ENTREVISTA Luis García Montero «ven conmigo a buscar la Verdad…» | Mario Bravo Soria


[Charlamos con el poeta español quien nos comparte sus reflexiones acerca de estos días de confinamiento a causa de la pandemia de Covid-19; asimismo, recuerda su vínculo inicial con la poesía durante su infancia al leer a Federico García Lorca en la biblioteca de sus padres y escuchar un disco de Serrat que lo emocionó cuando contaba con sólo diez años de edad…]

El periodista que esto escribe se despertó durante el último lunes de abril con la certeza de que trabajaría desde casa, prepararía café en la vieja cafetera italiana y consultaría los diarios para constatar que el mundo se derrumba, sin embargo también hallaría ahí que aún mantenemos la esperanza. Distintas noticias culturales arribaron, el lunes pasado ?como todos los días?, desde diferentes partes del mundo; pero el centro de todas las páginas de periódicos y de los portales de Internet lo ocupaba (y desde hace varias semanas atrás) este virus sin rostro, este virus canalla que ya nos ha causado bajas imprescindibles, este ladrón de abriles que nos mantiene en casa, habitando una antigua caverna y relatando a los demás miembros de la tribu cómo es que antier cazamos al mamut, justo al doblar la esquina, ahí donde hoy sólo habita la soledad de las calles grises que esperan por tus pasos.

      Hasta aquí todo era la normalidad de un lunes dentro de una pandemia. Hasta que la bandeja de entrada del correo electrónico anunció un mensaje nuevo: el poeta Luis García Montero respondía desde Madrid a la petición de Notimex para charlar telefónicamente. Un par de correos después, ya teníamos agendada la conversación que aquí presentamos. En punto de las dos con treinta minutos de la tarde (hora de México), casi ya al filo de las 10 de la noche en Madrid, el autor de Completamente viernes (1998) atiende el teléfono y acepta charlar durante 15 minutos que se convirtieron en media hora.
      La intención de esta sección cultural era platicar con un poeta en tiempos de caos, cuando el Coronavirus ha trastocado nuestros calendarios, relojes y afectos, precisamente cuando la belleza parece que también se guareció en alguna fea y húmeda habitación, dejándonos a expensas de tanto olvido, tanta soledad y días que se repiten uno tras otro, como una danza de sellos burocráticos que se colocan sobre un documento.
      Por ello, porque pareciera que vivimos días, semanas y meses aciagos, que nos arrebataron el mes de abril y otras tantas cosas, por ello es que en estos tiempos se hace impostergable buscar la belleza, gritar y gritar hasta que la poesía salga de su escondite y nos otorgue remanso. Se hace deber ir detrás de la Verdad, esa que García Montero nos recuerda que era tiernamente buscada por Antonio Machado. Vayamos, entonces, a buscar la Verdad junto a Luis García Montero (Granada, 1958), entrañable poeta español y director del Instituto Cervantes de Madrid.


La dignidad del ser humano

Ante todo lo que sucede actualmente, días raros y dolorosos, ¿para usted qué es lo importante de la vida?
      —Son escenarios que te ayudan a comprender las cosas verdaderamente importantes de la vida, que tienen que ver con los fundamentos humanos:  la vida, el amor, la fragilidad, los cuidados que necesitamos dar y necesitamos que nos den, la relación con la muerte y la dignidad de las personas… son esos valores fundamentales que después justifican que la ciencia y la técnica trabajen para el ser humano… son los valores fundamentales con los que juega la poesía, la literatura y la cultura para darle respuesta a las preguntas de nuestra realidad y de nuestra existencia.
      —Usted habla de amor, muerte, cuidado al otro y cuidado por uno mismo… ¡son cosas básicas del ser humano! Pareciera que regresamos al día 1 de la humanidad…
      —Así es. Yo, un tiempo antes del Coronavirus, viendo el drama de la gente que estaba encerrada en los campos de concentración en Estados Unidos o en Europa, escribí un poema donde un hombre y una mujer, desamparados, se desnudan… se miran…  eran Adán y Eva. Detrás de toda la historia y discusiones está la dignidad del ser humano, son esas cosas básicas las que se olvidan cuando la realidad no se piensa con justicia. De pronto, situaciones difíciles nos las recuerdan. La tristeza de lo que significa morir, así como la alegría de lo que significa vivir y cuidar a las personas que tienes al lado.


Un acto de rebeldía frente al olvido y la muerte
     
—En estos días de confinamiento social, ¿Luis García Montero qué lee?
      —Por una parte estoy leyendo novedades editoriales; y, por otra parte, estoy releyendo pues la poesía invita mucho a releer. He leído una novela que se acaba de publicar del escritor mexicano Guillermo Arriaga: Salvar el fuego. Después me estoy dedicando a releer a los poetas que a mí me ayudan a dialogar con la vida: releo a José Emilio Pacheco, releo a Antonio Machado, releo a Rosalía de Castro, Federico García Lorca y Rubén Bonifaz Nuño, que son relecturas de poemas que a mí me han acompañado a lo largo de mi vida.
      “Y lo que he podido recuperar también es el hábito del estudio. Como profesor universitario estaba acostumbrado a estudiar diariamente, pero al ocuparme de la dirección del Instituto Cervantes me queda poco tiempo… no para leer, pues siempre encuentro un tiempo, sino para estudiar sistemáticamente y ahora en el confinamiento he vuelto a estudiar. Estoy preparando un libro sobre Benito Pérez Galdós, que me parece un escritor referencial en la cultura y literatura del siglo XIX hispánico.  Me atrae, por ejemplo, de qué manera los exiliados españoles después de la Guerra Civil desde México con José Bergamín o Max  Aub y desde Buenos Aires con Rafael Alberti reivindicaron a Galdós. Esta tarde estaba trabajando precisamente un poema de Luis Cernuda que escribió en México dedicado a Galdós diciendo que a él le gustaba la España de Galdós y no la España que se había configurado tras el golpe de Estado de 1936”.
      —Luis, ¿cuál es su necesidad para escribir poesía? Me da la impresión de que escribe para conjurar algo, como si hubiera en usted la esperanza de que la poesía pudiera vencer al monopolio de la desmemoria…
      —Creo que la poesía como la creación literaria en general significa para el autor un ajuste de cuentas con la realidad. Son aquellas cosas que te hacen ser rebelde. Hemos empezado hablando de la muerte, pues creo que la literatura es un acto de rebeldía contra la muerte. Eso de pasar al olvido, desaparecer… sólo tiene una forma sensata de rebeldía para quienes no creemos en el Más Allá: es el deseo de dejar testimonio y dejar huella. Nosotros recibimos una herencia de nuestros mayores, de gente que ha pasado por la Cultura y se ha ido, que nos ha dejado su herencia y queremos perpetuarla en nombre de la comunidad y el ser humano. Eso es fundamental… un acto de rebeldía frente al olvido y la muerte.
      “A partir de ahí, con la poesía quise establecer un ámbito de relación con la verdad. El ser humano necesita entender sus relaciones con la realidad, es muy fácil engañarse, pero hay que hacer un esfuerzo por no engañarse y no engañar. Para mí ese es el territorio sagrado de la poesía, el lugar en donde intento conocer mis relaciones con la vida, sin engañarme y sin engañar. Me gusta mucho recordar al escritor francés Albert Camus, que decía: Nadie tiene derecho a considerarse en posesión de la verdad, pero todo el mundo debe comprometerse a no mentir. Y a mí me gusta mucho esa poesía, que no habla en nombre de los dioses ni de verdades dogmáticas, pero nace de un compromiso con la no mentira, con el testimonio real y honesto de lo que significa nuestra propia existencia”.


“Estos días azules y este sol de la infancia”

—Usted hace un rato mencionaba a Machado. Se dice que le fue encontrado un papelito en el bolsillo de su abrigo, el cual llevaba puesto cuando descubrieron que había muerto. El mensaje en el papel decía: Estos días azules y este sol de la infancia. ¿La infancia de usted prefiguró todas estas banderas que defiende desde su poesía?
     —Déjame que te comente esa frase que has recordado y que me gusta mucho. La descubrieron en un bolsillo del gabán de Machado cuando él murió; acababa de salir al exilio, ya muy mayor, le acompañó José Gaos (el filósofo que después se trasladó a México) y un periodista, Corpus Varga, que contó cómo Machado estuvo muy desamparado. Iba con ayuda del gobierno de la República, pero en Francia no fue bien recibido. Al llegar a un territorio que se hallaba todavía en paz, él recordó los días luminosos de su infancia. Por eso escribió Estos días azules y este sol de la infancia, en un homenaje también a su madre muy anciana, que lo acompañó al exilio y murió en esos días.
      “La infancia siempre es un lugar de referencia para la poesía. En situaciones difíciles, la infancia se convierte en un lugar de refugio. Nosotros recibimos una educación sentimental en el tiempo y en el lugar en que nacemos. Nuestra infancia es el paisaje de nuestra educación sentimental. Por ejemplo, descubrí en la biblioteca de mis padres la poesía de Federico García Lorca. Cuando tenía 7 u 8 años, de pronto me vi sumergido en un mundo de sugerencias poéticas hermosas. Poco después me enteré que, además, ese poeta había sido ejecutado 22 años antes en mi propia ciudad; el azar de la vida me fue conduciendo a la poesía.
      “También un profesor en el colegio me puso un disco de un joven cantante, Joan Manuel Serrat, que cantaba los versos de Machado. Así me dediqué a la poesía, porque era mi manera de recuperar lo que se había perdido con la Guerra Civil, la muerte de Lorca y con el exilio de Machado...”


La enseñanza de Cernuda

—Luis, en esa frase que acaba de analizar se ve una necesidad de encontrar la belleza aun en medio de la barbarie, incluso cuando la muerte está rozándonos la espalda. En su poesía encuentro una belleza que usted halla en lo cotidiano…
     —Creo que sí, a mí la poesía lo que me deja es conseguir la emoción, ese momento en donde nuestra parte más íntima entra en conexión con la realidad exterior, donde uno se siente identificado emocionalmente con el momento que está viviendo. Hay gente que identifica la belleza con unos paisajes artísticos; parece que se puede escribir poesía sobre los canales de Venecia o los jardines de Versalles en París, pero que no se puede escribir poesía acerca de las calles de México o de Madrid… y en esas calles está el ser humano, ahí puede surgir la emoción. La poesía debe apostar por la emoción que la vida nos provoca.
      “Debemos buscar la dignidad en la pobreza, eso me lo enseñó Luis Cernuda. Hay un libro suyo en donde recuerda la experiencia que sintió al llegar exiliado a México. Él había vivido la pobreza en Andalucía, donde nació; la pobreza durante la Guerra Civil… después vivió el exilio en Reino Unido y en Estados Unidos, que consideraba sociedades muy desarrolladas y prepotentes. Al llegar a México se encontró con la emoción de su lengua hablada en la calle; después escribió un poema donde habló de la emoción de la pobreza. Frente a la prepotencia del lujo había descubierto otra vez la dignidad humana de la gente pobre de Madrid o Sevilla; él se planteó: ¿Seremos capaces de superar la pobreza, desarrollarnos y progresar sin caer en la prepotencia del lujo?
      “Esa es una de las grandes claves que tiene la sociedad humana en la globalización y ante lo cual nos enfrentaremos después del Coronavirus: ¿seguiremos progresando para que haya gente que acumule riqueza o progresaremos para repartir esa riqueza entre todos y conseguir el respeto de la dignidad humana? Es una de las reflexiones que a mí me ha dado la poesía…”


De Garcilaso a una mujer con pantalones vaqueros

—Hablando de esa normalidad que nos aguarda al finalizar este oscuro túnel me remonto a su poema “Hombre de lunes con secreto”, al final del escrito en donde usted dice: Ese hombre llega a casa y dice: Buenos días. Soy yo, he terminado. En ese poema el hombre le habla a su amor, ahí usted narra que asistió al campus universitario e impartió una clase acerca de un gran tema… ¿Por qué usted da clases? ¿Por qué no sólo ser poeta?
     —A mí me deslumbró la poesía, quise dedicarme a ella… pero vivir de la poesía no es posible; hay que buscar un oficio que te permita vivir de la poesía, y aquello que tenía más relación con mi pasión (que era la lectura) fue el hacerme profesor de literatura. Siempre digo que hice una carrera, tesis doctoral y oposiciones para catedrático de literatura para que me pagaran por hacer lo que yo antes estaba dispuesto a hacer aunque no me pagaran (e incluso pagando por hacerlo), que era leer y poder dedicarme a la lectura.
      “A los lectores nos gusta hablar de nuestras lecturas y eso es lo que hace un profesor. Toda la tradición pedagógica que cree que a través de la educación se transforma la sociedad, y que asume a la educación como un valor fundamental para fundar comunidades dignas, pues esa vocación yo la tengo. Me permite hablar con mis alumnos acerca de mis lecturas y me permite comprender la relación existente entre la lectura y la propia vida.
      “En el poema que tú recuerdas hablo de un lunes donde voy a trabajar para dar clases, resulta que estoy empezando una historia de amor (pertenece al libro Completamente viernes), me toca explicar a Garcilaso y la poesía del Renacimiento; cuando empiezo a leer los sonetos de Garcilaso el siglo XVI se me viene al final del siglo XX, que es cuando escribí ese poema. Mi musa, pues, deja de ser alguien con traje de corte y palaciega para pensar en una mujer que se pone unos pantalones vaqueros y va por la calle. Uno comprende que la poesía se hace viva cuando la habita el lector. Garcilaso escribió poemas, sí, pero el hecho poético sólo funciona cuando yo habito el poema y ya no pienso en el amor de Garcilaso ni en Elisa, sino pienso en mi propio amor, en mi propia existencia cotidiana”.


El profesor García Montero

—Foucault, el filósofo francés, llegó a decir que a veces, al finalizar las clases que impartía, sentía como si fuese un actor en un escenario y quedaba muy excitado; pero la gente se iba y él se sentía en una orfandad y soledad tremenda. Cuando yo daba clases me sucedía lo mismo en la universidad, sentía la necesidad de seguir charlando, pero todo mundo se había ido ya y te quedas frente al vacío de un aula. ¿A usted le ha pasado eso?
     —A mí me pasa eso, además en la época de Foucault no era normal que los alumnos tuvieran un teléfono móvil y pudieran ver mensajes. Eso de estar leyendo un poema de amor… lo estás sintiendo y tratas de explicarlo… y de pronto ves que alguien está chateando o navegando, es verdad que te deja en soledad.
      “Mira, del mismo modo en que a veces existen clases fracasadas, también es cierto que hay momentos donde uno siente (por la mirada de los alumnos) que estás hacer algo con ellos. A veces que tres o cuatro personas, tras el paso de los años, te recuerden diciéndote que tú hiciste algo importante para ellos… ¡de pronto uno se acuerda de todo lo que le debe a sus profesores! Cuando llego a clase y cierro la puerta del aula, miro a mis alumnas y alumnos a los ojos, me siento responsable”.


Un niño con un disco de Serrat

—Lo noto con bastantes frentes abiertos en la vida: la poesía, la memoria, el lenguaje… hace un rato usted mencionaba a José Emilio Pacheco y se me vino a la mente ese poema en donde el escritor mexicano dice: Ya somos todo aquello contra lo que luchamos a los veinte años. ¿Está usted de acuerdo con él o no le ha sucedido eso…?
      Ríe y me responde:
     —Es uno de los versos más conocidos de José Emilio. A mí me da mucho miedo la gente que afirma: Yo sigo pensando lo mismo que hace 40 años, pues eso significa que a usted no le ha servido nada vivir durante 40 años. Aprendemos y nos enriquecemos con nuestra vida, pero es verdad que uno intenta mantener la coherencia con el adolescente que fue. Hay discusiones con el propio pasado, pero uno intenta ser leal con aquellos valores que ha desarrollado.
      “Te cuento una anécdota. Antes te hablaba del primer disco que compré, porque cuando salí de la clase de aquel profesor que me puso el disco de Joan Manuel Serrat dedicado a Machado me emocioné tanto que compré el disco con un dinero que me había regalado mi abuelo durante un cumpleaños mío. Pasaron muchos años y una vez, estando en casa, Serrat me llamó (ya lo conocía) y me dijo:
      “—Oye, Luis, he musicalizado este poema tuyo de ‘Habitaciones separadas’; si te gusta, lo grabo en mi próximo disco…
      “Y me lo cantó. Me emocionó mucho. Tuve una primera reacción de vanidad, como cualquier poeta a quien le canta Serrat… los poetas somos vanidosos como cualquiera… pero enseguida hubo una segunda emoción, que es lo que define a la poesía y a la vocación. Lo que me emocionó no fue ya la vanidad de ser cantado por un grande como Serrat, lo que me emocionó fue el recuerdo del muchacho de 10 años que con un billete en la mano fue a comprarse un disco de poesía de Serrat porque le había emocionado. Sentí esa lealtad a la vocación y sentí que mi vida estaba realizándose.
      “Entonces la vida es ese ejercicio de vigilancia donde, por una parte, uno no puede repetir errores ni puede desconocer la vida; pero, por otra parte, uno debe esforzarse a ser leal con uno mismo. En la poesía de José Emilio está la lucidez como una forma de intentar mantener la honestidad en la que él se hizo poeta”.


Machado, siempre

—Una última pregunta. Después de todo este caos en el que estamos a causa de la pandemia,  ¿Adán y Eva regresarán al Paraíso perdido o construirán otro?
     —Paraíso nunca hemos tenido. Los poetas, a veces, melancólicamente imaginamos paraísos para consolarnos de la realidad, pero fíjate… justo Adán y Eva tuvieron un hijo llamado Caín que mató a Abel… no ha habido ni situación paradisíaca ni dioses ni civilizaciones perfectas. Nuestro compromiso está con ser capaces de construir un futuro y comprometernos. Ya sabemos que no existen futuros perfectos… aquel que habla en nombre del futuro como si tuviera un futuro perfecto, es casi siempre peligroso; de lo que hay que hablar es de ese tiempo como algo que conviene construir entre todos. Supongo que Adán y Eva, mientras sigan viviendo, tendrán que comprometerse en buscar una realidad cada vez mejor.
      “Por terminar con Antonio Machado, déjame que recuerde un proverbio suyo cuando dice: ¿Tu verdad? No, la Verdad, / y ven conmigo a buscarla. / La tuya guárdatela. 
      “No hay una verdad única ni perfecta que me diga este es el Paraíso. Hay que estar siempre buscando la verdad y no podemos buscarla estando solos, se debe buscarla entre todos… ¡Ven conmigo a buscarla…! Es otro buen ejemplo y lección de Antonio Machado”.

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