Tony González Balquier. Amigo, compañero, enamorado (no solo de mí, de todas las que conoció, conocía y conocería). La amistad inició durante los ensayos en la Casa de la Cultura de Torreón cuando comencé a trabajar para el grupo Fantástico Show. Yo era Maléfica, pero él, hizo un personaje de sí: gordo sin eufemismos, risueño, con una cultura que me hizo saber que nunca nos faltaría tema de conversación y además con una carga infinita de chismes del mundillo artístico de La Laguna. A Tony Balquier y a mí nos unió el gusto por la literatura, el amor por el teatro y la pasión por el conocimiento. En ese entonces, yo de veinte años, él unos años más joven; nos descubrimos leyendo la misma novela, sin conocernos previo y sin habernos puesto de acuerdo.
Durante
la gira compartimos la lectura de Cien años de soledad de
García Márquez (Aracataca, Colombia 1927), con el asombro de niños
que ven reflejado su mundo personal en un libro. “Esta parte se
parece a mi tía tal”, “esta otra es como lo que le pasó a mi
primo fulano”, “una vez a mi abuelito…”. Historias de ficción
empatadas con una realidad mágica que vivíamos en nuestra
cotidianeidad.
Cien
años de soledad (1967) nos regresó al gordo y a mí a la
infancia de sueños y aventuras donde todo sucede. Perdíamos noción
del mundo adulto y el juego del teatro adquirió de lleno la soltura
y la carcajada que nos permitía ser ahora la bruja y el rey, mañana
piratas y luego otra vez un par de paseantes atónitos en cada ciudad
o pueblo donde dormimos.
Nos
ahogábamos con cada palabra de García Márquez, cada una de las
historias nos aplastaba con la contundencia de las imágenes, de las
historias que se entrelazaban sin fin. La descripción minuciosa de
cada personaje y sus locuras. Sentíamos como si un montón de hojas
otoñales revolotearan nuestra cabeza, variando colores y crujiendo
con cada cambio de tonalidad, del verde, al amarillo más seco, del
café al rojo tierra, sin fin.
Cada
desayuno compartimos la lectura de la noche anterior, y en el autobús
nos sentábamos a leer juntos. La experiencia fue enriquecedora: es
muy raro encontrar a alguien con el mismo gusto por la lectura que
uno, y más raro todavía, acomodarse con alguien codo a codo a leer
el mismo libro.
Novela
quinestésica, despierta los sentidos del lector más seco, ¿quién
no ha palpado el aleteo de las mariposas amarillas? ¿Escuchado el
polvillo que sueltan al volar cerca del rostro de Mauricio Babilonia?
Y esa repetición de nombres, combinaciones absurdas que todavía se
dan en muchas familias, tal vez para tener algo en común, cuyo
efecto en la novela es el de estar ante matrushkas de retornos
infinitos.
Todos
los Buendía son atraídos por los inventos, experimentos, lo
misterioso, lo irreal. Vemos como generación a generación la
familia, que inicia de manera común, como todas, va aceptando
aventuras, magia, diferencias, el realismo mágico que se maneja en
la crítica especializada de la novela, pero que para nosotros era
mero surrealismo.
La
carcajada viva nos sorprendía ante cada chifladura del marido
aguantada estoicamente por la eterna Úrsula, y hacíamos conjeturas
sobre el destino de todos los demás. Rebeca y su costal de huesos,
Amaranta y su amargura cultivada, el esplendor de la bella Remedios,
que por supuesto era tan hermosa que no nos cabía en la imaginación.
Amamos a Pilar Ternera, la prostituta.
Y
al final de la gira, nos dimos cuenta de la gran soledad de Úrsula,
la mujer base, la depositaria de toda la vida de los que la rodearon,
los que se fueron y regresaron, los que la ignoraron. La mujer que
soportó generación tras generación, en la soledad de una vida de
observadora paciente, de sostén de una historia donde lo cotidiano
hizo más solitaria su existencia.
García
Márquez relata la historia de un pueblo, su fundación y destrucción
y desde un principio sabemos que el lenguaje será protagonista
indiscutible de la novela, se deben nombrar las cosas y a partir de
eso, la relación objeto lenguaje está presente. Narración
hiperbólica la mayor parte del tiempo, exagerada, metafórica, que
envuelve como la lluvia torrencial del monzón, para liberar
cualquier noción de las palabras como algo aburrido o pesado,
convirtiéndolas en seres vivos, juguetonas y amigas de toda la vida.
Tony,
ese amigo cuya construcción y destrucción nos dejó a tantos el
sabor agridulce de un personaje cuyas historias tenía la cualidad de
la duda, de no saber dónde comienza la verdad y dónde la
imaginación exacerbada de este ser, surrealista, mágico, desbordado
que hizo de sí mismo un mito. Un personaje inolvidable, para una
región necesitada de leyendas, de historias compartidas, de un Tony
apasionadamente mentiroso al que todos seguimos creyendo.
Cien
años de soledad, una novela exuberante como Tony, extravagante
como nuestra amistad, vasta como el viaje. La novela exacta en el
momento exacto.
TERESA MUÑOZ. Actriz con formación teatral desde 1986 con Rogelio Luévano, Nora Mannek, Jorge Méndez, Jorge Castillo, entre otros. Trabajó con Abraham Oceransky en 1994 en gira por el Estado de Veracruz con La maravillosa historia de Chiquito Pingüica. Diversas puestas en escena, comerciales y cortometrajes de 1986 a la fecha. Directora de la Escuela de Escritores de la Laguna, de agosto de 2004 a diciembre 2014. Lic. en Idiomas, con especialidad como intérprete traductor. (Centro Universitario Angloamericano de Torreón). Profesora de diversas materias: literatura, gramática, traducción, interpretación, inglés y francés. Escritora y directora de monólogos teatrales. Coordinadora de Literatura y Artes Escénicas de la Biblioteca José Santos Valdés de Gómez Palacio, Dgo.
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