Porque yo estuve solo
quiero pensar que tú estuviste sola.
Que no te fuiste, que dormías.
Que me dejaste sin dejarme,
y me necesitabas
para poder estar contenta.
De cualquier modo, he recobrado
mi lugar en el mundo: regresaste,
te volviste accesible.
Me devuelves el tiempo,
el dolor, los caminos, la alegría,
la voz, el cuerpo, el alma,
y la vida y la muerte, y lo que vive
más allá de la muerte.
Me lo devuelves todo
encarcelado en la apariencia
de una mujer, tú misma, a la que amo.
Volviste poco a poco, despertaste,
y no te sorprendiste
de encontrarme contigo.
Y casi pude ver el último
peldaño del secreto que subías
al dormir, pues abriste
—muy despacio, muy plácidos— tus ojos
adentro de mis ojos que velaban.
El manto y la corona, 1958
Tú, la que me mira y la que miro.
Mis dos hermanas: la sedienta
dentro de ti, como un aliento
líquido de fuentes; la colmada
como claros cauces para el curso
de amargos sueños transitivos.
Tú, la dos veces tuya, amante
de tu amor. Criatura concebida
por la sed y el vino que desposan
los labios de la copa de oro.
Bebida de tu sed tú misma;
tú misma, la sed con que te bebes.
Cauce de fuentes y bebida
de tu sed colmada; única y doble.
La contemplada que me observa
Y te busco y te encuentro, junta
como gavillas. Tú y tú misma.
Y al saberlo ya no sé cuál eras.
El ala del tigre, 1969
EN EL NÚCLEO DE de la rosa múltiple
nació el sol, y se leyó su nombre.
Incendio que progresa en círculos
de salvación, vuelve profunda
la mirada nueva que la mira
para poderla amar; amándola,
a la sola plenitud abrirse
del santo reino de la gracia.
¿Soy alguien yo?, te preguntabas
dentro de lo oscuro, en el silencio
anterior a la palabra oculta;
te interrogabas, alma mía.
Y alzó los brazos blancos, y arde
entre sus manos la gloriosa
lámpara, la estrella de seis vértices
de equilátera flama. Y baja
por el camino de sus brazos
la concordia de la luz lloviendo.
Concha que recoge los misterios
del agua bautismal, sapiente
don de la paz y la abundancia;
templo viviente en que se unen
el venero oculto y la infalible
salida al mar feliz y cierto.
Y su pensamiento se concierta
con la causa sin causa.
Y ríe,
y su risa lava la mañana
de su corazón. Mira hacia arriba
desde la mañana, o van sus ojos
descendiendo por nocturna falda,
y con luz no prestada guían
lo que va subiendo de la noche.
No estabas muerta, mas dormías;
escondida estabas; como en sueños
te estirabas, alma, preguntando.
Y en todas sus partes la belleza
desviste la luz manifestada,
y fuerza a los ojos da, y sostienen
su sonrisa los ojos; pueden
ver el pleno fulgor; sustancia
de la vida esperada; signo
de lo que —no visible— salva.
Y eras parte del orden suyo,
de la majestad benigna donde,
mi alma, por fin te reconoces.
La flama en el espejo, 1971
Considerado uno de los poetas más importantes del siglo XX en México, Rubén Bonifaz Nuño recopiló la tradición de la poesía clásica para ponerla al servicio del lenguaje coloquial, cotidiano y abordar los grandes temas de la condición humana, consideró el poeta y ensayista Rogelio Guedea, al recordar la obra del escritor veracruzano en su décimo aniversario luctuoso este 31 de enero, y de quien también se conmemorará, el 12 de noviembre de este año, el centenario de su nacimiento.
La Secretaría de Cultura del Gobierno de México y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (Inbal) recuerdan al autor de Fuego de pobres (1961), De otro modo lo mismo (1979), As de oros (1981), Albur de amor (1987), quien recibió en 2008 la Medalla de Oro Bellas Artes. Rubén Bonifaz desarrolló diversas facetas que transitaron entre la poesía, la traducción de autores grecolatinos, el estudio del México antiguo y la investigación, además de haber sido fundador del Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Para Guedea —novelista, poeta, ensayista y traductor mexicano—, Bonifaz Nuño no ha sido tan leído como debería serlo, porque es un poeta que, en apariencia, tiene una línea culta y una poesía más crítica y hermética.
Comentó que uno de los temas sustanciales en su obra se refiere al amor. “Tiene un libro maravilloso que, para mí, es uno de los grandes poemas de amor de toda la tradición poética mexicana: El manto y la corona, un libro hermoso, escrito con un lenguaje cotidiano, pero con toda la sabiduría de la poesía clásica, del verso medido, de las rimas, de las cadencias clásicas, que no se notan por su lenguaje coloquial”.
En su opinión, el lenguaje y la sabiduría de Rubén Bonifaz Nuño abarca desde Garcilaso hasta los grandes clásicos. No debe olvidarse que él fue uno de los traductores de las Elegías de Propercio; su talla es enorme, por lo que debería ser más leído por todos los lectores, sobre todo por los jóvenes poetas.
Sugirió que para acercarse a la obra de Bonifaz Nuño los lectores podrían empezar por Fuego de pobres, Los demonios y los días y El manto y la corona, un libro de poemas de amor realmente entrañable, accesible al público y con grandes hallazgos poéticos, detalló.
“A casi 100 años de su natalicio debe ser reeditado y hacerlo accesible en todas las colecciones posibles, públicas o privadas, porque es un poeta potente y de gran importancia en las letras mexicanas”, aseguró el entrevistado.
Finalmente, expresó que sería imposible entender la poesía mexicana del siglo XX sin la presencia de Rubén Bonifaz Nuño. “Esa generación nos dio a grandes autores, entre ellos Jaime Sabines y Rosario Castellanos. La tradición poética mexicana no se puede entender sin ellos, son clave”, afirmó.
Con estudios de Derecho en la Escuela Nacional de Jurisprudencia; el doctorado en Letras Clásicas por la UNAM y profesor de latín en la Facultad de Filosofía y Letras de la máxima casa de estudios, Bonifaz Nuño fue reconocido por sus destacadas traducciones de los autores grecolatinos, como Virgilio, Horacio, Catulo, Propercio, Homero y Cicerón.
En 1963 fue nombrado miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua; desde 1972 es miembro de El Colegio Nacional y fue presidente de la Sociedad Alfonsina desde 1986 hasta 2000, además de haber sido un estrecho y entusiasta colaborador de la Coordinación Nacional de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura.
Fundador y director de la Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana, recibió diversos premios y distinciones nacionales e internacionales, como el Premio Nacional de Ciencias y Artes (1974), la Orden del Mérito en el grado de Comendador (1977), el Premio Latinoamericano de Letras Rafael Heliodoro Valle (1980), el Premio Internacional Alfonso Reyes (1984), el Premio Jorge Cuesta (1985), el Premio Universidad Nacional (1990), el Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde (2000), el Premio Francisco Javier Clavijero (2004), la Medalla Rosario Castellanos (2005), el Premio Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval (2007) y la Medalla de Oro Bellas Artes (2008), otorgada por el Inbal.
Fue nombrado investigador emérito de la UNAM en 1989 y nacional emérito en 1992, además de recibir el doctorado honoris causa por la Universidad de Colima (1984), la UNAM (1985) y la Universidad Veracruzana (1992).
Escribió, entre otros títulos, La muerte del ángel (1945), Poética (1951), Ofrecimiento romántico (1951), Imágenes (1953), Los demonios y los días (1956), El manto y la corona (1958), Canto llano a Simón Bolívar (1959), Fuego de pobres (1961), El ala del tigre (1969), La flama en el espejo (1971), Albur de amor (1987), Pulsera para Lucía Méndez (1989), Del templo de su cuerpo (1992), Amiga a la que amo (2004) y El honor del peligro (2012).
Fotografía tomada de Manifiesto21
Fuente: INBAL
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