TEXTOS CARDINALES La domesticación de la maternidad (Fragmento), de Adrienne Rich

Fotografía tomada de Vein
 
En realidad, hay dos formas según las cuales el hombre se ha relacionado con la mujer como madre: la práctica y la mágica. En un tiempo fue completamente dependiente de ella. En todas las culturas es un signo predominante que tanto hombres como mujeres hayan aprendido de las mujeres las caricias, el juego afectuoso, la consolación que permite una necesidad satisfecha... y, asimismo, la ansiedad y la vileza de una necesidad aplazada.
        Briffault estaba convencido de que el sentimiento maternal se anticipaba al instinto conyugal, y que el primer amor era el nacido entre madre e hijo. Consideraba los sentimientos de ternura como una característica sexual femenina de orden secundario, derivada, en el curso de la evolución femenina, de la naturaleza biológica del organismo de la mujer. Fue el deseo de aquella ternura lo que el varón experimentó con su madre, y lo que en principio lo indujo a modificar su propio instinto sexual en concordancia con el impulso hacia la mujer,[1] de carácter conyugal o estabilizador. Señala Margaret Mead:
 
En el varón, la relación entre sus impulsos sexuales innatos y la reproducción parece ser una respuesta aprendida [...] Diríase que la sexualidad masculina no se dirige a ningún objetivo que no sea la descarga inmediata. La sociedad provee al hombre de un deseo de descendencia, de relaciones interpersonales de acuerdo con un modelo que ordene, controle y elabore sus impulsos originales.[2]
 
Así, en la vida prepatriarcal, el hijo varón percibió tempranamente que el poder procreador de la mujer rebosaba mana. El símbolo de lo sagrado, lo potente y creativo era la mujer. Cuando el hombre prepatriarcal no estaba absorbido luchando por la existencia o reconociendo ritualmente los poderes (femeninos) que rigen la vida y la muerte, debió de sentirse en cierto modo un extranjero. Mead escribe: «Su capacidad para el amor [sexo] es evidente para el niño [...], pero ¿qué significa ser padre? La paternidad es un fenómeno que se desarrolla fuera del propio cuerpo, en un cuerpo ajeno».[3] El antropólogo Leo Frobenius nos brinda las palabras de una mujer abisinia que comenta la riqueza y complejidad de la constitución biológica femenina en contraste con la del hombre: «Su vida y su cuerpo son siempre lo mismo... No sabe nada».[4]
        A partir de una mezcla de frustración afectiva y sexual, necesidad ciega, fuerza física, ignorancia, inteligencia separada de su fundamento emocional, el hombre del sistema patriarcal creó una estructura que volvió contra la mujer su propia naturaleza orgánica, la fuente de su reverencia y poderes originales. En cierto modo, la evolución femenina fue mutilada, y no poseemos elementos que nos permitan imaginar lo que pudo haber sido hasta el momento su desarrollo.
        La relación madre-hijo es esencial entre todas las relaciones humanas. Con la creación de la familia patriarcal, se violentó esa unidad humana fundamental. No es un fenómeno natural, ni nada simple, el que la mujer, en plena posesión de sus sentidos y capacidades, sea domesticada y confinada dentro de unos límites estrictamente definidos. Aunque permanezca a salvo, oculta en un solo aspecto de su ser —el maternal—, sigue siendo objeto de desconfianza, objeto de sospecha y misoginia en forma tanto abierta como insidiosa. Al tiempo que los órganos femeninos, útiles para la generación —la matriz de la vida humana— se convierten en el blanco principal de la tecnología patriarcal.
 
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[1] Robert Briffault, The Mothers, Nueva York, Johnson reprint, 1969, I: 131-141.
[2] Margaret Mead, Mate and Female: A Study of the Sexes in A Changing World, Nueva York, Morrow, 1975, p. 229; primera edición, 1949. 37 lbídem, p. 82. 38 Campbell, op. cit., p. 451.
[3] lbídem, p. 82. 38 Campbell, op. cit., p. 451.
[4] Campbell, op. cit., p. 451.

Fragmento tomado de Nacemos mujer. La maternidad como experiencia e institución, de Adrienne Rich. El libro completo lo pueden descargar AQUÍ


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