El pasado 2 de octubre (2018), se conmemoró un
aniversario más de la matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas de
Tlatelolco, medio siglo para ser exactos. La oferta cultural estuvo llena de
eventos al respecto; el paso del tiempo ha servido para que tanto los jóvenes de
las nuevas generaciones como quienes vivieron los acontecimientos de 1968,
reflexionemos sobre lo sucedido con perspectivas y criterios más amplios. Como
parte de dicha oferta, en el Foro Sor Juana Inés de la Cruz de la UNAM se
presentó la obra de teatro La hecatombe, del dramaturgo Juan
Tovar.
La obra resultó conmovedora por varias razones: en
primer lugar, al presentarse en un espacio universitario; en segundo, al momento
de la puesta en escena había transcurrido medio siglo, lo cual la tornaba en un
suceso significativo y en tercer lugar, la comunidad universitaria aún estaba
electrizada por la violencia presenciada el 3 de septiembre en las
inmediaciones de Rectoría, en Ciudad Universitaria. Dicho lo anterior, se
entiende que la sensibilidad del público estaba expuesta, por decir lo menos. A
lo anterior, se suma que el escenario estaba dispuesto de tal forma que los
espectadores estaban muy cerca de los actores y podían ver frente a sí cómo se
desarrollaba la acción. Cinco actores, divididos en dos grupos, fueron los
encargados de realizar juntamente con el público el ejercicio de imaginación
propuesto por Juan Tovar. Por un lado, estaban los expresidentes Flores,
Diéguez y Covarrubias, alter egos de Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz y
Luis Echeverría, y por el otro, dos jóvenes, hombre y mujer, que representaban
a Beatriz y Virgilio. El primer grupo estaba sobre una tarima semicircular
donde había dos sillas presidenciales maltrechas y raídas. En cambio, los
actores jóvenes pasaron la mayoría del tiempo en el piso, al mismo nivel que el
público.
Los presidentes son el pasado de la república de
Huaxilán, muy parecida, casi idéntica, a nuestra República Mexicana; ahora están
en el círculo del Infierno confinado a los traidores, a los vende patria. La
carga moral de esos funcionarios públicos, por sus malos servicios, es pesada,
casi insoportable. Sin embargo, gracias al trabajo actoral y a la dirección de
Carlos Corona, es posible humanizar a estos personajes de la historia política
mexicana y pensar por qué se llegó al extremo de asesinar a los estudiantes que
luchaban por mejorar su país y la educación a la que tenían derecho. Por su
parte, Beatriz y Virgilio fueron los personajes que representaron a la
juventud, quienes hicieron que el público pudiera establecer las conexiones
entre el pasado (expresidentes) y el presente. Ellos fueron la bisagra para
lograr el efecto de contraposición de imágenes.
Fue así que después de ver La
hecatombe nos surgió la idea de escribir un artículo y complementarlo
con entrevistas al elenco. Los actores que aceptaron amablemente fueron Rodolfo
Arias (Lic. López) y Jorge Ávalos (Lic. Diéguez); además del director Carlos Corona. Las entrevistas se irán
presentando una por una y conforme se realizaron. Así pues, empezamos con
Rodolfo Arias.
NANCY HERNÁNDEZ (NH): ¿Qué significó para ti
representar tu personaje? porque quien resalta evidentemente es Diéguez,
el alter ego de Díaz Ordaz; físicamente es más identificable.
Para saber quién era Flores, alter ego de Adolfo López Mateos
dentro de la obra, tuve que investigar. Una vez hecho, nos dimos cuenta del gran
trabajo que realizaste como actor, pero, dentro de esta obra, ¿cómo fue la
preparación para ti y ahora, en retrospectiva, qué significa?
RODOLFO
ARIAS (RA): Bueno, sí
hay trabajo a partir del texto que escribió Juan Tovar, a partir de la versión
que él tiene de los hechos, porque no es nueva o no sé si lo sea pero
seguramente la autorizó. Hubo una investigación con respecto al Movimiento y su
significado, con ello ideó toda esta historia. La documentación que pudo haber
adquirido él para apoyarse, la desconocemos. Entonces, el personaje de Flores
está basado en un personaje real que existió. Lo que hice como trabajo fue
investigar previamente sobre la personalidad [de Adolfo López Mateos] y sus
características físicas. Digo, por algo nos escogieron, ¿no?, porque hay más o
menos el parecido. Como decía, investigué sobre su carácter, cómo pensaba o cómo
era. Afortunadamente, ahora tenemos Internet y ahí hay una gran cantidad de
cosas. En mis enciclopedias pude ver qué más [agregar] y generé un perfil del
personaje. Tomar en cuenta la opinión del director y de los compañeros y tratar
de acercar al personaje al real sin dejar de pensar que es una parodia: no es
López Mateos. A partir de ahí, esto me permite una libertad de interpretación,
de enjuiciar los hechos y tomar partido desde un punto de vista que yo, como
actor, le doy al personaje.
Mi personaje juzga el hecho [el Movimiento del 68] de tal manera que sí llegó un momento en que ya de plano decía: “¿Cómo es posible que hayas hecho eso?, ¿qué tenías en la cabeza?, ¿por qué esa tontería?, ¿por qué no denunciaste los hechos?, ¿por qué no…?”. Esta una postura de este personaje en particular, no de López Mateos, sí de Flores, que tiene que ver con la mía.
Mi personaje juzga el hecho [el Movimiento del 68] de tal manera que sí llegó un momento en que ya de plano decía: “¿Cómo es posible que hayas hecho eso?, ¿qué tenías en la cabeza?, ¿por qué esa tontería?, ¿por qué no denunciaste los hechos?, ¿por qué no…?”. Esta una postura de este personaje en particular, no de López Mateos, sí de Flores, que tiene que ver con la mía.
NH: Ya se mezclan Rodolfo Arias y el
personaje…
RA: Ah, sí, claro. Eso que es lo que hace que el contenido
de la obra tome un volumen más amplio, porque si yo lo hago simplemente como
está en el texto…
NH: Acartonado…
RA: … no pasa nada, no hay conflicto, no se pone “la creé
de un lado o de otro”, no dice “ay sí, mira, este Flores está tratando como
menso, pendejo, a Diéguez”. Eso es con respecto a la creación del personaje.
También vi muchas fotos, muchos videos, vi cómo hablaba, cómo caminaba, cómo se
vestía. De hecho, la vestuarista también tuvo que hacer su investigación y es
típico, ¿no?, era un ligador; por ejemplo, hay un video de
entonces donde el embajador de Estados Unidos en México los invita a Díaz Ordaz,
que era su secretario de gobierno, y a él a ser testigos de su boda. El
embajador llega, López Mateos baja de su limusina y va Díaz Ordaz atrás de él
así como [gesto severo]. Lo primero que hace el presidente es irse
sobre las chavas que estaban ahí en la comitiva de la
recepción, a saludarlas una por una y de beso con una actitud muy de… de
írseles encima, a pesar de que era casado. En las escenas que hay de este
momento todo el tiempo él se ve platicando con mujeres. López Mateos tiene esta
actitud que se puede interpretar como frivolidad; él era el rey, esa era una
manera de ser del presidente. Además, estaba apoyado por Estados Unidos. Por primera
vez en nuestra historia se deja entrar a la inteligencia norteamericana en todos
los campos de la política…
NH: También tenía a su favor el don de la palabra
porque era un extraordinario orador…
RA: Le gustaba mucho la poesía, era muy elocuente, muy
inteligente y también muy frívolo; tanto, que había momentos en que ¡pum!
[chasquido de dedos] se subía a su Maserati, se escapaba de la guardia
presidencial y se iba con sus cuates a Acapulco para irse de
fiesta.
Ese fue un gobierno que estaba lleno de muchos matices. Efectivamente, la obra de su vida, como dice Flores en La hecatombe, se cifró en el abandono de muchas cosas que se atravesaron, como Echeverría, por ejemplo, quien ya estaba puestísimo [para ganar poder]. Hubo momentos en los que dijo “Díaz Ordaz, tú resuelve el conflicto”, y aquél a reprimir y a reprimir. Entonces, López Mateos sí tiene una gran responsabilidad de lo que sucedió; no exactamente del Movimiento del 68, ni de la matanza, sino de la creación de las condiciones para que sucedieran.
Todo lo que hay de información de la obra, yo lo corroboré. Leímos el último libro de Sergio Aguayo que se llama El 68, con mucha información que, al parecer, también usó Juan Tovar para escribir la obra.
Ese fue un gobierno que estaba lleno de muchos matices. Efectivamente, la obra de su vida, como dice Flores en La hecatombe, se cifró en el abandono de muchas cosas que se atravesaron, como Echeverría, por ejemplo, quien ya estaba puestísimo [para ganar poder]. Hubo momentos en los que dijo “Díaz Ordaz, tú resuelve el conflicto”, y aquél a reprimir y a reprimir. Entonces, López Mateos sí tiene una gran responsabilidad de lo que sucedió; no exactamente del Movimiento del 68, ni de la matanza, sino de la creación de las condiciones para que sucedieran.
Todo lo que hay de información de la obra, yo lo corroboré. Leímos el último libro de Sergio Aguayo que se llama El 68, con mucha información que, al parecer, también usó Juan Tovar para escribir la obra.
NH: Pues es que también es una obra muy actual, ¿no?
Entre bromas comentamos que la escribió un día antes de presentarla porque tiene
todo, incluido el suceso del 3 de septiembre en
Rectoría.
RA: Bueno, en realidad, eso no lo escribió él, eso lo debe
haber hecho Carlos [Corona]. Le pidió a su asistente, Juan Celis, que le
investigara cosas similares, movimientos estudiantiles desde el 68 para acá.
Celis recabó la información y escribieron los agregados entre los dos. Luego,
Carlos, junto con el coreógrafo, seleccionó qué meter. Ninguna de las escenas de
los jóvenes existe en el texto original.
NH: Justamente las escenas de ellos son las que le
dan vida porque confrontan al espectador. Hubo un momento, en el final
prácticamente, cuando Steph y yo comentábamos que sí nos causó algo.
RA: ¡Claro! Si no se le daba esta vida (esta energía) a la
obra con la escena de los jóvenes se habría quedado en el puro
cartón, en el puro choro informativo. Así se hace un puente
maravilloso, la obra tiene un toque de alma y de reflexión.
NH: Es que además es visual porque están los
expresidentes viendo el presente. Están los tres, el pasado, el presente
ficticio con los jóvenes y el presente real con el
público.
Stephany Rocha (SR): Es la confrontación de la obra que
se hace con el público porque están jugando todo el tiempo con sus emociones y
obviamente los jóvenes son ese puente entre los presidentes y
nosotros.
RA: Me encantó toda esta parte nueva porque la obra se
dimensiona de otra forma. Aunque me parecía raro mezclar aquella ficción de
Diéguez y Flores con la realidad actual, ¿sabes? Esa es una sutileza que el
público no captó y, sin embargo, fue bien recibida precisamente porque no la
percibe. Si lo hiciera, diría “En el 68 hubo unas Olimpiadas en México. Entonces
no es México porque están hablando de las de Huaxilán ¿pero a poco en Huaxilán
también existía una UNAM? Además de la UNAM, se habla de Guadalajara, del
#yosoy132 y todas estas cosas muy específicas y locales. Es una sutileza que la
ficción permite. Inmediatamente, el público se ubicaba en Huaxilán, se
identificaba como huaxilano conforme se iban contando los acontecimientos. Ya
hasta chiste resultaba que incluso México ganó más medallas que
Huaxilán.
NH: Porque además se van estableciendo las relaciones
justamente por lexicalizaciones como “hacerte
huaje como buen huaxilano; hacerte
huaje”, es algo como muy mexicano, ¿no?
SR: A propósito, nos interesa saber cuál fue la
dificultad de desarrollar la faceta humana del
personaje.
RA: Pues mira, uno echa mano de la información que tiene.
A partir de ahí creas un personaje, también del trabajo con el director, porque
sí hay cosas que le afectan al personaje de la persona real como qué le pasó,
qué sentía cuando estaba en coma…
NH: Claro, eso es muy
interesante…
RA: Dentro de la impotencia, la incapacidad y la culpa de
haber permitido cosas, de su manera de ser presidente, sí pensaba que su
servicio a la patria como presidente era real. Aunque fue un vendepatria, él fue
el candidato de los trabajadores porque creía en ese tipo de movimientos y los
apoyó. Después, cuando empezaron “a
trepársele” los sindicatos, se deslindó y le cedió la resolución de
los problemas a Díaz Ordaz porque no sabía qué hacer.
SR: Ahí está su gran conflicto en creer en lo que
hacía, pero…
RA: Después
darse cuenta de que no estuvo bien lo que hizo y sentir la impotencia de no
poder remediarlo. Esa fue su gran… carga. Más que sus infidelidades, lo
verdaderamente importante en su vida fue su papel como servidor público. La
parte humana es creer que estaba haciendo lo mejor por el país, por los
trabajadores y luego enfrentarse con su incapacidad de resolver, y luego
enfermarse, y quedar inútil para hacer cualquier otra cosa. Eso sí fue fuerte.
Este ámbito sociopolítico en el que se permitía muchas cosas, que desencadenó la
invasión de la inteligencia norteamericana.
Si no se hubiera ido [muerto] a esa edad, si se hubiera quedado más viejito pues yo creo que sí hasta regaña a Díaz Ordaz y le diría “ya cabrón, mira lo que estás generando por incapaz”. Echeverría era su mala conciencia porque opinaba y hacía a Díaz Ordaz dudar y hasta concordar.
Yo considero que el inteligente ahí era López Mateos y el estúpido era Díaz Ordaz. Si se hubiera continuado la buena obra de aquél, si hubiera sabido qué hacer con los sindicatos, si hubiera sabido negociar y no hubiera permitido la intervención de la CIA, el país sería diferente a lo que es ahora. La presidencia de López Mateos es un parteaguas muy importante.
Si no se hubiera ido [muerto] a esa edad, si se hubiera quedado más viejito pues yo creo que sí hasta regaña a Díaz Ordaz y le diría “ya cabrón, mira lo que estás generando por incapaz”. Echeverría era su mala conciencia porque opinaba y hacía a Díaz Ordaz dudar y hasta concordar.
Yo considero que el inteligente ahí era López Mateos y el estúpido era Díaz Ordaz. Si se hubiera continuado la buena obra de aquél, si hubiera sabido qué hacer con los sindicatos, si hubiera sabido negociar y no hubiera permitido la intervención de la CIA, el país sería diferente a lo que es ahora. La presidencia de López Mateos es un parteaguas muy importante.
NH: En el sexenio de López Mateos se da el auge de la
cultura, la creación de museos, el ISSTE, y la creación de los libros de texto
gratuitos para primaria. Leí que López Mateos fue profesor rural, que estuvo en
campañas de alfabetización y que creía en la educación como un medio para
avanzar, no socialmente pero sí para desarrollarse como persona para llegar a
ser alguien realmente…
RA: Exactamente. Sí, se le salió de la mano y luego empezó
a parecer como represor porque Díaz Ordaz la única manera que tenía de resolver
era…
NH: …es que era muy
autoritaria…
RA: …era reprimiendo y en lugar de decir “[habla] con el
sindicato de ferrocarrileros, cabrón, con los médicos”. Hubo un momento en su
vida en el que ya no supo qué hacer y le cedió la presidencia desde antes a Díaz
Ordaz con nuestro sistema de “dedazo”, que no era meramente un
asunto de decisiones de gobierno.
NH: Acerca de Díaz Ordaz investigué asuntos de su
propia personalidad como que era un obsesivo del orden y de la disciplina;
entonces estas cuestiones psicológicas se manifestaban en ejemplos como su
prohibición del rock cuya razón, según los rumores, era que su hijo era rockero,
entonces esa fue su manera de castigarlo y a todos los
demás…
RA: Sí, exacto. Díaz Ordaz sentía que los jóvenes rockeros
y el rock eran algo así como… Sí, cosas de vándalos, drogas y
alcohol.
NH: Era el libertinaje. Justamente es el
contraste entre padre e hijo. Con Díaz Ordaz el orden y la disciplina son
prácticas llevadas al paroxismo.
En perspectiva, y teniendo en cuenta
que se trataba de dos grupos de edad, posiblemente hayas sido un niño ¿cómo
viviste este momento histórico?, tal vez sin la conciencia plena de lo que
estaba pasando en ese momento y ¿cómo lo ves ahora con toda la información que
ha salido?
RA: Mira, afortunadamente, tengo vivencias. Yo tengo 55
años, o sea que en el 68 yo tenía 5 y, sin embargo, me acuerdo perfectamente de
varias cosas. Por ejemplo, me acuerdo de toda la manipulación que había en la
televisión. Esto lo comprendí después, ya en el 78, cuando yo ya estaba en la
universidad. Entré al CCH Azcapotzalco en el 78, entonces yo era comunista
de “hueso colorado”, yo
amo al Che, por eso mi hijo se llama Rojo, porque me decían “eres un rojillo,
ya bájale a tu lado izquierdista”. Yo pertenecía al PC, al Partido Comunista
del CCH del 78; hacíamos pintas, marchas e incluso llegué a trabajar para una
revista anarquista llamada Tierra y Libertad después de entrar
a la Facultad de Ciencias Políticas. Ahí escribía artículos, ya después dejé la
carrera a la mitad y me metí a teatro.
NH: ¿Qué carrera era?
RA: Ciencias Políticas. Yo quería ser presidente de la
república. Estaba estudiando Administración Pública. Ya lo fui [presidente en la
obra, bromea.] Lástima que mis papás no lo vieron, y vaya qué presidente. Pues
en ese momento desistí porque me decían “no, con tu manera de pensar, jamás vas
a poder hacer nada en el sistema político mexicano. Vas a tener que cambiarlo”,
pero encontré otro camino. El caso es que de niño viví aterrado durante 1968
porque a la gente, al pueblo en general, a mis papás, les metieron en la cabeza
que los estudiantes eran unos asesinos. Antes salíamos a la calle a jugar, sin
problema alguno pero mi mamá me decía “ya métete, ya van a venir los
estudiantes”. Y era así de “¡aaay cabrón!, los estudiantes y
córrele”.
NH: Los estigmatizaron.
RA: Claro, sí. La versión que daban en la televisión y en
la radio era que los estudiantes habían quemado camiones en el centro. Yo llegué
a ver uno quemarse ahí, y sí los quemaban, pero era para defenderse de la
represión. Y nos asustaban [los medios]. Mi mamá nos amenazaba para que nos
metiéramos a la casa.
NH: El ambiente mismo estaba enrarecido,
¿no?
RA: Sí, claro. Veías reuniones de chavos, incluso de la
edad de mi hijo [adolescente], y daba miedo porque no fuera a ser que sacaran
palos y cadenas. En esa época salieron grupos de cadeneros en las colonias,
chavos banda. Afortunadamente, yo era de un barrio banda, entonces estaba
protegido. Nunca fui de pelea, sí era de mucha protesta, de pintas, de gritar y
de tomar el Zócalo. Estuve en la conmemoración de los diez años del 68 en
Tlatelolco haciendo pintas y mantas en el piso para hacer nuestra marcha. La
primera a la que asistí de manera oficial como activista comunista iba a salir
de Tlatelolco, de la Plaza de las Tres Culturas. Se hace cada año.
Comprendí bastante bien que había varias versiones de lo sucedido. Luego, con las películas y con documentales, vas sabiendo quién demonios es el responsable y que está vivo.
Dices cómo es posible que, por un lado, la juventud esté todavía como indecisa, porque sí hay brotes ahora con el 132 y ahora fuera porros de la UNAM y de repente dices “todavía en el 78 nos sentíamos capaces de cambiar el sistema”, todavía yo, en el 88, cuando voté por Cuauhtémoc [Cárdenas], ya era sí, ya vamos a cambiar y nada y otra vez nada y otro sexenio y otro fraude.
Mi papá me decía “mira, de que entren estos, que ya son ricos a otros que van a venir a hacer lo mismo y hacerse ricos, mejor voto por estos que van a robar menos”. Esa era la lógica, porque así estaba ya el pueblo. Desde mucho antes de López Mateos.
Comprendí bastante bien que había varias versiones de lo sucedido. Luego, con las películas y con documentales, vas sabiendo quién demonios es el responsable y que está vivo.
Dices cómo es posible que, por un lado, la juventud esté todavía como indecisa, porque sí hay brotes ahora con el 132 y ahora fuera porros de la UNAM y de repente dices “todavía en el 78 nos sentíamos capaces de cambiar el sistema”, todavía yo, en el 88, cuando voté por Cuauhtémoc [Cárdenas], ya era sí, ya vamos a cambiar y nada y otra vez nada y otro sexenio y otro fraude.
Mi papá me decía “mira, de que entren estos, que ya son ricos a otros que van a venir a hacer lo mismo y hacerse ricos, mejor voto por estos que van a robar menos”. Esa era la lógica, porque así estaba ya el pueblo. Desde mucho antes de López Mateos.
NH: Sí, desde la
Revolución.
RA: Sí, desde la Revolución para acá empezó a generarse
eso y por supuesto que ya la gente así nacía. Los que votaban, votaban por el
PRI. El voto de la mujer igual. “Vota por él”, le decía el marido. El voto libre
y secreto de la mujer no está siendo ejercido sino hasta hace dos o tres
[sexenios] para acá. Después de la mentalidad del feminismo, del empoderamiento
de la mujer y de la integración de la mujer a la universidad y con la
integración de la mujer a la vida pública como servidor público, como generador
de ideas y con libertades mucho más... visibles.
NH: Ahora, hilando todo esto con tus vivencias, con tu
personaje, luego de participar en La hecatombe, ¿cuál es tu
opinión sobre la relación entre el poder y la población
estudiantil?
RA: ¡Ah, buenísimo! Yo siempre he creído en la juventud
informada. Ese es el tema, para mí el punto importante. Creo que la juventud no
está preparada para relacionarse con el poder precisamente por la falta de
información o por la falta de interés. ¿Quiénes son los jóvenes? No sólo son
los que estudian, los jóvenes también son los sicarios, los jóvenes también son
los albañiles que trabajan, los chavos que nacen en comunidades lejanas sin
oportunidad de estudiar. Es horrible, pero los criterios de cada esfera social
no son los mismos y son inunificables. Ustedes como jóvenes universitarios se
están preparando y empiezan a ver el mundo con esas referencias y desde ese
punto. Pero los chavos que se tienen que ir a Estados Unidos de mojados pues no
tienen ni la preparación, ni la conciencia sociopolítica, ni menos el interés.
Ellos quieren sobrevivir. Es la contradicción entre una juventud formada y esta
otra, aunado con el porcentaje que está dispuesto a enfrentarse con el sistema
para modificarlo, para reclamarle.
SR: En resumen, en primer lugar, falta de información,
en segundo, apatía.
RA: Falta de información y falta de posibilidades. Están
tan ocupados… hubo una época en que nos tenían tan distraídos en muchas cosas,
que sólo podíamos dedicarnos a una. Eso es como una incapacidad, porque pues hay
que trabajar para ir a la escuela. Ustedes deben saberlo mejor que yo, conforme
se va encareciendo todo. Por ejemplo, yo me pasé la mitad de mi carrera de
teatro haciendo obras los fines de semana y te dicen “hoy hay una marcha”, y
dices “oye, no mames a qué hora haces todo, tengo que trabajar, tengo funciones
acá, tengo que pagar…”
NH: La obra es claramente temática, entonces, ¿crees
que podría ser atemporal, que se convierta en un tema universal, y que se pueda
ver en cualquier momento del año o que sea algo que vamos a ver sólo el 2 de
octubre?
RA: Yo creo que la obra contiene elementos muy definidos
con respecto a la época y al contexto en el que se representó en estos festejos;
sin embargo, creo también que se puede presentar como un documental que puedes
ver para tener nuevos referentes, para refrescarte y decir “¡ay!, ¿qué era lo
que pasaba?”. El teatro es efímero, pero creo que todas las obras de teatro, no
sólo ésta, se pueden presentar en cualquier momento y se pueden
actualizar per sé, o sea, en sí mismas. Por ejemplo, ésta, si no
hubiera estado el director, no hubiéramos metido toda esta parte de la
actualidad, este puente brillante que creó. Aun así, el público lo hubiera
visto como un cuento, como una historia que sucedió y quién sabe si hubiéramos
llegado al público después de verla, si hubiéramos logrado que reflexionaran
sobre lo que es su actualidad. Esa es la cosa brillante que tiene la aparición
de los jóvenes y es un piquete de ojos a los demás para que se
den cuenta y hagan algo. Por eso creo que sí se podría representar en cualquier
momento.
NH: Finalmente, ¿cuáles eran tus expectativas con esta
obra y con el personaje de Flores?, ¿se cumplieron o
no?
RA: Sí, se vieron rebasadas. Primero, mis expectativas
eran recordarme a mí mismo en cada participación.
NH: …o sea, tu contribución a la
sociedad…
RA: A los jóvenes no sé qué tanto haya servido
algún “choro que me
eché” en alguna asamblea, en algún paro, en las huelgas de la UNAM,
cuando estuve en los paros haciendo guardias, marchas, pintas, o sea,
ese “granito de
arena” de Cancún. Espero que sí haya servido de algo, y más ahora;
cuando vi que haríamos una obra del 68 pensé que iba a ser importante, que algo
dejaría. Cuando se empieza a ligar con lo ocurrido actualmente, me rebasó. Creo
que, por lo menos, voy a llamar la atención de lo que sucedió en el periodo,
para que reflexionemos sobre lo que pasa ahora.
NH: Y además traer al presente a este personaje, a
López Mateos…
RA: Pues sí, es de los olvidados.
NH: Pasa sin pena ni gloria; tristemente, para nuestro
país, Díaz Ordaz es el célebre, hasta quitaron las placas del
Metro.
RA: Sí, exacto, de ahí ya no te acuerdas de nadie sino de
Salinas.
NH: O de López Portillo y su discurso del
peso.
RA: Sí, son esas cositas, por eso, frase célebre, tal,
porque ésas son con las que se queda el pueblo y uno no sigue investigando sobre
eso, sobre la trascendencia de eso, sobre lo que significó aquello que dijo. O
sea, de pendejo no va a pasar [López Mateos].
Iván Allende: Más con estas nuevas generaciones que se
van deslindando cada vez más de la historia.
RA: Está bien cabrón el futuro que viene y entonces sí, yo
joven qué voy a pensar en el poder, lo tengo que sobrevivir, entonces sí tengo
que prepararme y a ver si tengo tiempo de hacer algo. Sobrevivir a nuestra
propia realidad nos quita 99% de tiempo y el otro 1% dormimos. Entonces no queda
más que preparar a estas generaciones… Entonces mi aportación como ente social
es desde el teatro.
Fotografía del autor: Iván Allende
NANCY HERNÁNDEZ GARCÍA (Cuautla, Mor., 1990). Maestra en Letras Mexicanas por la UNAM, escribe la columna “hojasueltas” en la revista digital Amarcafé y ganó el Premio Bitácora de Vuelos Ediciones 2018 en la categoría de “Ensayo” con el libro Palabra e imagen en Morirás lejos. Un acercamiento a José Emilio Pacheco, publicado en esa editorial.
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