¡No queremos olimpiadas! ¡Queremos revolución! de Rafael Aviña. La crónica como un acetato que confirma al tiempo | Obed González


Hay algo más fuerte allá afuera, en otros países,
en otras ciudades y aquí mismo, en nuestra patria…
quien sabe qué más veremos mañana, en meses, en un año,
 en 50 años, como dicen mis abuelos y el señor director de mi colegio.
Rafael Aviña, a los nueve años 

INTRODUCCIÓN

La crónica es la manzana de la discordia entre el periodismo y la literatura. No sólo informa, hace sentir, reflexionar, percibir, concebir el suceso como algo que no es ajeno. El cronista con el lenguaje construye del tiempo histórico el instante poético. Poético en el sentido de que extrae la luz y el movimiento de lo que aparenta estatismo y oscuridad y que, por consecuencia, transforma en lo existente.         
           Quien escribe crónica, a la contradicción entre el hecho y la imaginación la amalgama y deconstruye, envuelve al acontecimiento con atmósferas, ambientes y diálogos para ser otro y, sin embargo, seguir siendo lo mismo. Transmuta la noticia en un espacio que se habita, un terreno que puede ser experimentado por la fuerza viva del ente poético que posee quien escribe e informa. El tiempo no existe sino es hasta que alguien lo consagra para apropiarse de él y ofrecerlo a otros con la misión última de mantenerlo vivo. Este es el trabajo del cronista y de quien investiga y toma a la pluma como parte de sí mismo.

LADO A

Sí corre, corre que te alcanzan. Si estimas en algo tu pelo, pues corre, corre que te rapan, te rapan en la cuidad. Consigna una canción de Los Strangers en 1967, mismo año con el que abre ¡No queremos olimpiadas! ¡Queremos revolución!

Los ojos de lo confuso recogen de los corredores del sin fin de la memoria fragmentos donde una destrozada imagen comienza a reconstruirse dentro del diario de un infante entre los ocho y los nueve años de edad a través del cincel de su escritura. Días que caen como baldosas que levantan el polvo del cual surgirá una edificación de respuestas buscadas durante años:

“Poco antes de las seis de la tarde estábamos prendiendo la televisión para ver en Canal 5 el Concurso patrocinado por Submarinos Marinela y todo estaba tranquilo, de repente se empezó a escuchar una lluvia de truenos o cohetes, pero no eran truenos ni cohetones, eran disparos… Ninita apagó la tele y nos dijo que nos metiéramos debajo de la cama y ella se agachó detrás de un sillón y obligó a mi abuelo a hacer lo mismo (Pág. 50)”.

Rafael Aviña por medio de una crónica autobiográfica que comienza el viernes 1 de diciembre de 1967 y culmina el jueves 3 de octubre de 1968 comienza el arranque de acción de lo que desea presentar. Semejante a aquellos antiguos discos de acetato de 45 revoluciones —también llamados sencillos— que contenían un lado A y un lado B donde en sus surcos —en este caso las líneas— se graba una historia que queda en los ecos de la memoria como una tonada que produce disimiles emociones y preguntas que en ocasiones nos hacen dudar de la existencia de ciertos hechos. De esta forma el autor estructura el libro.
El texto se parte en dos, dúo de segmentos que a la vez ofrecen una unidad. Dos Rafaeles o hasta tres podemos hallar por medio de la escritura, esos otros que son uno mismo y se unifican para vestir a aquellos fantasmas que en alaridos buscan quien les ofrezca un rostro. Por medio del recuerdo infantil entretejido con el cine de temática del 68 el Rafael adulto recoge la historia para asirse a un instante, que es una época que se niega a desvanecerse: “La memoria del olvido justifica la amnesia, arroja luz en sombras de penumbra, desentierra espectros deformados por los recuerdos que se niegan a desaparecer (Pág. 54)”.
A través de fotografías y una marea de recuerdos donde emergen de su profundidad actos, eventos y lugares como el zócalo, Palacio Nacional, la iglesia de Santo Domingo, el Mercado de la Lagunilla envueltos con canciones como Stormy de The Classics Four o Eloisa de Barry Ryan, historietas como Tradiciones y leyendas de la colonia, El carruaje del diablo y programas televisivos como Club quintito, Discoteca a go-gó, La bruja maldita y Perdidos en el espacio nos va introduciendo a un hecho que, a la fecha, sigue siendo tema de controversia, reclamo y ambigüedad. Esta parte del tomo me sugiere una referencia con la película Roma (2018) de Alfonso Cuarón. La mirada del menor ante el momento histórico de un México lastimado que apenas está reponiéndose y que el estado no permite sanar. 
         El trauma anterior que todavía resonaba en la dignidad de los ciudadanos y que es abierto nuevamente como una flecha en las pupilas de la memoria por medio del oscuro y profundo cañón de la pistola de Fermín (José Antonio Guerrero), quien pertenece a Los halcones, grupo paramilitar creado para someter y quebrantar manifestaciones, continuación del Batallón Olimpia de 1968 y así confirmar que la pesadilla todavía no ha terminado. Los gritos de las hordas, los cascos, las armas, la formación militar y el vuelo y sonido de los kendos sobre los cuerpos en gritos de los jóvenes entrando como un tsunami por los ojos y oídos de Cleo (Yalitza Aparicio) y doña Teresa (Verónica García) a través del turbio reflejo de un ventanal. Situación similar que narra Aviña desde su visión infantil, la cual ya ha sido impactada por la luz cegadora de la realidad donde su universo ya no será el mismo a partir de ese vacío de oscuridad donde un punto de luz colapsó y resquebrajó un mundo interior que produjo que emergiera otro, uno exterior con la intención de morar otra realidad, una unificada que consigna que quien ha experimentado el fuego ya no podrá recuperar jamás la inocencia.

LADO B

Ayer mataron a mi hermano, lo mataron y qué. No sabía escribir, no sabía leer hasta ayer. Repiqueteaba una canción interpretada por Los Mac´s en Chile en el año de 1968. El lado B del libro, Aviña lo abre con referencia a la resaca que dejó el 2 de octubre de 1968 y la cura de esta por medio del cine:

“Era el fin de la inocencia. El sueño había terminado y a partir de entonces nada sería igual como lo demostró El grito (1968), producido por el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos y dirigido por Leobardo López Arretche, filmado entre julio y octubre de ese 1968. El primer y más impactante documento fílmico de un instante clave en la vida política y social del país: una cruda emocional y generacional de la que aún siguen surgiendo relatos de ficción y nuevos documentales que continúan aportando imágenes, ideas, teorías y nuevas pistas para comprender lo incomprensible. De ahí la importancia de documentar los movimientos sociales (Pág. 58)”.

Suceso que a la fecha sigue en la incertidumbre, en lo confuso porque no existe una respuesta concreta como en muchos más que siguen y seguirán en la tradición del sistema del gobierno mexicano. Acontecimientos como el caso de la empaquetada de 1966 que en 1968 quedó cerrado y que parece que no existió hasta la exhumación de él por parte de Rafael en el guion de la cinta Borrar de la memoria (2010). Penumbras de la reminiscencia que aprisionan la verdad con la intención de no manchar la historia del país, cúspide piramidal que deshace en cenizas todo aquello que atente contra el discurso oficial:

“En su infancia, la nota que más le impactó fue la historia de la “empaquetada”, cadáver de una mujer que apareció en 1966 dentro de una caja de cartón, con la piel llena de quemaduras de cigarro y signos de tortura bestial. La policía nunca averiguó la identidad de la víctima ni del culpable, y el caso, como tantos otros, quedó sin resolver, olvidado e impune (Pág. 145)”.

Al efectuar un recuentro de cintas cinematográficas relacionadas con lo acontecido el 2 de octubre de 1968, Aviña pretende armar un rompecabezas, no sólo en el sentido estricto del tema tratado por los distintos directores y guionistas, sino también en lo que suscitó detrás de las cámaras antes, durante y después de su realización. 
           Caso concreto que podemos citar es el de Rojo amanecer (1989), cinta que tuvo que filmarse en secreto y con una serie de problemas y prohibiciones por cuestiones económicas y políticas como lo señala en el libro Jorge Fons: “Fue una película rápida y barata, aunque Héctor (Bonilla) arriesgó su patrimonio como productor y nos ayudó mucha gente; aunque Gabriel García Márquez me dijo que estaba loco por hacerla y Carlos Fuentes ni quiso leer el guion”. Debido a su temática, la película se filmó en secreto: “Mandamos una copia a Estados Unidos y a Cuba, por si las dudas. La verdad es que teníamos que protegernos y años después pude ver una proyección de la película sin censura gracias a esto… Antes del estreno y de que Gobernación nos obligara a quitar varios diálogos, la piratería ya tenía una copia sin censura que, curiosamente, salió de Gobernación (Págs. 119-120)”.
Dentro de este recorrido, el autor nos va ofreciendo un mosaico de cintas de diferentes géneros, distintas épocas y disimiles directores para que analicemos las situaciones, las causas, las circunstancias y actos que motivaron este evento que es el más cobarde y abusivo con el que nos encontramos en los últimos cien años por parte del estado mexicano. Las distintas visiones de los realizadores, la manera personal de tratarlo artística, política y humana. Además de ofrecer un repertorio para revisión sobre este acontecimiento y así alcanzar una conclusión propia.

A MANERA DE CONCLUSIÓN: EL ANEXO DEL LIBRO

Rafael Aviña cierra el libro con un anexo donde la mirada del otro sobre sí mismo es su propio reflejo, ese otro que también es él, como lo es Alfredo Gurrola:

“Desde que tenía 6 o 7 años, a Rafael Aviña ya le gustaban las historias de muertos y sangre. A mediados de los 70, a la salida de la escuela, su placer secreto era colarse en la peluquería a la vuelta del edificio de la calle Brasil donde vivía con su familia, en pleno Centro Histórico de la Ciudad de México. Entre pelos y tijeras, mientras el barbero rasuraba a algún cliente, el niño devoraba el periódico La prensa. Lo que más le fascinaba eran los rostros de los mirones casuales, fotografiados en pleno ejercicio de la morbosidad (Pág. 145)”.

Este libro es realizado por un investigador, pero más que eso, por un escritor y un amante del cine, alguien que lo seduce, lo provee, lo alimenta y cultiva hasta hacerle el amor para concebir con él lo que podemos apreciar en sus hijas palabras, creadoras de todo. El cine en este compendio nos muestra, entre líneas, que es parte del proyecto de vida de su autor.

Referencia
Aviña, Rafael (2018). ¡No queremos olimpiadas! ¡Queremos revolución! Palabra de Clío, primera edición, México, 2018. 

Investigador Asociación de Escritores de México (AEMAC)
tn_obed@yahoo.com.mx
ORCID: http://orcid.org/0000-0003-2185-2846
Bitácora de vuelos ediciones publicó recientemente de manera electrónica su libro El tiempo mexicano de Carlos Fuentes en el cine nacional (1960-1970)

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