Conozco la poesía de Ofelia Pérez-Sepúlveda de
sus inicios. Pienso en sus libros iniciales, como son: Doménico (1993), De todos los
santos herejes (1995), Cuartos
privados (1997) y La inmóvil
percepción de la memoria (2000) y si tuviera que precisar en algunas
palabras clave el trabajo poético de la autora elegiría estas palabras: constancia,
solidez, crecimiento.
Ofelia
es autora de otros libros y ha estado presente en la vida cultural de Nuevo
León a partir de los años noventa, ya como poeta, ya como promotora cultural,
ya como investigadora y divulgadora del quehacer literario. Y es parte de una
generación de poetas mexicanos que se caracteriza no sólo por su abundancia de
nombres en el panorama nacional, sino porque nos han dado algunos títulos que
nos permite distinguirlos entre sí.
Desde
sus inicios la poesía de Pérez-Sepúlveda destaca porque posee una fuerza
propia, un ritmo y una preocupación estética que la va distinguiendo poco a
poco de los demás. Han transcurrido 17 años de entonces a esta parte, quiero
decir, de los libros iniciales que señalo a El
cielo de repente, que nos ofrece ahora La Editorial Universitaria de la
UANL. Y puedo asegurar que esa constancia, esa solidez y ese crecimiento se
manifiestan de una manera que sorprende. Sorprende no porque no esperara que la
poesía de Ofelia alcanzara el soporte que ahora tiene, sino porque en este
oficio de la escritura muchos comienzan y se quedan en el arranque o a la mitad
del camino. Leo El cielo de repente y
me regocija haber sido testigo de los primeros brotes literarios de la poeta,
de que no se haya quedado en el intento, sino que siga siendo capaz de
sorprendernos y de desafiar los obstáculos de la poesía.
Este
libro me parece un libro maduro. No quiero decir que los libros anteriores
hayan ido inmaduros, sino que tenían el sello terrible de quien tiene entonces
entre 23 años. El cielo de repente me
hace pensar en una autora que ha sido persistente, que se pudo quedar con sus
títulos iniciales y sin embargo siguió ascendiendo. Veo aquí una obra depurada,
sólida, con un discurso que me lleva a reflexionar sobre la poesía y la materia
del poeta. Es una poesía reducida al verso mínimo y sin embargo se adentra en
el ser y en las circunstancias que le rodean. Estamos ante poemas rítmicos,
equilibrados, que nos impregna de los detalles del día, del canto, de la rama,
del bosque, de los recuerdos, del agua, de la hierba, el viaje, el azar, el
tiempo… en fin, echa a andar el imperio de los sentidos y desde la brevedad
profundiza en el misterio del ser y de lo cotidiano.
Margarito
Cuéllar
Octubre
13 de 2017
Foto de portada (Modificada): Diario Reforma
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