RELATO Amanecer en Chaparra || Maikel Sofiel Ramírez Cruz

Chaparra, a punto de terminar el verano de 1999

Me gustan mucho los amaneceres, aún más cuando llueve, y qué decir si el amanecer es en Chaparra. Siempre que paso la noche bebiendo tengo por costumbre ver la salida del sol. Y, en ocasiones, en el trabajo, si a esa hora tengo la oportunidad, me escapo un momento, salgo del taller, enciendo un cigarro y observo hacia el este para ver como se hace el día. Es algo mágico ver como todo se va aclarando lentamente, como todo se ilumina como en un sueño. Supongo que, si existe Dios, sintió lo mismo al crear el mundo y hacer la luz. Es hermoso ver la luz como se asoma entre las chimeneas, y, poco a poco, el pueblo cobra vida, se despierta. La gente sale de sus casas, los niños salen a jugar, o a bañarse al río, o a la playa...

Una vez pude ver un amanecer en Cascarero. El mar estaba manso, y humedecía una y otra vez la orilla en su ir y venir interminable, eterno. Los pescadores se hacían al mar en sus botes. Otros se quedaban pescando con tarrayas. Algunas mujeres los acompañaban, o les llevaban café recién hecho. La brisa batía de mar adentro, y traía consigo ese olor salino, ese olor a mar y a peces. Yo estaba sentado en un extremo de la barra del bar que está justamente cerca del muelle, con una botella de ron casi vacía, y pude ver como el sol comenzó a iluminarlo todo suavemente. Las arenas y las pequeñas olas y la espuma en la orilla brillaban, como si todo estuviera cubierto de oro. Yo soy de los que prefiere los amaneceres a los atardeceres. Los atardeceres son deprimentes, el sol se va, y cuando empieza a oscurecer todo se vuelve de un tono rojizo o naranja. Ese maldito color se me cuela por los ojos, se mete muy dentro de mis pensamientos, y me entra una tristeza del carajo...

Dicen mis compañeros en el Central que nos van a pagar más para la zafra siguiente, que el ministro lo dijo en la televisión. El director está todo el tiempo a pie de obra, controlando, exigiendo, y velando porque no se desaparezcan los materiales… es que la cosa está tan mala que uno se lleva lo que sea. Estamos reparando el ingenio, hay mucho por hacer y contamos con muy pocos recursos, y esos recursos necesarios en la calle la gente los necesita, y el que necesita, paga. Ese es el precio de vivir en un país maldito por las crisis. La gente tiene que vivir inventando, haciendo malabares, haciendo más con menos, incluso, en ocasiones, haciendo más con nada.

Mi padre no está feliz del todo a pesar de que estoy trabajando sin descanso, tratando de hacer las cosas bien para no hacerlo quedar mal. De vez en cuando me repite lo mismo, que esta no es la vida que quiso para mí, así, lleno de mugre, haciendo un trabajo fuerte con hierros y herramientas pesadas y toscas. Él siempre pensó que yo iba a ser médico, ingeniero, o algo así. A pesar de todo no creo que esté tan disgustado, un socio me dijo que lo escuchó decir que estoy aprendiendo rápido, que va a tratar de que me incluyan en el próximo curso de torneros, porque soy inteligente, y además porque un tornero trabaja mucho más cómodo y gana más que un ayudante de mierda como yo, un ayudante de mecánico de 18 años que espera un hijo.

Así es, mi novia está embarazada, y sus padres no quieren ni siquiera hablar de la posibilidad de interrumpir el embarazo, dicen que eso es lo mismo que un asesinato, matar a una criatura inocente. Ellos nos ayudan en todo, y mis padres también. A mi papá le brillan los ojos cuando habla del tema, y mi madre quiere venir a vivir con nosotros cuando nazca el bebé, para ayudar en lo que sea. A nosotros nos hace ilusión tener un niño. Estamos enamorados, yo siento que ella es la indicada, y ella no quiere separarse de mí ni un instante, parecemos dos bobos, dos tórtolos, como nos decían nuestros amigos del pre. Es cierto que somos jóvenes, pero mi madre tenía 17 años cuando yo nací, así que no hay mucha diferencia. Yo estoy tan ilusionado que paso horas mirándole la pancita a Yuri, que aún no ha crecido mucho, pero ya la imagino que crece y crece, con mi hijo dentro. Estoy tan atontado que veo maravillas por todas partes, en los dichosos amaneceres, que ahora son más hermosos que nunca, incluso en los baches llenos de fango de las calles.

Ciertamente no todo es felicidad, hay una escasez de pinga, cosas tan simples como el arroz o la sal para cocinar no aparecen, y cuando lo hacen, es bien caro, casi impagable. La ropa y los zapatos también escasean, los medicamentos, el jabón para lavar o bañarse, en fin, todo, hasta el agua. En un puto pueblo con un río no hay agua potable, es increíble. Hay que inventar de verdad para resolver, pasa salir adelante. Lo bueno es que en el trabajo siempre se me pega algo, unas varillas de soldar, un disco de corte, algo, y ese algo lo vendo y entonces voy resolviendo. Compro carne de vaca por la izquierda, por ejemplo, escondido de la policía y de los chivatos, pues si me cogen en eso me guardan unos cuantos años tras las rejas. Nunca voy a entender cómo es posible que sea más grave matar una vaca para comer cuando hay tantas carencias, que matar una persona para robarle. Tengo un primo que se mueve extraño, y siempre me avisa cuando tiene carne, incluso me la vende a menor precio, y sino tengo dinero me deja que le pague después. Esto es así, una mano lava a la otra, y entre las dos, lavan la cara. Es la ley de la calle, la ley de la vida.

Por desgracia mi novia no podrá estudiar por ahora. Ya le han dicho que en la universidad no hay condiciones para alguien en su estado. Yo en el fondo me alegro porque así no se alejará de mí, al menos por ahora. Pero ella está haciendo gestiones para conseguir una prórroga, para incorporarse luego, más adelante, quizá cuando pueda dejar el bebé al cuidado de mi suegra. Mi suegra… esa vieja puta que me mira con descaro… Espero que nadie lo note, especialmente mi novia. Lo cierto es que siento sus miradas, siento que le atrae mi presencia, quizá sean ideas mías, quizá sea sólo mi imaginación, pero debo ser cuidadoso. Amo a Yuri, ella es la mujer de mi vida, y no quiero perderla, ni muerto. Estamos viviendo en su casa. Yo estuve de acuerdo, pues la verdad es que mi casa está demasiado lejos, y para entrar o salir es una odisea, sobre todo cuando llueve, entonces el camino se convierte en un extenso e interminable pantano, y los camiones y las guaguas se atascan. En cambio, la casa de Yuri está en El Batey, cerca de todo, cerca del hospital, del estadio, del cine, de la pizzería y del central, es cierto que las calles ya no son las de antes, pero al menos están mejores que el camino que conduce hasta El Tejar.

Hoy en la mañana, al salir del trabajo me encontré con nuestra antigua profesora de Español del pre. Me preguntó por mi novia, por el embarazo, y también quiso saber si estaba escribiendo. Me dijo que en la Casa de la Cultura había un Taller Literario, que escribiera sobre mis vivencias, y que fuera al taller, que, por favor, haga eso al menos, ya que no quise seguir estudiando. Le dije que desde hace par de meses comencé a llevar una especie de diario, y le prometí que iría al dichoso taller, aunque la verdad es que no suena como algo que yo quiera hacer. Prefiero escribir cuando me de la gana, y que Yuri lea y me diga qué le parece.

De todos modos esto no es nada serio, es tan sólo la crónica de un escritor en ciernes, las aventuras y desventuras de un joven deseoso de contar historias. No creo que tenga ningún valor literario, es algo que estoy haciendo, más bien, como un ejercicio. Algo para mantener viva la llama del amor hacía la palabra escrita. Además, la cosa está muy jodida para andar comiendo mierda con la literatura. Hay que buscar comida. Hay que buscar dinero para pagar la comida, y escribir no paga nada de eso, que yo sepa.

Yuri tiene que alimentarse bien, mi bebé debe nacer fuerte y saludable. Tengo que pemsar como un papá, y actuar responsablemente. Aunque de vez en cuando me vaya a un bar y beba unos cuantos tragos, o me vaya de putas con algún amigo, y cuando llegue un poco bebido a la casa, y con olor a perfume de mujer mi novia peleé por un rato, y los suegros me pongan mala cara, y me miren como diciendo, desgraciado, hijo de puta, y mientras me bañe les escuche decirle a mi novia que me bote, que no sirvo para nada, que no soy más que un borracho de mierda, aunque cuando amanezca me vean como si nada hubiera pasado, con esa cara, como si yo no supiera lo que piensan de mí. Mi suegro, que es un cornudo, y mi suegra, esa puta que estoy seguro que me desea como una perra en celo. Yo sólo trato de hacer bien las cosas, o, al menos, lo mejor que puedo, pero olvidan que soy joven, que apenas he vivido, y que también tengo derecho a distraerme. Quiero seguir trabajando, seguir consiguiendo lo que pueda en el trabajo y venderlo en el mercado negro, comprar comida, comprar ropita para el bebé, pedirle perdón a mi novia y hacerle al amor, y escribir un poquito cada vez que pueda, quién sabe y logro algo. Eso es todo.

Fotografía de Pexels.

MAIKEL SOFIEL RAMÍREZ CRUZ. Puerto Padre, 1981. Reside en la ciudad de Las Tunas, Cuba. Licenciado en Psicología. Textos suyos han sido publicados en las revistas Quehacer, en Las Tunas, Letralia, en Venezuela, Primera Página, y Bitácora de Vuelos, ambas en México, también en la web literaria Isliada.

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