#ESPECIAL Ensayo de las razones. Apuntes sobre Árboles petrificados, de Amparo Dávila | Lilia Ramírez

Fotografía: Letras Libres

LAS RAZONES DEL ENSAYO

Viví mi primera infancia durante la posguerra, en la década de los cincuenta del siglo XX, y como ya leía fluidamente desde los cinco años de edad, introducirme al conocimiento de referentes significativos mediante lecturas en voz alta, fue una meta impuesta por mi abuela materna, quien me inculcó su amor por la literatura. Asimismo, seguía una tradición oral con base en cuentos y refranes que eran a la vez normas morales y la filosofía familiar prevaleciente en la última década del siglo XIX. Nuestra preferencia para esas lecturas vespertinas, sentadas alrededor de la abuela, normalmente se inclinaba por el entrañable Libro de Lectura para sexto año Cultura y espíritu, escrito por el profesor Santiago Hernández Ruiz y editado por Luis Fernández G. Esa temprana actividad enriqueció, para siempre, mi vida social, cultural y artística (me refiero a la parte de mí que se inclina por el arte).

Ya siendo una adulta joven, escuché nombres como el de Amparo Dávila y otras personalidades del mundo literario: Juan José Arreola, Margarita Villaseñor, Tito Monterroso, Julio Cortázar, en boca de una hermana mayor quien estudiaba Literatura española en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, al mismo tiempo que yo hacía una carrera de ingeniería en la Facultad de Ciencias Químicas de la Universidad Veracruzana. En esa época mi hermana y yo nos veíamos solamente en vacaciones, cuando ella visitaba la casa paterna y era cuando me hablaba de personalidades con las que ella tenía contacto en el medio en que se movía. Con el tiempo, y por razones ajenas al relato, quedaron bajo mi custodia un sinnúmero de libros interesantes de su propiedad. Una de estas joyas, es Árboles petrificados, obra con la que la insigne zacatecana Amparo Dávila, obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia, 1977. Ese mismo año salió la primera edición en el mes de noviembre. Está compuesta de ciento veintiocho páginas y la autora la dedica a su señora madre, quien ya había muerto para entonces, y a sus hijas, Jaina y Loren. El sello es de Joaquín Mortiz y el tiraje, de tres mil ejemplares.

¿Cómo es entonces que el ensayo sobre Dávila lo hago yo, y no mi hermana literata? Por azares del destino y porque me acojo a lo que Liliana Weinberg explica en su libro El Ensayo en busca del sentido, donde dice que:


“Se ha hablado del ensayo como “poema intelectual”, “literatura de ideas”, “prosa no ficcional”, “proceso personal de interpretación”, así como también “escritura del yo”, “ejercicio del juicio”, “discurso reflexivo”. El ensayo es a la vez –y tomo aquí la clásica distinción de Wilhelm von Humboldt– ergon y enérgeia: tanto el texto en prosa que representa un punto de vista personal y fundamentado sobre algún asunto que atrae su atención, como el proceso dinámico y creativo que le dio origen. A través de su escritura y la construcción de sentido a partir de un punto de vista, un autor presenta libremente, de manera original y con el sello de su estilo, una interpretación sobre un tema examinado y puesto en valor.” (pp. 18-19)

Es decir, Weinberg autoriza en sus páginas a cualquier persona que, con un poco de sentido común, cierto nivel de escritura y motivación, pueda expresar su sentir y su propia interpretación sobre una situación o un hecho más allá de ella misma. El requisito más importante es que conozca de lo que habla, lo cual le dará elementos para emitir una idea propia sobre el tema. Y esa es la mayor justificación a la que aludo: en las amarillentas páginas de este libro que me mira, abierto, desde la mesilla donde tecleo estos apuntes, he visto reflejados momentos y situaciones propios, que yo misma palpé y quizá reí y también lloré, como dice la canción tan conocida. Amparo Dávila, quien nació muy cercana al año en que nació mi propia madre, en este libro me ha devuelto un poco de mi juventud y de mi adultez joven. Qué maestría para mostrar a los jóvenes lectores de ahora, cómo era el mundo femenino durante la segunda mitad del siglo anterior. Las siguientes frases ejemplifican lo que digo acerca de reflejar una época, de manera puntual. 


- Ella, que siempre había trabajado de la mañana a la noche, como una negra. (Pág. 59)

- Hasta ella llegaba el perfume del huele de noche que tanto le gustaba, pero que ahora le parecía demasiado intenso y le repugnaba. (Pág. 63)

- Mientras veía en la televisión los “Sábados con Saldaña” que tanto le gustaban, sobre todo “Nostalgia”. (Pág. 65)

- La habitación estaba igual: las dos camas de latón con sus colchas tejidas de hilaza blanca, nítidas y estiradas. (Pág. 69)

- Mónica se miró en el espejo del tocador-lavabo. (Pág. 70)

- …con su servilleta puesta desde el cuello seguía sorbiendo la sopa, como siempre lo había hecho. (Pág. 71) 

ENSAYO DE LAS RAZONES 

Valiéndose de un número reducido pero significativo, de doce cuentos, la escritora zacatecana, contemporánea de Alfonso Reyes, de quien fue secretaria entre 1956-1958, descorre los velos de la vida privada (no de la intimidad) del mundo femenino de la clase media en la segunda mitad del siglo veinte y la mayoría de las veces, en una metrópoli que asumimos, es México, Distrito Federal. Con fluidez literaria y alternando entre lo real y la ficción, enuncia lo que está más allá de los ojos de un espectador común, para adentrarse en los sentimientos, pasiones y miedos de mujeres jóvenes y viejas (nunca niñas) y cómo eran sofocados sus deseos y aspiraciones por una sociedad represora a consecuencia de la cultura machista tan característica de nuestro país. Es posible reconocer en estos relatos varios hilos que los sostienen a todos ellos de la misma manera que un titiritero sujeta, en un solo control; todos los movimientos de una marioneta, pero cada uno de sus miembros (cada historia) tiene movimiento independiente de las demás. Existen vasos comunicantes que van y vienen de una vida a otra, y estos son su melancolía, sus obligaciones, su moral. Ninguna de las doce protagonistas (en “Griselda” cuentan dos, Griselda y Martha, y en “Garden Party”, es un personaje hombre, aunque podría contarse a Celina), es feliz ni durante la historia ni al final, y es casi siempre con la muerte como estos personajes resuelven sus conflictos, excepto en “La rueda”, “La noche de las guitarras rotas”, “Griselda” y “Estocolmo 3”. En dos cuentos, se queda abierto el final: en “El abrazo” y en “Árboles petrificados”.  A pesar del tono del libro, la muerte al final de las historias: “El patio cuadrado”, “Garden Party”, “Oscar” y “La carta”, toma de manera sorpresiva al lector. En “El Pabellón del descanso”, la muerte se va cocinando poco a poco y llega de una manera cuasi natural, es un descanso para el lector saber que Angelina no tendrá que regresar a lidiar con la imprudente tía. El término de la existencia llega de dos maneras principalmente en esta obra: a través del fuego o por medio del agua. 

ACERCAMIENTO A DOS RELATOS

“El patio cuadrado” es el nombre de la ficción con la que esta magnífica escritora inicia la colección de los doce relatos ganadores del Premio Xavier Villaurrutia, 1977. En el inicio de “El patio cuadrado”, la narradora, en primera persona, está instalada en el patio de una casa amplia, tipo hacienda, desde donde contempla el horizonte y dice: "atardecía y desde el patio descubierto se podía ver un crepúsculo tan enrojecido como un incendio o como un mar de púrpura" (p. 9). Uno inmediatamente visualiza este atardecer y siente una opresión en el pecho, antes de que ella lo diga, se advierten las sombras negras que acompañan este paisaje. A partir de ahí, seguimos a la autora en una secuencia de cuatro historias cuyo hilo conductor principal es la muerte; pero las tres primeras tienen otros hilos que las unen, como son el color negro y siniestros seres alados.  Este primer relato que inicia en el patio, concluye con unos embozados que bien pueden ser zopilotes o buitres; en el segundo relato, son murciélagos, búhos, buitres y telarañas; en el tercer cuento, una nube de mariposas negras revolotea. A saber, si la autora intencionalmente quiso que estos seres aparecieran al culminar estos tres relatos, pues yo me inclino a pensar lo que Eduardo Casar dice: el autor literario, no premedita sus historias, todo va sucediendo de manera espontánea mientras se escribe. Y como yo creo eso firmemente, estos seres alados que aparecen al final de estas tres historias, menos en la última, dan pie a que la protagonista despliegue también sus alas: Yo comencé a retroceder, menciona en los tres casos, como si lo que sucede ahí, la impulsara a una nueva búsqueda. Se sugiere la idea de que ella se encuentra en un patio cuadrado como es el título del cuento, y que va intentando progresivamente entrar a otras habitaciones que conforman la casa como una serie de sueños progresivos que llevan cierto orden.

Podríamos decir que después del primer suceso, que como ya se indicó, sucede en el patio, cada una de las estancias que ella recorre en su búsqueda, podrían ser su infancia, su vida adulta y su vejez. En cada uno de ellos hay símbolos que hacen pensar eso, pues en el primero “… se guardaban los juguetes de la infancia…” (p.10), en la segunda habitación, se mencionan símbolos sexuales: “… y el encendedor era un gran falo metálico, pulido y reluciente…” (p. 13) y en ese sueño, “… yo comencé a desnudarme, e iba arrojando a la hoguera las prendas que me quitaba…” (p. 14). En la tercera parte se manifiesta lo espiritual. El personaje está en busca del Rabinal Achíel único drama completo que se ha salvado desde la conquista hispánica de América, su contenido parece ser la única esfera en el sustrato cultural indígena que no desapareció por la cultura cristiana y además se conservó e impuso sus formas eternas.”[1] Según se encuentra ahí pero no puede tener acceso todavía a él porque a la protagonista le falta una preparación moral que no ha obtenido y aunque piensa que tiene el dinero suficiente para comprarlo, el muchacho que tiene a la venta el libro le dice que lo tome por ella misma y se arroja a una alberca muy profunda. Ella cambia su vida para obtener ese libro, pero no lo consigue. Este pasaje me recuerda a Borges y sus citas fantásticas, sin embargo, este libro, es real.  

En “El último verano”, es desgarrador el sometimiento a un embarazo no voluntario, y presenciar la indiferencia del marido sobre la tambaleante economía familiar, sobre el cansancio de la protagonista para la crianza después de once hijos. El marido no se inmuta porque quien resuelve la comida para todos, sin importar los recursos de que disponga, es ella; quien arregla la casa, es ella. Esta es una situación típica del machismo padecido en el siglo XX no solo por la clase socioeconómica baja, sino también por la clase media donde la mujer es el símbolo del sacrificio, el verdadero sostén del hogar. Sin ella, hay una desprotección total hacia los miembros de la familia, poniendo por descontado que la mujer trabajara fuera de casa. Es ella quien resuelve la marcha del hogar porque el hombre cumple con proveer lo que está en su mano, alcance o no. Es por eso que esta mujer se ve obligada a sembrar un huerto, a proveerse por su cuenta de algunas hortalizas que aliviarán un poco el gasto diario.

De la misma manera, en otra época y otro lugar, mientras se desarrollaba la Primera Guerra Mundial en Europa, entre 1914 y 1918, sucedían cosas semejantes según se relata en el libro Las hermanas Woolf de Susan Sellers, en el cual la narradora es Vanessa, hermana de Virginia Woolf, “la más grande de las novelistas del siglo veinte”, quien nació en Londres el 25 de enero de 1882. Sellers adjudica estas tareas a Vanessa:


 “Escarbo agujeros para los guisantes con los dedos, mis uñas perforan la tierra maleable. Miro por encima del jardín hacia el horizonte… Soy como el capitán de un barco que debe cargar con las consecuencias de sus actos solo. A veces, cuando me tumbo en la cama por la noche, me parece escuchar las respiraciones mezcladas de todos aquellos que dependen de mí.” (p. 140).

La historia relata algunos pasajes de un confinamiento que sufre con su familia debido a esta Guerra Mundial. Vanessa relata:


“Instalarse en Charleston no ha sido sencillo. La casa no tiene agua corriente ni electricidad… Con la carestía de la guerra… mi prioridad es el huerto… La comida escasea tanto que necesitamos cada pulgada de tierra para cultivar verdura y fruta… Le he dicho a Clive que no quiero enviar a los niños a una escuela lejana y que los educaré aquí. He contratado a una institutriz, y he buscado alumnos extra para reducir el gasto… Estoy preocupada por Julian, Quentin se aplica de bastante buena gana en sus clases, pero Julian sabotea cualquier cosa que le pida que haga.” (pp. 139-140).

Como se puede apreciar, tener un huerto familiar se vuelve una tarea indispensable para sobrevivir en tiempos de escasez económica, ya sea por una guerra como es el ejemplo citado, o simplemente porque el ingreso familiar es insuficiente y urge hacer algo para satisfacer las necesidades. Esta situación es muy conmovedora porque actualmente, en tiempos de pandemia, se habla mucho de incentivar los huertos familiares tanto por la escasez que puede avecinarse, como por las limitaciones para salir a la búsqueda de provisiones. Es un tema muy actual en torno al que gira el cuento en cuestión.


Fotografía: 24 horas

ACERCA DEL CÍRCULO Y EL FUEGO

Curiosamente, en estos dos cuentos hay un elemento más que descubrí por casualidad. Una especie de puente que los une: 


“Por fin conseguí salir de aquel mundo de ropa y verla vestida toda de negro y velado el rostro por gasas también negras. Estaba de pie en el centro de un círculo, una circunferencia pequeñísima que parecía pertenecerle. - ¿Qué haces aquí? - le pregunté… -Estoy muerta –dijo-, ¿no te has dado cuenta de que estoy muerta, de que hace mucho tiempo que estoy muerta?” (p. 11).

En “El último verano”, dice:

 

 “Con manos temblorosas desatornilló el depósito de petróleo y se lo fue vertiendo desde la cabeza hasta los pies hasta quedar bien impregnada; después, con el sobrante, roció una circunferencia, un pequeño círculo a su alrededor.” (p. 66)

Estos círculos parecieran ser el límite con el que Dávila separa a estos personajes y les deja morir en su soledad, sin interferir en la vida de los seres que les rodean. Traza un círculo que significa un buen sitio para morir. 



[1] El Danza Drama Rabinal Achí Proclamado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, el 25 de noviembre de 2005 en Paris, Francia. https://bit.ly/3sgHIgl [URL acortada].

LILIA RAMÍREZ. Sus poemas y narraciones aparecen en diversas antologías y sitios web. Ha publicado los poemarios: Komorebi (Edición de autor, 2019), Las botas (Edición de autor, 2018), Por aquí pueden pasar (ALCM, 2018), Las ruedas de San Miguel. (Letras de Pasto Verde, 2017), Ciudades que habito (Manantial entre arenas, 2016), Perros de otoño (Ediciones Ají, 2016), Voluntades cotidianas (Edición de autor, 2015), El alma de la caña (Edición de autor, 2009), La mujer que dividió el tiempo (Edición de autor, 2004), Flores del Cosmos (Letras de Pasto Verde, 2003), Retratos de Aromas (Letras de Pasto Verde, 2000). Recibió, primer lugar en el Concurso Erradicando la violencia contra las mujeres, convocado por el INDESOL (2017), la primera Mención Honorífica de los XXXI Juegos Florales de Coatzacoalcos (2017), el tercer lugar Concurso de Poesía de la ALCM (2016), la M. H. del Premio Nacional de Poesía Tuxtepec Río Papaloapan (2009), el tercer lugar Juegos Florales Nacionales de Papantla (2008). Ha sido antologada en Estados Unidos, Argentina, España, México, en revistas como Castálida, Parteaguas, Plan de los pájaros, La Llama Azul, ensentidofigurado, Eco y Latido, y en colectivos como Susurros de Eros, Poetas verdes de Andalucía y Más Luz de Madrid.


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