Entre
1914 y 1915, James Joyce narró para los lectores de una revista londinense la
historia de Stephen Dedalus, joven con pretensiones artísticas y literarias que
cruzó los caminos de la miseria, el fracaso e, incluso, la religión más
envolvente. Dedalus era o es, en pocas palabras, un escritor de nuestro tiempo,
uno bajo el manto de la frustración y la vida real –tan distinta a la romántica
vida literaria– y no sólo eso: Dedalus obtuvo premios por su literatura, comió
de ellos. Y sí, también obtuvo becas.
Utilizo, ahora, uno de los
ornamentos favoritos de la crítica: la frase “guardando las proporciones” para
decir que, en las páginas que escribió Joyce hace tantos años, se describió la
vida del propio dublinés: diríamos novela autobiográfica o diríamos, también
entre fronteras borrosas, autoficción. En Montejo
Boulevard (La Comuna Girondo, 2019), primer libro de Daniel Sibaja
(Yucatán, 1997), los hechos narrados responden a una serie de caminos
similares: hay miseria y fracaso, incertidumbre, un ir y venir entre la
disciplina y la indisciplina; la tentación de abandonar el oficio pero también
la doble resistencia al recapacitar.
El
Dedalus de Joyce aparece por momentos en este Montejo: toma la cara de un casi-jazzista enamorado de Ojos
Tristes, amor inoportuno que va por la trova yucateca y la luz semiamarilla de
las calles. Toma la cara de un mesero joven cuya historia, detenida y
humorísticamente fracasada, gira en torno a las complicaciones de ejercer el oficio
de la escritura: trabaja mucho, lo maltratan, gana poco; tuvo la dicha de
vender periódicos el 18 de abril de 2014, día en que se anunció la muerte de
García Márquez. Daniel Sibaja, y este dato es importante, tuvo la dicha de
vender periódicos la misma fecha. Cuento autobiográfico, autoficción o
narrativa personal.
Y
no se trata del James Joyce de nuestro tiempo sino de una narrativa ágil y
aguda, generosa en lo retórico, anecdótica en lo esencial y honesta desde
médula. Harta en referencias, por supuesto, pasando por la cultura pop y el
cine mainstream hasta íconos mexicanos de la música extrema contemporánea como Here comes the kraken.
Ahora,
y hay que decirlo, el cuento Revelación Shirtwaist
merece una mención aparte. Su inicio, “heredó de sus padres una deuda inmensa”,
nos adelanta un espacio nuevo para fracasar, para intentarlo nuevamente con
apenas opciones de salir avante. Los personajes, mujeres trabajadoras de la
industria textil, viven en los límites de un frío taller; ahí fabrican, sin
detenerse, durante largas horas de costura fina. Su acto de redención es
transgredir el vocablo taller: estas
mujeres, además de lo textil, dominan lo textual; asisten, a la par que al
trabajo, a un taller creativo y casi ritual, donde su motivación y vocación es
otra.
Este
relato es una radiografía de las vidas de fondo, de aquello que se nos escapa y
escurre por las manos: la realidad de los otros. Los personajes ejercen
balances y caras conocidas dentro del ambiente laboral y el ambiente literario:
envidia, competencia insana, silenciosa admiración, amistad intermitente y
jerarquías puntuales:
“Laura
es la única que ha obtenido premios nacionales, por eso calla y sólo las
escucha. Se le quedan los versos grabados con un talento natural. Ese don es de
envidia. Escucha a Sidney Bechet desde su cuenta open de spotify y se llena la
cabeza con poesía maldita de audiobooks para recordarse qué tan buena tiene que
ser antes de publicar su primer libro. Quién lo diría, obreras de la fábrica
textil ganando renombre como escritoras contemporáneas.”
La
cadena de fracasos en Revelación
Shirtwaist sucede también por dos caminos: el laboral-vivencial y el de la
escritura: desde la voz de un personaje puede leerse: “En 1911 la Fábrica
Triangle Shirtwaist de Nueva York sufre un incendio: mueren 123 mujeres con una
edad alrededor de los 13 y 23 años”. También, desde los ojos del personaje,
podemos vislumbrar un rotundo fracaso literario.
Montejo
Boulevard
es un libro donde convergen la precisión narrativa, el humor y la tragedia, la
juventud y el dolor verídico. No es una narrativa efectista ni apresurada,
tampoco cumplidora. Dijo Marguerite Duras que algunos escritores se convierten
en sus propios policías textuales, pero en este caso, el libro de Daniel
refleja una escritura personal donde las cuentas están saldadas: el autor no se
limita, ni engaña. No busco hacer sino literatura –y muy por fuera de los
moldes–.
DANIEL MEDINA (Mérida, Yucatán; 1996) es autor de los libros de poemas Una extraña música (Sombrario Ediciones, 2018) y Médium (Sangre Ediciones, 2018). Obtuvo el Premio INBA-CEDART de Poesía 100 Años de letras mexicanas 2014, el Premio Nacional de Poesía Joven Jorge Lara 2014 y el Premio Peninsular de Poesía José Díaz Bolio 2017. Ha publicado poesía, crítica y traducción en diversos medios como Periódico de Poesía, Blanco Móvil y La Gualdra (suplemento cultural de La Jornada Zacatecas). Becario del PECDA Jóvenes Creadores (2017-2018) en Poesía, de verano de la Fundación para las Letras Mexicanas (Xalapa, 2018) y del Festival Cultural Interfaz (2018). Dirige Ediciones O y forma parte del Centro de Experimentación Literaria.
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