después de hablarlo, vino el escribirlo. Nadia empezó a escribir en mixteco cuando se mudó a la Ciudad de México. Fue una manera de recordar su tierra, de leer en voz alta y reconocerse en los sonidos. Esas primeras palabras en papel tuvieron críticas gramaticales; ella escribía como se imaginaba las palabras, nadie le enseñó a plasmar su voz en un cuaderno. Sus ojos brillosos y su ligera sonrisa no la dejan mentir cuando dice que los pueblos originarios e indígenas vienen de la oralidad pura.
      ―Estoy casi segura de que el 70 por ciento de los hablantes de una lengua originaria no la escriben; la hablan, la reconocen, pero no la saben escribir, porque venimos de un estado en el que se nos prohibió hablar nuestras lenguas, ¡cuanto más escribirlas!
      La historia de la familia de Nadia es muy parecida a la de Celerina Patricia Sánchez Santiago, quien a diferencia de la joven poeta sí nació en la lengua ñu savi. Su comunidad es “muy pequeñita, se llama Mesón de Guadalupe, que pertenece al municipio de San Juan Mixtepec, que a la vez pertenece al distrito de Santiago Ixtlahuaca, Oaxaca”. En esta tierra, cuenta, fue muy feliz porque no conocía de esa “famosa interculturalidad”:
      ―Aparte, cuando yo me fui dando cuenta de esta situación de que hay otros pueblos diferentes al mío, era como un imaginario, tener una ilusión de conocer a otra gente, de saber cómo hablaban…
      Pero el destino tenía otra realidad para Celerina.

La interculturalidad de los hispanohablantes

En el portal de la Secretaría de Educación Pública existe un apartado dedicado a las universidades Interculturales. Hasta 2017 en los estados en donde existen estas instituciones se habían impartido 32 licenciaturas, seis maestrías y cuatro doctorados; la matrícula de 2016 a 2017 fue de cerca de 15 mil estudiantes. El objetivo principal es “brindar oportunidades de desarrollo académico profesional y de investigación a poblaciones rurales en las que jóvenes, de origen cultural diverso, sean o no hablantes activos de sus lenguas de origen, muestren interés en ello”.
      Las 11 universidades llevan en su nombre la palabra intercultural, aquella que los europeos emplearon para integrar a la comunidad inmigrante a sus países y que en México se utiliza para expandir los espacios a los pueblos indígenas.
      ―¿A quiénes se les pide ser interculturales? ―se pregunta el maestro en lingüística José Antonio Flores Farfán―: a los pueblos indígenas, no a la sociedad mexicana. Hay una interculturalidad unilateral. Eso tendríamos que romperlo ―se responde.
      Por su parte, Celerina recuerda aquellos primeros días que asistió a la primaria. Tenía nueve años, su padre decía que a los niños no había que mandarlos a temprana edad a la escuela sino hasta que estuvieran más conscientes de su aprendizaje. Por esa razón, Celerina era la más grande de su grupo en una primaria que se encontraba en la cabecera municipal:
      ―Cuando bajé me enfrenté a la otra realidad, que fue muy dura, muy dura, porque es el racismo profundo, aunque me repetía que yo los quería conocer… pero me maltrataban, me jalaban el cabello, me hacían cosas, me pisaban los pies y yo me pregunta el por qué.
      La respuesta fue fácil: era indígena, no hablaba español, así que poco a poco tuvo que ir incorporándose a este nuevo mundo. Una vez más el castellano ganaba, pero no del todo, porque Celerina no abandonó su lengua materna como muchos hablantes al encontrarse con este racismo.
      ―Recordemos que estas lenguas están asediadas. Estas culturas son admirables, en el sentido que remontan a la adversidad, saben enfrentarla y encuentran respuestas. Los pueblos indígenas han sido muy inteligentes para sobrevivir a estos embates coloniales, globales, que constantemente los tienen golpeteados, amenazados, con efectos nocivos posteriores ―explica José Antonio Flores.
      Datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) concluyen que 7.4 millones de habitantes del país hablan una lengua indígena, de los cuales 6 millones son bilingües pues hablan español y su lengua materna. Aunque se sabe que estos números han ido disminuyendo poco a poco, si bien el racismo ha tenido culpa en ello. Dice Celerina:
      ―Ahora somos responsables de no querer hablar nuestra lengua, ¿pero en dónde está toda la violencia simbólica que nos ataca minuto a minuto desde la propia escuela hasta en la calle, en los productos que se venden, porque siempre se intenta ver a los pueblos sólo por el folclor.
      ¿Pero cómo lograr la igualdad lingüística? Flores Farfán, también coordinador de Lenguas Indígenas, del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), dice que la escritura es un elemento, aunque no el todo.

De la mano

      A Nadia López le gusta hacer una pregunta cuando tiene presentaciones de libros, mesas de discusión o talleres: “¿Quién de aquí es bilingüe?” Quizás muchos nos consideramos parte de este grupo y siempre pensamos en dominar el español, el inglés, el francés, el italiano o algún otro idioma, pero al último imaginamos que al lado de nosotros pueda existir una persona que hable y escriba una lengua originaria.
      ―Falta que entendamos al bilingüismo no sólo emparentado con lenguas extranjeras, sino que pueden coexistir con el tu’un savi, al ayuuk, etcétera ―dice Nadia.
      En el mundo existen 370 millones de indígenas, en total son 7 mil idiomas que se hablan en todo el planeta. Este 2019 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó que durante los doce meses se conmemorara el Año Internacional de las Lenguas Indígenas, lo que ha provocado una visibilización de las minorías, pero muy poca acción al respecto.
      ―Sí debe ser un momento de celebración, pero más que nada un momento para darnos cuenta de que nos falta por hacer muchas cosas ―dice Nadia López―. De 40 años a la fecha ha habido un florecimiento en la escritura en lenguas originarias. Sin embargo, éste no se ve reflejado en la producción de libros. Es necesario que en México al hablar de literatura mexicana dejemos de pensar solamente lo que se escribe en castellano. Como decía Carlos Montemayor: “Deberíamos empezar a decir literatura mexicana escrita en tu’unsavi, náhuatl y otra lengua.
      Ñu’ú Vixo / Tierra mojada (Pluralia Ediciones, 2018) es un libro de poesía mediante el cual Nadia López no sólo rinde tributo a las mujeres de su comunidad, sino lo hace con el idioma, con la lengua que ellas hablan:
      ―Quería que en mi familia se sintieran dignas, porque han pensado que no es útil la lengua…
      El resultado fue positivo. Después de haber ganado el Premio a la Creación Literaria en Lenguas Originarias por este texto en 2017, cuando regresó a su comunidad y les mostró el libro sus familiares se sintieron identificados:
      ―La oralidad y la escritura deben ir siempre de la mano. Quizás así podamos hablar de que realmente se está trabajando en la supervivencia de las lenguas.
      Por su parte, Celerina Sánchez también hace lo mismo en su libro Natsiká (Ediciones del Lirio, 2019), en el cual en 11 poemas toca temáticas como la lengua, la reivindicación, el ser mujer y el amor:
      ―Es importante tener un libro en donde se esté escribiendo la lengua y en donde se esté combatiendo el racismo profundo que han sufrido las lenguas, al menos en México.
      Ambas poetas coinciden en que la escritura es memoria y acto de compartir, pero no se debe dejar de lado la oralidad porque, como explica Flores Farfán, “son comunidades orales, que lo han sido toda su vida; y la escritura es algo que viene incluso impuesto por la colonización. Ahora, los pueblos han sabido apropiarse de esa escritura como una herramienta precisamente para la defensa de su integridad territorial, cultural y social”.
      No obstante, los resultados no siempre van de la mano. Aunque la escritura ha sido un registro y un laboratorio para todos los escritores en lenguas originarias, éstas no han tenido la salida que se espera con las editoriales. Una lengua es un elemento vivo de una cultura de un ser humano, acentúa Flores Farfán, quien ha trabajado con distintas casas independientes para producir materiales en lenguas originarias:
      ―No siempre es color de rosa todo esto. Muchas veces las editoriales quieren cosas que se venden, hay lógicas comerciales, mercantiles, que buscan un provecho de estas publicaciones. Conciliar esas esferas es a veces complicado, difícil y te enfrentas a paredes que te dicen: “¿Esto para qué?, ¿quién lo va a leer?”
      Por eso el investigador y hablante de náhuatl trabaja con niños, porque “si logramos que ellos se involucren activamente en el disfrute de las lenguas y de sus culturas, los estamos alentando a ser lectores”. Flores Farfán trabaja trabalenguas, adivinanzas, cuentos orales bajados a libros ilustrados. Algo similar ha comenzado a trabajar Nadia, quien se pregunta: ¿por qué no suben las publicaciones si se está escribiendo tanto?
      ―Y es porque todavía muchas editoriales creen que es un riesgo publicar a los escritores en lenguas originarias ―dice Nadia López―. Porque no hay un público, aseguran, y no hay un público por varias razones; dos de las más importantes son: una, porque la mayoría de nuestro pueblo es oral, es decir no lee en su lengua; y la segunda es porque también tenemos una estructura en la que pensamos que esa literatura que se hace en una lengua originaria de México quizás no tiene el mismo nivel que una literatura escrita en castellano.

Los derechos de la lengua

El atlas sociolingüístico de pueblos indígenas en América Latina que publica la Unicef dice que en esta región viven actualmente 522 pueblos originarios y que hablan 420 lenguas. México ocupa el tercer lugar con 67 lenguas; pero, como es sabido, éstas tienen más de 300 variantes en toda la República. Aunado a esto, se reporta que casi una quinta parte de los pueblos han dejado de hablar su lengua y usan el español como su idioma.
      ―En México la verdad, y hay que decirlo y con mucho dolor, seguimos siendo todavía un pueblo muy racista, un pueblo que aprendió a discriminar y que así ha crecido por muchos años ―ataja Nadia López.
      Y el investigador del CIESAS confirma que “el Estado no está haciendo su trabajo, por más retórica oficial que exista. Con el año de las lenguas hay ahora iniciativas atropelladas y muy poco pensadas; es decir, improvisadas”.
      El Año Internacional tiene la intención de frenar este fenómeno para sensibilizar a las sociedades en el aprecio del valor incalculable de las lenguas indígenas, para que sea consciente la ciudadanía de que cada uno de estos idiomas tiene algo trascendental que aportar.
      ―Hay que verlo como un ejercicio de derechos de defensa de una integridad sociocultural. El ejercicio pleno de los derechos humanos pasa por el ejercicio pleno de los derechos lingüísticos. Si no hay derechos lingüísticos en su ejercicio pleno (por pleno entiendo que las lenguas estén en toda la capacidad y en toda la potencialidad expresada en todos los ámbitos de la vida social y cultural) no estamos haciendo nuestro trabajo ―finalizó Flores Farfán.

Fuente: Notimex

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