Cuentan que por las noches se
enderezaban tras la refriega. Un glop de
vi encendía el ánimo. Era el primero, rito de paso, dolor que clama.
Como
Lázaro junto al ciego, el tío Barret dejará correr por su sangre La barraca (1898). Vicente Blasco Ibáñez
(1867-1928) describe en ella los gustos y disgustos de la tierra valenciana.
Sin embargo, nos vamos a fijar en Arroz y tartana (1894) para proponer
un menú, literalmente. Siguiendo la edición de sus Obras completas (Aguilar, 1972), Arantxa Ferrández extrajo los
pasajes de esta novela en los que se menciona la comida.
Sus
imágenes, bitácoras del bodegón, ilustran los platillos y los dulces que fueron
publicándose como novela de folletín. Destaca, pues, la fragmentariedad como
técnica costumbrista que desarrollarán Azorín o Miguel Hernández. Si tales
autores hablan de comida, lo hacen con calma. La balanza se inclina por la
moderación, la cautela, el refinamiento de la tierra. Prima la frialdad del
siglo XIX, ya que la desmesura del banquete pierde armonía. Lo apolíneo frente
a lo dionisiaco.
Una huerta de Levante
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Parte fundamental de la
gastronomía (y de la escritura) es la mesa. Amplia, para que quepa la paella
que trae el arroz. Así la pone Blasco Ibáñez: «Sobre la mesa veíanse, formando
círculo, varias bandejas con pasteles de espuma, blancos en su base, […]
rematado por una bailarina que, montada sobre un alambre, danzaba temblorosa
sobre la obra maestra de confitería» (285). Pero aquí nadie come todavía,
simplemente se endulza la narración con rebosante merengue. Se anuncia el
postre, variadísimo. Cómo serán las verduras y las carnes... Humildes, pero en
lujosa vajilla:
Visanteta
[…] abrió el armario del aparador y puso sobre la mesa los entremeses;
pepinillos destilando vinagre, aceitunas grises mezcladas con salitrosas
alcaparras, sardinas de Nantes con su casaquilla plateada, rodajas de
salchichón finas y transparentes y frescos rábanos de encendido ropaje y tiesos
moñetes de hojas, todo en verdes pámpanos de porcelana (292).
Se alarga la preparación. Menos
mal que no se enfría... Salivas. ¡Lechuga! Nos equivocamos: «La humeante sopera
descansó en el centro de la mesa, con el cucharón de plata metido en las
entrañas, y rápidamente se llenaron los platos. ¡Soberbia sopa!» (293). Y
continúa, progresivamente, con tiempo para apreciar cada ingrediente, cada paso
en retrospectiva: «Flotaban en su superficie las nubes de grasa, y entre las
rebanaditas de pan impregnadas de suculento líquido, los menudillos de la
gallina, las tiernas yemas de color de ámbar y los negruzcos hígados, que se
deshacían al entrar en la boca» (293). El pretérito no acaba hasta que los oscuros
y jugosos hígados se encuentran ya con unas ansiosas papilas. Los adjetivos
preceden a la acción que narra en pasado un futuro cercano, por experiencia o
por falta de tiempo. Llega el cocido. Todo se aprovecha: patatas, garbanzos,
col, nabos, ternera, tocino, morcilla y «el escandaloso chorizo, demagogo del
cocido, que todo lo pinta de rojo» (294-295).
Pero
esto no es más que un aperitivo. Ahora llega el plato del día: pescado. Es
cierto que lo acompañan restos de las verduras anteriores, pero advertimos
también el estatus de los personajes-comensales por la salsa de Mahón (Islas
Baleares) y la compleja manera de conservarla en aquella época. Nelet emplata
lo que prepara Visanteta. Ahí viene la carne, «francamente indígena: lomo de
cerdo y longanizas con pimiento y tomate» (295). Cómo no, había que mojar pan.
A continuación llega el capón, pollo castrado. Ya estamos saciados. ¿Quién se acuerda
del postre? Los mellados. Bizcochos esponjosos se mojaban en crema y pasteles
de espuma: «Esto era lo mejor para los que, como él, carecían de dentadura.
Sabía a gloria» (296).
En
otras escenas de la narración se ofrecen cítricos que atraen insectos o
buñuelos de San José, «sosteniendo a pulso las pesadas heladoras y ofreciendo a
gritos la horchata y el agua de cebada» (353). El almanaque condicionaba lo que
nos llevábamos a la boca. ¿Estamos en Pascua?
Eran
las cuatro de la tarde y se impacientaba la gente. […] por los tendidos,
haciendo prodigios de equilibrio, filtrándose por entre el compacto gentío,
avanzaban los vendedores de gaseosas con el cajón al hombro, pregonando la
limonada y la cerveza, y los tramusers, con un capazo a la espalda, llenando de
altramuces y cacahuetes los pañuelos que les arrojaban desde las nayas,
devolviéndolos a tan prodigiosa altura con la fuerza de un proyectil (373).
Es a finales del siglo XIX
cuando se fija la procedencia de los productos alimentarios. De esta manera, la
literatura va reflejando con más detalle la oriundez, por ejemplo, del turrón
de Jijona. Blasco Ibáñez muestra la variedad de alimentos ya cocinados, no se
detiene en su preparación; como sí hará Rafael Chirbes, según Gemma Burgos en
su trabajo «Lagastronomía como seña de identidad. Representaciones literarias». El menú
de Arroz y tartana podría quedar de
la siguiente manera:
Entrantes
Verduras frescas en ramillete de
temporada
Sopa de carnes con grasas
cercanas
Cocido completo y sobrante
Primer
plato
Merluza a la mahonesa
Segundo
plato
Lomo de cerdo y longaniza con
guarnición
Capón con manteca
Postre
Melón, peras, manzanas,
avellanas y nueces
Bizcochos con cremas
El ejemplo de Blasco Ibáñez
muestra la relevancia que tiene la gastronomía en la literatura, especialmente
en la recreación de la atmósfera social. Dicho maridaje, como veremos,
evolucionará en el siglo XX.
Recordamos
que disfrutamos de una cata literaria en la Universidad de Alicante, con motivo
del XVCongreso Internacional ALEPH. Fue en abril, en vísperas de que Alicante
celebrara «lacapital nacional de la Dieta Mediterránea».
IGNACIO BALLESTER PARDO (Villena, Alicante, 1990). Es doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Alicante, con una tesis sobre poesía mexicana que dirige Carmen Alemany Bay. Es miembro del Centro de Estudios Literarios Iberoamericanos Mario Benedetti y del Seminario de Investigación en Poesía Mexicana Contemporánea. Con Alejandro Higashi coordina el número 23 de la revista América sin Nombre (2018), dedicado a la «Madurez de la joven poesía mexicana». Cada domingo comparte sus líneas de investigación en el blog Poesía mexicana contemporánea.
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