OPINIÓN De cuando la intolerancia se nos sube a la cabeza | Yaazkal Ruiz C.




Regreso a Bitácora de vuelos. Les diré que no lo había hecho por apatía, porque a veces, hay algo dentro de uno que nos mueve hacia otro lado y ese otro lado fue el descanso, las caminatas, las tardes de tomar café frente al parque. Un parque cada vez más árido porque nadie se preocupa por él, tal vez tampoco yo, pero el parque me queda a más de cuatro cuadras. Uff, para nada que es una buena justificación.
He analizado dos situaciones que me ocurrieron recientemente y de ahí este texto. La primera de ellas tiene que ver con mi prima Ariadna. Es una muchacha muy alegre, o cuando menos, se esfuerza en siempre estarlo. Digo esfuerzo porque quienes la conocemos, sabemos que su espíritu tiende a la depresión. Una depresión mal fundada, ¿debemos de tomar en cuenta las opiniones de las personas cuando están van en el sentido de cuestionar, sin razón alguna, la forma en que nos vestimos, nos maquillamos, elegimos un deporte en lugar de otro, una actividad en lugar de la otra? ¿Es esto posible? Ariadna cae una y otra vez en las garras de tales comentarios y se pone triste, muy triste. Le hemos insistido muchas veces que no haga caso, que la forma de vestir, mientras no perjudique a los demás, es aceptable; que no hay ningún daño si usa un color y otro. ¿Por el hecho de usar blusas color púrpura, ofende, maltrata, abusa… asesina a alguien? ¿Por el hecho de usar mechas azules, discrimina, violenta, abusa, a otro? No y creo que parte del respeto que demandamos debe iniciar con nosotros.
            Otra situación me ocurrió con la asistente de la coordinadora académica que trabaja en la escuela, se me ocurrió frente a ella, abrir la bocota. Cuando fui a recoger la constancia, le señalé que no había escrito de manera adecuada el párrafo segundo ya que presentaba un error de concordancia. La señorita se enojó muchísimo, no tienen idea, y me señaló que ella había estudiado lo suficiente como para ocupar ese puesto, que no sabía que era error de concordancia porque esto y aquello. Le dije que no pasaba nada, que todo estaba bien, que la carta me la llevaba así, pero no la pude parar. Me asusté en ese momento, pero tal acción, me hizo reflexionar sobre ese nivel de intolerancia que portamos en nuestro interior. El puesto lo tenía por sus méritos y no por los míos. Recientemente había recibido un reconocimiento por su trabajo y que eso contaba mucho más de ese señalamiento, o mejor dicho, mi atrevimiento.
Lo anterior, me lleva a una anécdota que me contaron en el taller de escritura. El maestro, el gran maestro, no aceptó el señalamiento de un alumno cuando éste, tenía razón señalando un detalle en el capítulo tres de uno de los libros más importantes de dicho maestro. El maestro se dedicó a decirle que él era el gran maestro, que su obra era la más vendida en el mercado, que formaba parte de cuanta academia de la lengua existía. Por supuesto, que esa fue la última vez que el alumno asistió a dicho seminario. Lo que concluyo en este apartado es que un libro vale por la manera en que nos identificamos con éste y no porque un autor lo defienda a capa y espada o se defienda él como creador. Y además, qué importa si no nos gustó, o sólo nos gustó una parte, es decir, ya nos encontraremos con otros libros que nos engancharán desde el primer momento e incluso, con otros libros de ese autor que darán en el clavo.
El mundo se ha vuelto muy complejo y más aún nuestra forma de estar en él, y defendernos. Estamos en posición siempre de combate ¿Tenemos verdaderamente una razón para estarlo? Es hasta enfermizo. Considerar que somos mejores que otros, tampoco, porque el otro, ese otro que a veces odiamos porque tienen un punto de vista diferente, o porque nos cuestionó en algún momento, hecho que consideramos un atrevimiento, una insolencia, tiene virtudes, habilidades, conocimientos, etc, que lo hacen, como nosotros, irrepetible.

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