El Evangelio según San Marcos narra el encuentro entre Jesús y un hombre de Gadara que habitaba entre las tumbas, poseído por un demonio. Al inquirir Jesús sobre el nombre del espíritu, éste le responde: «Mi nombre es Legión, pues somos muchos» (5:9). El demonio pudo haberle dicho que su nombre era Fernando Pessoa y la segunda parte de su respuesta no hubiera cambiado. Pues la vida literaria de Pessoa presenta una paradoja similar: siendo nadie fue muchos, y pudiendo ser muchos decidió ser nadie.
Al aseverar lo anterior, no obstante, se
corre el riesgo de caer en imprecisiones, o peor, en tautologías. Fernando
Pessoa (1888-1935) fue un hombre muy celoso de su privacidad, casi anónimo (le
disgustaba que le tomaran fotografías, por ejemplo), pero no era un completo
desconocido en el ambiente literario de la Lisboa de inicios del siglo xx, ciudad en la que vivió toda su vida adulta
y que nunca abandonó hasta su muerte. La pluralidad de su obra, en más sentidos
que el meramente temático, se debe a las multitudes que abarcaba su persona. De
su mano surgieron muchas plumas empuñadas por igual número de nombres. La línea
que divide a Pessoa ortónimo de sus heterónimos, es decir, a Pessoa mismo de
los personajes ficticios a los que atribuyó obras reales, es de un grosor
tenue, casi transparente; al mismo tiempo, el temperamento y la poética de cada
uno de los escritores que conforman el gran centón pessoano evidencian
personalidades bien definidas y, a veces, disímiles en su semejanza. Entonces
debemos afirmar en un solo aliento: Pessoa es él mismo, es ninguno, es muchos, es
nadie, es todos. O como alguna vez declaró el propio Pessoa: «yo soy una
antología».
De suerte que una antología de su obra es
acaso la mejor manera de aproximarse a Pessoa por primera vez. Y acaso una de
las mejores opciones para realizar este empeño se encuentra en Pessoa múltiple, edición preparada y
traducida por Jerónimo Pizarro y Nicolás Barbosa, publicada por el FCE Colombia
en colaboración con el Instituto Camões. Esta antología bilingüe es la primera
en su tipo, como afirman Pizarro y Barbosa en su breve pero minuciosa introducción,
al incluir una muestra representativa de la poesía de Pessoa y de los tres
principales heterónimos —Alberto Caeiro, Ricardo Reis y Álvaro de Campos— junto
con un compendio de los casi siempre olvidados poemas ingleses y franceses, además
de una selección de Mensagem y de textos
pessoanos menos conocidos: Juvenilia,
el inacabado Fausto, el Rubaiyat y las Quadras, lo que otorga una
verdadera visión panorámica de la poesía de Pessoa. Acompañan a esta
edición notas de carácter histórico y filológico, un índice de primeras líneas,
una bibliografía mínima y, para nuestro deleite, fotografías de papeles
autógrafos o mecanografiados de algunos poemas, acercándonos aunque sea un poco
al proceso de escritura y revisión del poeta. (Es sugestivo conocer, por
ejemplo, que “Tabacaria”, célebre poema de Álvaro de Campos, tuvo como título
provisional “Marcha da Derrota”).
La palabra clave para entender no sólo los
criterios de selección de los antologadores sino también la totalidad de la obra
del poeta de Lisboa ya se descubre en el título del libro: Pessoa es un
escritor múltiple. Anteriormente aproveché una metáfora textil para describir
las relaciones entre los componentes del inmenso corpus pessoano: el conjunto de
los heterónimos y de Pessoa ortónimo conforma un centón de urdimbre a la vez
ceñida y flexible, donde cada color resalta y se confunde con los demás,
formando un lienzo extenso y polícromo. Pizarro y Barbosa se sirven de una
metáfora quizá más oportuna: Pessoa ortónimo es un continente, vasto y diverso
en su vastedad, mientras que los heterónimos son un archipiélago, una
agrupación de islas de distintas dimensiones, autónomas pero vinculadas. Pessoa
no llegó a delimitar con absoluta precisión ambos territorios, tal vez porque no
aspiraba a la nitidez sino a la trashumancia de la identidad, como puede
atisbarse en un poema ortónimo sin título de 1931:
Ser uno es prisión,
ser yo ya no es ser.
Viviré escapando
y así me hago valer (37).
La
ausencia y la evasión del yo son catalizadoras de la labor poética, y el medio
para concretizar esta labor es la búsqueda de una identidad esquiva. «[Pessoa]
mismo fue plural» (xxviii), y la
multiplicidad de voces que encontramos en sus textos, fuesen escritos por el poeta
continental o por los poetas insulares, son las rutas entrelazadas que revelan
una compleja cartografía poética. En estos territorios se exploran la sátira
contra la dictadura de António de Oliveira Salazar, como en “Libertad” y
“[Pobrecito]”, e incluso recuerdos de niñez de profunda melancolía, como “Un
Soir à Lima”, poema
inacabado de 1935, el año de la muerte de Pessoa, nombrado por la pieza de
Félix Godefroid que la madre del poeta, Maria Magdalena Pinheiro Nogueira, tocaba
en el piano cuando vivían juntos en Dunbar, Sudáfrica. Aquí, la intensidad del
arrepentimiento y de la saudade, esa nostalgia portuguesa por lo presente
irrecobrable, se asume con tremenda resignación:
Madre mía, yo fui tu niño
tan bien forjado
en su educación
y hoy soy este harapo que el Destino
hizo enrollado y arrojado
para estar en el piso, en un rincón (77).
Los
variados registros y temas de Pessoa ortónimo se expanden y se ahondan cuando
entramos a la región de los heterónimos. En la “Tabla bibliográfica” de 1928, Pessoa
se refirió a la relación entre la obra poética de los tres heterónimos principales
como «un conjunto dramático… un drama en gente, en vez de en actos» (xvi), aunque el elenco de esta obra
puede extenderse a hasta 136 autores ficticios, según el cálculo de Pizarro. El
primero de los grandes heterónimos es Alberto Caeiro, el maestro de Pessoa,
lírico bucólico, sucesor del Virgilio joven. Se llama a sí mismo un guardador
de rebaños, no de ovejas sino de pensamientos e impresiones directas de los
sentidos. Contrario a los otros poetas pessoanos, Caeiro no ansia ni anhela:
siente; no cree, existe; ve con sus ojos y escucha con sus orejas. «Basta
existir para ser completo» (115), declara, y su búsqueda termina ahí porque ni
siquiera comienza a buscar: ya posee. En contraste, Ricardo Reis es el poeta
clasicista, escultor de odas, reencarnación de Horacio. Reis admiraba la
sencillez de Caeiro, su asombro imperturbable frente a la existencia, aunque a él
le sea imposible abarcar el mundo tal como es, pues su racionalidad lo dirige
siempre a sí mismo y al refugio de la creencia en la forma: «Para ser grande,
sé entero» (157). Reis es un estoico, en verdad un poeta romano que escribe en
portugués, pero su impasibilidad tiene cierto acento de claudicación amarga.
Por otro lado, invicto en la derrota se encuentra Álvaro de Campos, el poeta
iluminado, enfurecido y desesperado, el más ecléctico y vanguardista de los
tres. Siempre en busca de nuevas formas de expresión y de sensaciones agudas y
absolutas, Campos pasa del decadentismo de “Opiario” a los toques futuristas de
“Oda marítima”, pero es probable que sea más conocido por “Tabaquería”, ese
gran himno de los derrotados:
No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños
del mundo (255).
Aunque
estos tres poetas se erijan como tres imponentes obeliscos, varios menhires aun
conforman la obra subestimada de Pessoa. La mayor parte de estos textos han
permanecido inéditos hasta hace poco, y la restante no ha sido publicada o
carece de un trabajo textual crítico. El hecho de que los tres grandes
heterónimos eclipsen estos poemas marginales profundiza el abandono, a pesar de
que también constatan aspectos importantes del trabajo literario de Pessoa. Por
ejemplo, en los poemas ingleses se puede advertir la educación británica, formativa
y decisiva, que Pessoa recibió en Dunbar, la cual le dio acceso a las obras de Shakespeare,
Milton y los románticos en su idioma original. El inglés enrevesado y
dificultoso de Pessoa revela la influencia de estas lecturas de formación; el
léxico y la retórica de estos poemas no son los naturales a un poeta inglés,
sino los de un poeta portugués que imita el inglés que aprendió en la
literatura. No obstante, los temas recurrentes —la identidad, el sueño, la
muerte— emergen aquí de nuevo, como en el “Sonnet viii” de 1912: «¿Cuántas capas de máscaras recubren / el
semblante del alma?» (289). De igual manera, las lecturas francesas de Pessoa
se mezclan con sus propias preocupaciones poéticas y filosóficas en sus poemas
escritos en francés, como se puede apreciar en el único poema publicado en este
idioma por el autor en vida, “Trois Chansons Mortes” (“Tres canciones
muertas”): «¿Qué supone este sueño? / Ya ni sé qué he soñado” (319). Pessoa
escribió un gran número de poemas en estos dos idiomas, bajo su propio nombre y
el de algunos heterónimos, lo que justifica su inclusión en futuras antologías
que busquen ofrecer una muestra más cabal de su obra.
Lo mismo puede decirse del teatro pessoano,
la mayoría del cual permanece inédito aún en su idioma original. Notable
excepción es Fausto, análogo
dramático del Libro del desasosiego,
pues Pessoa trabajó en ambos a lo largo de su vida y las dos obras quedaron inconclusas a la muerte del autor. No es
de extrañar que el tema faustiano haya provocado tal interés en Pessoa: la
figura mítica del hombre en busca de sentido trascendental se adapta a su
poesía con suma facilidad, y el personaje de María, espejo de la Gretchen de
Goethe, remite a la poesía de Caeiro por la franqueza de su sensibilidad desnuda:
«Amo como el amor ama. / No hay razón para amarte más que amarte» (329). Fausto expone las influencias germánicas
y europeas de Pessoa, pero también la tradición oriental tuvo un impacto en su
obra por medio de la traducción del Rubaiyat
de Omar Khayyam de Edward FitzGerald. Pessoa tradujo al portugués algunos
de los rubaiyat de esa traducción y compuso
cuartetos de su propia autoría siguiendo el modelo que encontró ahí. Pessoa
logra que el resultado de esta compleja relación entre textos y traducciones
preserve y adecúe el pesimismo sensual de la poesía persa a su propia poesía:
«La vida ha de ser vivida, y es inútil. / Bebe, que la caravana nunca llega» (351).
Si las influencias extranjeras son clave para entender a Pessoa, el problema
poético que representa Portugal como nación es igualmente fundamental en su
obra.
Entre 1934 y 1935 Pessoa escribe la mayoría
de los poco más de cuatrocientos cuartetos que conforman Quadras, colección de poemas que puede leerse, explica Pizarro,
como «la recreación de una serie de asuntos y motivos de tradición popular
[portuguesa], y, sobre todo, de una serie de situaciones y actitudes amorosas»
(xxv). La cohesión de las cuadras proviene
de una estrecha afinidad simbólica y metafórica, pero sin duda el tema
portugués es esencial para su realización estética. Asimismo, la mayor
expresión de este patriotismo poético se encuentra en Mensagem (1934),
único libro en lengua portuguesa publicado en vida por el autor, constituido
por poemas escritos en distintos periodos. Puede parecer curioso que un poeta
tan introspectivo como Pessoa publicase un libro enfocado casi enteramente en
el tema nacional, pero en ningún momento cae en facilidades patrioteras. Mensagem
está lleno del misterio y el peligro del océano voraz que dividía al frágil
imperio portugués, de las voces heroicas de los hombres y mujeres que
construyeron su país, y, para Pessoa, Portugal y el idioma portugués son un
gran símbolo, una gran promesa y una historia en curso: «Hubo Mar, y el Imperio
se deshizo. / ¡Falta, Señor, que se haga Portugal!» (379).
Hasta aquí se ha presentado al poeta maduro,
al poeta en completo control de sus herramientas y material. Pero Pessoa
escribió desde una edad temprana, y sus ejercicios líricos de juventud
prefiguran al gran poeta adulto. Cierran esta antología dos secciones que
redondean el paisaje autoral de Pessoa desde esta perspectiva. Por un lado, “Juvenilia”
recoge los poemas escritos entre los 7 y 12 años de edad, como “A mi mamá
querida” de 1895 y “Antígona” de 1902, en los que el tema del amor puro, casi
religioso, por la madre es central. Por otro lado, “Search y otras figuras”
agrupa la poesía de seis heterónimos con distintos antecedentes y relevancia: los
poemas ingleses de Alexander Search y Charles Robert Anon, y los escritos en
portugués por el Dr. Pancracio, Joaquim Moura-Costa, Vicente Guedes —autor
preliminar del Libro del desasosiego—, y Dinis da Silva. Todos los
anteriores, con excepción de Silva, son heterónimos tempranos, y la variedad de
temas e imágenes que abordan componen una suerte de microcosmos prefigurativo
pessoano. Concluir con esta miscelánea de nombres y voces resulta adecuado tratándose
de Pessoa, y demuestra que el trabajo editorial de Pizarro y Barbosa no puede
sino agradecerse. Cotejaron todas las ediciones críticas en portugués
disponibles y se basaron, cuando fue posible, en los papeles originales de
Pessoa. Una tarea nada sencilla si consideramos que hay casos en los que Pessoa
cambió y asignó retrospectivamente autores a poemas y poemas a autores, dejó
algunos sin acabar o revisar, e incluso fabricó parte de la verdad sobre las
fechas de composición y de nacimiento de sus heterónimos.
Alrededor de cien poemas comprueban en esta
selección la pluralidad del más múltiple de los poetas. El único reparo que puede
tenerse con el libro son los espacios desaprovechados, en particular en las
secciones de Quadras y Rubaiyat. Cada sección consta de cinco poemas,
y en ellas cada página cuenta con un cuarteto frente al original portugués; si
bien esto obedece a un criterio de cantidad (25 poemas para Pessoa ortónimo,
diez para cada heterónimo principal y secundario, y cinco para las otras
secciones), los espacios en blanco pudieron completarse con otros dos o tres cuartetos.
Se percibe, además, la falta de algunos poemas esenciales, como la “Oda
triunfal” de Álvaro de Campos, que se menciona varias veces en la introducción
como parte de una triada de evolución estética con “Opiario” y “Oda marítima”.
No obstante, el logro de esta edición recae en la pluralidad de textos, en el
rescate de facetas poéticas relegadas, en su carácter bilingüe, y en la
fidelidad y fluidez de la traducción. Otras antologías quizá ofrezcan una mayor
cantidad de materia textual, pero la diversidad panorámica de esta edición
llena oportunamente un vacío del que los lectores del «poeta fingidor» de
“Autopsicografía” adolecíamos sin saberlo.
Pessoa,
Fernando. Pessoa múltiple. Antología
bilingüe. Traducción, selección y edición de Jerónimo Pizarro y Nicolás
Barbosa, FCE/Instituto Camões, Bogotá, 2016.
ALEJANDRO CHIRINO (Ciudad de México, 22 de julio de 1994). Su trabajo ha sido publicado en revistas como Página Salmón, Marabunta, Áspera Fanzine, Revista La Caída, Revista Palabrerías, Bitácora de Vuelos y Revista Kaleido.
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