CORALLYS CORDERO (Caracas - Venezuela, 1970) cuenta con una certificación en Escritura Creativa por la Universidad de Toronto y es abogada con maestría en Gerencia Municipal. Autora de la novela Escudos de cartón (Editorial Palabra Herida, 2023) que estuvo nominada al Marina Nemat Award for top Certificate in Creative Writing final project en la categoría Creative Writing in Spanish, 2022. Y de la colección de relatos cortos La quinta Aimar (Bitácora de Vuelos Ediciones, 2023) que fue merecedora del VI Premio Internacional Bitácora de Vuelos 2022, en el género cuento. Su novela inédita Barba roja quedó finalista del XLVIII Premio Cáceres de novela corta en su edición 2023. Ha participado en las antologías de cuentos La casa en el arce. Relatos de nuevas voces latinoamericanas (Editorial Lugar Común, 2022) y Nostalgia bajo cero (Editorial Lugar Común, 2020), ganadoras de medallas de plata y oro, respectivamente, en el International Latino Book Awards Fiction - Best Collection of Short Stories Spanish. Ha publicado, también, en las revistas literarias Plenamar, Intercultural Magazine Cuéntame, Prodavinci, Letralia y Alquimia. Página web: www.corallyscordero.com
*
Para la autora, lo que marcó un antes y un después en su vida como lectora fue
cuando a los trece años leyó con su papá
El principito de Antoine de Saint-Exupéry para
una asignatura escolar.
* “En general, para mí la narrativa se ha
convertido en una trampa, porque después
de que empecé a escribir historias ya no he
podido dejar de hacerlo; siempre tengo alguna en mente esperando por vestirse
de blanco y negro”.
Con
motivo de la publicación del libro La quinta Aimar (Bitácora de vuelos
ediciones, 2023), entrevistamos a su autora Corallys Cordero, con el fin de
conocer más de cerca su trayectoria literaria, motivaciones, procesos
creativos, etc. Cabe destacar que, con esta obra, la autora obtuvo el VI
Premio Internacional Bitácora de vuelos 2022, en el género de Cuento.
Corallys
nos cuenta que ha sido una
lectora empedernida desde muy joven. No recuerda en su vida un instante sin
tener algún
libro de cabecera y otro en curso en la mesilla de noche y algunos otros, en
los estantes de la biblioteca esperando ser leídos. Para ella, lo que marcó un
antes y un después en su vida como lectora fue
cuando a los trece años leyó con su papá
El principito de Antoine de Saint-Exupéry para
una asignatura escolar. Antes, continua en la entrevista, había leído Memorias
de mamá Blanca de Teresa de la Parra y había
quedado extasiada con la novela, “pero la lectura guiada por mi papá de El
principito me hizo escoger el camino de
las humanidades. Creo que no habría sido capaz de descubrir la belleza de este
libro si mi padre no hubiese interrumpido la lectura que hacía en voz alta para
hacer acotaciones y llevarme de ese mundo imaginario al de lo cotidiano”.
Su
papá puso en sus manos el Repertorio
Poético
de
Luis Edgardo Ramírez (que todavía conserva) “y allí andaba yo por toda la casa
recitando frente a los espejos los poemas que más me gustaban. Más tarde, tomé de su biblioteca el libro El
proceso de Nuremberg de Joe J. Heydecker y
Johannes Leeb y, de nuevo, mi papá tuvo que orientarme en esa lectura”. La
autora de La quinta Aimar considera que es a partir de ese momento que empieza
a interesarse por la literatura que documenta hechos reales, “recuerdo que lo
siguiente que leí fue Papillon de Henri Charrière”.
En bachillerato, recuerda, descubrió que era
incapaz de lidiar con los números e hizo un acuerdo con un par de compañeros de
clases: “yo hacía las tareas de literatura y ellos las de matemáticas. Eso
supuso que a mí me tocaba hacer tres ensayos distintos sobre una misma lectura
(Fuenteovejuna, Popol Vuh, Cien años de soledad y demás lecturas
obligatorias de la época);
luego, tenía que explicarles a mis amigos de qué iba cada
asunto para que pudieran responder preguntas en clase. A cambio, ellos me
ayudaban a despejar equis”.
Y
en todo esto está la presencia del escritor fantasma, comenta, ya que ella fungía
como tal, incluso, declara, que el primer cuento que escribió fue en los
ochenta y se titulaba Una Navidad en el año dos mil. Se lo entregó a su
hermana para una asignatura y el cuento terminó publicado en el periódico
escolar, por supuesto, con el nombre de la hermana.
¿Cómo definirías el género de la narrativa?
La
narrativa es el género literario más conocido y
entretenido, porque se escribe en prosa y cuenta con un narrador que va hilando
la historia en la que están involucrados ciertos personajes, sin más
limitaciones y herramientas que las palabras y la imaginación. Esto
último es, justamente, lo que hace fascinante el género. En la
narrativa de La quinta Aimar, por
ejemplo, una vez que me di cuenta que varias historias aisladas que había escrito podían
caminar juntas, pretendí retrabajarlas para que todas ocurrieran en la quinta
Aimar, digamos una en cada habitación o estancia; pero, de inmediato caí en
cuenta de que eso no era posible porque tenía que sacrificar quizá las mejores
historias o, al menos, con las que más conforme me sentía. Entonces,
lo que hice fue planear la secuencia de los cuentos de manera que el inicio y
fin ocurrieran en ese espacio que lleva el nombre de la colección. El resultado
ha sido que algunos lectores comentan que al terminar de leer el libro quedan
con la sensación de que todo ha ocurrido en la quinta Aimar. Y yo concluyo que
de algún modo se ha logrado el efecto que imaginé al principio.
En general, para mí la narrativa se ha
convertido en una trampa, porque después de que
empecé a
escribir historias ya no he podido dejar de hacerlo; siempre tengo alguna en
mente esperando por vestirse de blanco y negro. Los personajes me sacan de la
cama para que cuente sus pesares. A veces, me ocurre que los personajes surgen
antes que la propia historia.
¿Cómo
comienza tu quehacer narrativo? ¿Qué impacto
tuvo en usted ver sus primeras publicaciones?
Emigré a Canadá
en el año 2015, tenía en mente todo un plan para cursar alguno
de los programas que ofrecen las universidades canadienses para los abogados
entrenados en el extranjero, y de ese modo poder ejercer la abogacía en
Ontario. En el año 2017, mientras cumplía el proceso y todas las formalidades
exigidas por el Comité Nacional
de Acreditaciones, me enteré por
las redes sociales que la Universidad de Toronto ofrecía en su escuela de
estudios continuos el programa de Escritura Creativa en español. Me apunté,
solo por entretenerme mientras esperaba la respuesta del Comité.
Cuando llegó, ya me había enamorado del chico malo, no quería dejar de
escribir. Tuve que decidir si terminar de cursar el programa de Escritura
Creativa o atender a las exigencias académicas del
Comité. Escogí
lo primero, pese a que todos me alertaron de lo ingrato del oficio; pero, la
narrativa es como el amor: se siente o no se siente, aunque digan que amor con
hambre no dura.
Al terminar la certificación en el
2021, me sentía huérfana
de mentor y fue así como llegué al Taller de Literatura Autobiográfica que
dicta el profesor Ricardo Ramírez Requena, desde Caracas, en el que he
permanecido desde entonces. También
me he mantenido unida con algunos de los compañeros de clases de la Universidad
de Toronto que formamos un grupo que hemos denominado TECE (Taller de escritura
creativa en español) y cada mes nos reunimos para leer nuestros textos y
recibir retroalimentación.
La primera publicación que tuve fue de un
cuento que escribí en clase titulado Por un camión; lo publicó
Plenamar, una revista literaria dominicana. Esa publicación me dejó andando por
las nubes un buen tiempo, le envié el
enlace a todos mis contactos de WhatsApp y lo colgué en todas las
redes sociales. No cabía en mí de tanta emoción. La segunda, fue de un texto autobiográfico
titulado La
camisa grande,
que publicó Prodavinci, un portal venezolano. A diferencia de la primera vez,
apenas lo compartí un par de veces en redes. Tenía la sensación de que quedaba
desnuda ante los lectores. Recibí muchos elogios por ese texto, acaso pienso
hoy, porque fue la primera vez que abrí el alma en la escritura.
¿Cómo
es su día de creación literaria?
Escribo todas las mañanas hasta el mediodía;
ya sea una historia nueva, la reescritura de una vieja o la edición de una
reciente, un par de frases para el inicio o el final de lo que tenga en mente.
En la tarde, después
de la siesta, me dedico a la lectura de lo propio y lo ajeno. A menos, que los
personajes me tengan entre sus manos y no me den tregua, en cuyo caso, continúo
escribiendo.
No tengo una habitación propia para la
escritura, así que lo hago en cualquier lugar. Por lo general, en el sofá de la
sala con la computadora portátil sobre una mesilla enclenque. A veces, con la
computadora sobre la encimera de la cocina, la mesa del comedor o en la mesita
enclenque junto al sillón de mi cuarto. Me gusta moverme de un lugar a
otro porque me parece que con ello se remozan las ideas, lo único que preciso
siempre es tener una ventana cerca hacia donde va mi mirada en cada pausa.
Los
viernes por la mañana participo en el taller de literatura autobiográfica.
Aunque yo escribo ficción, me gusta usar la vida propia y ajena como primer
borrador.
Otro
de los temas que abordamos en la entrevista fue el trabajo que hay de fondo, en
la gestación y la escritura de La quinta Aimar. Corallys Cordero
nos comenta que el libro comenzó a gestarse en las aulas de la Universidad de
Toronto, de la mano de la profesora Martha Bátiz. Sin embargo, la colección completa la terminó de
escribir, ordenar y corregir en el taller de literatura autobiográfica del
profesor Ricardo Ramírez Requena. “María Antonieta, por ejemplo, que es el
cuento que cierra la colección, lo escribí en el primer módulo de la
certificación. Es una historia con la que crecí, mi madre siempre la contaba y,
aunque no sé hasta
qué punto
sea cierta, al menos quise reproducir con fidelidad los detalles que ella
mencionaba. Evelino y El
delito continuado fueron
ejercicios de escritura que luego continué trabajando,
después
de culminar el programa. La cita nació en el
taller de literatura autobiográfica cuando Ricardo nos habló de los no lugares.
La
quinta Aimar y
La
carta surgieron
de consignas dadas en un mundial de escritura en el que participé.
Y finalmente, Ivanka, Harold,
Adormecidos
y Joy fueron inspiración pura que brotó en aquel
tiempo en el que me sentía huérfana
de tutor. Cuando espabilé, tenía
entre las manos varias historias que no estaban destinadas a estar juntas, pero
que se miraban de reojo”.
A
estas alturas, Corallys nos dice que comenzó un proceso
importante de reescritura en el que lo real mutó a
ficción,
las historias de inicio y fin terminaron desarrollándose en el mismo lugar y
los demás relatos acoplaron su espacio y su tiempo. “Este fue quizá el mayor
reto, pero es justamente el momento en el que obra la magia en este oficio:
tomar decisiones sobre lo que debe permanecer y lo que no cabe en el hilo
conductor de lo que se está trabajando. Hoy entiendo que la escritura va un
poco de eso, de tomar decisiones sobre lo que se quiere contar y determinar cómo
hacerlo; lo que por fuerza siempre dejará bastantes palabras en el tintero”.
La autora nos revela que en un par de historias hay un guiño
a Clarice Lispector y a Mariana Enríquez. “Estaba leyendo a las autoras
mientras reescribía y, desde luego, permeó la influencia de sus obras. En
general, cuando trabajo el cuento, Raymond Carver, Antón Chéjov
y Alice Munro son referentes para mí”.
Para Corallys el 2023 fue un buen año literario. Terminó una
segunda colección de cuentos y una novela corta que resultó finalista del XLVIII Premio Cáceres de Novela Corta en su edición 2023.
Lo anterior, se une a la publicación de su primera novela Escudos
de cartón
(Palabra Herida, 2023) y La quinta Aimar (Bitácora
de Vuelos Ediciones, 2023). Ahora se propone avanzar en su tercera novela que
espera culminar este año.
0 Comentarios
Recordamos a nuestros lectores que todo mensaje de crítica, opinión o cuestionamiento sobre notas publicadas en la revista, debe estar firmado e identificado con su nombre completo, correo electrónico o enlace a redes sociales. NO PERMITIMOS MENSAJES ANÓNIMOS. ¡Queremos saber quién eres! Todos los comentarios se moderan y luego se publican. Gracias.