[El escritor y crítico literario José de la Colina, uno de los ensayistas fundamentales de la literatura mexicana y quien formó parte del círculo cercano de Octavio Paz, murió este lunes 4 de noviembre de 2019, a los 85 años].
Nació hace 85 años en Santander, España,
pero José de la Colina eligió ser mexicano desde su llegada al país en 1941, a
los siete años de edad, en aquella emigración histórica procedente de la vieja
Europa a causa de la dictadura de Francisco Franco. En México se formó como
escritor y aquí ha publicado todos sus libros. En marzo cumplió sus ocho
décadas y media de vida. Con este ensayo de uno de los críticos literarios más
respetados del país, esta sección cultural celebra su trayectoria escritural.
Quienes empezamos a leer literatura en los años sesenta del siglo pasado
descubrimos a José de la Colina en la serie “Ficción”, de la Universidad
Veracruzana, que creó Sergio Galindo en Xalapa. Por esto sus libros se asocian
en mi memoria con Polvos de arroz de Sergio Galindo y El
norte de Emilio Carballido, ambos de 1958; El lugar donde
crece la hierba de Luisa Josefina Hernández y Benzulul de Eraclio
Zepeda, los dos de 1959; Dormir en tierra de José
Revueltas, Ciudad Real de Rosario Castellanos, Diario
de Lecumberri de Álvaro Mutis y Nuevo mundo de Luis
Cardoza y Aragón, todos de 1960; Diario semanario y poemas en prosa de
Jaime Sabines y Deméter de Agustí Bartra, ambos de 1961; Los
invitados de piedra de Jorge López Páez y Los muros enemigos de
Juan Vicente Melo, de 1962; Ocnos, de Luis Cernuda (1963)…
Eran volúmenes cuya portada estaba hecha con cartulina dura y opaca. La
lista fue grande y he consignado sólo algunos títulos, porque son los que se
mantienen unidos en mi mente. Podría decir que fueron los que más me gustaron,
pero faltaría a la verdad. No sólo porque algunos autores citados continuaron
publicando en la misma colección —como el mismo Pepe de la Colina—, sino porque
el recuerdo se refuerza con un detalle editorial: en 1964, año en que Sergio
Galindo abandona la dirección de la Editorial de la Universidad Veracruzana,
los títulos de la serie empiezan a aparecer con camisa y sus primeros títulos
fueron La semana de colores de Elena Garro y Donde mi
sombra se espanta de Ramón Rubín.
A la lista se agregó Sergio Pitol, en 1965, con Infierno de
todos. Él empezó a llevar a la serie a autores como Juan Carlos Onetti,
Demetrio Aguilera Malta y Max Aub. También incluyó sus traducciones de la
lengua polaca entre las que descuella El bosque de abedules, de
Jaroslaw Iwaszquiewics.
La colección “Ficción”, de la Universidad Veracruzana, como puede verse
por los autores citados arriba, recibió a una buena cantidad de refugiados
españoles, o hijos de ellos.
EL RECUERDO Y EL ENSUEÑO
Ven, caballo gris (1959),
que está cumpliendo 60 años de haber aparecido en la colección creada por
Galindo, habla de un prosista eficaz y sobrio, riguroso y lírico. En estos
cuentos, forma y contenido son especialmente notables. Pepe es aquí un maestro
del instante. En “La cabalgata”, que sucede en la Edad Media, todo transcurre
en unos momentos que invocan tres tiempos diferentes. Un caballero se lanza al
asalto de un castillo y siente reserva porque lo ata a la vida el recuerdo de
una mujer que es la esposa de un amigo de su padre. Los recuerdos fluyen por la
mente del caballero que añora a la esposa del amigo de su progenitor y, por su
tardanza para lanzarse al combate, siente que ha traicionado el honor, tan caro
a su padre.
Esto es lo que dice el cuento, pero lo virtuoso está en la manera de
contarlo, en la descripción de armas, banderines y estandartes, el bufar de los
caballos y el estruendo de las espadas y los cascos. Sobre esto se cierne el
recuerdo de la muerte reciente del padre, su hombría y la evocación del baile
en donde conoció a la mujer prohibida.
“Excalibur” y el cuento arriba
mencionado nacen de la nostalgia europea que siente el escritor. Evoca la
Tizona del Cid Campeador y la Durandarte, de Roldán. De la Colina cuenta
insinuando. El recuerdo de las armas medievales sirve para decir que un
muchacho retrasado mental asesina a su profesora. Se siente el caballero
portador de la espada del rey Arturo, pero consuma su crimen con una regla
metálica.
Las intensas vidas interiores de sus personajes contrastan con la
sordidez de sus vidas y sus actos. “Ven, caballo gris” se ubica en la Ciudad de
México y su personaje es un anciano que militó en las fuerzas revolucionarias,
pero languidece en una vecindad abandonada. En los cuentos de este libro el
recuerdo y el ensueño ocupan, al menos, la mitad del relato.
“Caballo en el silencio” y “Los
Malabè”, con prosa burilada y descripciones magníficas (“el aire esponjado y
vegetal de la jungla”) dan cuenta de la llegada de los españoles al Caribe, mismos
que siguen al continente su periplo de refugiados.
“SOY ESCRITOR ESPAÑOL Y
CIUDADANO MEXICANO”
Los cuentos de este volumen, por sus
lecciones de estilo, por sus escenarios y la condición de sus personajes me
hicieron pensar en La plaga del crisantemo (1960), de Arturo
Souto Alabarce, hijo de refugiados españoles que siguió una ruta parecida a la
de José de la Colina por el Caribe, los desiertos del norte de México y la gran
ciudad capital. Esto y la recreación de episodios históricos también los
hermanan.
En La lucha con la pantera (1962), siguiendo a Pavese,
De la Colina equipara la selva con la ciudad y a la mujer con la pantera.
Mezcla planos y transita entre aborígenes y clientes de café; mezcla hojas
enormes y mesas. Los ruidos de una sinfonola se sobreponen a los murmullos de
la selva. Todo para decir que el narrador espera a una muchacha de atributos
felinos. El virtuosismo del lenguaje y la construcción de la historia me hacen
coincidir con un tópico en el que no creo: el tema no importa; lo fundamental
es cómo se desarrolla.
En los cuentos de El
espíritu santo, que reúne el trabajo narrativo que va de 1965 a 1977, la
excelente prosa que lo dio a conocer se mantiene y, en un extraordinario cuento
llamado “Los viejos”, vemos a los españoles que hicieron la América instalando
panaderías, cantinas y tiendas de abarrotes, ya recluidos en un asilo,
enfermos, achacosos, necios, desmemoriados, pícaros, medio ciegos, medio
sordos…
La producción de Entonces (1990–2003) volverá sobre los
refugiados, ya maduros, con su vida cotidiana que transcurre en las calles de
López, San Juan de Letrán, Vizcaínas, Meave…
En Tren de historias (1977–1989) el trabajo
periodístico influye en el narrador minucioso y coruscante. Ahora produce
cuentos ensayísticos y minificciones: Sherezada no era narradora por vocación,
sino por necesidad; a ella se debe la técnica del folletín y de la
telenovela. El álbum de Lilith (1980–2000) entrega una
nostálgica recreación de la Ciudad de México en las décadas de los años
cuarenta y cincuenta del siglo pasado. En “La princesa del café de chinos” el
recuerdo ya no transita al cuento, sino a la crónica periodística.
Si Max Aub escribió Crímenes ejemplares (1972) para
hacer un muestrario de las extrañas razones que mueven a los asesinos (“juré
hacerlo con el próximo que pasara un billete de lotería por mi joroba”), Pepe
de la Colina recrea el instante en que mueren Edgar Allan Poe, Oscar Wilde y
King Kong porque el instante final aglutina todo lo que fueron, padecieron y
ejemplificaron estos dramáticos personajes. También, como Max Aub, José de la
Colina podría decir: “Soy escritor español y ciudadano mexicano”.
EN LA PRENSA CULTURAL
El trabajo periodístico de José de la Colina
consiguió que su labor de cuentista se diversificara y se volviera alada. Su
trabajo narrativo puede seguirse en el volumen Traer a cuento.
Narrativa (1959–2003), que no recoge su primicia de la colección “Los
Presentes”, que editó Juan José Arreola. Su dilatada práctica periodística lo
convirtió en un maestro del ensayo literario y del ensayo cinematográfico,
aunque él llegara a afirmar, en una reveladora autoentrevista, que el
periodismo lo “vampirizó”. Para que todas estas muestras de manejo del idioma,
de la cultura y del ingenio no se perdieran en las hemerotecas, De la Colina
preparó dos tomos: Un arte de fantasmas, que borda magistralmente
sobre sus grandes pasiones (Humphrey Bogart, Marlene Dietrich, el vampiro,
Alfred Hitchcock, James Dean, Chaplin…) y De libertades fantasmas o de
la literatura como juego, que entrega algunos de sus ensayos literarios más
conocidos. En ello se cuelan el humor, el ingenio, el pun (sonetorpes,
sonetorvos) y hasta la greguería (“la irrisoria torre de marfil o de mandril
donde habitan…”), sin contar su sorprendente soneto a la gripe…
Este repaso nos dice que José de la Colina ha sido un gran cuentista,
sí, pero también un periodista de los de antes, mundano, como Renato Leduc y
José Alvarado, de quien, por cierto, hizo una antología: Prosa sin que (2011),
en donde se hermanan, como en el propio De la Colina, la creación literaria y
la creación periodística. Es preciso suscribir aquí lo que ya apuntó Gabriel
Zaid para De la Colina: su trabajo periodístico consuma “el artículo como obra
de arte”.
Traer a cuento. Narrativa (1959–2003), Un arte de
fantasmas y De libertades fantasmas o de la literatura
como juego fueron publicados por el Fondo de Cultura Económica. El
primero en 2004 y los segundos en 2013.
Fotografía del autor: Regeneración
Fotografía del autor: Regeneración
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