OPINIÓN Recuerdos de una estrella, Woody Allen | Ignacio Ballester Pardo

Woody Allen (Brooklyn, Nueva York, 1935) acaba de estrenar la película Rifkin's Festival (2020) en el Festival de San Sebastián que precisamente la inspiró. Se trata, pues, del lenguaje metanarrativo con el cual despliega una y otra vez los solapamientos entre la realidad y la ficción que lo obligaron a interrumpir la película anual a la que nos acostumbraba antes del definitivo divorcio cinematográfico con su país.

Cuarenta años después de Stardust Memories (1980), el escritor, director y actor –como se define en su autobiografía A propósito de nada (2020)– reflexiona sobre la comedia desde la tragedia; y viceversa. Si en los ochenta criticaba la expectación, la fama y la academia con la sorna que le caracterizan, ahora revisa la distancia que existe entre las relaciones personales e íntimas, de nuevo, con el amor como telón de fondo.

Al final de Another Woman (1988), como guionista, Allen pone en boca de uno de sus personajes la conocida máxima que explica por qué a sus casi ochenta y cinco años decide publicar sus memorias: «Ya no sé si un recuerdo es algo que tienes o algo que has perdido» (1:15:00). Ha perdido público, dinero y, sobre todo, dos retoños a los que ya no puede ver. Hablar sobre el escándalo que sigue coleando décadas después se entiende por su famosa poética; en Crimes and Misdemeanors (1989) «la comedia es tragedia más tiempo» (22:40).

Si revisamos la filmografía a la vez que leemos sus memorias nos daremos cuenta de que su vida y ese personaje que solía encarnar (culto, torpe, tierno y enamoradizo) tienen varios puntos en común; o mejor, los hemos confundido desde la ficción en la llamada realidad. Ambas se imbrican en The Purple Rose of Cairo (1985) o en su reciente documental de 2011. La ficción, por supuesto, vende más. Escribir sobre la realidad explica sus pobres cifras hasta la taquillera Midnight in Paris (2011).

El adulto queda prendado de una joven al tiempo que hace chistes sobre la pederastia. Eso ocurre en la pantalla, desde sus primeros filmes. Quién le iba a decir que acabaría protagonizando, como él mismo dice en sus últimas entrevistas, una historia tan retorcida. Ha sido declarado inocente, está claro. En cualquier caso, aunque fuera culpable sabemos que es posible separar la obra de quien la ha creado.


Su padre fue centenario y su madre murió a los noventa y seis. Se auguran todavía varias películas surgidas de esa mesita de noche que guarda incontables ideas en papeles amarillos. Difícilmente, al menos para la crítica, sus cintas serán grandes obras; pero, como en Shadows and Fog (1991) las estrellas resplandecen mucho tiempo después de muertas. A menos que sufra el tan imaginado tumor cerebral que le desea y acaba padeciendo el juez Elliot Wilk. Cuenta el hipocondríaco en A propósito de nada: «No mucho después de la audiencia de custodia, Wilk murió de un tumor cerebral, lo que es irónico considerando que durante los primeros momentos del procedimiento una revista me preguntó si perder la custodia de mis hijos no era lo peor que podría pasarme y yo respondí que no, que lo peor sería tener un tumor cerebral inoperable» (297).


Seguramente no se podrá ver esta película en los Estados Unidos de América. La denuncia por abusos sexuales de la que salió absuelto dos veces por falta de pruebas desembocó con el MeToo en una querella con Amazon, que recientemente produjo una miniserie fiel al estilo del cómico que pasó sin pena ni gloria, Crisis in Six Scenes (2016).

Tampoco resulta fácil verla en España. Apenas algunas salas la proyectan menos de un mes. Otras se quejan de que «La distribuidora nos lo ha puesto bastante difícil». Vicky Cristina Barcelona (2008) tuvo buena crítica, salvo en España. Resulta absurdo que una película rodada en este país ponga las cosas tan difíciles a quienes la quieren disfrutar ahí mismo. Va en contra del ánimo que destaca Natalia Grueso en Woody Allen: El último genio (2015).

Si en las primeras películas, así como en sus cuentos, proyectaba la vida a partir de lo que podía ocurrir dentro de la verosimilitud de aquellos años (un experimento sexual, una revolución en América Latina, un crimen por amor), en sus últimas obras ese tema tan ligado al adulterio se mantiene más la nostalgia recorre ahora el pasado como despedida, recuerdos de una carrera fiel (aunque sea a sí mismo) que continuarán por su innegable influencia en la comedia contemporánea.

IGNACIO BALLESTER PARDO (Villena, Alicante, 1990). Es doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Alicante, con una tesis sobre poesía mexicana que dirige Carmen Alemany Bay. Es miembro del Centro de Estudios Literarios Iberoamericanos Mario Benedetti y del Seminario de Investigación en Poesía Mexicana Contemporánea. Con Alejandro Higashi coordina el número 23 de la revista América sin Nombre (2018), dedicado a la «Madurez de la joven poesía mexicana». Es autor del libro La dimensión cívica en la poesía mexicana contemporánea: herencia, tradición y renovación en la obra de Vicente Quirarte (Tirant lo Blanch / Universidad Autónoma del Estado de México, 2019). Cada domingo comparte sus líneas de investigación en el blog Poesía mexicana contemporánea. 

Fotografía de portada: Cineuropa

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