Balthus. Young Girl at the Window. Imagen tomada de http://www.wikiart.org/de/balthus |
La curiosidad es una virtud, es
una pasión y una capacidad indispensable para sobrevivir, es una pasión humana
y por lo mismo, llevada al extremo se convierte en un defecto y por ende, es
censurada. El desarrollo de esta
pasión, bien encausada su potencialidad, se relaciona directamente con la
educación, lo cual significa que desde el nicho familiar se impulsa o
abate la curiosidad, que en primer instancia, pareciera ser un defecto, por la reprobación social
expresada de distintas formas, implícitas y explicitas, pues no falta quien
prevenga, ¡cuidado, la curiosidad mató
al gato!
Se afirma que la mujer es más curiosa que el hombre, que sin
duda lo es y mucho, pero en ambos casos, la parentela la reprime, al
considerarla un fisgoneo: ¡no seas metiche! Entre paréntesis, la etimología de esta
palabra se discute bastante, según distintos autores: podría venir del náhuatl “metichtl”, entremetido(a), dícese de quien acostumbra meterse donde no
le llaman; igual, se afirma que es una voz hibrida de español y náhuatl, ya que es bastante común
agregar el sufijo despectivo –che, que en náhuatl se refiere a un individuo
masculino, a un verbo español, así se
forman, de pedir - pidiche, de hablar- habliche; incluso, podría derivar del mapuche
(lengua mapudungun) en Chile, porque “mapu” significa tierra y che, gente. En el diccionario (RAE), metiche es un mexicanismo
aplicable a la gente muy curiosa, que se mete en donde no le llaman, con lo que
ni le va ni le viene.
En general, estas definiciones desvirtúan la curiosidad, como indagación
en busca del conocimiento, por esto
pensamos que desde el punto de vista educativo, la curiosidad debería ser
objeto de una reflexión sobre su aprendizaje
y enseñanza. Es un comportamiento humano natural, lo mismo que de otras
especies, porque la capacidad de observación, fruto de la curiosidad
inquisitiva, es esencial para la sobrevivencia, así aprendimos que el fuego
quema, por decir algo.
Educativamente hablando, es necesario desarrollar la habilidad para explorar
el mundo e indagar en lo desconocido, buscando información, y saber cómo
interactuar en el medio ambiente que nos rodea. Por supuesto, la curiosidad es inherente al ser vivo, pero siendo una respuesta
emocional del individuo a ciertos
estímulos, las formas de observación pueden revestir tintes molestos, razón por
la cual se han generado respuestas sociales de censura y en menor grado de
aceptación; ambas repercuten en la psicología de la persona, reprimiendo o
desarrollando su natural curiosidad.
De ahí la importancia educativa de cuestionar la curiosidad, pues es
necesario definir cuándo es un defecto o en qué momento se está cometiendo el
error de reprobar una virtud. Esto puede
responderse desde muy distintos puntos de vista, de modo simple y lacónico
diríamos, que depende cómo se use, pero es importante introducirnos en la reflexión sobre la curiosidad en
términos de magnitud e inclinación, es decir, el grado de la curiosidad y los
asuntos hacia los que se dirige.
Una reflexión educativa consideraría, que el exceso y lo remiso es vicio
y que la virtud es el punto medio entre ambos (Aristóteles -384 a 322 a.C.-,
Ética a Nicómaco, Libro II, cap. V). De este modo, al cavilar sobre la
curiosidad en términos de vicio o
virtud, nos remitimos al comportamiento ético, que alude a tres características
del alma humana: pasiones, potencias y hábitos. Las pasiones son las emociones,
concomitantes al placer y el dolor; las potencias son las facultades para externar
las pasiones, por ende, tienen que ver con la menor o mayor capacidad
individual; y los hábitos son producto del aprendizaje social, que enseña a
utilizar la capacidad en potencia, es
decir, aquellas pasiones que parecen instintivas o innatas, como la curiosidad.
De acuerdo a la ética, aprendemos a conducirnos, pero no en el terreno de la moral,
del bien y el mal, sino de la virtud o el vicio, lo cual se refiere a la
vehemencia, la moderación o la debilidad con que se manifiesta una pasión, y
ésta se puede adjetivar como virtud o vicio,
por lo cual evidentemente, pueda ser alabada
o censurada, ya que la magnitud y la
inclinación de una pasión es resultado de la elección individual.
Lo anterior sugiere la necesidad de
saber expresar las pasiones en su
término medio, lo cual se aprende en un entorno cultural específico, donde las facultades genéticas se acrecientan o se reducen,
según se enseña y aprende a utilizar el potencial individual, por lo regular de
modo inconsciente, pero que se va convirtiendo en hábitos buenos o malos, o más
bien, en virtudes o vicios, según las enseñanzas recibidas en el grupo social
determinado, que inculca desde la más tierna infancia las formas habituales de
proceder o conducirse.
Virtud es el hábito de conducirse adecuadamente, y el vicio es una
conducta inadecuada, porque la persona y también la cosa, se habitúan a realizar
bien o mal para la que fue creada; expliquémonos, el ojo tiene la virtud de ver
bien, por tanto, el defecto de visión, es el vicio del ojo. En lo que concierne
a la magnitud de los hábitos, ésta distingue en proporciones, donde más es
exceso, menos es defecto y el justo medio es la virtud.
En lo que respecta a la persona, la virtud es el hábito de actuar
conforme al justo medio, es desarrollar la potencia o capacidad al punto de
poder desenvolverse virtuosamente, conforme a la situación; esto significa, que
una vez aquilatadas las circunstancias, se procede de acuerdo al justo medio, por
esto, la temeridad es exceso, la cobardía es defecto y la valentía es saber controlar
la pasión, lo cual significa que se actúa razonadamente, porque ser valiente es
tener el Valor, lo cual es una virtud. Aristóteles dijo, sentir la pasión de la
ira es natural ante ciertos hechos, pero hacerlo en la medida adecuada, el
momento preciso, de la manera
apropiada, hacia la persona indicada y por
una causa justa, eso es virtud.
Evidentemente, no se nace virtuoso, se aprende a expresar la pasión en
su justo medio, y esto supone el aprendizaje de elegir una de las tres
posibilidades: exceso, defecto o virtud
–justo medio, ya que la persona tiene la
opción de tener buenos o malos hábitos, cada quien decide si desea o no
controlar sus pasiones y en qué grado hacerlo. Lo anterior, en cierta forma,
tiene que ver con lo que denominamos buenas costumbres, pero es actuar conforme a la ética.
Retomando el tema de la curiosidad y asentado ya que es una pasión, un
sentir humano que puede ser controlado para actuar virtuosamente, se puede afirmar que no se trata del bien y
el mal en lo que concierne a la moral o la religión, aunque se relacione de
modo indirecto; de ahí que alguien podría alegar que no en todas las pasiones
existe un término medio, no se es medio adultero o medio homicida, pero habría que señalar que estas
son acciones, que resultan de las pasiones
incontroladas; por esto han sido llamadas pecados capitales: soberbia, ira, pereza y tristeza desproporcionada, lujuria,
gula y ebriedad–gastrimargia en griego-, envidia y celos, avaricia y
codicia.
Pero no es una intromisión en la teología o la filosofía de la
religión, porque andando ya por ese
terreno, vendría bien recordar que existen
las virtudes cardinales, llamadas así por ser principio y fundamento de otras
virtudes, las cuales se entienden como el hábito y capacidad para obrar bien,
lo cual nos lleva al terreno de la ética. Son virtudes cardinales la prudencia,
justicia, fortaleza y templanza, ésta
última constituye el término medio entre la ambición desenfrenada y la ruin
avaricia, o entre las peligrosas gula y anorexia,
que devienen en problemas graves de salud.
De acuerdo con Pascal (1623-1662), la curiosidad como una facultad del alma, que los
seres humanos viven como una enfermedad,
porque queremos conocer lo que no puede llegar a saber; en esto, Pascal coincide con la afirmación de Sócrates:
“sólo sé que no se nada”, es decir, nada se puede saber con absoluta certeza, o
bien, dada la infinitud del conocimiento, por más capacidad inquisitiva que desarrolle
una persona, lo que logra saber es, nada.
Se podría concluir, que la
curiosidad es la pasión por conocer, pero es importante desarrollar virtuosamente
el hábito de investigar, ya que la curiosidad intelectual provoca el interés por
las ideas nuevas, por lo desconocido, por lo tanto, no conviene prohibirla, cuando
se reprime la pregunta del infante que desea conocer, se mata la curiosidad intelectual. Tampoco se trata de pensar en genios con un
CI de Einstein, pero sí, de propiciar un ambiente de libertad para inquirir y
escudriñar sin temor, donde la niñez y la juventud pregunten y se les oriente
para encontrar respuestas; es indispensable estimular la curiosidad infantil,
ávida del saber.
La curiosidad es la virtud de artistas, científicos, investigadores,
etcétera que curiosean el mundo, es la pasión de la imaginación, que desde la
infancia nos lleva de la mano al mundo en movimiento, es la capacidad de
maravillarse que llega al dintel último
de la vida, es inquirir virtuosamente, porque es la médula del deseo de conocer
la causa y efectos de los fenómenos naturales o sociales, por lo que conlleva la
virtud de saber plantear la pregunta científica. Desde luego, no es admisible el
vicio de la curiosidad chismosa o de la murmuración, generalmente infundada. En resumen, la curiosidad es una potencia
humana proclive a la educación, que debe ser conducida hacia el crecimiento
intelectual, sin levantar barreras a la
capacidad de asombro que abre horizontes sin límites, pues
el conocimiento nunca se alcanza, siempre hay algo más.
=
Mirtea Elizabeth Acuña Cepeda. Maestra en ciencias históricas, profesora- investigadora jubilada de la Universidad de Colima.
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