Una
situación que supongo hemos disfrutado todos los niños nerdos, son
esas inevitables enfermedades infantiles como las paperas o el
sarampión. Fuera de la molestia de los cachetes hinchados, motivo de
burla de tíos y hermanos, la felicidad de faltar a la escuela y
quedarte en cama todo el día leyendo e inventando mundos no tiene
precio.
Con
las paperas vino mi primer ejemplar de Mujercitas (1868),
de Louisa May Alcott (Germantown, 1832), un libro de pasta dura, con
grandes ilustraciones en cada página y que inspiró mi primer puesta
en escena. La cama como un gran escenario, con su colcha de cuadros
de diversas telas, sirvió para establecer cada uno de los espacios
escénicos. Primero fueron los peluches, pero después, una vez
memorizada la novela, los personajes recortados del libro sirvieron
como títeres para la historia (perdón, tenía nueve años).
Mis
hermanas, público perfecto para esas ocurrencias, supongo que
también se aprendieron la novela. Con el tiempo escogimos nuestro
personaje favorito y obviamente el mío siempre fue Jo con su
inspiradora idea de hacerse rica escribiendo y nunca casarse,
vestirse con pantalones y decir lo que pensaba.
Mujercitas, escrita
en menos de 4 meses, fue inspirada en la infancia de Alcott, quien
vivió la pobreza que retrata en la novela, y posteriormente la
educación y rebeldía que muestra en su alter ego Josephine, mejor
conocida por todas las niñas que amamos esa novela, como Jo. Fue
nuestro primer acercamiento con el feminismo (en los 70), gracias a
esta autora del siglo XIX.
Mujercitas es
la historia de una familia pobre en la Nueva Inglaterra de 1869. Una
familia con un padre en la guerra y cuatro hijas a las que, según
las normas, debían de casar de manera correcta. Pero tenían una
madre muy permisiva que aceptaba las largas que le daban las mayores
a esa idea de un matrimonio arreglado. También estaba la pudiente
tía May, quien primero se hizo cargo de Jo, a quien cambió después
por la hermosa rubia y moldeable Amy, a quien sí casa con un
muchacho rico. Los vecinos, el señor Laurence y Laurie, su sobrino,
completan los personajes del relato, que finalmente narra un periodo
en la vida de estas mujeres quienes esperan algún día (y en contra
de las normas sociales y religiosas de la época) sobresalir (como
venganza contra la pobreza) y ser más que las muchachas piadosas que
ayudan a los que todavía son más pobres que ellas.
El
texto fue cambiado y edulcorado a comienzos de 1880, y pasó de ser
la novela de una luchadora social interesada en el voto femenino, en
el divorcio y la autorrealización femenina, a meramente un libro
sentimental o educativo para adolescentes.
Versiones
hay muchas, me tocó leer una que todavía nos hacía dudar de las
reglas sociales y morales de la época de mi infancia. Incluso
Laurie, el personaje masculino, tiene que abandonar la música, su
pasión, por una vida dedicada a los negocios y una familia formal,
con gran tristeza de esta lectora.
Margaret
(Meg) la hermana mayor, casada, con hijos, tiene el valor de renegar
de esa maternidad que la tiene agotada y de pedirle al marido que
asuma su paternidad como lo están haciendo las nuevas generaciones.
Beth, quien enferma de gravedad, en cierto momento le reclama a Dios
el por qué es ella y no cualquier otra persona con menos talento o
menos amor la que debe morir. Y Amy no tiene empacho en decir lo
mucho que le gusta la riqueza, por el poder que le daría sobre todas
las otras niñas de la escuela, donde la molestan tanto por su
pobreza y porque la belleza luce más en vestidos ricos y con
peinados de salón. Un personaje vanidoso, incorrecto en relación
con los valores de pobreza de todos los tiempos.
En
fin, hay mujeres que leyeron la versión cursi, y renegarán el resto
de su vida de esta novela. Estamos las que leímos la versión
aguerrida, que despertó el imaginario de poder atreverse a seguir
siendo nerdos y crear públicos para las interminables funciones de
teatro que se dieron sobre esa cama. Un capítulo cada día. Incluso
tuve que hacer uso de los amigos imaginarios propios y colectivos
para tener sala (cama) llena. Una solución fácil, que nada tuvo que
ver con la valentía de este actor italiano que fue noticia al
presentar su monólogo en la sala vacía del teatro Popolo de
Gallararte: Giovanni Mongiano.
TERESA MUÑOZ. Actriz con formación teatral desde 1986 con Rogelio Luévano, Nora Mannek, Jorge Méndez, Jorge Castillo, entre otros. Trabajó con Abraham Oceransky en 1994 en gira por el Estado de Veracruz con La maravillosa historia de Chiquito Pingüica. Diversas puestas en escena, comerciales y cortometrajes de 1986 a la fecha. Directora de la Escuela de Escritores de la Laguna, de agosto de 2004 a diciembre 2014. Lic. en Idiomas, con especialidad como intérprete traductor. (Centro Universitario Angloamericano de Torreón). Profesora de diversas materias: literatura, gramática, traducción, interpretación, inglés y francés. Escritora y directora de monólogos teatrales. Coordinadora de Literatura y Artes Escénicas de la Biblioteca José Santos Valdés de Gómez Palacio, Dgo.
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