Siempre relacioné la primavera
con flores amarillas y, durante un tiempo, con mariposas amarillas; ese diminuto
lepidoptero salido de las páginas de Cien
años de soledad, que en temporada de lluvias magnifica los lodazales.
Cien
años de soledad, la mítica novela escrita por aquel
venerable del periodismo y la narrativa, Don Gabriel José de la Concordia
García Márquez, conocido en el medio literario como Gabriel García Márquez y en
el medio de los escritores y literatos como Gabo. Es por demás hablar de su
vida o de su persona; se ha escrito y se sabe tanto de él, que cualquier cosa
que se diga puede ser en vano. Lo que sí, es que si viviera, este pasado seis
de marzo hubiese cumplido noventa años y también sé, tendría por ahí todavía un
as escondido entre los dedos para luego escribirlo con su contundente claridad,
con su maravilloso lenguaje, y sorprendernos con otro nuevo libro. Ese lenguaje
que tantos caminos abrió a muchos escritores de nuestra Latinoamérica y del
mundo.
Gabriel García
Márquez es un parteaguas de la literatura Latinoamericana y me atrevería a
decir de la universal, y no porque en
ese “boom” latinoamericano al que perteneció no hubiese otros tan buenos como
él; sino porque después de Rulfo, él es el único que por primera vez habló el
lenguaje de todo el mundo, el lenguaje de los abuelos, de los pueblos perdidos
en las montañas y los cañaverales, de los pueblos reposando en costas, ciénagas y selvas. De tal manera que cuando
nos asomamos a la ventana de su obra, el mundo es otro.
Nunca olvidaré aquel café literario del año
1969, donde Armando, el compañero encargado de dar las noticias literarias,
en uno de los cincuenta y tantos domingos en que nos notificaba los libros más
vendidos, Cien años de soledad fue, semana tras semana, el primero de la lista.
Por aquella falta de efectivo de
mis quince años, nunca pude comprar la novela, hasta que por ahí alguien me la
prestó, sin que pudiera terminarla, quedándome con las ganas de poder entender
la maravillosa desmesura de aquel libro. En 1974, en un cumpleaños, me lo
regalaron; y desde entonces está conmigo aquella 36ª edición fechada en diciembre
de 1973 y que constaba de doce mil ejemplares con la ya clásica portada de
Vicente Rojo. La he leído o releído cinco veces. Leer o releer ¿qué tiene más
valor? La primera vez en que una obra nos sorprende, o la relectura que nos
deja nuevas interpretaciones, nuevos hallazgos y nuevos placeres sin duda.
Presumo
de tener casi toda la obra de Gabriel García Márquez, algunos libros no los he
leído aún, es tan basta e infinita la imaginación en su obra, hay que dejarla
reposar como ciertos vinos para que refine su sabor, hay que leer una y mil
veces libros como Cien años de soledad, La
increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y su abuela desalmada, El
amor y otros demonios, El amor en los tiempos del cólera y los bellos y
magistrales Doce cuentos peregrinos. Noticia de un secuestro aún no la he
leído y apenas hace dos días termine de leer por primera vez Yo no vengo a decir un discurso,
publicado por Literatura Mondadori. Es una antología de los papeles que don
Gabriel García Márquez leyó frente a un público y en ésta se incluye el discurso
leído al recibir el premio Nobel de literatura en diciembre de 1982 titulado
“La soledad de América Latina”.
Leer y
releer es la cuestión, ambas acciones considero, son ricas por sí solas para
cualquier lector; la primera por el asombro de las maravillas encontradas en
una lectura primera y la segunda por las claves escondidas que luego nos
encontramos y que nos descubren el mundo, como ese maravilloso párrafo del
discurso “Para un nuevo milenio” pronunciado
en Venezuela en 1990. Éste, nos da la clave para entender el famoso “realismo
mágico”: “Nuestros remotos abuelos no
conocían la pólvora ni la brújula, pero sabían hablar con los pájaros y
averiguar el futuro en los lebrillos, y tal vez sospecharon mirando a las
estrellas en las noches inmensas de su época, que la Tierra era redonda como una
naranja, pues ignoraban grandes secretos de la sabiduría de hoy, pero ya eran
maestros de la imaginación.”
▁▁▁▁▁▁▁▁▁▁▁▁▁▁
RAMÓN VENTURA ESQUEDA (Colima,
1955). Arquitecto de formación por la Universidad Autónoma del Estado de
México. Miembro de los talleres literarios de la Casa de la Cultura coordinados
por Víctor Manuel Cárdenas 1981/82. Museógrafo diplomado en Arte Mexicano, con
un máster en Diseño Bioclimático. Ha publicado en los periódicos colimenses
Diario de Colima, Ecos de la Costa, El Comentario y la revista Palapa en su
primera época. Coautor en el libro Carlos Mijares Bracho Maestro Universitario
distinguido, en los volúmenes I, II, III y IV de la colección Puntal. Ha
participado con crónica en los volúmenes II, III, IV y VI de los coloquios
regionales de Crónica, historia y narrativa. Actualmente publica en el
suplemento “El Comentario Semanal” del periódico el Comentario de la
Universidad de Colima, la columna “De ocio y arquitectura”.
Imagen | Sozcu
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