1. TRES
ENCUENTROS
Conocí
al poeta José Ángel Leyva en un lugar insólito: el Circo Volador. Me lo
presentó el incansable H. Pascal, director del proyecto Goliardos y Nomás los
Muertos Están Bien Contentos. Ambos nos sorprendimos: yo de intercambiar
algunas palabras con un poeta reconocido en un maratón de música dark; él, saber
que, más allá de los estigmas mediáticos, el movimiento oscuro consumía y
generaba grandes cantidades de literatura. Aprecié mucho que José Ángel Leyva
fuera “otro” joven más: sin esa arrogancia tan común en los artistas de
renombre. Los libros que marcaron este encuentro fueron Entresueños, premio nacional de Poesía “Olga Arias”, y Catulo en el Destierro. Mi favorito es
el primero, pero en el segundo se encuentra uno de esos poemas que me aprendí
de memoria:
Soy
un
manojo de llaves
para
abrir todas las puertas
que
dan hacia ningún lado
Muchos
años más tarde, reencontré a José Ángel Leyva en otro lugar insólito: la
Facultad de Economía de la UNAM. En esta ocasión, me lo presentó la poeta
Mariángeles Comesaña. Vaya sorpresa. Con algunas excepciones como Kyra Galván, Antonio
Deltoro y Víctor Manuel Mendiola, los economistas (en especial, los creyentes
del modelo neoclásico) son indolentes a la creación artística, ya que ésta significa
“pasar” el tiempo sin hacer nada productivo; es decir, sin recibir un salario a
cambio del trabajo realizado. Contra todas las expectativas, el taller de
poesía de José Ángel Leyva duró cerca de diez años. Su entrega desinteresada,
su amor por el oficio de poeta, hizo florecer el desierto del homo œconomicus. Si algo lamento de corazón
es no haber sido un miembro activo de este grupo: a lo sumo, sólo asistí en un
par de ocasiones. Al menos, descubrí que ambos teníamos un amigo en común (el
poeta Julián Castruita) y, por otro lado, me autografío Aguja, en el cual descubrí el poema Nagual 10 (Poeta):
Al
final uno se convierte en lo que escribe
o
no con mano propia
Quién
habrá de creer en tu nagual
si
no olfatea el temblor de la imagen aterida
muerta
de miedo ante los ojos que la observan
Chorro
de sombras sin control
en
busca de lo nuevo
La
desmemoria pone al corazón en una trampa
No
volamos ni anduvimos con las branquias puestas
En
el papel desierto
uno
recuerda la forma de cazar la liebre
de
hacer sandalias con piel de los reptiles
de
mudar por dentro antes del alba
Levantas
la tapa y ves tu propia muerte
Bulle
el gusanero de letras debajo de un título y de otro
Parecen
luces de neón cubiertas de ceniza
Tu
máscara y tu nombre ocupan el lugar
de
esa persona que no llegaste a ser
Un
día cualquiera la ahogaste con la almohada
Algo
de ti quedó en su testamento
Acabas
de nacer
Alguien
te lee
A
principios del año pasado (2018), José Ángel Leyva y la poeta Alina Dadaeva me
invitaron a tomar un café. Acepté, aunque ignoraba si yo llegaría a la cita: literalmente,
estaba a punto de silenciar los ruidos en mi sangre como lo hicieron Manuel
Acuña o Jorge Cuesta. Pero rearmé mis astillas y acudí. ¡Sin exagerar platicamos
cerca de tres horas sobre música, poesía y matemáticas! Transitamos, entre
risas límpidas y cómplices, del concepto espacio-tiempo silábico al álgebra del
ritmo. Parece mentira, pero la poesía me salvó. En este encuentro definitivo, a
través de su generosa y sabia conversación, José Ángel Leyva me amparó de la enraizada
oscuridad dentro y fuera de mí. Como en el poema Asombro del libro Tres cuartas
partes:
El
corazón se sorprende
a
veces de sus ruidos
y
se queda mudo
completamente
sordo
2. EL ÁLGEBRA
POÉTICA EN LUZ Y CENIZAS
Si
nuestras ideas y sentimientos son desordenadas, infinitas y abstractas,
entonces es necesario un sistema de comunicación para poder manifestarlas y
transmitirlas. Ordenar símbolos, sonidos, colores, sabores, movimientos o
formas se realiza a través del mismo proceso mental/espiritual: la abstracción,
que consiste en extraer la esencia de aquello que nos interesa. De esta forma,
cada lenguaje humano sistematiza elementos finitos y concretos para expresar
con mayor facilidad cierto tipo de pensamientos y emociones a través de imágenes matemáticas, sonoras, poéticas,
etcétera.
En ese sentido, es
posible afirmar que una palabra cualquiera puede ser escrita a partir de un conjunto
ordenado, finito y concreto de sonidos. Cada palabra es una pieza indivisible del
rompecabezas llamado realidad; una partícula con ritmo y melodía, además de
sentido y significado, que expande nuestro universo sensorial. Ahora bien, según
el diccionario de la RAE, el idioma español tiene cerca de cien mil palabras. Es
decir, cien mil imágenes que cualquiera de nosotros puede combinar para
construir diferentes realidades: una misma idea/sentimiento puede ser expresado
a partir de diferentes conjuntos de palabras; una misma colección de palabras
puede expresar diferentes pensamientos/sensaciones; y así sucesivamente.
En el asombroso caso en
que exista una estructura única para formular una imagen a partir de un grupo
de palabras, nos encontramos ante un poema: una totalidad cerrada sobre sí
misma, como señala Octavio Paz. En ese sentido, José Ángel Leyva es un
científico de la palabra, un algebrista
de versos. Estoy seguro de que Leyva hubiese sido un virtuoso matemático o
un brillante músico, pero fue más ambicioso y decidió (con mano propia) ser un poeta,
que es ambos de manera simultánea. Por esta razón, el libro Luz y Cenizas es un laboratorio de
abstracciones rítmicas, melódicas y visuales. Si uno hirviera cada poema en el
matraz de la lengua y destilara su esencia en el alambique de la voz, surgiría sin
duda la poesía. Por ejemplo, con solo tres palabras, José Ángel Leyva
cristaliza una imagen poética en el poema recursivo Nadie (uno de mis favoritos, en términos musicales):
nada
nadie
alguien
nada
alguien
nadie
nada
nada
Otro
ejemplo, con nueve palabras:
Catulo
está despierto
No
teme confundirse
La
multitud lo aísla
O
con quince:
La
tierra pesa en el hueco de las venas
Reclama
la unión de las cenizas
3. A MANERA DE
CONCLUSIÓN
Juan
Gelman tiene razón: Luz y Cenizas es
un peculiar: inicia con un libro publicado en 2012, transita por otro del 2009 y
termina con uno impreso en 1993; una suerte de “uróboros poético”. Ahora bien,
la pegunta más importante para el lector es: ¿por qué leer esta compilación?
Primero: porque no
encontrará partituras o ecuaciones como poemas sino poemas que son ecuaciones o
partituras de lo inmensurable.
Segundo: porque Luz y Cenizas es un látigo para flagelar
a la oscuridad dentro y fuera de nosotros.
Tercero: en palabras de
José Ángel Leyva, porque es un manojo de
llaves para abrir todas las puertas. Finalmente, la invitación indirecta
del autor es:
Pasemos
a mirar de nuevo el vientre
donde
la imagen existe por sí sola
como
nacida del invento de su carne
Fuente: Leyva, JA (2019).
Luz y cenizas, Fondo Editorial Estado
de México (FOEM), Secretaría de Educación del Gobierno del Estado de México,
México.
MANUEL SAUCEVERDE es Doctor en Economía por la Universidad Nacional Autónoma de México y pertenece al Sistema Nacional de Investigadores. Por un lado, ha publicado diversos artículos científicos en revistas especializadas nacionales e internacionales. Ha obtenido el Premio Internacional de Investigación “Emilio Fontela” (Universidad de Oviedo) y el Premio Internacional de Documentos de Trabajo (Banco Central de Bolivia). Por otro lado, su obra literaria aparece en diversas antologías y medios de comunicación. Ha obtenido varios premios de narrativa, poesía y música, entre los que destaca el primer lugar en el Premio de Cuento de Ciencia Ficción “Año Internacional de la Física” (UNAM). Además, es miembro del ensamble Didar, el cual divulga la Música Clásica Persa en México. Sus libros en imprenta: Entre una estrella y dos golondrinas (Poesía, Editorial Lectio) y Universos perpendiculares (Narrativa, Editorial Lectio).
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