ENTREVISTA Las ocho décadas de Hernán Lavín Cerda | Julián Crenier



—El día de mañana el poeta, narrador y ensayista chileno Hernán Lavín Cerda cumplirá 80 años. Autor de libros como Poemas para una casa en el cosmosNuestro mundoNeuropoemasLa crujidera de la viuda y Esplendor del árbol de la memoria, una vastísima obra que va de la poesía a la novela, accede a una entrevista con Notimex para hacer un recuento de su vida y para discutir sobre lo que más ha disfrutado de ella: la poesía.
      —¿Cómo fue crecer en Santiago de Chile?
      —Yo soy hijo de un padre español, el cual se llamaba Julio Lavín Cayus y era del norte de España, de Santander. Yo no conocía nada de eso hasta que un día, hará unos 20 años, hice con mi esposa Nora un viaje hasta allá. Por otro lado, mi madre se llamaba Graciela Cerda Amigo, apellido proveniente del italiano D’amico. Entonces tengo esas dos vertientes. Ella era una pianista, de cierto modo frustrada porque siempre intentó tocar con la Orquesta Sinfónica Nacional de Chile, pero nunca se consolidó. Sufrió mucho por eso. Sin embargo, como había un piano en la casa siempre lo tocaba. Se sabía piezas de Mozart, Chopin y Beethoven, esos eran sus músicos favoritos. Entonces yo me eduqué escuchando esa música, pero hasta ese momento no aparecía en mí la escritura.
      —¿Entonces cómo fue su primer acercamiento con la escritura?
      —Yo estudié la preparatoria con los frailes agustinos de Chile. De vez en cuando el padre Alfonso Escudero, nuestro maestro de literatura, nos daba temas libres para escribir lo que quisiéramos: una prosa, una poesía, lo que fuera. De esos textos tomaba los mejores y los publicaba en la revista escolar de fin de año. El primer impacto que tuve como escritor fue ver un texto mío en uno de esos números. Esa fue mi primera publicación y para mí fue una cosa emocionante. Cuando uno ve su nombre, su firma, es muy emotivo para un chavo. Por ahí empezó algo. Me causaba sorpresa eso, porque de pronto cuando comenzaba a escribir sobre un árbol, por darte un ejemplo, poco a poco iban surgiendo desviaciones de esa descripción. Una relación insólita en una frase que trascendía el tema del árbol. En ese momento no lo tenía tan claro, era algo emocional. Varios años después todo cobró sentido.

Reportajes y poemas

Cuando Hernán Lavín Cerda llegó a su etapa universitaria, ingresó a la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile. Aquellos años fueron fundamentales para él, pues prefiguraron el rumbo que acabaría tomando en un futuro muy cercano.
      —Una persona de suma importancia en mi vida la conocí cuando me matriculé en la carrera de periodismo: Lenka Franulic [Antofagasta, Chile, 1908–Santiago, Chile, 1961; es considerada la primera mujer chilena en desempeñarse como periodista]. Ella era mi maestra de literatura y redacción, y también la directora de la revista Arcilla, la cual era la equivalente a lo que es Proceso aquí en México. Después de varios escritos míos que leyó se dio cuenta que tenía algo, que era bueno, y fue así como me recomendó en el diario La Nación. A pesar de mi corta edad, unos 22 años, me encomendaron desde un principio artículos de opinión. ¡A esa edad ya escribía textos informativos y también interpretativos! Recuerdo que ese mismo año [1960] murió en un accidente automovilístico el gran Albert Camus y me encargaron un escrito acerca de él, a lo cual accedí. Varios días después iba caminando por la calle y, en un puesto de diarios cualquiera, encontré mi texto publicado en las páginas centrales. Temblé de la emoción, compré un ejemplar y lo llevé a casa para mostrárselo a todos. Fue otro impacto muy fuerte para mí. Esos fueron años realmente estupendos, yo era muy chico y ya estaba entrevistando a personajes destacados de la cultura y de la política mientras escribía mis propias cosas. De día escribía el reportaje y de noche el poema.
      —¿Qué significó Pablo Neruda para usted?
      —Qué bueno que lo mencionas porque te conté de una figura femenina que fue muy importante para mí, y don Pablo fue una figura masculina crucial en mi vida. Además de todo, a él lo conocí por ella. Llegó un día en que Lenka comenzó a faltar a clase y todos sus alumnos nos empezamos a preocupar. Siguió ausentándose cada vez con más frecuencia hasta que simplemente dejó de ir. Había caído en una enfermedad terrible de la que ya nunca pudo salir. Un mal día falleció. Para su funeral, no sé por qué motivo, la asociación de estudiantes de la universidad me encomendó que dijera unas palabras. También la asociación de periodistas había mandado a alguien, y a su vez, en representación de la sociedad de escritores de Chile, fue Pablo Neruda. Yo leí un par de textos que me salieron en forma de poema. Luego Neruda, como te imaginarás, dijo unas palabras muy bellas. Ya no sé si las leyó o las improvisó en el momento. Después de un tiempo llamó a la casa de mi madre una mujer llamada Maruja Vargas, amiga tanto de Lenka como de Neruda, para decirle que don Pablo me estaba buscando, que quería conocerme después de escuchar mis palabras en el sepelio.

El encuentro con don Pablo

Finalmente, después de un ataque de nervios y de suplicarle a su madre que lo acompañara, el encuentro se hizo. La reunión se llevó a cabo con varios amigos de Neruda, quien fue acompañado de su esposa Matilde Urrutia.
      —Fue una cena muy linda, yo llevaba varios poemas en una bolsita y recuerdo que cuando hablaba Neruda, todo el mundo se quedaba callado. Cada vez que decía algo era como si estuviera declamando poesía. Después de un rato me preguntó a qué me dedicaba y que si llevaba algún poema conmigo.
      “—Claro, don Pablo —le contesté.
      “Lo leí en voz alta, casi temblando, y él simplemente se quedó mirando.
      “—¿Tienes otro? —volvió a preguntar.
      “—Por supuesto —y le leí uno más.
      “Así sucedió como unas tres o cuatro veces más y no me dijo ningún comentario ni sugerencia. Cuando terminé de leer mis poemas simplemente volteó con su amigo Enrique Bello y le sugirió que los publicara en la revista de la universidad. Bello los guardó y ahí quedó ese asunto, ya no supe nada por varias semanas. Eso fue muy sorprendente para mí. Cuando un día fui a la peluquería vi un ejemplar de la revista Ultramar y me di cuenta que, en efecto, Enrique Bello había publicado mis poemas. Fue uno de los días más felices de mi vida y fue como un impulso también. Pocos meses después mi padre me prestó unos pesos y pude publicar mi primer libro: La altura desprendida [1962]”.
      —En ese encuentro Neruda no le dio ninguna retroalimentación, ¿pero cree que un poeta necesita mentores o que es un talento con el que se nace?
      —Las dos cosas. A mí la vocación me llegó de muy joven, pero en la universidad me di cuenta de otras cosas que aprendí con Lenka, cuando me hizo entender los límites del periodismo y la literatura. Una cosa es ir a entrevistar a alguien y otra cosa es entrevistarlo y darse cuenta de las cosas que suceden alrededor de la conversación. Luego saber pintar eso con el lenguaje… ¡Ah, caray, ya no está tan fácil! Figuras como García Márquez también reconocieron que tenían sus maestros. Uno de ellos fue Luis Cardoza y Aragón.
      —Muchas veces el poeta menosprecia la narrativa, ¿usted cree que la poesía es el género máximo de la literatura?
      —Desde la antigua Grecia parece ser que el origen está en el cántico. Y el cántico está vinculado a la poesía. ¿Qué sucede en el lenguaje? Para mí tiene que ser como un imán, como algo imantado. Algo natural y sobrenatural, las alianzas sólitas e insólitas. Pero el punto fundamental es el elemento sonoro: la música y el ritmo. Creo que la poesía es el origen, pero puede convivir perfectamente con otros géneros, incluso con el periodismo. Una cosa no quita la otra.
      —¿Cree que los temas en la poesía llegan a agotarse?
      —¡Para nada! Ayer, de hecho, no podía dormir y escribí un pequeño poema de unas tres líneas. La poesía nos envuelve en todo momento. Incluso con esto de la muerte de José José pueden salir cosas de valor.

La recuperación del niño

Después del golpe de Estado perpetrado, en septiembre de 1973, por Augusto Pinochet en contra del gobierno de Salvador Allende, Lavín Cerda estuvo un tiempo refugiado en la embajada de México en Chile y finalmente, en el mismo año del inicio de aquella dictadura, partió junto con su esposa rumbo a la Ciudad de México en busca de una vida estable.
      —En esos momentos tan difíciles, durante su exilio, ¿cree que la poesía jugó algún papel importante para usted: como una especie de refugio o de consolación?
      —Definitivamente. La poesía te permite ir cayendo de la piel al alma, también encontrarse con uno mismo. Te da la felicidad de la sorpresa y la recuperación del niño. La poesía está muy cercana al niño que está en plena libertad creativa. Pero también hay que tener cuidado con las figuras de autoridad que te cortan las alas para que te comportes bien en sociedad.
      —¿Qué opina del aspecto lúdico en la poesía?
      —Es fundamental. No sólo en la poesía y en la escritura, sino en la vida. Los verdaderos maestros no sólo están en las aulas, pueden estar en cualquier lado. El asunto es parar la oreja. Hay que estar atentos, despiertos a lo insólito y a lo sólito, pero sobre todo a las tonterías y a la supuesta estupidez. La estupidez es una maravilla. El juego de palabras, el soltar la imaginación, decir un disparate. Investigar a dónde nos lleva todo eso. Gente que cuenta con eso se agradece. Pienso ahora en un Tin Tan, en un Cantinflas. Son una maravilla y nos hacen falta hoy en día.

La antidocencia en México

A pesar de que las condiciones en su país natal mejoraron para que pudiera retornar, Hernán Lavín Cerda decidió no regresar nunca más. Adoptó la nacionalidad mexicana y desde su salida no ha vuelto a mirar atrás.
      —¿Qué lo impulsó a quedarse en México?
      —Buena pregunta. México siempre nos recibió muy cálidamente y con los brazos bien abiertos, nos dio todo. Desde que llegamos aquí me vinculé de inmediato con la Universidad, o como yo le llamo: la Santa Madre UNAM. En ese entonces la Facultad de Filosofía y Letras era un crisol impresionante de gente, llena de exiliados españoles y latinoamericanos. ¡La discusión era intensa dentro de las aulas y en los pasillos, viejo! ¡Se armaban unas pláticas buenísimas! Era realmente una maravilla. Las puertas de México siempre estuvieron abiertas para todos nosotros y al mismo tiempo los mexicanos nos decían que les aportamos mucho, en especial culturalmente. Era como una especie de ping pong de reciprocidad. Yo siempre estaré eternamente agradecido con este país, porque nos dio todo en momentos tan duros, tan difíciles. Con una dictadura tan brutal como fue la chilena.
      —¿Qué ha significado la docencia en su vida?
      —Muy importante, porque además para mí ha sido más bien una especie de antidocencia — explica mientras ríe—. Los alumnos me decían que estaba loco porque mi preocupación era que se soltaran, pero con conocimiento de causa. Si no tienen los conceptos de las lecturas de los maestros anteriores, no va por ahí la cosa. Nosotros no venimos del aire, hay que entender a nuestros antepasados. Hasta la fecha tengo contacto con los alumnos de la Facultad y luego me invitan a dar recitales de poesía. Leemos cosas mías y también de los chavos. A mí me interesa mucho ver lo que están haciendo hoy en día.

Sabines y Paz

—¿Cree que, de alguna manera, vivir en estos dos países influyó en su concepción de la literatura o en su obra?
      —Claro, las dos cosas, sobre todo porque me hizo más mestizo. Para mí creó como un puente literario entre Chile y México, pues además me hizo relacionarme con poetas muy importantes de acá, en especial pienso en el caso de Jaime Sabines. Esa fue una relación muy especial para mí. Jaime se interesaba mucho por los poetas chilenos y me pedía textos que luego publicaba en donde podía. Era realmente entrañable. Otra cosa que me impactó mucho de él fue ver un recital que dio junto con Octavio Paz, ya no recuerdo en qué teatro. Ellos dos fueron los encargados de concluir un evento que reunía a un círculo de poetas de todos lados durante una semana. Yo asistí varios días a las lecturas, pero la última fue la mejor. Cada vez que Jaime terminaba de leer un poema, la gente entusiasmada se paraba a aplaudirle con mucho fervor. Así con cada uno de los poemas que leyó. Recuerdo que hasta tuvo que leer unos cuatro o cinco más. Ya después de Jaime, era el turno de Octavio Paz, “la figura mayor”. Hasta eso leyó muy bien y la gente le aplaudió normal, como era de esperarse. Pero nada que ver con la ovación a Sabines. Cuando concluyó la lectura y todos íbamos saliendo del recinto, noté que había mucha gente cercana a Paz, quizá de su revista o algo así. Muchos de ellos salieron descompuestos, alterados, eso se notó claramente. En ese momento Paz controlaba todo, tenía revistas y publicaciones por todos lados. Jaime al contrario, no tenía nada de eso y ni le importaba. Ya era un autor internacional y era un poeta muy dotado. Su poesía llegaba de verdad. Cuando Nora y yo nos fuimos de ahí, recuerdo que le dije que debíamos reflexionar sobre lo que vimos. Algo histórico acababa de suceder en México.
      —Si pudiera decirle algo al joven Hernán Lavín Cerda que va comenzando su carrera artística, ¿qué sería?
      —Que tenga mucha paciencia. No es una carrera de cien metros contra el tiempo, es un maratón. Además, no puede ser a la fuerza, que escriba porque no hay remedio. Y si es que llegara a tener remedio, ¡que tome ese remedio! —exclama mientras carcajea—. Desde aquellos tiempos, en la juventud, no he parado de escribir para nada. Por un lado, qué bueno; pero, por otro lado, me angustia un poco porque he comprado demasiados libros que planeaba comenzar a leer mañana y han pasado muchos años y no los he vuelto a tocar. Además de eso ya no le diría nada, porque cuando un adulto le corta la inspiración a un niño se jode todo. Hay que tener cuidado con eso. Si no fuera por el payaso, que es fundamental para todas las culturas, no habría nada. 

Fotografía: Tercera vía

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