ENTREVISTA Clyo Mendoza «Construyo los libros caracterizando las voces líricas como si fueran personajes de una novela» | Ignacio Ballester Pardo


Clyo Mendoza (Oaxaca, 1993), la más joven en ser galardonada en la modalidad de poesía con el Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz (2017), ya se convirtió en una de las voces más destacadas de la poesía mexicana con su primer poemario Anamnesis (Cuadrivio, 2016), una verbalización de la violencia que separa el cuerpo y la mente. Presente en antologías fundamentales como Poetas parricidas (generación entre siglos) (Cuadrivio, 2014) o, en España, Los reyes subterráneos. Veinte poetas jóvenes de México (La Bella Varsovia, 2015), mereció el reconocimiento que antes recibieron poetas como, ahora premios Aguascalientes, Minerva Margarita Villarreal o Balam Rodrigo. En la actualidad se encuentra en Córdoba, España, donde lleva a cabo una estancia en la Fundación Antonio Gala para escribir un libro con varios finales sobre los “estados alterados de la consciencia”.

Tres epígrafes (de Henri Michaux, Raúl Zurita y Miguel Hernández) rompen Silencio al principio. La cruda naturaleza en la intemperie traza una lectura vertical de la tradición. Rememoran al oriolano la presencia de cabras blancas, algunos campos de batalla y esos ojos que no son ojos, diría Hernández, sino “dos hormigueros solitarios”. La escritura de la oaxaqueña es precisa, se basa en breves sintagmas que articulan una queja sin dramatismos, sincera; al tiempo que muestra implícita su poética: decir lo callado, definir lo abstracto, normalizar los artificios entre la desolación y la esperanza zuritianas.


Silencio se compone de siete partes, un epílogo y una nota aclaratoria que repiensa, por ejemplo, el sentido que en su origen tienen las esvásticas: marcas que separan los discursos y los tiempos del poemario y que, difícilmente, dejamos de interpretar como violencia extrema. El sujeto poético discurre por el dolor a través generalmente de prosas garantes del ritmo y la fuerza que logra la consecución de estructuras hepta u octosilábicas como la del texto inaugural que acaba en primera persona para extraer lo cotidiano y lo común de manera lírica: “Sorbo con ruido el agua para quitar el silencio de campo que nos ensarta” (11).
            Con el tono peculiar que Mendoza construía en Anamnesis, el premio que otorgó el jurado compuesto por Carmen Boullosa, Antonio Deltoro y Alí Calderón logra mostrar los límites del ser humano con palabras del día a día que en su natural imbricación estructuran imágenes, sensaciones, purgas únicas. El lamento resuena en la cabeza. Sin salir de ella, la poesía permite expresar lo inefable. Pese al ruido de la sociedad actual, prima el desplante y reclama el vacío a la manera de Cristina Rivera Garza o Sara Uribe.
           El libro proyectado y escrito con el apoyo del programa Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) reivindica el tacto entre las lenguas, originarias, maternas. Esta es la historia de una mujer que podríamos ser cualquiera, pues la causa de su sufrimiento continúa en la religión, la familia, la casa, la escuela y el recuerdo. La protagonista, Águeda, narra y acerca el pasado, que no es tan distinto ahora.
            Si las dos primeras partes se basan en escenas que se superponen en torno al ser humano, posteriormente los poemas (como “Amnios”, “Corion” o “Alantaoides”), todavía breves y en prosa pero ya con título, incursionan cual bisturí en la entraña de la vida: sin estridencias ni llantos la sangre agota. En este sentido, cobran fuerza la alegoría del cuerpo como casa y la ciudad luperquiana que nos amamanta y nos devora: “quizá amé a mi madre tan sólo porque yo latía dentro de su herida, donde me acunó después de ponerme dentro” (62). Se conecta así con poetas de México de anteriores décadas como Alejandro Tarrab, por historiar el suicidio desde lo particular, o Esther M. García, por la oscura y animal experiencia materna. La gestación se desmiembra y da como resultado poemas que se sostienen y palpitan de manera independiente; sin embargo, dan luz como conjunto, en zapoteco y español: “—¿Niyi ja’a yo vitin?, ti vàchi nuu yo iin kiti xaan. Rakan. Rikan, yakán. / ¿Qué haré yo ahora?, porque un animal bravo viene hacia mí. Ese hombre. Ese animal, ese diablo” (93).
           Varios personajes acaban sucediéndose en relatos que desentierran la quijada del padre o el valor de pluriempleadas hasta llegar a la noche que es la tumba para Roberto Juarroz. Las fronteras, el matrimonio por conveniencia, la violación y el abandono irrumpen sin aspavientos en la tierra. Meses después se rompe, una vez más, la membrana; antes de “usar la voz de un muerto” (177).
            La poesía de Clyo Mendoza es híbrida pero fértil. Destaca del ensayo las preguntas retóricas, los diálogos de un drama no exento de crítica e ironía, la descripción y las pausas que evoca al narrar la crónica. Tales teselas podrían generar nuevos significados en los modos de lectura que viene desarrollando una de las poetas que en silencio ya logra lo que se le auguraba.


Ignacio Ballester (IB): Además de violencia y sangre seca que endulza y enmudece, ¿qué hay de Anamnesis en Silencio? ¿Qué une a Ofelia y a Águeda?

Clyo Mendoza (CM): En un inicio, pensaba hacer una suerte de trilogía. Me gusta mucho, por ejemplo, la obra de Kieślowski y de Apichatpong, sus películas tienen generalmente guiños que las vinculan, personajes, lugares. Uno ve el Decálogo y no se da cuenta de que las diez historias suceden en el mismo complejo de viviendas si no es lo suficientemente atento. Uno ve Tío Boonmee, el hombre que podía recordar todas sus vidas pasadas y después Tropical Malady y si pone atención suficiente se da cuenta de que Boonmee es el tío de uno de los protagonistas de Tropical Malady. Yo quería hacer algo así con mi obra. Lo he intentado. Tanto Águeda como Ofelia, a pesar de ser de contextos sociales diferentes (una vive en la ciudad, la otra en el campo), son víctimas de los mismos patrones sociales, familiares y políticos. En algún momento, en el sueño de Ofelia, aparece Águeda. Sus “vidas” están vinculadas por algo que yo misma no podría explicar. Como en la tragedia griega: no pueden evitar eso que parece su destino. Ese destino, sin embargo, no está construido por un gran demiurgo, sino que es más bien consecuencia de la realidad violenta que las reduce y las determina. Yo quería hablar también de la intuición y de ese mundo menos práctico (onírico, mágico, espiritual posiblemente) que junto con la voluntad es capaz de mostrarnos que la realidad que nos han dicho que debemos dar por sentada no es todo lo que tenemos. Águeda es un personaje muy distinto a Ofelia, es un personaje que escribí pensando en una amiga de la cual ya no sé nada. Yo viví en algunas comunidades indígenas porque mi madre es maestra rural y creo que muchas de las dificultades que los pueblos indígenas atraviesan en este momento, no sólo en México sino en todo el mundo, sólo son soportadas porque su cosmogonía y su visión de mundo contiene una fe y una sabiduría que nosotros los mestizos, los colonizados, hemos ido perdiendo en nuestra obsesión por el mundo racional, un mundo que nos permite justificar nuestra existencia, el frívolo mundo de las explicaciones. En Anamnesis no lo tenía tan claro, es un libro que empecé cuando estaba muy chica y ahora ya no me gusta. Con Silencio quería hacer una denuncia que no cayera en el proselitismo y quería también rendir homenaje a esa cosmogonía que a mí misma, como hija adoptiva (o bastarda) de las comunidades indígenas, me ha salvado la vida.

IB: Entre otros poetas, Silencio se abre con un epígrafe de Miguel Hernández; referente para Juan Bautista Villaseca o Leonardo Iván Martínez. ¿Qué influencia tiene el oriolano en tu obra? ¿Y en la poesía mexicana?

CM: No podría decir cuál es la influencia de Miguel Hernández en la poesía mexicana, sería atreverme a decir demasiado. Puedo decir que en México estamos muy influidos por la poesía española que habla de la guerra o de la cárcel (como es el caso de Lorca o León Felipe) y probablemente ese rastro permanece por lo mismo que he mencionado antes: nuestra realidad política nos obliga.
A mí a Miguel Hernández mi padre me lo leía y me lo contaba cuando era pequeña y, cuando lo leo ahora, algunos de sus poemas hacen en mí lo que haría un olor agradable que conocí en la infancia, es una impronta precisa, me devuelve a lugares de mi memoria que necesito. Algunos poemas de Miguel Hernández, como los otros poemas-epígrafes que aparecen a lo largo del libro, de mis libros, son poemas que vienen a mi mente como memorias obsesivas. Forman parte de mi lista personal de “las cosas que hacen latir el corazón”, como diría Sei Shōnagon.

IB: Dominas la convivencia del poema en prosa con el poema en verso. ¿De qué manera se logra la fluidez entre ambos?

CM: Ocupo ambos estilos para diferenciar las voces de mis personajes, porque construyo los libros caracterizando las voces líricas como si fueran personajes de una novela. En Silencio, cuando hay verso es porque la madre es la que canta, o son los muertos, o son voces colectivas. El verso es más contundente y, como es obvio, la prosa es más explicativa. Ni la madre muerta, ni los muertos mismos, ni las voces de las mujeres que lloran en grupo a sus hijos podría ser explicativa, su dolor sólo puede ser escrito en algo que se aproxime al canto, pero no yo no nací con el don de la música.

IB: ¿Qué significa ser la poeta más joven en recibir el Premio Sor Juana Inés de la Cruz? ¿Por qué no ha llegado todavía a tus manos el libro impreso?

CM: La verdad es que no sabía que yo era la poeta más joven en recibir este premio. Supongo que no le he dado mucha importancia porque no estoy segura de que realmente haya jugado a mi favor el hecho de ser joven. Muchas veces, en mesas de debate serias, en ferias del libro y congresos, los presentadores ocupan ese adjetivo para describir toda mi trayectoria. No es algo que disfrute. Por supuesto, a mí el premio me ha traído una racha de libertad creativa que no había podido permitirme con tanta soltura anteriormente, me ha permitido concentrarme en otras disciplinas y soportar materialmente mis proyectos. Hace mucho tiempo que no dependo económicamente de nadie y ser joven y tener la libertad que he conseguido es ya en sí un premio. Eso es todo lo que quiero. En cuanto a los ejemplares: no me los han enviado. Ni siquiera sabía que el libro estaba impreso. Un amigo que estaba en la Feria del libro de Guadalajara me mandó una foto y fue por eso que me enteré. La comunicación con el Fondo Editorial del Estado de México no ha sido la mejor, creo que es en parte porque todo sucedió en un periodo de transición, cambio de sexenio, de administración y de burocracia. Pero ese es otro tema.

IB: Después de la experiencia en Canadá, ¿cómo compaginas tu labor como corresponsal en Europa al tiempo que escribes en España?

CM: Mi primera intención, cuando era pequeña, era la de ser corresponsal de guerra. Estaba muy influida por la obra de Ryszard Kapuscinski y Henri Cartier-Bresson, por el ambiente político de Oaxaca (sobre todo en el 2006) por Atenco, por mi madre que volvía de las protestas a la casa con los ojos irritados por el gas lacrimógeno. Me encandilé con el periodismo valiente y extravagante de Günter Wallraff, que se disfrazaba para acceder a aquella información a la que ningún periodista accedía, me gustaba su desafío a la “ética profesional” del periodista. Wallraff desafiaba la ética que ha sido impuesta por una academia que no se percata de que muchas veces para develar un misterio es preciso hacerse pasar por otro, y que los resultados reportan mucha más lucidez, al mismo periodista y a sus lectores, que si decidiera conservar su propia identidad por siempre. Yo no tengo la sensibilidad propicia para ir a la guerra, pero la vida es extraña y (sobre todo cuando viajo) siempre me pone en situaciones curiosas. Cuando uno viaja se desafana de lo que uno cree ser, nadie lo conoce, nadie sabe quién es, lo que uno es ni siquiera es importante. El viaje es una constante lección de humildad si se lleva a cabo en determinadas circunstancias. Yo me he impuesto el hecho de ser corresponsal para mi obra, porque no puedo evitarlo. Y no quiero. La historia de la mujer a la que le entregan sólo la quijada de su padre en Silencio es la historia de una amiga colombiana con la que tendía camas en un hotel en Canadá. Mientras nos robábamos el café de las habitaciones y nos sentábamos en la alfombra a beberlo y a tomar un descanso, ella me contaba esas historias. Su novio había sido un niño de la guerra en África. Mis mismos amigos habían sido de los afortunados en migrar antes de ser víctimas de la guerra. Guerras silenciosas. Es cierto que también vivía por temporadas en residencias o casas de amigos, o en hoteles cuando los festivales literarios me invitaban a vivir de esa forma, pero creo que el viaje fue más rotundo cuando dormía en los refugios escuchando a la gente que me contaba lo que quería. No es que me lo impusiera o que el viaje tuviera el propósito de ser así, simplemente iba sucediendo y muchas veces un refugio para gente marginada fue el lugar más cálido y honesto que encontré. Sin embargo, siempre sabía que aquella era una situación temporal y que mucha de la gente que conocía (y con quien hice amistad) iba a vivir en esa realidad toda su vida. Esa es la única diferencia que yo encuentro entre formar parte de una realidad o ser un corresponsal. Por eso siempre digo que estoy de “vacaciones permanentes”, juego un poco al juego (y aquí me voy a permitir exagerar con dramatismo, porque mi ejemplo no tiene mucho que ver y sin embargo no encuentro ahora mismo otro mejor) de Roberto Benigni en La vida es bella; yo soy el padre y el niño. A veces me decía: esto es un juego, juégalo, pero al mismo tiempo esa realidad era evidentemente también la mía. Quizá no una realidad permanente, pero una realidad a fin de cuentas. Ahora mismo, sí, es verdad, estoy siendo free-lance para cierta revista francesa. Estoy muy agradecida con la mujer que me ha invitado a trabajar en algo que más que un trabajo, es un regalo. También es curioso cómo llegué a trabajar ahí, pero esa también es otra historia. Escribir es el mejor trabajo para quien vive en movimiento, porque puede hacerlo desde cualquier lugar. Aun así, es muy difícil escribir cuando se está en transición, uno a veces necesita detenerse.

IB: ¿Qué vínculos existen entre la poesía de México y la de España? ¿Cómo se trabaja en la Fundación Antonio Gala? ¿Qué se respira en esta residencia para jóvenes que también disfrutaron actuales referentes de España como Ben Clark o Aixa de la Cruz? ¿Qué papel juega la inversión en la creación joven? ¿Por qué Córdoba es importante para la literatura y demás artes?

CM: El idioma es un vínculo ineludible, nuestros procesos históricos nos vinculan igualmente, el exilio de los intelectuales españoles en México, la migración (como siempre). Yo decidí trabajar este proyecto en la Fundación porque sabía que necesitaba acompañarme en este proceso casi de apnea. Es algo que no quería enfrentar sola. Tampoco quería hacerlo acompañada, pero sabía que era lo mejor si quería trabajar con temas como el de los “estados alterados de consciencia” sean éstos la locura, la alucinación, el sueño o incluso la muerte. Sin duda en la residencia hay grandes diferencias estéticas entre los residentes, pero se pone por delante el proceso creativo. Además, las diferencias, si las pones a tu favor, te hacen afirmarte en tu propio estilo, al menos ese ha sido mi caso. Creo que lo más importante de esta beca es que te da todas las oportunidades para poder desarrollarte, uno vive en un claustro y tiene ciertos horarios y cierta disciplina que te obligan a salir de ti mismo de vez en cuando. Además, Córdoba es una ciudad con muchas y muy variadas capas de historia, que afortunadamente siguen siendo visibles en su arquitectura.

IB: ¿Cuál es el proceso de escritura que llevas a cabo en esta residencia para jóvenes creadores? ¿Quiénes son “alterados” por la consciencia? ¿De qué manera es posible cambiar el final de una historia?

CM: Mi proceso creativo es variado y, quizá por lo mismo, un poco desordenado a vista de los demás. Por un lado, me dedico a investigar a mis personajes, en mis descansos veo películas, hago audio y pinto o me dedico a moldear figuritas con cerámica o a tomar fotos de las cosas que veo en mis “derivas”. Si no hiciera ninguna de esas cosas colapsaría, porque estoy escribiendo un libro sobre la vida de Unica Zürn, una escritora alemana que fue más conocida por ser la esposa y el molde para la famosa Muñeca (La poupée) de Hans Bellmer. Unica fue amante de Henri Michaux, otro poeta por el cual he sentido una gran devoción desde que Jorge Esquinca me presentó sus propias traducciones, hace ya muchos años. Es una historia un poco escabrosa (también por eso necesito fugarme a otras cosas de vez en cuando) y la estoy trenzando con un par de historias paralelas. En un inicio quería hacer un libro de hiperficción explorativa, donde un lector pudiera elegir sus trayectorias de lectura. Dicha estructura me iba a ayudar para darle un ritmo esquizofrénico al libro, quería que el lector (y yo misma) sintiéramos que, de alguna manera, estaba haciendo algo por “la vida” de los personajes. Unica tuvo una vida terrible en parte a causa de su esquizofrenia y quería que el libro proyectase un poco el ritmo del pensamiento del “demente”. Por supuesto, todo esto necesita mucha documentación. Ahora mismo estoy leyendo y traduciendo por partes La petite anatomie de l'image de Hans Bellmer, donde habla del lenguaje primigenio y de la estructura anagramática. Su famosa muñeca tenía un poco esta misma estructura y pocos se pueden imaginar que la inspiración fue netamente la idea de que en los lenguajes antiguos no existía la separación del mensaje negativo y positivo en palabras distintas, sino que ambos radicaban en una misma palabra. Esto tiene que ver, para mí, con algunas ideas del I ching, del Tao, y otras cosas que me gustan mucho y que me llevaría muchas páginas explicar.
Me conseguí casi todos los libros de Unica traducidos del alemán (que en México son imposibles de encontrar) y me puse a estudiar de nuevo los libros de Michaux sobre la mescalina y la escritura de símbolos que tanto le obsesionaron. Todo tiene que ver, por algo estos personajes estaban profundamente vinculados y por eso el libro que escribo es, finalmente, una historia de amor.

IB: Al final Unica se defenestró frente a un Hans Bellmer paralítico que no pudo impedir el suicidio.

CM: Aunque es cierto que quisiera hacer algo por darle notoriedad a esta escritora y artista tan poco conocida en los países de habla hispana, también quiero sentir que es posible otro final para ella. Es pura superstición. Tesla dice que, según la teoría de la relatividad, dos líneas paralelas se darán cita en el infinito. Es un poco la sensación que quiero que traspase al lector en mi nuevo libro, porque es la que me traspasa a mí al escribir de ella, de ellos. Es, además, una historia que se ha ido formando a partir de sucesos muy extraños y raras coincidencias en mi vida. Creo que es una buena señal. Creo que es importante hacer un homenaje al valor y a la voluntad de las personas que nos han marcado, las hayamos conocido o no. Y bueno, sí, creo que ahora estoy más cerca del género de la novela, pero no dejo de hibridar. Uno debe servirse de las formas que le sean necesarias, la poesía no está en la forma, esa idea está claramente obsoleta. Mi libro será quizás una novela pero, como postura estética y en tanto siga concentrada en “experiencias poéticas” que tome de situaciones cotidianas, siempre estaré escribiendo poesía.

Agradecemos a Clyo Mendoza el tiempo que nos dedica para esta entrevista a propósito de su experiencia artística y de su reciente poemario, Silencio, que planea presentar próximamente en la ciudad de México.

Foto de portada: Poesía

IGNACIO BALLESTER PARDO (Villena, Alicante, 1990). Es doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Alicante, con una tesis sobre poesía mexicana que dirige Carmen Alemany Bay. Es miembro del Centro de Estudios Literarios Iberoamericanos Mario Benedetti y del Seminario de Investigación en Poesía Mexicana Contemporánea. Con Alejandro Higashi coordina el número 23 de la revista América sin Nombre (2018), dedicado a la «Madurez de la joven poesía mexicana». Actualmente lleva a cabo una estancia posdoctoral sobre experimentalidad poética con Alejandro Palma Castro en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Comparte sus líneas de investigación en el blog Poesía mexicana contemporánea.

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