ENTREVISTA Cincuenta años después del 68: La hecatombe (I/III) | Nancy Hernández y Stephany Rocha


El pasado 2 de octubre (2018), se conmemoró un aniversario más de la matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, medio siglo para ser exactos. La oferta cultural estuvo llena de eventos al respecto; el paso del tiempo ha servido para que tanto los jóvenes de las nuevas generaciones como quienes vivieron los acontecimientos de 1968, reflexionemos sobre lo sucedido con perspectivas y criterios más amplios. Como parte de dicha oferta, en el Foro Sor Juana Inés de la Cruz de la UNAM se presentó la obra de teatro La hecatombe, del dramaturgo Juan Tovar.
          La obra resultó conmovedora por varias razones: en primer lugar, al presentarse en un espacio universitario; en segundo, al momento de la puesta en escena había transcurrido medio siglo, lo cual la tornaba en un suceso significativo y en tercer lugar, la comunidad universitaria aún estaba electrizada por la violencia presenciada el 3 de septiembre en las inmediaciones de Rectoría, en Ciudad Universitaria. Dicho lo anterior, se entiende que la sensibilidad del público estaba expuesta, por decir lo menos. A lo anterior, se suma que el escenario estaba dispuesto de tal forma que los espectadores estaban muy cerca de los actores y podían ver frente a sí cómo se desarrollaba la acción. Cinco actores, divididos en dos grupos, fueron los encargados de realizar juntamente con el público el ejercicio de imaginación propuesto por Juan Tovar. Por un lado, estaban los expresidentes Flores, Diéguez y Covarrubias, alter egos de Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría, y por el otro, dos jóvenes, hombre y mujer, que representaban a Beatriz y Virgilio. El primer grupo estaba sobre una tarima semicircular donde había dos sillas presidenciales maltrechas y raídas. En cambio, los actores jóvenes pasaron la mayoría del tiempo en el piso, al mismo nivel que el público.
          Los presidentes son el pasado de la república de Huaxilán, muy parecida, casi idéntica, a nuestra República Mexicana; ahora están en el círculo del Infierno confinado a los traidores, a los vende patria. La carga moral de esos funcionarios públicos, por sus malos servicios, es pesada, casi insoportable. Sin embargo, gracias al trabajo actoral y a la dirección de Carlos Corona, es posible humanizar a estos personajes de la historia política mexicana y pensar por qué se llegó al extremo de asesinar a los estudiantes que luchaban por mejorar su país y la educación a la que tenían derecho. Por su parte, Beatriz y Virgilio fueron los personajes que representaron a la juventud, quienes hicieron que el público pudiera establecer las conexiones entre el pasado (expresidentes) y el presente. Ellos fueron la bisagra para lograr el efecto de contraposición de imágenes.
          Fue así que después de ver La hecatombe nos surgió la idea de escribir un artículo y complementarlo con entrevistas al elenco. Los actores que aceptaron amablemente fueron Rodolfo Arias (Lic. López) y Jorge Ávalos (Lic. Diéguez); además del director Carlos Corona. Las entrevistas se irán presentando una por una y conforme se realizaron. Así pues, empezamos con Rodolfo Arias.

NANCY HERNÁNDEZ (NH): ¿Qué significó para ti representar tu personaje? porque quien resalta evidentemente es Diéguez, el alter ego de Díaz Ordaz; físicamente es más identificable. Para saber quién era Flores, alter ego de Adolfo López Mateos dentro de la obra, tuve que investigar. Una vez hecho, nos dimos cuenta del gran trabajo que realizaste como actor, pero, dentro de esta obra, ¿cómo fue la preparación para ti y ahora, en retrospectiva, qué significa?

RODOLFO ARIAS (RA): Bueno, sí hay trabajo a partir del texto que escribió Juan Tovar, a partir de la versión que él tiene de los hechos, porque no es nueva o no sé si lo sea pero seguramente la autorizó. Hubo una investigación con respecto al Movimiento y su significado, con ello ideó toda esta historia. La documentación que pudo haber adquirido él para apoyarse, la desconocemos. Entonces, el personaje de Flores está basado en un personaje real que existió. Lo que hice como trabajo fue investigar previamente sobre la personalidad [de Adolfo López Mateos] y sus características físicas. Digo, por algo nos escogieron, ¿no?, porque hay más o menos el parecido. Como decía, investigué sobre su carácter, cómo pensaba o cómo era. Afortunadamente, ahora tenemos Internet y ahí hay una gran cantidad de cosas. En mis enciclopedias pude ver qué más [agregar] y generé un perfil del personaje. Tomar en cuenta la opinión del director y de los compañeros y tratar de acercar al personaje al real sin dejar de pensar que es una parodia: no es López Mateos. A partir de ahí, esto me permite una libertad de interpretación, de enjuiciar los hechos y tomar partido desde un punto de vista que yo, como actor, le doy al personaje.
          Mi personaje juzga el hecho [el Movimiento del 68] de tal manera que sí llegó un momento en que ya de plano decía: “¿Cómo es posible que hayas hecho eso?, ¿qué tenías en la cabeza?, ¿por qué esa tontería?, ¿por qué no denunciaste los hechos?, ¿por qué no…?”. Esta una postura de este personaje en particular, no de López Mateos, sí de Flores, que tiene que ver con la mía.

NH: Ya se mezclan Rodolfo Arias y el personaje…

RA: Ah, sí, claro. Eso que es lo que hace que el contenido de la obra tome un volumen más amplio, porque si yo lo hago simplemente como está en el texto…

NH: Acartonado…

RA: … no pasa nada, no hay conflicto, no se pone “la creé de un lado o de otro”, no dice “ay sí, mira, este Flores está tratando como menso, pendejo, a Diéguez”. Eso es con respecto a la creación del personaje. También vi muchas fotos, muchos videos, vi cómo hablaba, cómo caminaba, cómo se vestía. De hecho, la vestuarista también tuvo que hacer su investigación y es típico, ¿no?, era un ligador; por ejemplo, hay un video de entonces donde el embajador de Estados Unidos en México los invita a Díaz Ordaz, que era su secretario de gobierno, y a él a ser testigos de su boda. El embajador llega, López Mateos baja de su limusina y va Díaz Ordaz atrás de él así como [gesto severo]. Lo primero que hace el presidente es irse sobre las chavas que estaban ahí en la comitiva de la recepción, a saludarlas una por una y de beso con una actitud muy de… de írseles encima, a pesar de que era casado. En las escenas que hay de este momento todo el tiempo él se ve platicando con mujeres. López Mateos tiene esta actitud que se puede interpretar como frivolidad; él era el rey, esa era una manera de ser del presidente. Además, estaba apoyado por Estados Unidos. Por primera vez en nuestra historia se deja entrar a la inteligencia norteamericana en todos los campos de la política…

NH: También tenía a su favor el don de la palabra porque era un extraordinario orador…

RA: Le gustaba mucho la poesía, era muy elocuente, muy inteligente y también muy frívolo; tanto, que había momentos en que ¡pum! [chasquido de dedos] se subía a su Maserati, se escapaba de la guardia presidencial y se iba con sus cuates a Acapulco para irse de fiesta.
          Ese fue un gobierno que estaba lleno de muchos matices. Efectivamente, la obra de su vida, como dice Flores en La hecatombe, se cifró en el abandono de muchas cosas que se atravesaron, como Echeverría, por ejemplo, quien ya estaba puestísimo [para ganar poder]. Hubo momentos en los que dijo “Díaz Ordaz, tú resuelve el conflicto”, y aquél a reprimir y a reprimir. Entonces, López Mateos sí tiene una gran responsabilidad de lo que sucedió; no exactamente del Movimiento del 68, ni de la matanza, sino de la creación de las condiciones para que sucedieran.
          Todo lo que hay de información de la obra, yo lo corroboré. Leímos el último libro de Sergio Aguayo que se llama El 68, con mucha información que, al parecer, también usó Juan Tovar para escribir la obra.

NH: Pues es que también es una obra muy actual, ¿no? Entre bromas comentamos que la escribió un día antes de presentarla porque tiene todo, incluido el suceso del 3 de septiembre en Rectoría.

RA: Bueno, en realidad, eso no lo escribió él, eso lo debe haber hecho Carlos [Corona]. Le pidió a su asistente, Juan Celis, que le investigara cosas similares, movimientos estudiantiles desde el 68 para acá. Celis recabó la información y escribieron los agregados entre los dos. Luego, Carlos, junto con el coreógrafo, seleccionó qué meter. Ninguna de las escenas de los jóvenes existe en el texto original.

NH: Justamente las escenas de ellos son las que le dan vida porque confrontan al espectador. Hubo un momento, en el final prácticamente, cuando Steph y yo comentábamos que sí nos causó algo.

RA: ¡Claro! Si no se le daba esta vida (esta energía) a la obra con la escena de los jóvenes se habría quedado en el puro cartón, en el puro choro informativo. Así se hace un puente maravilloso, la obra tiene un toque de alma y de reflexión.

NH: Es que además es visual porque están los expresidentes viendo el presente. Están los tres, el pasado, el presente ficticio con los jóvenes y el presente real con el público.

Stephany Rocha (SR): Es la confrontación de la obra que se hace con el público porque están jugando todo el tiempo con sus emociones y obviamente los jóvenes son ese puente entre los presidentes y nosotros.

RA: Me encantó toda esta parte nueva porque la obra se dimensiona de otra forma. Aunque me parecía raro mezclar aquella ficción de Diéguez y Flores con la realidad actual, ¿sabes? Esa es una sutileza que el público no captó y, sin embargo, fue bien recibida precisamente porque no la percibe. Si lo hiciera, diría “En el 68 hubo unas Olimpiadas en México. Entonces no es México porque están hablando de las de Huaxilán ¿pero a poco en Huaxilán también existía una UNAM? Además de la UNAM, se habla de Guadalajara, del #yosoy132 y todas estas cosas muy específicas y locales. Es una sutileza que la ficción permite. Inmediatamente, el público se ubicaba en Huaxilán, se identificaba como huaxilano conforme se iban contando los acontecimientos. Ya hasta chiste resultaba que incluso México ganó más medallas que Huaxilán.

NH: Porque además se van estableciendo las relaciones justamente por lexicalizaciones como “hacerte huaje como buen huaxilano; hacerte huaje”, es algo como muy mexicano, ¿no?

SR: A propósito, nos interesa saber cuál fue la dificultad de desarrollar la faceta humana del personaje.

RA: Pues mira, uno echa mano de la información que tiene. A partir de ahí creas un personaje, también del trabajo con el director, porque sí hay cosas que le afectan al personaje de la persona real como qué le pasó, qué sentía cuando estaba en coma…

NH: Claro, eso es muy interesante…

RA: Dentro de la impotencia, la incapacidad y la culpa de haber permitido cosas, de su manera de ser presidente, sí pensaba que su servicio a la patria como presidente era real. Aunque fue un vendepatria, él fue el candidato de los trabajadores porque creía en ese tipo de movimientos y los apoyó. Después, cuando empezaron “a trepársele” los sindicatos, se deslindó y le cedió la resolución de los problemas a Díaz Ordaz porque no sabía qué hacer.

SR: Ahí está su gran conflicto en creer en lo que hacía, pero…

RA: Después darse cuenta de que no estuvo bien lo que hizo y sentir la impotencia de no poder remediarlo. Esa fue su gran… carga. Más que sus infidelidades, lo verdaderamente importante en su vida fue su papel como servidor público. La parte humana es creer que estaba haciendo lo mejor por el país, por los trabajadores y luego enfrentarse con su incapacidad de resolver, y luego enfermarse, y quedar inútil para hacer cualquier otra cosa. Eso sí fue fuerte. Este ámbito sociopolítico en el que se permitía muchas cosas, que desencadenó la invasión de la inteligencia norteamericana.
          Si no se hubiera ido [muerto] a esa edad, si se hubiera quedado más viejito pues yo creo que sí hasta regaña a Díaz Ordaz y le diría “ya cabrón, mira lo que estás generando por incapaz”. Echeverría era su mala conciencia porque opinaba y hacía a Díaz Ordaz dudar y hasta concordar.
          Yo considero que el inteligente ahí era López Mateos y el estúpido era Díaz Ordaz. Si se hubiera continuado la buena obra de aquél, si hubiera sabido qué hacer con los sindicatos, si hubiera sabido negociar y no hubiera permitido la intervención de la CIA, el país sería diferente a lo que es ahora. La presidencia de López Mateos es un parteaguas muy importante.

NH: En el sexenio de López Mateos se da el auge de la cultura, la creación de museos, el ISSTE, y la creación de los libros de texto gratuitos para primaria. Leí que López Mateos fue profesor rural, que estuvo en campañas de alfabetización y que creía en la educación como un medio para avanzar, no socialmente pero sí para desarrollarse como persona para llegar a ser alguien realmente…

RA: Exactamente. Sí, se le salió de la mano y luego empezó a parecer como represor porque Díaz Ordaz la única manera que tenía de resolver era…

NH: …es que era muy autoritaria…

RA: …era reprimiendo y en lugar de decir “[habla] con el sindicato de ferrocarrileros, cabrón, con los médicos”. Hubo un momento en su vida en el que ya no supo qué hacer y le cedió la presidencia desde antes a Díaz Ordaz con nuestro sistema de “dedazo”, que no era meramente un asunto de decisiones de gobierno.

NH: Acerca de Díaz Ordaz investigué asuntos de su propia personalidad como que era un obsesivo del orden y de la disciplina; entonces estas cuestiones psicológicas se manifestaban en ejemplos como su prohibición del rock cuya razón, según los rumores, era que su hijo era rockero, entonces esa fue su manera de castigarlo y a todos los demás…

RA: Sí, exacto. Díaz Ordaz sentía que los jóvenes rockeros y el rock eran algo así como… Sí, cosas de vándalos, drogas y alcohol.

NH: Era el libertinaje. Justamente es el contraste entre padre e hijo. Con Díaz Ordaz el orden y la disciplina son prácticas llevadas al paroxismo. En perspectiva, y teniendo en cuenta que se trataba de dos grupos de edad, posiblemente hayas sido un niño ¿cómo viviste este momento histórico?, tal vez sin la conciencia plena de lo que estaba pasando en ese momento y ¿cómo lo ves ahora con toda la información que ha salido?

RA: Mira, afortunadamente, tengo vivencias. Yo tengo 55 años, o sea que en el 68 yo tenía 5 y, sin embargo, me acuerdo perfectamente de varias cosas. Por ejemplo, me acuerdo de toda la manipulación que había en la televisión. Esto lo comprendí después, ya en el 78, cuando yo ya estaba en la universidad. Entré al CCH Azcapotzalco en el 78, entonces yo era comunista de “hueso colorado”, yo amo al Che, por eso mi hijo se llama Rojo, porque me decían “eres un rojillo, ya bájale a tu lado izquierdista”. Yo pertenecía al PC, al Partido Comunista del CCH del 78; hacíamos pintas, marchas e incluso llegué a trabajar para una revista anarquista llamada Tierra y Libertad después de entrar a la Facultad de Ciencias Políticas. Ahí escribía artículos, ya después dejé la carrera a la mitad y me metí a teatro.

NH: ¿Qué carrera era?

RA: Ciencias Políticas. Yo quería ser presidente de la república. Estaba estudiando Administración Pública. Ya lo fui [presidente en la obra, bromea.] Lástima que mis papás no lo vieron, y vaya qué presidente. Pues en ese momento desistí porque me decían “no, con tu manera de pensar, jamás vas a poder hacer nada en el sistema político mexicano. Vas a tener que cambiarlo”, pero encontré otro camino. El caso es que de niño viví aterrado durante 1968 porque a la gente, al pueblo en general, a mis papás, les metieron en la cabeza que los estudiantes eran unos asesinos. Antes salíamos a la calle a jugar, sin problema alguno pero mi mamá me decía “ya métete, ya van a venir los estudiantes”. Y era así de “¡aaay cabrón!, los estudiantes y córrele”.

NH: Los estigmatizaron.

RA: Claro, sí. La versión que daban en la televisión y en la radio era que los estudiantes habían quemado camiones en el centro. Yo llegué a ver uno quemarse ahí, y sí los quemaban, pero era para defenderse de la represión. Y nos asustaban [los medios]. Mi mamá nos amenazaba para que nos metiéramos a la casa.

NH: El ambiente mismo estaba enrarecido, ¿no?

RA: Sí, claro. Veías reuniones de chavos, incluso de la edad de mi hijo [adolescente], y daba miedo porque no fuera a ser que sacaran palos y cadenas. En esa época salieron grupos de cadeneros en las colonias, chavos banda. Afortunadamente, yo era de un barrio banda, entonces estaba protegido. Nunca fui de pelea, sí era de mucha protesta, de pintas, de gritar y de tomar el Zócalo. Estuve en la conmemoración de los diez años del 68 en Tlatelolco haciendo pintas y mantas en el piso para hacer nuestra marcha. La primera a la que asistí de manera oficial como activista comunista iba a salir de Tlatelolco, de la Plaza de las Tres Culturas. Se hace cada año.
          Comprendí bastante bien que había varias versiones de lo sucedido. Luego, con las películas y con documentales, vas sabiendo quién demonios es el responsable y que está vivo.
          Dices cómo es posible que, por un lado, la juventud esté todavía como indecisa, porque sí hay brotes ahora con el 132 y ahora fuera porros de la UNAM y de repente dices “todavía en el 78 nos sentíamos capaces de cambiar el sistema”, todavía yo, en el 88, cuando voté por Cuauhtémoc [Cárdenas], ya era sí, ya vamos a cambiar y nada y otra vez nada y otro sexenio y otro fraude.
          Mi papá me decía “mira, de que entren estos, que ya son ricos a otros que van a venir a hacer lo mismo y hacerse ricos, mejor voto por estos que van a robar menos”. Esa era la lógica, porque así estaba ya el pueblo. Desde mucho antes de López Mateos.

NH: Sí, desde la Revolución.

RA: Sí, desde la Revolución para acá empezó a generarse eso y por supuesto que ya la gente así nacía. Los que votaban, votaban por el PRI. El voto de la mujer igual. “Vota por él”, le decía el marido. El voto libre y secreto de la mujer no está siendo ejercido sino hasta hace dos o tres [sexenios] para acá. Después de la mentalidad del feminismo, del empoderamiento de la mujer y de la integración de la mujer a la universidad y con la integración de la mujer a la vida pública como servidor público, como generador de ideas y con libertades mucho más... visibles.

NH: Ahora, hilando todo esto con tus vivencias, con tu personaje, luego de participar en La hecatombe, ¿cuál es tu opinión sobre la relación entre el poder y la población estudiantil?

RA: ¡Ah, buenísimo! Yo siempre he creído en la juventud informada. Ese es el tema, para mí el punto importante. Creo que la juventud no está preparada para relacionarse con el poder precisamente por la falta de información o por la falta de interés. ¿Quiénes son los jóvenes? No sólo son los que estudian, los jóvenes también son los sicarios, los jóvenes también son los albañiles que trabajan, los chavos que nacen en comunidades lejanas sin oportunidad de estudiar. Es horrible, pero los criterios de cada esfera social no son los mismos y son inunificables. Ustedes como jóvenes universitarios se están preparando y empiezan a ver el mundo con esas referencias y desde ese punto. Pero los chavos que se tienen que ir a Estados Unidos de mojados pues no tienen ni la preparación, ni la conciencia sociopolítica, ni menos el interés. Ellos quieren sobrevivir. Es la contradicción entre una juventud formada y esta otra, aunado con el porcentaje que está dispuesto a enfrentarse con el sistema para modificarlo, para reclamarle.

SR: En resumen, en primer lugar, falta de información, en segundo, apatía.

RA: Falta de información y falta de posibilidades. Están tan ocupados… hubo una época en que nos tenían tan distraídos en muchas cosas, que sólo podíamos dedicarnos a una. Eso es como una incapacidad, porque pues hay que trabajar para ir a la escuela. Ustedes deben saberlo mejor que yo, conforme se va encareciendo todo. Por ejemplo, yo me pasé la mitad de mi carrera de teatro haciendo obras los fines de semana y te dicen “hoy hay una marcha”, y dices “oye, no mames a qué hora haces todo, tengo que trabajar, tengo funciones acá, tengo que pagar…”

NH: La obra es claramente temática, entonces, ¿crees que podría ser atemporal, que se convierta en un tema universal, y que se pueda ver en cualquier momento del año o que sea algo que vamos a ver sólo el 2 de octubre?

RA: Yo creo que la obra contiene elementos muy definidos con respecto a la época y al contexto en el que se representó en estos festejos; sin embargo, creo también que se puede presentar como un documental que puedes ver para tener nuevos referentes, para refrescarte y decir “¡ay!, ¿qué era lo que pasaba?”. El teatro es efímero, pero creo que todas las obras de teatro, no sólo ésta, se pueden presentar en cualquier momento y se pueden actualizar per sé, o sea, en sí mismas. Por ejemplo, ésta, si no hubiera estado el director, no hubiéramos metido toda esta parte de la actualidad, este puente brillante que creó. Aun así, el público lo hubiera visto como un cuento, como una historia que sucedió y quién sabe si hubiéramos llegado al público después de verla, si hubiéramos logrado que reflexionaran sobre lo que es su actualidad. Esa es la cosa brillante que tiene la aparición de los jóvenes y es un piquete de ojos a los demás para que se den cuenta y hagan algo. Por eso creo que sí se podría representar en cualquier momento.

NH: Finalmente, ¿cuáles eran tus expectativas con esta obra y con el personaje de Flores?, ¿se cumplieron o no?

RA: Sí, se vieron rebasadas. Primero, mis expectativas eran recordarme a mí mismo en cada participación.

NH: …o sea, tu contribución a la sociedad…

RA: A los jóvenes no sé qué tanto haya servido algún “choro que me eché” en alguna asamblea, en algún paro, en las huelgas de la UNAM, cuando estuve en los paros haciendo guardias, marchas, pintas, o sea, ese “granito de arena” de Cancún. Espero que sí haya servido de algo, y más ahora; cuando vi que haríamos una obra del 68 pensé que iba a ser importante, que algo dejaría. Cuando se empieza a ligar con lo ocurrido actualmente, me rebasó. Creo que, por lo menos, voy a llamar la atención de lo que sucedió en el periodo, para que reflexionemos sobre lo que pasa ahora.

NH: Y además traer al presente a este personaje, a López Mateos…

RA: Pues sí, es de los olvidados.

NH: Pasa sin pena ni gloria; tristemente, para nuestro país, Díaz Ordaz es el célebre, hasta quitaron las placas del Metro.

RA: Sí, exacto, de ahí ya no te acuerdas de nadie sino de Salinas.

NH: O de López Portillo y su discurso del peso.

RA: Sí, son esas cositas, por eso, frase célebre, tal, porque ésas son con las que se queda el pueblo y uno no sigue investigando sobre eso, sobre la trascendencia de eso, sobre lo que significó aquello que dijo. O sea, de pendejo no va a pasar [López Mateos].

Iván Allende: Más con estas nuevas generaciones que se van deslindando cada vez más de la historia.

RA: Está bien cabrón el futuro que viene y entonces sí, yo joven qué voy a pensar en el poder, lo tengo que sobrevivir, entonces sí tengo que prepararme y a ver si tengo tiempo de hacer algo. Sobrevivir a nuestra propia realidad nos quita 99% de tiempo y el otro 1% dormimos. Entonces no queda más que preparar a estas generaciones… Entonces mi aportación como ente social es desde el teatro.

Fotografía del autor: Iván Allende

STEPHANY ROCHA nació en la Ciudad de México. Estudió literatura hispánica y es maestra en Letras Mexicanas. Es amante de los géneros breves. Ha escrito en revistas académicas y recientemente se ha interesado en incursionar en la cuentística.

NANCY HERNÁNDEZ GARCÍA (Cuautla, Mor., 1990). Maestra en Letras Mexicanas por la UNAM, escribe la columna “hojasueltas” en la revista digital Amarcafé y ganó el Premio Bitácora de Vuelos Ediciones 2018 en la categoría de “Ensayo” con el libro Palabra e imagen en Morirás lejos. Un acercamiento a José Emilio Pacheco, publicado en esa editorial.

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