Desde sus inicios, en la literatura
universal ha estado presente el tema de la muerte, lo mismo como eje central de
la obra, como referencia o contraposición a su opuesto, la vida, o como parte
de lo que se narra en la historia, por ejemplo, la muerte de un personaje
secundario o circunstancial, entre otras formas. Por supuesto hay diferentes
formas de abordarlo, lo que incluye como un acto heroico en el caso de la
literatura de caballeros o también como algo deseado, buscado, y uno caso muy
conocido es el de la obra Romeo y Julieta, de William Shakespeare.
Al hacer un repaso se nota que el tópico ha
acompañado a la creación escrita desde sus inicios, ha permanecido a su lado a
lo largo de los tiempos, variando únicamente la forma de acercarse a ella o de
acuerdo con las modas o movimientos literarios de cada época.
La muerte, como lo
dijeron en sus respectivos momentos Séneca o Schopenhauer, es inherente a la
vida. Todo aquel que nace sabe desde ese mismo momento que en lo que terminará
al camino iniciado es en morir. En una de sus epístolas, el pensador romano
dejó en claro que el hombre no puede permanecer engañado creyendo que la muerte
nunca llegará “cuando su mayor parte ha pasado ya, porque todo el tiempo
transcurrido pertenece a la muerte”. Por su parte, el filósofo alemán escribió
en un texto con ese título: “nacimiento y muerte pertenecen igualmente a la
vida y se contrapesan. El uno es la condición de la otra. Forman los dos
extremos, los dos polos de todas las manifestaciones de la vida”.
Entonces la muerte se
vuelve algo que es ineludible, pero sin dejar de ser algo indeseado, a lo que
se busca una solución. Fue de esa forma que en la Edad Media los alquimistas, y
la ciencia posterior, quisieron encontrar una solución. Por ejemplo, así como
los primeros buscaron la piedra filosofal, uno de los mitos que siguieron los
conquistadores europeos de los siglos XV y XVI que se lanzaron a América, Asia
y África fue el de la fuente de la eterna juventud, y a encontrarla dedicaron
muchos de sus esfuerzos.
De acuerdo con
especialistas, el texto más antiguo del que se tiene registro en el que se
aborda el tema de la muerte es en la Epopeya de Gilgamesh,
narración en verso de la cultura acadia y que fue escrita en el año dos mil 500
antes de nuestra era, y que como toda obra épica hace un tratamiento de la
muerte como algo heroico, resultado de la lucha de un guerrero, quien en cada
embate la reta y la causa la de los demás para su engrandecimiento ante los
dioses, a los que busca halagar con sus hazañas.
En este mismo segmento se
han incluido obras como La Odisea, La Iliada y La
Eneida, pero sobre todo pueden incluir obras como el Poema de Mío
Cid, el Cantar de Roncesvalles o las Mocedades de
Rodrigo.
Mención aparte
merece La divina comedia, de Dante Alighieri (1265-1321), otra de
las máximas obras de la literatura universal en la que se puede tomar como un
tratado sobre la muerte, al mismo tiempo de ser un repaso del conocimiento
humano hasta la fecha existente. Es decir, hay una mezcla de conocimientos de
las culturas clásicas, la griega y la romana, con el cristianismo dominante.
Así, Dante guiado por el poeta Virgilio desciende
al inframundo para recorrer y conocer cada uno de los estamentos que la
religión cristiana ha dispuesto para el paso del alma a una nueva vida, a la
salvación. Todo ello, mientras el autor entrega al lector un repaso de símbolos
y personajes que nos legaron las mencionadas civilizaciones.
Ya en la era neoclásica,
pero sobre todo en el movimiento romántico, el tema adquirió un tratamiento más
humano, concerniente a las personas, y entonces se le presenta como algo que
puede ser la solución a una situación desfavorable e incluso como algo deseado.
Es la lucha entre lo ideal y lo real, Eros y Tanatos. El ejemplo más conocido
es el del drama de William Shakespeare (1564-1616) Romeo y Julieta,
amantes que al ver imposible la consumación de su amor prefieren la muerte, la
buscan, la ejecutan. En el mismo caso de una decisión del personaje literario
se encuentran personajes románticos, siendo uno de los más
representativos Werther, de Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832),
quien con no encuentra otra solución a su amor no correspondido de Charlotte,
por lo que recurre para frenar su sufrimiento a quitarse la vida.
El movimiento naturalista
significó una nueva forma de afrontar el tema. La ilustración había dejado su
huella y ahora todo, o casi todo, tenía una explicación. La muerte también.
Forma parte de la naturaleza humana, es un paso, el último, de la vida, y por
lo tanto es tomada como algo más, sin una importancia desmedida como la tuvo en
etapas anteriores. Lo que importaba en los movimientos naturalista y realista
era la vida, la convivencia, la complejidad de las relaciones humanas.
Describir la realidad, dentro de la cual la muerte es un tema más. Con ese
tenor se tiene a la muerte, por ejemplo, en Los Miserables, como un
hecho de injusticia, un hecho que pertenece a los ciudadanos, a la sociedad.
Desde finales del siglo
XIX, pero sobre todo en el XX y XXI, este tema ha sido desarrollado fuera de
dogmas o creencias sobre todo en la literatura de acción, policiaca, negra y
hasta de terror. Del último caso los títulos más relevantes son Frankenstein
o el moderno Prometeo, de Mary Shelley (1797-1851), y Drácula,
de Bram Stocker (1847-1912), obras en las que la muerte es aprovechada para
hablar de la vida, de la vida sin fin, representada por la creación del doctor
Frankenstein y por el conde Drácula, quienes llegan a alcanzar la eternidad,
aunque el precio sea un ser monstruoso.
Literatura de nuestros
tiempos, en particular de los más recientes, es la novela policiaca, el género
negro como también es llamada, en el que por lo general la muerte de alguien da
pie a una serie de intrigas, una incógnita por resolver. De esta manera, la
muerte es algo común, cotidiano, sobre lo que ya no hay una reflexión, sino que
es fruto de la modernidad, consecuencia de la ambición.
EL CASO MEXICANO
En la literatura mexicana como es sabido la
muerte es una figura familiar, compañera de nuestro paso por el mundo, de ahí
que se le trate como a alguien que no causa sorpresa ni temor. Es motivo de
fiesta. La tradición que tiene como referentes a los sacrificios humanos y los
tzompantlis dan sustento junto con elementos de la cultura cristiana a las
fiestas de Día de Muertos. Por ello no es de extrañar que, en una obra tan
representativa del país, Pedro Páramo, de Juan Rulfo (1917-1986),
un ambiente de inframundo y personajes fantasmales pueblen la novela. Un
ambiente simliar, la convivencia con los ya desaparecidos, es la novela
corta Aura, de Carlos Fuentes (1928-2012), en la que el lector
aprecia algo etéreo en el ambiente y los personajes con los que convive Felipe
Montero, el personaje central.
En el mismo tenor se
encuentra la obra del escritor Bruno Traven, Macario (1950),
en la que el personaje del mismo nombre se las ingenia para burlar a la muerte,
para después ser sin quererlo su servidor y determinar quién habrá de morir y
quién de seguir viviendo gracias a un remedio que cure todos los males o no
pueda hacer nada.
Otro tratamiento es el
que le da la literatura de la Revolución, en la que incluyo a la surgida del
movimiento cristero. En esa corriente la muerte es consecuencia del hecho histórico:
un movimiento armado no se entiende sin muertos, héroes y traiciones. Pero cada
uno de ellos tiene una historia, explica y da sustento al movimiento y eso es
lo que cuenta esta literatura. Dentro de esta corriente se encuentran clásicos
de las letras mexicanas como son Los de abajo, de Mariano Azuela
(1873-1952); De fusilamientos, de Julio Torri (1889-1970); El
águila y la serpiente, La sombra del caudillo y Memorias
de Pancho Villa, de Martín Luis Guzmán (1887-1976); Cartucho,
de Nelly Campobello (1900-1976); Se llevaron el cañón para Bachimba,
de Rafael F. Muñoz (1899-1972), La muerte de Artemio Cruz, de
Carlos Fuentes, y El llano en llamas, de Juan Rulfo.
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