#LeeUnFragmento Mog, novela de Ciencia Ficción de Víctor Manuel Rodríguez Molina publicada por Bitácora de vuelos ediciones


Capítulo 1

Ya es mediodía y él apenas pudo despertar, estaba tan cansado como después de esas típicas noches ajetreadas. La luz del sol lastimaba sus ojos como espinas doradas. —¡No puede ser! —exclamó al ver que la cinta que pegaba el papel de la ventana se había escurrido. Extendió el brazo derecho y chocó con unos botes que se apilaban alrededor provocando que cayeran estrepitosamente. Por fin pudo incorporarse y sentado con los codos sobre las rodillas, trató de recordar qué había ocurrido ahí mientras se rascaba la cabeza. Parecía haber sido una noche de rutina, sin embargo, algo no andaba bien. Después de restregarse perezosamente la cara, vio la pulsera asomarse debajo de unas cajas. Tomó la pulsera para colocársela y notó que no ajustaba en su ya de por sí huesuda muñeca. Parecía como si esa noche misteriosamente hubiera adelgazado. Todo esto no tenía sentido, aunque tampoco era la primera vez que le ocurría. Se incorporó, cortó con sus pequeños dientes un nuevo trozo de cinta y tapó el molesto rayo de sol. Sin más demora se acercó a la terminal y la activó.


No había por qué preocuparse, sólo bastaba echar un vistazo a los registros y todo quedaría aclarado. La estación iluminó pardamente su rostro gracias al filtro que tanto peleó por rescatar después de la última limpieza masiva. Su desmejorada facies de piel ceniza se zambullía en la luz buscando una respuesta. La pulsera rápidamente se manchó de rojo al marcar el incremento de los latidos de su corazón. Sus dedos, como palillos, golpeaban fuertemente la interfaz recordando el sonido de los viejos teclados. La pulsera empezó a parpadear incesantemente advirtiendo que debía de tomar un respiro. Molesto, tuvo que parar. La última vez que transgredió la advertencia de su biomonitor, tuvo que esperar dos horas para que su terminal respondiera nuevamente. —¿En qué momento se decidió que no se podía entrar en la red emocional alterado? ¡Tonterías! ¿Qué no conocen a los hackers yoguis que en estado de meditación vaciaron el banco central? ¡Todo por una comunidad emocionalmente estable! —las ideas no dejaban de chorrearse de su mente, provocando que la alarma de la pulsera empezara a desgañitarse de forma aguda; era el momento de detenerse. Por fin tomó su banco, dobló sus lánguidas piernas y cerró los ojos siguiendo el ritmo de su respiración.

Pasaron unos minutos y la pulsera se apagó. Sin demora, Mog se dispuso a activar la terminal. Era momento de indagar de una vez por todas qué ocurrió la noche anterior. Revisó la administración de procesos y no había mensajes nuevos ni quedaron tareas pendientes. Todo parecía ser parte de la rutina. Siempre como incógnito, Mog se dispuso a realizar su paseo virtual. Los típicos llamados a la rebelión, los nuevos éxitos de música biomoduladora y las competencias de juegos biodirijidos: todo aparentaba calma y normalidad. De un tiempo a la fecha todo carecía de interés para Mog. Ya habían pasado varios meses desde el último apagón emocional cuando la red quedó interrumpida por casi una semana. Había rumores de que en algunos países se utilizaban prisioneros para provocarlos con la intención de mantener ciudades enteras sin red.

Proveniente de la puerta de la habitación sonó un tímido golpe. Era el viejo Vala que dejaba la comida. Sin pronunciar palabra, Mog esperó lo suficiente para abrir. No soportaba la idea de encontrarse nuevamente con Vala, como la última vez que imprudentemente no se retiró. Ese día, la sorpresa fue tan desagradable que no podía borrar de su mente la imagen de esos ojos lastimeros. Su corazón se agitó a tal grado que hizo sonar su pulsera inactivando la terminal durante varias horas, fue un día perdido. Mog, molesto de tan sólo recordar el encuentro, no podía entender como Vala imploraba en silencio ¡necesito verte! ¿Quién necesita, hoy día, ver directamente a alguien a los ojos? La comida le resultó insípida y no probó ni un trozo, sólo se hizo de la botella de chai que lo mantenía tranquilo.

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VÍCTOR MANUEL RODRÍGUEZ MOLINA. Es médico cirujano y doctor en neurociencias; ha dedicado parte importante de su actividad profesional a la educación y divulgación científica. Le apasiona ayudar a las personas a entender cómo funciona el cerebro y cómo mejorar el bienestar físico y mental. Desde hace poco más de veinte años ha realizado de forma activa tareas de divulgación en diferentes medios de comunicación. Víctor ha tenido un profundo interés en la literatura y la poesía, de la cual cuenta con una copiosa obra inédita; ha conjuntado su pasión por las neurociencias y la literatura en historias de ciencia ficción que puedan sembrar la semilla del interés por la ciencia en los jóvenes.


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